El camino del Frente de Todos hacia las elecciones del año que viene parece complicado: internas en el gobierno, fuerte desgaste de la gestión e imagen presidencial, inflación del 100% anual, pesimismo social casi generalizado. Este diagnóstico, compartido por buena parte de la propia coalición, aparentemente ha llevado al kirchnerismo a reconocer que la elección presidencial está perdida y, según los reportes, a ponerse como objetivo retener la provincia de Buenos Aires, donde la ausencia de ballotage y la influencia de Cristina Kirchner en el conurbano hacen una victoria más posible. El poder más fuerte dentro del peronismo buscaría para su sostén al refugio más seguro.
Si bien las encuestas y estudios de opinión presentan a un peronismo que podría encaminarse a su peor desempeño histórico, debemos destacar su lucha por mantener el poder y voluntad de disputar el centro de la escena política; ello también como forma de condicionar a gobiernos de otro signo político. ¿Cuáles son los factores o variables que podrían llevar a un Frente de Todos más competitivo y de mejor rendimiento de lo que se piensa actualmente? Por competitivo quiero decir una performance aceptable que no baje de 35% en primera vuelta (y fuerce un ballotage) o supere el 40% con fuerte polarización que asegure alta representativa parlamentaria, como hizo Juntos por el Cambio en 2019.
En primer lugar, el peronismo presenta una desventaja de acuerdo con el sistema institucional democrático de alternancia. Esta es la ausencia de mecanismos de renovación de autoridades legítimamente elegidas que puedan ejercer nuevos liderazgos. El PJ se halla en una situación extraña en lo institucional en tanto que Alberto Fernández es el presidente del partido, pero mayormente rechazado como candidato oficial por la parte más importante de la coalición. Pero esa desventaja, en el caso de una figura como Cristina Kirchner que busca ser referencia permanente de un sector del peronismo, opera como una ventaja. En un peronismo en crisis y de diferente expresión de gestión entre el AMBA y las provincias, la figura de la vicepresidenta es un elemento aglutinador porque, sencillamente, es la que tiene mas votos. O, mejor dicho, decide a quién votará esa importante masa crítica. Esto lleva a la segunda ventaja: la unión como defensa de ataques históricos.
El justicialismo utiliza permanentemente la victimización como forma de aglutinación.
El justicialismo utiliza permanentemente la victimización como forma de aglutinación. Lo hizo válida y legítimamente con la resistencia entre 1955-1973, condicionando toda la vida política. Presentarse como víctima ha sido utilizado para unir expresiones diversas frente al atentado contra Cristina Kirchner en forma de ataque a los opositores, avalando incluso vía funcionarios oficiales teorías sobre eventuales participaciones de aquellos en dicha trama.
Ocurrido ya previamente con los alegatos de los fiscales en la Causa Vialidad contra la vicepresidenta, es muy probable que, en los próximos días, ya con una sentencia dictada, vuelva a sostenerse esta postura de “persecución, proscripción y ataque al campo popular” o acusar a todo opositor de fomentar “discursos del odio”. A ello cabe agregar realineamientos internos que muestran a un kirchnerismo más flexible a la hora de tener que dar batalla por defender su agenda en un contexto socioeconómico complejo. La reunión de Cristina con el Movimiento Evita, el sostén a Massa para llegar con una economía sin explotar a la elección o la búsqueda de acuerdos con intendentes del conurbano son indicios de que se busca una estrategia de amalgamiento que no lleve a divisiones de facto que, por querer salvar posiciones personales, terminen perjudicando a todos los actores.
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El elemento central que desde lo político uniría más al Frente de Todos de cara a las PASO de agosto y la general de Octubre se encontraría en limitar al máximo las chances de un regreso al poder de Juntos por el Cambio basándose en las clásicas antinomias del peronismo-anti peronismo. En ese sentido, candidaturas como las de Patricia Bullrich o eventualmente, de Mauricio Macri, podría darle un mayor argumento. Las propuestas orientadas a un programa de mayor dureza que aquellos manifiestan en la gestión económica vista como la “amenaza de la derecha” frente al desafío de “sostener las conquistas sociales” no debe ser menospreciada. Una candidatura final del ex presidente Macri llevaría casi naturalmente a una respuesta que sería encabezada por la propia Cristina Kirchner, polarizando las preferencias electorales. Aún perdiendo, el FDT podría obtener mayores votos por un piso de mayor rechazo a la opción electoral opositora liderada por Macri.
La otra, complementaria, es más discursiva y refiere al electorado orientado más a posturas liberales que manifiesta hoy su elección por Javier Milei, siendo en mayor medida una proporción de votantes que en su momento adhirió a Cambiemos entre 2015 y 2019. Quien sea el candidato de JxC, sobre todo si es de origen del PRO, deberá manifestar que incluirá parte de esa agenda anti-estatal y política más a la derecha si quiere obtener un triunfo. La mera expresión y uso de esos términos por parte de candidatos de la oposición de JxC, llevará al peronismo a unir sus banderas frente a esas propuestas de “romper todo”.
El factor Massa
Claro está que, sin un mejoramiento de la situación económica o contención de los daños en este campo, el oficialismo tendría muy pocas chances de ser competitivo. A priori, no luce factible este escenario en tanto que el gobierno ha entrado en una encerrona entre “cuidar los dólares” vía cepos y prohibiciones ante la alternativa de devaluar la moneda por su potencial fogonazo inflacionario. Extraña política se trata de evitar con inflaciones del 6-7% mensual desde julio por restricciones a la oferta vía reducción de importaciones.
Pero es de reconocer que la habilidad y respaldo político que Sergio Massa posee, junto a sus contactos en los mercados y con empresarios pueden limitar los perjuicios de esta economía del vamos viendo. El dólar soja le ha otorgado un mínimo de reservas al Banco Central que le permite cumplir el acuerdo con el FMI. No sería descartable una tercera parte de ello desde marzo, quizás ampliado a economías regionales. Junto a ello, un menor gasto público real ha reducido las chances de un descontrol fiscal.
Asimismo, los acuerdos de precios de tinte corporativo pueden bajar en un margen aceptable los altos niveles de inflación que muestra este modelo. Aunque sabemos que son de corto alcance, lucen más cumplibles que los anteriores que mostraban mucho voluntarismo político y discursos altisonantes, pero poca efectividad. Si todos esperamos una inflación del 100% o más y el gobierno puede mostrar un 70-80%, quizás no sea tan malo.
Si a ello le agregamos el impacto de subas salariales privadas pactadas con inflación del 100% pero pagadas desde 2023 y bonos estatales que mantengan el poder adquisitivo de jubilaciones mínimas y planes sociales, digamos, en los próximos seis meses, existiría un plafón para mostrar ciertos resultados en la materia. Precarios, pero resultados al fin.
Si todos esperamos una inflación del 100% o más y el gobierno puede mostrar un 70-80%, quizás no sea tan malo.
Ello no está exento de dos problemas: el más importante, la reducción de la exportación de la producción agropecuaria por los efectos de la sequía que podría hacer caer las ventas externas entre 9.500 a 15.800 millones de dólares en 2023, según un estudio reciente de la Bolsa de Cereales de Rosario. Un escenario así tras un verano “tranquilo” pondría en aprietos la estrategia de Massa y obligaría a dos opciones: una devaluación manifiesta o una restricción importadora de impacto letal en el nivel de actividad, ambas con efecto inflacionario pleno de corto plazo que reduciría las potenciales adhesiones al Frente de Todos.
El otro asunto es la deuda en pesos del Tesoro que en mayor medida está indexada por inflación. Actuales tensiones en este mercado podrían bajar si, claro está, baja la inflación y la deuda de corto plazo es renovada. Pero de no ser así el gobierno estaría obligado a reconocer mayor emisión para pagar los compromisos con el riesgo de fugas hacia el dólar o más tasas de interés para retener esos pesos, pero afectando los niveles de consumo. Como se observa, son caminos y equilibrios muy finos que dependen mucho de factores externos. Descartado está un viraje que tienda a resolver parte de los problemas más estructurales. El propio Massa ha negado su candidatura presidencial para ser el reaseguro de la competitividad electoral en un escenario más favorable al peronismo. No debe tomarse esto literalmente, pero sí como escenario probable dentro de la incertidumbre sobre postulaciones.
Unidos es menos malo
Definir entonces quién podría ser la cabeza de lista presidencial sin contemplar la presentación del Presidente como candidato reduce las opciones a Cristina Kirchner en dos o tres figuras: un gobernador afín o sintetizador de posturas (Manzur, Capitanich) o un candidato “del riñón” (Wado de Pedro). Lo que sí está claro es que la vicepresidenta debería ser al menos candidata a senadora nacional por la Provincia de Buenos Aires atento la identificación y vinculo con el electorado. Sin CFK en la boleta, no ha habido triunfos electorales del PJ ni nacionales ni en la provincia. También lo es que el peronismo no ha celebrado internas desde 1988 para definir el candidato presidencial. Que ello ocurra sería más que una novedad.
En ese escenario, el rol de los gobernadores podría limitarse a acompañar una propuesta nacional que no dañe su poder provincial y asegure su continuidad con el desdoblamiento electoral. Entre todas las elecciones previas a octubre, el impacto negativo puede ser en Santa Fe por el mayor desgaste de la gestión de Omar Perotti. No cabría esperar sorpresas en otros distritos con gestión propia.
También desde la CGT mostrar cierto “orden” en lo económico con recuperación en algunos meses del salario real los pondría en posición de sostener influencias y estructuras de negociación que no se vean desbordadas por izquierda y contribuyan a empeorar su imagen como negociadores del poder de compra de los trabajadores. Sin margen para locuras económicas, esa debilidad del kirchnerismo jugaría en favor del peronismo histórico reduciendo márgenes de rupturas o poca vocación de ayuda. En síntesis, frente a una potencial derrota, siempre la experiencia y trayectoria prevén mejores caminos de preservación que aventuras que vayan por todo y luego se queden con poco.
Frente a una potencial derrota, siempre la experiencia y trayectoria prevén mejores caminos de preservación que aventuras que vayan por todo y luego se queden con poco.
En cuanto lo institucional, clave será mantener la mayoría en el Senado, hoy proyectada como un riesgo de pérdida real por primera vez desde 1983. Lucen disputadas las elecciones en Misiones, San Luis y quizás San Juan. Dependerá allí la división o no de la oposición en esa parte de la boleta para arrebatar bancas. Pero también el peronismo con Cristina a la cabeza podría recuperar una banca si llegase a alzarse con la victoria en Buenos Aires. Son márgenes muy finos pero que pueden condicionar fuertemente al futuro gobierno opositor y su agenda de reformas en el Congreso.
En síntesis, el heterogéneo Frente de Todos tiene incentivos para unirse más que en la actualidad ante la amenaza de una pérdida de importantes ejes de poder, cargos e influencias en un escenario que hoy parece de derrota. Un desorden previo y malos resultados socioeconómicos darían mayor plafón a aceptar propuestas de cambios más duros deslegitimizando más visiblemente a los actores que se oponen a las reformas. Hoy el peronismo electoral y su discurso representan el statu quo. Mas allá de quiénes sean sus actores, la histórica resistencia de aquello nunca debe subestimarse.
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