Domingo

Globos desinflados

¿Qué futuro hay para el PRO en la política argentina?

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En los últimos años, tres veces candidatos del PRO buscaron posicionarse como el “cambio confiable” para diferenciarse del kirchnerismo pero también del cambio alocado, impredecible y agresivo de Javier Milei. Fracasaron las tres veces.

Primero lo intentó Horacio Rodríguez Larreta en las PASO de 2023, cuando ofreció un cambio dialogado y planificado, más moderado que el de Milei pero también que el cambio halcón de Patricia Bullrich. A partir de agosto, a quien le tocó quedar en ese lugar ingrato fue a la propia Patricia, que pasó de Thatcher a Merkel y terminó reclamando para sí la racionalidad y la confiabilidad que le negaba al Milei estrafalario de entonces. La tercera vez fue este año, en la campaña porteña que cerró el domingo pasado: aunque quiso municipalizar las elecciones y defender sus 17 años de buena gestión, el PRO terminó enmarañado en la nacionalización que propuso La Libertad Avanza y en la misma posición de “cambio confiable”, adultos en la habitación: antikirchnerismo de buenos modales.

Esta continuidad refleja los problemas que ha tenido el PRO para posicionarse frente al aluvión libertario desde la aparición de Javier Milei. Y muestra, además, que su estrategia del último año (“apoyo el plan económico, que es lo más importante, y me doy libertad para criticar el resto”) también está agotada. Esa estrategia tenía una ventaja muy importante: era genuina. Tanto Mauricio Macri como el resto de los dirigentes principales creían que apoyar al Gobierno en sus principales batallas parlamentarias (DNU 70, Ley Bases, sostén de vetos, acuerdo con el FMI) era lo correcto, lo que había que hacer, más allá de si era políticamente conveniente. Durante algún tiempo funcionó, sobre todo durante las idas y vueltas por la nominación de Ariel Lijo a la Corte, un tema alejado de la economía y reclamado por muchos votantes del PRO.

Con los meses, sin embargo, perdió gas. Por un lado, porque no era valorada por casi nadie: los opositores más duros acusaban al PRO de ser cómplice de la ultraderecha y al Gobierno cualquier cosa que no fuera alineamiento le parecía insuficiente. Por otro, la propia dinámica política, acelerada durante la campaña porteña, invisibilizó las coincidencias y magnificó las diferencias. Lo que, para ponerle números, empezó como 75% de apoyo y 25% de distancia se dio vuelta a 25% de apoyo y 75% de distancia sin que nadie lo hubiera decidido.

La propia dinámica política, acelerada durante la campaña porteña, invisibilizó las coincidencias y magnificó las diferencias.

En la campaña porteña, la estrategia inicial del PRO había sido apelar a lo que en la sede de Balcarce llamaban el “voto dual”, es decir, decirles a los porteños pro-Milei que si votaban al PRO la fortaleza de Milei no corría peligro, porque el PRO acompañaba al Gobierno y porque era apenas una elección local: se podía votar amarillo en mayo y violeta, llegado el caso, en octubre. En las semanas siguientes, sin embargo, después del rechazo del Senado a Ficha Limpia y, sobre todo, con el bizarro episodio de la víspera electoral con el deepfake de Macri, el PRO pareció un partido tan opositor como cualquier otro. Además, en una campaña que LLA había logrado plantear como un plebiscito, sumada a una gestión local percibida negativamente, muchos ex votantes del PRO eligieron darle más fuerza política al Gobierno en la que para ellos es la pelea de fondo: reducir al mínimo las posibilidades de regreso del kirchnerismo.

El agotamiento de la estrategia “apoyo lo bueno, critico lo malo” plantea preguntas muy profundas para el futuro del PRO. Para empezar, porque está en un momento institucional de transición. El partido fue fundado hace 20 años con el objetivo explícito de llevar a Mauricio Macri a la Casa Rosada, algo que consiguió una década después. La derrota de 2019 fue dura pero rápido el PRO encontró dos candidatos presidenciales potables, cada uno con su identidad y sus apoyos. Cuando ambos perdieron y se fueron del partido (ahora incluso le compiten en contra), la solución a mano ante el vacío fue el regreso a la presidencia partidaria de Macri, pero siempre como algo temporario, una emergencia, para unir a la tropa y recuperar algo de la mística inicial mientras se preparaba un recambio generacional e institucional. Ese paso todavía está pendiente, morfado por las urgencias y el ruido político, pero es indispensable, porque flota en el partido un aire de transitoriedad, de sala de espera.

Si el PRO tiene un futuro, y yo creo que lo tiene, es dejando de ser sólo “el partido de Macri”. No porque Macri se tenga que jubilar sino porque necesita encontrar una institucionalidad permanente que reemplace a la anterior a 2019, cuando los rumbos y los procesos de toma de decisiones estaban claros. La primera misión histórica del PRO fue Macri presidente. ¿Cuál es la segunda?

Maridos y amantes

En 1963 Susan Sontag clasificó a los grandes escritores como “maridos” o “amantes”. Los escritores maridos son confiables, inteligibles, generosos, decentes. Los escritores amantes, en cambio, pueden ser egoístas, ilegibles, inconstantes y obsesivos, pero son excitantes y te hacen sentir emociones olvidadas. A veces uno está más para un leer un marido y a veces quiere escaparse con un amante. En política, forzando un poco la analogía, el PRO se convirtió en un marido, después de haber nacido como un amante. Un partido que ofrecía novedad, futuro y aventura frente a los otros viejos maridos de la política se convirtió en un marido más, que habla de cosas que hay que respetar: las instituciones, la libertad de prensa, la independencia de poderes. Todos temas importantes para el Estado de derecho, sin dudas, pero ustedes saben de lo que hablo: “hijo, comé tus verduras”. La Libertad Avanza, en cambio, es un partido amante, a veces insufrible, mentiroso e indescifrable, pero para muchos votantes también excitante, arriesgado y apasionado, en una etapa de la política, no sólo en Argentina, en la que los electores parecen estar eligiendo más amantes que maridos.

Este contraste se vio clarísimo en la campaña porteña, sobre todo en el mundo digital. El PRO, que en 2015 les había pasado el trapo a todos los demás con una campaña digital disruptiva, cercana y novedosa, diez años después sigue haciendo básicamente lo mismo. La Libertad Avanza, en cambio, tiene la misma energía digital un poco border que tenía aquel PRO inicial. El episodio del deepfake es el mejor ejemplo: un video surgido de quién sabe dónde pero empujado por las espadas digitales de LLA, más en clave bait que persuasiva (ver el artículo de Tomás Guarna de hoy para entender bien las diferencias), al que el PRO reaccionó con denuncias y sin sentido del humor. Como un marido.

Para saber si el PRO tiene futuro, creo que lo mejor es pensar en dos dimensiones temporales. Una de corto plazo (las elecciones de este año) y otra de largo plazo. Para 2025, el escenario está más nítido ahora que hace una semana. Una mayoría de los viejos votantes del PRO y JxC ha decidido que el vehículo principal para dejar atrás al kirchnerismo es La Libertad Avanza. A muchos analistas, sobre todo a los que creían que el problema más grave de la Argentina era la “grieta”, no les gusta hablar de antikirchnerismo, les parece un concepto anticuado y berreta. Sin embargo, el claim de la campaña de Adorni fue “kirchnerismo o libertad”, reforzando mi idea, unpopular en su momento, de que la explicación del triunfo de Milei en 2023 residió menos en un repudio a la clase política que a las dos décadas de hegemonía kirchnerista y que Milei ya entonces fue percibido como un vehículo más potente (menos “tibio”) que JxC para romper esa hegemonía.

El temor a un nuevo regreso del kirchnerismo sigue siendo una motivación central del viejo electorado de JxC y del nuevo electorado de LLA.

La situación ha cambiado poco desde entonces. El temor a un nuevo regreso del kirchnerismo sigue siendo una motivación central del viejo electorado de JxC y del nuevo electorado de LLA. Por lo tanto, el margen para ofrecer una posición de “votá al PRO para apoyar el plan económico y poner límites institucionales” se va haciendo cada vez más chico. Sobre todo por lo que decía antes acerca de la convicción genuina de buena parte del PRO de que el rumbo económico del Gobierno es correcto, indistinguible del rumbo intentado en 2015-2019 e, ingrediente no menor, ejecutado por un grupo de funcionarios, como Toto Caputo, Santiago Bausili, Juan Pazo y decenas de otros en sus equipos, que no sólo participaron del gobierno de Cambiemos y aprendieron las lecciones correspondientes sino que entraron a la política porque el PRO les abrió las puertas de la política a personas que nunca habían pensado o soñado dedicarse a la función pública.

En la entrevista de esta semana de Seúl Radio, Guillo Dietrich dijo que “lo importante no es que lo haga el PRO, lo importante que se haga”. Esta visión, que según Guillo está en el ADN del PRO, puede ser correcta pero indudablemente genera una tensión en la vida cotidiana territorial del partido. Para un partido político es insuficiente que sus ideas triunfen, necesita que además el vehículo de esa transformación sea el propio partido. Después de 20 años, el PRO tiene diseminados por todo el país dirigentes territoriales, con cargos y sin cargos, cuyo futuro necesita ser tener tenido en cuenta antes de tomar decisiones importantes. Como le pasa a cualquier partido. Esta realidad presiona sobre Macri, que, aunque coincida con Dietrich en que lo más importante es la transformación del país (y creo que coincide bastante), el liderazgo de un partido político también implica cuestiones menos conceptuales, más tácticas, menos bonitas, más de praxis política clásica. 

Al mismo tiempo, el PRO, que siempre se consideró a sí mismo un proyecto de poder, capaz de acomodar matices ideológicos y culturales en pos del objetivo mayor, ahora, sin proyecto de poder a la vista, se ve empujado a convertirse en un partido más nítido ideológicamente, un partido de causas, como la república o las instituciones, un cambio de piel que también genera tensiones y reacomodamientos.

A mí me gustaría que Santiago Caputo gastara más energía en ampliar la coalición del balotaje de 2023 y menos en  canibalizarla. Pero es lo que hay, es decir, una situación parecida a la que sufrió el radicalismo en los últimos años, que viene masticando bronca contra el PRO por haberle robado sus votantes. EL PRO tiene por delante dos caminos. Uno sin resentimiento, enfocado en sus propios valores y en su institucionalización, aceptando el rol de acompañante que parece haberle tocado en el corto plazo, decidiendo sus posiciones no por si lo acercan o lo alejan del Gobierno sino porque realmente lo cree y volviendo a ofrecer una idea de futuro. Y otro camino, más fácil en el corto plazo, más táctico e inseguro, sobreactuando las diferencias del día a día y buscando mantener sus cargos menguantes. Mejor sin resentimiento.

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Hernán Iglesias Illa

Editor general de Seúl. Autor de Golden Boys (2007) y American Sarmiento (2013), entre otros libros.

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