Propongo un ejercicio de ingenuidad. Suspendamos por un momento los preconceptos y parte de los datos conocidos y sometámonos a creer solamente los hechos menos dañinos, los que no tendrían como consecuencia ningún complejo tablero de ajedrez geopolítico. Tomemos por cierto que el Boeing 747-3B3M con matrícula YV3531 aterrizó en Buenos Aires para nada más que entregar autopartes para Volkswagen provenientes de México. Asumamos que efectivamente la escala en Córdoba fue forzada por la neblina, y no demos por descabellada la hipótesis de que la abultada tripulación se explica por las instrucciones de vuelo que los iraníes daban a los venezolanos. Incluso concedamos que las diferencias de nombres en los manifiestos se pudieron haber dado por algún tipo de error involuntario o cambio de último minuto. También podemos creer que el avión es efectivamente propiedad de Emtrasur Cargo y no parte de un leasing que incluye tripulantes de la iraní Mahan Air, aun cuando esto no está claro.
Es de público conocimiento que desde hace más de dos años las cadenas de suministro de todo el comercio internacional están saturadas, y que no se divisa aún un retorno a la vieja normalidad. Eso podría explicar también la maraña de empresas que se pasaron la pelota para hacer la contratación del flete, descifrada en una investigación de Nicolás Pizzi en Infobae. Todo plausible, incluso que intermediarios involucrados en la operación no hayan reparado en que la aeronave aún pueda ser de Mahan Air, sancionada por Estados Unidos por proveer logística a entidades designadas como terroristas. Hasta aquí, todo pelota.
Sin embargo, Emtrasur Cargo está llena de problemas públicos. Para empezar, es una subsidiaria directa de Conviasa, la aerolínea estatal de bandera venezolana, también sancionada por la Oficina de Control de Activos Extranjeros del Departamento del Tesoro norteamericano. Esto fue más que suficiente para que luego del también sospechado vuelo de Ciudad del Este a Aruba en mayo, las petroleras de Ezeiza estén alertadas sobre las posibles consecuencias de cargarle combustible al 747. Y desde ahí la historia conocida; el fallido vuelo a Montevideo, la vuelta a Ezeiza, la requisa del avión, la retención de la tripulación y sus pasaportes, las conjeturas de Agustín Rossi y los giros de Aníbal Fernández. Se cumplió gran parte de la larga lista de hitos que debe tener un ritual de escándalo kirchnerista para poder ser denominado como tal, pero no se habló lo suficiente del rol de los servicios de inteligencia y seguridad.
Dentro de los más delirantes argumentos del gobierno durante la danza descoordinada estuvo el del tripulante homónimo.
Dentro de los más delirantes argumentos del gobierno durante la danza descoordinada estuvo el del tripulante homónimo. La hoja principal del pasaporte de Gholamreza Ghasemi, publicada por los medios argentinos, contiene en su ángulo superior derecho el número de documento iraní del piloto. Hay una trampa: está en persa, pero quien guste de los desafíos de ingenio puede pasar unos muy divertidos tres minutos traduciéndolo a números arábigos. Ese mismo número puede verse en bases de datos comerciales a las que tienen acceso agencias de seguridad e inteligencia, aeropuertos y hasta periodistas. También figuraba allí, en ese momento, que Ghasemi fue director ejecutivo de Karun Airlines, una compañía sancionada por pertenecer al fondo de pensiones de la Compañía Nacional de Petróleo Iraní, dependiente del Ministerio de Petróleo. Desde que estalló el escándalo las bases se actualizaron y revelan que Ghasemi fue hasta febrero de este año director ejecutivo de Fars Air Qeshm, información que puede comprobarse en el registro comercial del boletín oficial iraní, de público acceso. Igual que Mahan Airlines, Fars Air Qeshm está sancionada y bajo la mirada atenta de Estados Unidos e Israel por sus probados envíos de armamento a proxis iraníes en Líbano y Siria a través de la Fuerza Quds de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica. El mayor misterio aún a revelar es por qué Ghasemi se paseaba tan campante con un pasaporte tan caliente.
Durante esta semana en Ankara se dio una extraña coincidencia. Mientras el presidente Recep Tayyip Erdoğan recibía al príncipe heredero saudita Mohamed bin Salmán, el canciller de Israel, Yair Lapid, viajaba de apuro para dar una declaración conjunta con su par turco y con el jefe de la inteligencia local. Si no hay sorpresas, en pocas horas el parlamento israelí se disolverá y Lapid será designado primer ministro interino, dándole aún más importancia a ese viaje, organizado para celebrar la colaboración entre ambos gobiernos, que previno una serie de atentados contra turistas israelíes el fin de semana pasado. El Mosad dejó saber que fueron frustrados tres ataques distintos y el gobierno turco informó el arresto de diez miembros de una célula iraní. Medios israelíes habían publicado durante los días previos que el cerebro detrás de esta operación era Hossein Taeb, jefe de la inteligencia de la Guardia Revolucionaria. Irán negó rotundamente el plan terrorista, pero aun así Taeb fue removido de su cargo hace tres días. Según los informes, había sido presionado para que vengara de alguna manera las tres recientes muertes misteriosas de miembros de la Guardia Revolucionaria y la Fuerza Quds, que Irán adjudica a Israel.
De qué lado estás
La guerra entre Teherán y Jerusalén es cada vez menos fría, y lentamente Occidente va cerrando filas y sumando aliados. A instancias de Donald Trump, en 2020 Israel firmó con Emiratos Árabes Unidos y Bahréin los “Acuerdos de Abraham”. Se normalizaron relaciones, intercambiaron embajadores y se estrecharon lazos comerciales. Los emiratíes aún mantienen una relación ambivalente con Irán, pero su posicionamiento estratégico parece cosa juzgada. En julio Joe Biden mantendrá la política de acercamiento entre el Golfo e Israel, y hará su primera gira presidencial a Medio Oriente, con una agenda más que sugestiva. Primero Israel, luego Arabia Saudita. Hasta hace no mucho tiempo ese itinerario era impensado. Hoy los aviones que vuelan entre Tel Aviv y Dubái tienen permitido cruzar espacio aéreo saudita, y aunque tal vez no vayamos a ver una normalización de relaciones, y menos embajadas y visitas de Estado, las relaciones por debajo de la mesa son indisimulables. En cualquier caso, no los une el amor.
Pragmático pero sutil como nadie, en los últimos meses el líder turco Erdoğan sincronizó varios de sus frentes para que se alineen con Occidente. Clausuró el rencor contra bin Salmán por el asesinato del periodista Yamal Jashogyi, se desentendió y marcó la cancha a Putin tras la invasión a Ucrania, y tendió puentes con Israel, con quien la relación está en su mejor momento. Washington le negó a Turquía participar del programa de aviones de combate F-35, pero por hacer estos deberes puede esperarse que como premio consuelo le deje llevarse F-16s, que servirán, en última instancia, para reforzar a la OTAN.
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A diferencia de Estados Unidos, que abiertamente tiene bases en el extranjero y provee de armamento a sus aliados, Irán terceriza su expansión de manera clandestina. Los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica nacieron en 1979 con el fin de proteger la revolución islámica que depuso al sha. Para exportar la revolución, en 1988 crearon la Fuerza Quds, una especie de homóloga a la CIA, encargada de las operaciones no convencionales en el exterior, y cuyo líder responde directamente al líder supremo, ayatola Ali Jameneí. En 2007 fue designada como organización terrorista por Estados Unidos, y por eso a Trump no le tembló el pulso cuando le ofrecieron inteligencia que hacía posible el asesinato de su líder, Qasem Soleimani, en las afuera del Aeropuerto de Bagdad, en enero de 2020. Jameneí prometió vengarse, pero pasaron cosas. Entre ellas, la pandemia y una profundización de la crisis económica, producto de las sanciones que reintrodujo Estados Unidos en 2018 al retirarse del acuerdo nuclear sellado por Obama en 2015. Estas mismas sanciones, que hacen a cualquier propiedad estatal tóxica y pasible de sanciones, son las que obligan a la Fuerza Quds a buscar socios “privados”, como Fars Air Qeshm y Mahan Air, para operar en el exterior. Hay vasta documentación que prueba vuelos de estas compañías trasladando armamento e infraestructura a Líbano y Siria para Hezbolá y a Yemen para los hutíes, en guerra con Arabia Saudita. El Aeropuerto Internacional de Damasco funciona como hub para estas operaciones y por ello ha sido blanco de ataques israelíes en incontables ocasiones.
Hasta hace un mes, Biden consideraba la posibilidad de quitar la calificación de grupo terrorista a la Guardia Revolucionaria como parte de las negociaciones de Viena para retomar el acuerdo nuclear. Esta designación también había sido impuesta por Trump, recién en 2019. Israel y Arabia Saudita reaccionaron y todo indica que impidieron la marcha atrás, dando por muertas las negociaciones de Viena. Así Irán, todavía económicamente devastado, está a semanas de juntar el suficiente uranio enriquecido al porcentaje necesario para la fabricación de un arma nuclear. La Agencia Internacional de Energía Atómica reveló esta semana que Teherán está implementando centrifugadoras avanzadas IR-6 en su instalación de Fordow, que le permitirían cambiar dinámicamente el nivel de enriquecimiento deseado. El acuerdo de 2015 prohibía el uso de esta tecnología. Además, imágenes satelitales muestran que Irán construye un sitio subterráneo en Natanz, cerca de su planta histórica, dañada hace un año por un presunto sabotaje israelí que incluyó infiltrados.
Irán, todavía económicamente devastado, está a semanas de juntar el suficiente uranio enriquecido al porcentaje necesario para la fabricación de un arma nuclear.
Este tipo de sabotajes se han convertido en casi tan regulares como los bombardeos a infraestructura terrorista en Siria. En mayo, drones suicidas atacaron la base de Parchin, en febrero destruyeron gran parte de la flota iraní de drones en la base aérea de Kermanshah, y hace un año un ataque similar generó daño significativo a una fábrica de centrifugadoras nucleares en Karaj. Todo esto sin contar las ya mencionadas muertes en circunstancias misteriosas de miembros de la inteligencia iraní. Es decir, Irán avanza en secreto hacia la bomba, pero en mayor secreto aún es saboteado y retrasado. Naftali Bennett, el primer ministro en retirada que se dedicará de lleno al tema Irán, llama a esta estrategia La Doctrina Pulpo: “Ya no vamos sólo por los proxis de Irán, los tentáculos. Hemos creado una nueva ecuación yendo por la cabeza”. La máxima expresión de esto fue antes de que Bennett sea mandatario. En noviembre de 2020, el científico Mohsen Fajrizadeh, padre del programa nuclear iraní, fue asesinado al volver de su casa de fin de semana en las afuera de Teherán en un operativo con tintes cinematográficos, con una ametralladora manejada a control remoto, fuera de Irán. La preparación para el ataque tomó meses, y requirió ingresar al país decenas de piezas que ensambladas pesaban más de una tonelada. También ese día Jameneí juró venganza.
Ambigüedad inexplicable
Si países como Turquía o Emiratos, con intereses encontrados y fronteras compartidas, empiezan a tomar partido, no está claro qué puede ganar Argentina con una posición ambigua. Ahmad Vahidi, ex comandante de la Fuerza Quds, fue premiado el año pasado con el Ministerio del Interior. Hay cierta ironía en ello; Vahidi no puede salir de Irán porque aún pesa sobre él la alerta roja de Interpol por su rol en los atentados contra la Embajada de Israel y AMIA. Ese es el régimen teocrático y terrorista que Argentina no sólo no condena, sino que por acción u omisión, apaña. Al mismo tiempo que Alberto Fernández representaba a Venezuela en la Cumbre de las Américas de Los Ángeles, Maduro visitaba Teherán y destacaba el gran hombre que fue Qasem Soleimani. Irán está urgido de aliados y encontró en Venezuela otro paria con el cual puede ir espalda con espalda sin necesidad de esconder las operaciones clandestinas. Aunque el avión haya sido vendido y transferido, de ser así, no dejaría de ser sugestivo cómo. Un jumbo de 36 años al que le sacaron los asientos para una subsidiaria nueva de la aerolínea estatal, que no tiene ningún otro avión, cuyo centro de operaciones es una base aérea, y que vuela sin combustible para volver a destinos en donde no debería poder recargarlo. Con una tripulación que incluye miembros que no pasan un certificado de antecedentes. Tal vez las operaciones logísticas tercerizadas en este sector del mapa se hagan ocultas, a la vista de todos.
El lunes pasado, en los últimos dos minutos de su tradicionalmente extenso monólogo, Carlos Pagni hizo un comentario que indignó a medio Twitter sobre el presunto rol de Israel en el escándalo del 747, pero que, pensándolo bien, tal vez hable más de las instituciones argentinas que de otra cosa. Dejando el juego de la ingenuidad de lado, es sabido que no hay agencia de seguridad seria que no tenga al menos un agente junior siguiendo obsesivamente los recorridos de aviones de interés con, al menos, la versión paga de alguna plataforma comercial de tracking. Está claro que los ojos de los espías del mundo estaban puestos en el Boeing de Emtrasur Cargo cuando debió bajar forzosamente en Córdoba, cuando descargó en Buenos Aires y cuando dibujó un ocho sobre el Río de la Plata. Parece estar claro que el piloto no contaba con que iba a tener que pasar una noche, y menos 15, en un hotel de Canning, y que el repostaje no iba a ser un inconveniente. Si Estados Unidos e Israel les hicieron una cama a los servicios argentinos, fue simplemente dejándolos en evidencia. Lo mismo al gobierno, que entró como en un acto reflejo al ritual de desmentir lo evidente y aclarar lo innecesario. Es posible que haya sido sólo un delivery de autopartes en un vuelo didáctico, y aun así el avión y algunos de sus tripulantes terminen decomisados por Estados Unidos. Pero eso no debería dejarnos tranquilos, sino más bien todo lo contrario.
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