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Las fuerzas del cielo
Juan Luis González
Planeta, 2025
248 páginas, $32.900
Hace unas semanas me tocó reseñar el libro El monje —de Maia Jastreblansky y Manuel Jove, sobre la vida y obra de Santiago Caputo— y traté de explicar por qué me parecía un trabajo destacable para su género, el de las investigaciones periodísticas en formato fast book. No habían pasado muchos meses desde la llegada de Javier Milei a la presidencia y ya era más que evidente que alguien debía centrar su atención en este asesor súbitamente famoso y controvertido, para mejor, con un pasado desconocido para la mayoría del público. El proyecto tenía los ingredientes apropiados para aspirar a niveles de ventas interesantes.
Sin embargo, la velocidad con la que el mileísmo rompió buena parte de los moldes conocidos en la política argentina sorprendió a todos los ajenos y quizás hasta a no pocos propios. Al mismo tiempo, las peculiaridades de sus principales protagonistas y la no menos rápida acumulación de poder que se verifica actualmente a partir de ciertos éxitos importantes en la gestión económica del Gobierno parece superar las posibilidades de una industria mediática y editorial inevitablemente disminuida desde aquel apogeo de los años ’90. No se trata de que no haya nadie dispuesto a escribir el Robo para la corona o el Asalto a la ilusión de esta época, sino de que la dinámica de las cosas ha cambiado mucho y vuelve imposible la repetición de aquellos grandes éxitos del género.
En cualquier caso, me pareció oportuno destacar a El monje como un libro interesante, escrito con un estilo sobrio, con muy pocas referencias al resto de las actividades profesionales de los autores —menos aún con autoelogios o autobombo— y con mucha información al servicio de un objetivo razonable: la construcción lo más precisa posible del perfil del personaje público investigado, sin un afán excesivo por el gran titular o la revelación escandalosa.
Se trata de un libro pretensioso y hasta engolado en su estilo, autorreferencial hasta la exasperación.
Es una lástima entonces que Las fuerzas del cielo no comparta ninguna de estas virtudes y exhiba en cambio los defectos opuestos. Se trata de un libro pretensioso y hasta engolado en su estilo, autorreferencial hasta la exasperación y dedicado en buena medida a provocar un sentimiento de indignación y escándalo moral en sus lectores. A su autor parece no resultarle suficiente que la personalidad y el comportamiento público de los hermanos Milei brinden por sí solos una cantidad inusual de elementos para el análisis riguroso y desapasionado, sino que —quizás urgido por la añoranza del ideal consagratorio que mencionamos antes— necesita que cada uno de esos rasgos se pongan al servicio de una crítica tremendista que se lleva hasta las últimas consecuencias: una interpretación totalizadora y a la vez reduccionista no sólo de Javier y Karina Milei, sino también de La Libertad Avanza, su gestión de gobierno e incluso de la “familia” de líderes y movimientos políticos que se suelen caracterizar como de “ultraderecha”.
Esta demolición al gusto de las mabeles del progresismo que intenta Juan Luis González, que incluso quizás a los kirchneristas bilingües les pueda resultar un tanto excesiva, maneja además dos registros muy distintos. Los dos primeros tercios de Las fuerzas del cielo tienen todo el aspecto de ser algo así como la transcripción de algunas horas al azar de un programa del prime time de los canales de noticias. Vemos entonces cómo en páginas sucesivas se van acumulando las promesas inminentes de revelaciones impactantes que, como la flecha de Zenón, nunca terminan de llegar. En ciertos momentos esas mismas promesas empiezan a referirse en pasado y a repetirse una y otra vez como dándose por buenas, razón por la cual el lector debe inferir que todo lo leído hasta allí es cierto, que aquellas promesas ya fueron cumplidas, sin que quede del todo claro en todo caso en qué consistían exactamente, si el texto cumplió o si todo se trató de una simple distracción. Del tercio restante de este libro hablaremos más adelante, así, como prometen en la tele.
En tiempo real
También de un programa de investigación periodística sin mucho presupuesto parecen los pasajes narrados en tiempo presente, como si fuera el tape de un informe apenas editado. Encuentros con personajes curiosos, fuentes de difícil acceso que cuentan con información privilegiada, diálogos en el que ciertas personas recuerdan episodios del pasado más remoto o más reciente de los hermanos Milei. Leemos muchas veces en Las fuerzas del cielo que tal o cual dato es “un parteaguas”, que es imposible entender X sin antes tener en cuenta Y, que hay un sinfín de cosas que marcan “un antes y un después”. Todo es “crucial”, “decisivo”. Los encuentros y los diálogos narrados son siempre con “una de las poquísimas personas” que conoció en profundidad a Javier Milei, quizás la que más supo ganarse su confianza y quien conoce sus secretos más íntimos. Un privilegio que a la altura del capítulo 6 apenas si comparte con otras 724 personas de las mismas características.
Pues bien, ¿en qué consisten, después de todo, estas verdades ocultas tan escandalosas? Nada del otro mundo: que los Milei están bastante chiflados porque se suponen ejecutores de una misión divina; que dicen comunicarse fluidamente con una entidad superior (“el Uno”) a través de uno o varios perros que podrían existir o no y a quienes Javier considera sus hijos; que un economista alguna vez cercano al ahora presidente le mostró chats y le hizo escuchar al autor del libro ciertos audios de WhatsApp en los que Milei explica el carácter sobrenatural de sus canes y de su proyecto político; que el Toto Caputo es amigo íntimo de Horacio Rodríguez Larreta y que además quería que ganara Sergio Massa, porque así su amigo Horacio sería su ministro de Economía; que Milei le ofreció el cargo al Toto recién después del 22 de noviembre de 2023, cuando Emilio Ocampo se bajó porque los famosos 10.000 palos que tenía en el celular no llegaban nunca; que Milei tuvo que convencer a la esposa del Toto para que lo dejara ser ministro y que lo logró sólo después de asegurarle que el Uno y las fuerzas del cielo le pedían aquel sacrificio. Todo muy divertido y muy sobrenatural, si se quiere, pero sólo hay tres casilleros para ubicar a cada una de esas afirmaciones: el de lo incomprobable, lo impreciso o lo falso.
Con el agravante además de que en todo este tramo del libro es muy notoria la insistencia en remarcar el trabajo del propio González como periodista y autor, en refritar pasajes de su libro anterior también dedicado a Milei (El Loco, publicado antes de las elecciones de 2023) y en hacer aparecer al sitio Perfil y a la revista Noticias como mártires de la prensa independiente. En efecto, la furia de Milei y sus secuaces contra “Tintureli” Fontevecchia se debería ni más ni menos que a las investigaciones de dichos medios sobre los perros del presidente, ya sea en su carácter de simples cuadrúpedos o como entidades sobrenaturales presentes en este u otros mundos. Es entendible la insistencia en el carácter desigual del enfrentamiento entre un medio de comunicación privado y el poder estatal en la persona del presidente de la Nación u otros funcionarios y militantes, pero incluso si reconocemos que sí, está mal insultar a los ciudadanos desde el poder y que no, la pauta oficial no desapareció sino que llega a las manos amigas vía YPF o Aerolíneas Argentinas, incluso si no somos fans del Gordo Dan ni leímos las obras completas de Fran Fijap, tampoco vamos a ser tan idiotas de caer otra vez en la trampa. Muy lindo aquello de que el discurso violento de arriba genera la violencia real de abajo, pero lo cierto es que, una vez más y como tantas otras veces, al cierre de esta nota las únicas palabras que se trasladaron a los hechos fueron pronunciadas por Cristina Kirchner y puestas en práctica acá, acá y acá. Violencia que mereció un repudio de parte de FOPEA, claro, pero bastante menos enfático que aquel que mereció el “salvaje” atentado de Mauricio Macri contra la integridad física de un indefenso micrófono, dicho sea de paso.
Ya no hay forma de sostener la indignación del lector a fuerza de datos escandalosos.
Cuando Las fuerzas del cielo cruza la frontera de estos dos tercios de su recorrido quedan claras dos cosas. La primera, que ya no hay forma de sostener la indignación del lector a fuerza de datos escandalosos: hay un capítulo dedicado a las últimas dos parejas de Javier Milei (Fátima Flórez y Amalia “Yuyito” González) que defrauda notablemente por su brevedad y falta de sustancia. Ni un chimento, ni un poquito de sexo, droga o rocanrol. La segunda, que la insistencia en el misticismo y el esoterismo desbocado de Javier y Karina apuntan no ya a una descalificación personal, sino directamente a un cuestionamiento a sus aptitudes mentales para ejercer sus funciones. Algo así como el not fit for office de la 25° enmienda de la constitución de Estados Unidos. Y esto, lejos de ser una simple chicana opositora, se trata en verdad de otro clásico de las últimas décadas del progresismo local: la negación del carácter democrático de los gobiernos opuestos a su ideología. Si tanto Macri como Milei llegaron al poder por el voto popular de manera incuestionable, entonces habrá que recurrir a cualquier argumento más o menos presentable y retorcerlo hasta el extremo para vaciar a esos gobiernos de su legitimidad de origen.
Así, si el gobierno de Macri, basura, vos sos la dictadura se entendió apenas como un vil engaño, un intento pasajero de restauración del neoliberalismo del Consenso de Washington que sólo pudo ser posible por los ardides del sistema mediático aliado a los poderes reales (fua), la novedad que implica el mileísmo es fácilmente caracterizable como parte de un fenómeno novedoso con antecedentes y fuerzas hermanas en otros países, villanos de una categoría superior: las nuevas derechas populistas, genéricamente conocidas como “la ultraderecha”. Líderes como Trump, Orbán, Bolsonaro, distintos partidos europeos que cosechan cada vez más votos con sus discursos nacionalistas, esencialistas y opuestos a la inmigración musulmana. Desde luego, fenómenos complejos y para nada menores, con particularidades según cada caso sobre las que ya se han escrito bibliotecas enteras, pero que con el reduccionismo adecuado son la excusa perfecta para el “cerco sanitario”.
Bagaje teórico
Es entonces en el último tercio de Las fuerzas del cielo cuando el libro acomete su gran salto adelante y cambia el formato de informe televisivo autorreferencial por el mucho más ambicioso del ensayo teórico. Es el turno de los especialistas, intelectuales, científicos de por aquí y por allá a quienes se entrevistó especialmente, de quienes se citan sus declaraciones o pasajes de libros o artículos. González delimita claramente el nosotros a cargo del cerco: las universidades, el conocimiento científico, la Razón y la Ilustración. Como sabe bien que todos los que no somos parte de su “nosotros” nos morimos de la risa cada vez que nos acordamos de que todos los que sí lo son hicieron campaña por y votaron a Alberto Fernández (abogado, profe de la UBA, intelectual todoterreno, golpeador), se siente en la obligación de aclarar que muchos otros presidentes de las más diversas ideologías (Cristina, Chávez, Maduro, incluso el propio Macri) supieron tener sus deslices discursivos por el lado esotérico. Pero claro, Milei y la ultraderecha juegan en otra liga. Son el producto de una alucinación que empieza individual —la de un tipo de quien se supone que un perro muerto, su hermana o ambos le transmiten órdenes divinas— para volverse un delirio colectivo.
Por eso es que el ajuste no duele, por eso la motosierra y la licuadora son populares. Porque la sociedad que hasta ayer nomás era el pueblo de Perón y de Cristina decidió entrar en un trance medio loco, algo así como un viaje lisérgico que salió mal, con el inesperado resultado de verse convertida en un montón de brutos que creen en el Gauchito Gil, la Difunta Correa y San La Muerte. Y las iglesias evangélicas, ay, el peligro de las iglesias evangélicas. ¿Cuánto hace que nos vienen alertando del peligro de los pastores evangélicos y la ultraderecha? Desde Jimmy Swaggart y el Club 700, fácil. Pero bueno, se ve que pintó ahora.
¿Cuánto hace que nos vienen alertando del peligro de los pastores evangélicos y la ultraderecha? Desde Jimmy Swaggart y el Club 700, fácil.
¿Y por qué precisamente ahora? Bueno, un poquito porque sí, puede que eso de imprimir 647 bases monetarias en un año quizás sí haya generado un poco de inflación (un poquito). Y las cuarentenas, claro, la pandemia. Se mencionan sus efectos, pero no para hablar de la salvajada de los encierros, de ningún modo. Tampoco de la tragedia de millones de personas abandonadas a su suerte, de las vacunas que llegaron muy tarde y muy mal, de que “clases había”, cuando ahora vemos que, llovido sobre mojado, los muy malos resultados escolares prepandemia se han convertido cuatro años más tarde en directamente catastróficos. Lo científico, lo racional, era burlarse de los que salían a la calle a reclamar por sus libertades (los leíamos en cualquier red social), y ni que hablar si algún exaltado prendía fuego un barbijo delante de las cámaras. Pedir por clases presenciales ya en 2021, cuando hacía meses que se sabía que los niños no estaban en riesgo, era propio de lunáticos conspiracionistas y antivacunas. Obligar a nenes de 2 años a llevar barbijos en los jardines de infantes no era una crueldad macabra, porque se hacía en nombre del Bien y la Ciencia.
Son nada menos que 50 páginas de citas y análisis sesudos, seis más de un capítulo de cierre y un epílogo de otras nueve el arsenal académico e interpretativo que Las fuerzas del cielo pone al servicio de la demolición de la legitimidad de la derecha como agente democrático. Hay que reconocer que no es poco y que se trata de un esfuerzo concienzudo. Uno que, si no se presume definitivo, al menos se quiere mostrar sólido, a cargo de una persona que ha leído los materiales correctos y sabe cómo usarlos. Alguien que, ya sobre las líneas finales, nos ofrece un planteo inquietante: “La gran duda, entonces, es qué va a pasar cuando al elegido por una entidad sobrenatural le lleguen otros límites, por ejemplo, los que marca la institucionalidad. ¿Qué va a suceder el día en que la división de poderes pretenda limitar al elegido por el Uno? ¿Milei se inclinará ante la Constitución o lo hará sólo ante Dios?”. Bueno, por lo pronto, ojalá que no se le ocurra mandar a destrozar TN, pero ojo que esto otro es mucho más dramático: “Y el interrogante final: ¿son compatibles Conan y la democracia?”.
PARA REFLEGCIONAR.
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