IGNACIO LEDESMA
Domingo

Dos gotas de agua

La estrategia de Alfa, la estrella del nuevo Gran Hermano, es hablar hasta que sus compañeros lo quieran. La de su contemporáneo Alberto Fernández es hablar para que no lo olviden.

Del Alfa a Alferdez sólo hay un suspiro fonológico y una meta común en dos casas distintas: durar. Dos hombres en el cuarto final de la vida enlazados por un carisma tallado en el costumbrismo, en el chiste verde, inmunes a los efectos depresores de los entornos improductivos, capaces de soportar la soledad acompañados ruidosamente de enemigos, y de sostener largos discursos sobre la nada durante horas ante gente que solo quiere esquivarles la atención y esfumarse de sus presencias. El PJ y Gran Hermano dieron al país dos gotas de agua.

Del PJ sabemos que cada peronista lleva en su mochila el bastón de mariscal, excepto, insólitamente, Alberto, que lleva un chasco de goma. De Gran Hermano diremos que es un largo documental sobre la amistad. Alfa, de 60 años, lucha contra la selección natural y su estrategia para sobrevivir es hablar y hablar hasta que duela, traerles a sus compañeros anécdotas coloridas de una larga vida vivida y, con ello, crear las condiciones para apalancarse con el amor y que ningún niño lo quiera fuera del juego. Alberto, en cambio, habla para que no lo olviden, de hecho sus barbaridades o excentricidades más recientes, no son el epifenómeno de una neurodegeneración en progreso sino actos voluntarios que impiden que su investidura caiga ante nuestros ojos como las telas de un fantasma. Cuánto que aprender.

Un mojón de este derrotero fue cuando su portavoz, Gabriela Cerruti, desmintió, en nombre del presidente, al Alfa, quien arrancó su participación en Gran Hermano contándoles a sus compañeros de entretenimiento que alguna vez debió cometear al presidente. Nuestra prensa standard, la que sufrimos más, se escandalizó porque le pareció un comportamiento poco presidencial que el mandatario polemice con un reality show. Y algunos funcionarios de gobierno, que detestan a Cerruti, cuestionaron la denuncia presidencial porque entendieron que se amplificaba algo de lo que no se había enterado nadie. 

El Presidente no quiere al Alfa fuera de la casa: ya está, ya lo usó. Le dio la oportunidad que se hable de él, aunque sea mal.

Subestiman a Alberto, subestiman a su vocera e, insisten, en nombre de un ideal sanmartiniano flotante, en no captar cuál es la única razón y motivación de la presidencia de Alberto en esta primavera de 2022: llegar a la primavera que viene, entregar la banda y que Cristina pague con una condena por todo lo que lo maltrató. Además, ¿de qué sirve que Alberto deje pasar banalidades y se expida en duros términos contra la inflación? Con esto dijeron: “Ah, quilombo”. Una oportunidad regalada para evocar la diferencia penal entre Cristina y Alberto. Y con esa ventaja, también, especular con el intento de reelección del presidente. Que no es reelegir, casi un delirio visto hoy, sino intentar reelegir, y con ese tiempo electoral comprado hacer el puente definitivo al traspaso de banda regular.

El Illia de ellos

El Presidente no quiere al Alfa fuera de la casa: ya está, ya lo usó. Le dio la oportunidad que se hable de él, aunque sea mal. Como Cristina, que necesita un largo proceso abierto y súper ramificado del magnicidio de los copitos, para reforzar su condición de víctima, Alberto busca oportunidades para recordar que no hizo negocios con la obra pública. Su presidencia puede ser la más ridícula de la historia, pero el presidente vuelve a su departamento prestado de Puerto Madero, con una familia y un perro, al fin de su mandato. Y quiere que eso conste. Ser el Illia de ellos, el departamento prestado, la cátedra universitaria, Dylan, el hijo transformer, y el bebé.

Unpopular opinion: Gabriela Cerruti me parece una buena vocera de este presidente. Seguramente mala si gobernaran Santiago Kovadloff y la Monja Pelloni. Pero su hábito de confrontar en directo con periodistas es muy útil para reventar el balón para arriba y crear aquellas oportunidades que la hacen durar en el puesto, al mismo tiempo que les mejora por cinco minutos la carrera a los periodistas que son atrapados en su tejido arácnido. Ellos, pobres, le pontifican en la cara. Y ella aviva el mapa de calor de una presidencia sin actividad al ponerse enfática, o vivaz, en un contexto donde, si no hay buenas noticias para dar, pues que haya ruido y furia. Bah, diría que su libreto es: no existen las malas noticias, no existen las buenas noticias, no existen las noticias, todas las fuentes están envenenadas. Y los periodistas la prefieren, secretamente, y ella lo sabe porque sabe que no existen.

Cuando supe que sería la portavoz, realmente pensé que era ideal, porque recordé que le gusta la ficción especulativa, ese género que contradice alguna ley de la naturaleza, conocida o supuesta, como las historias de viajes en el tiempo, los hombres invisibles, o los presidentes sin poder. Está cómoda en lo imposible, por lo tanto no circula culposa administrando la ausencia de contenidos.

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¿Y el Alfa, Bernardo? Ganador obvio de este Gran Hermano, si hay dios, si hay justicia, diseñado para el consumo irónico en el inicio, con sus bandanas atadas en las muñecas y en la cabeza, su remera negra con la palabra Security estampada cubriendo un torso ancho de luchador de catch, ahora ya es parte de la memoria afectiva,  de corta duración, de nuestra gente. Su excentricidad se ha naturalizado. Pasará con Alberto. 

Por la mañana, el Alfa madruga a las 9 y estrena la cocina preparando pancitos para sus compañeros mientras come galletitas de dulce de leche, como si tuviera 12 años. Por la tarde, se pierde en largas historias que vivió como vendedor de autos en Miami; pero una noche, cuando lo nominaron, era, literalmente, un hombre muriendo, diciendo todo lo que sabe antes de que las palomas le muestren el camino.

Cuando fue salvado, y pasó lo peor, al día siguiente, con un sol que rajaba la tierra, se metió a contar chistes en una ronda de varones, mientras las pibas al borde de la pile dejaban ver las tiritas de sus espinas dorsales y los omóplatos. En uno de los cuentos, dice:

Mrgg.
–¿Qué? –le contesta otro participante.
–Mrgggg –repite Alfa.
–No entiendo.
–¡Que los sordos son todos putos!

Es cierto que la sociedad argentina es más diversa que este rejunte de improductivos y que los seleccionados de Gran Hermano sólo representan a quienes pueden presentarse a un casting semejante. Pero tampoco somos el Disney de la calidad colectiva. Alberto sentado en el escritorio de la Facultad de Derecho puede filosofar largo sobre eso, si necesita rellenar.

 

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Esteban Schmidt

Periodista y escritor. Autor de The Palermo Manifesto (2008).

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