Siempre vuelvo a preguntarme para qué uno cuenta historias. Pienso en Las mil y una noches: el rey Shariar, cada vez que se casa, manda a matar a su esposa a la mañana siguiente, para que no tenga tiempo de engañarlo. Cuando se casa con Sherezade, ella empieza a contarle historias; como el rey siempre quiere escuchar la próxima, cada noche vuelve a perdonarle la vida. Tal vez ésa sea la mejor razón para contar historias: para ganar tiempo. Ahora recuerdo una historia que pasó hace unos años, en España. No pasa en el desierto sino en el ambiente de los escritores, y tiene que ver con los manejos turbios que se dan, igual que en todas partes, en eso que se llama el mundo de la cultura.
Para que nadie sospeche de algún escritor real, voy a disfrazar al protagonista: vamos a decir que es uruguayo y vamos a llamarlo simplemente Ge. Este escritor, Ge, ofrece una conferencia en Salamanca. El auditorio desborda. Ge es el celebrado autor de libros de cuentos, de novelas, de guiones de películas y series de televisión. Sus libros, que están traducidos a decenas de idiomas, agotan edición tras edición. Su carrera despegó cuando tenía sólo 22 años y la Fundación Europa Unida le entregó su premio más codiciado. La Fundación Europa Unida, como todo el mundo sabe, entrega cada año un millón de euros al mejor proyecto artístico. Ese año, cuando Ge todavía era un escritor jovencísimo, para estupor de todos se quedó con el millón de euros.
A partir de ese momento la vida de Ge cambió. Los éxitos empezaron a llover en cascada. Obtuvo el premio Rómulo Gallegos con su segunda novela. Se mudó a Barcelona y pronto se hizo amigo de pesos pesados como Salman Rushdie, Javier Marías, Michel Houellebecq, Margaret Atwood y Haruki Murakami. Son legendarias las comidas que organiza en Barcelona, en Londres y en Nueva York con periodistas, escritores e influencers. Los escritores más viejos lo halagan, los más jóvenes sueñan con ser como él. Nadie se acuerda del libro de poemas que publicó cuando tenía 17 años; en cambio, todos saben que sea lo que sea lo que haga, organice o escriba Ge, va a ser un suceso mundial.
Ya conoce a esas jóvenes escritoras que vienen a pedirle consejos y que siempre terminan en la cama con él.
Ésta es la situación envidiable de Ge la noche en que da su conferencia en Salamanca. Después de la conferencia, como suele pasar, Ge se va a comer con algunos amigos y unos cuantos fans. Entre esos fans hay una chica pelirroja, pecosa, muy linda, que no escapa a la atención de Ge. Ya conoce a esas jóvenes escritoras que vienen a pedirle consejos y que siempre terminan en la cama con él. Sobre las dos de la madrugada, cuando todos se van a sus hoteles, la chica pelirroja se queda con Ge para tomar una última copa. Y cómo no, después de dos gin tonics Ge le propone subir a su habitación. Pero entonces llega la primera sorpresa de Ge esta noche: la chica le dice que no.
Ge no está acostumbrado a que le digan que no. Así que vuelve a la carga. Se esfuerza en impresionarla, le cuenta sus éxitos, le relata charlas con los escritores famosos que son sus amigos y con políticos como Tony Blair o Hillary Clinton o con celebridades como Bill Gates o Mick Jagger. Pero al rato se da cuenta, porque Ge será muchas cosas, pero no es estúpido, que la chica pelirroja no es de las que se impresionan con el éxito, y entonces cambia de estrategia. Si te cuento algo terrible de mí, le dice Ge, si te cuento algo que podría arruinarme si se supiera, ¿subirías conmigo a mi habitación? Puede ser, dice la chica pelirroja. Está bien, dice Ge, te voy a contar algo que nadie sabe.
Supongo que sabés, le dice Ge a la chica pelirroja, que mi carrera tomó vuelo cuando la fundación Europa Unida me premió con un millón de euros. Sí, dice la chica pelirroja, pero ya deberías haber entendido que el éxito no me impresiona. No te voy a contar mi éxito, responde Ge. ¿Qué dirías si te contara que nunca recibí un millón de euros? ¿Que no hubo ni premio, ni millón de euros, ni proyecto artístico ni nada? Pero si salió en todos los medios, dice la chica pelirroja. Y además, vos publicaste una novela dos años después.
Ge mueve la cabeza, le da otro sorbo a su gin tonic y le dice que todo fue un fraude. La Fundación no tenía ese dinero, el cheque no tenía fondos. ¿Ahora sí logré interesarte?, dice Ge. Ahora me estás interesando, dice la chica, y agrega algo que le da un vuelco a esta historia. Esto es lo que agrega la chica pelirroja: me estás interesando mucho, le dice, porque soy fiscal adjunta de la Oficina Anticorrupción, y estoy investigando irregularidades en la Fundación Europa Unida. Acabo de grabar todo lo que dijiste.
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Ge se queda mirándola. Después de una larga, muy larga pausa, le pregunta: ¿me vas a mandar a la cárcel? No sé, dice la chica pelirroja. Lo voy a pensar mientras me contás el resto de tu historia. Ge suspira y empieza desde el principio.
Siempre quise ser un escritor famoso, dice Ge. Siempre soñé con el glamour del mundo de la cultura: los viajes pagados, los hoteles de lujo, los premios, las comidas con colegas famosos, estar en la tapa de las revistas y que los fans me pidan autógrafos. El problema era que no tenía talento. O corrijo: tenía un pequeño talento. A los diecisiete años escribí un libro de poemas. Cuando se publicó, entendí que era bastante bueno, pero no lo bastante bueno; no como para darme la vida de escritor que yo quería. Pasé un año deprimido; llegué a pensar en matarme. Entonces supe de la Fundación Europa Unida y de su premio. Igual que todos los latinoamericanos que publicaron un libro, yo daba talleres literarios; una señora de 80 años, que venía a mi taller, me contó una idea para una novela. Una idea genial, como yo nunca podría tenerla. Al poco tiempo la señora murió de un infarto. Yo presenté esa idea al premio de la fundación y lo gané.
Viajé a España para recibirlo, pero la noche antes de la ceremonia me llamaron por teléfono. Eran los directivos de la fundación; me hicieron ir a su oficina en medio de la noche, en absoluto secreto, y me dijeron que había pasado algo muy grave. No sabían cómo había sido, al parecer habían sufrido un desfalco, pero lo cierto es que el millón de euros había desaparecido. No había dinero, así que iban a suspender la entrega del premio. Yo pensé un poco y tuve una idea, tal vez la única idea genial que tuve en mi vida. Les dije: no hagan eso. La fundación va a quedar en ridículo, ustedes van a perder sus trabajos y van a tener que cerrar. Ustedes necesitan que ese premio se entregue, y yo necesito un cheque por un millón de euros. Pero si acabamos de decírselo: ¡no hay un millón de euros! Eso lo saben ustedes, les contesté, pero no tiene que saberlo nadie más. Ustedes mañana hagan la ceremonia, digan sus discursos, entréguenme el cheque. No importa si el cheque no tiene fondos: yo no necesito cobrarlo, yo sólo necesito que el mundo crea que me gané un millón de euros.
¿No entendés cómo funciona el mundo de la cultura? Igual que la política, que los negocios, que todo: es una cuestión de expectativas.
La chica pelirroja escucha todo esto, piensa un poco y dice: no me cierra. ¿Y las novelas y los cuentos que publicaste? ¿Siguen muriéndose señoras talentosas de tu taller? No hace falta, dice Ge. ¿No entendés cómo funciona el mundo de la cultura? Igual que la política, que los negocios, que todo: es una cuestión de expectativas. Todo, absolutamente todo, depende de las expectativas. Cuando mostré, frente a las cámaras, el cheque por un millón de euros, el cheque sin fondos, dejé de ser el que era y me convertí en lo que el mundo cree que soy. Nunca más pagué un pasaje de avión, un hotel o una comida: como todos creían que había ganado un millón de euros, todos estaban felices de invitarme a viajar, a comer, a alojarme en lugares suntuosos. Y la celebridad se alimenta de celebridad. Los famosos que se sientan a mi mesa no convencieron a los críticos de que yo era un buen escritor. Pero hicieron algo mucho más importante: convencieron a los medios de que mi cara en sus páginas iba a traer muchos clics y suscripciones. Y en eso jamás los decepcioné.
La chica pelirroja sigue dudando. No me explicaste de dónde vienen tus libros, dice. ¿Vos los leíste?, le pregunta Ge. La chica pelirroja reconoce que no. Casi nadie los leyó, dice Ge, y a nadie le importa, menos que nadie a mí. Nadie se niega a prestarle plata a alguien que tiene un millón de euros; con esos préstamos pagué a un equipo de ghost-writers para que reciclaran novelas clásicas en el estilo que me atribuyen. Cuando alguien señala el parecido, explico que es un homenaje o que mi novela dialoga con los clásicos. Con mis premios y mis derechos de autor voy devolviendo lo que me prestaron. ¿Hace falta que te cuente más? Toda mi vida es una estafa piramidal, un esquema de Ponzi de la cultura; toda mi vida es una construcción monumental, hecha de tapas de revistas, de cuentas de Twitter y de Instagram con millones de seguidores, de premios y homenajes, de gente que repite que soy un genio porque también vive de mí; y en el centro de todo eso hay un enorme vacío, que soy yo. Ahora que conocés mi historia, podés entregarme. Salvo que no creas en la verdad horrible que yo descubrí hace tiempo: que una parte no menor de eso que llamamos cultura se sostiene en una mentira.
Lo creo sin problema, le contesta la chica pelirroja, y le da a Ge la segunda y última sorpresa de esa noche. Yo, por ejemplo, también te mentí: no soy fiscal de niguna oficina anticorrupción. ¿Cómo que no?, pregunta Ge. ¿Qué sos entonces? Soy lo que vos creías cuando empezó esta noche: una joven escritora. Supongo que te parecerá un trato justo si, a cambio de no denunciarte, me quedo con tu historia para mi primera novela. Cuando Ge se recupera de la sorpresa, acepta el trato. Igual podríamos subir a mi habitación, le dice. La chica consulta su reloj y contesta: no puedo, mi tren sale a las siete y media. Empiezo a trabajar temprano. Pero podés invitarme el último gin-tonic.
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