VICTORIA MORETE
Domingo

Lost Tinellis

En el nada normal contexto de un reality show, la familia de Marcelo busca mostrar normalidad. Por momentos lo consigue.

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Después de décadas al frente de los programas más vistos de la televisión argentina, Marcelo Tinelli sale del rol de presentador gritón e histriónico y se entrega a sí mismo en sacrificio. Al servicio de sus seguidores (y de sus detractores), nos ofrece en Los Tinelli (Amazon Prime), un reality de ocho episodios estrenado la semana pasada, la posibilidad de espiar algunos momentos de su vida y las de cuatro de sus cinco hijos. Las motivaciones del proyecto no son claras, pero se respira un aire de fastidio generalizado.

Quienes declaran que nunca mirarán este producto, que no entienden por qué alguien lo haría y se ofenden ante su mera existencia, no se dan cuenta de que están frente a una oportunidad única de hacer lo que más les gusta a los argentinos: criticar al prójimo con virulencia hasta la invasión y la incomodidad. Se puede fingir indiferencia, desdén o —peor— piedad, pero es una verdad incuestionable que la crítica es el deporte nacional.

El reparto está compuesto por Marcelo, su nueva pareja Milett Figueroa, sus hijos Micaela, Candelaria, Juana y Lolo (y las parejas de las dos mayores) y el Tirri y su novia, Mimi Alvarado. Casi todos los personajes son tranquilos con excepción del Tirri, el primo-hijo de Marcelo, que tiene una energía discordante respecto del resto y parece estar en una perpetua publicidad de Red Bull, o de sí mismo. Músico, DJ, fanático del zorro Guy Williams, especialista en maremotos, aficionado a la cultura japonesa y obsesivo del pelo, el Tirri dejó el alcohol hace 12 años, parece haber vivido aventuras desopilantes y convierte varios momentos de la serie en un show unipersonal. Las Tinelli lo describen como una de las personas más graciosas que conocen y dicen que, aunque parezca que está actuando, su personalidad es así. Al Tirri parece importarle muchísimo transmitir que le interesan las cosas genuinas.

La ropa elegida sobresale porque no es linda ni aspiracional: en su tiempo libre Marcelo se viste de un modo rockero confuso: usa remeras de bandas, borcegos blancos y cadenas.

La historia se divide en ocho episodios de aproximadamente 40 minutos. Cada uno tiene un título que da cuenta de las situaciones que va atravesando el grupo familiar. Habrá encuentros inesperados, discusiones inconducentes, automedicación, energías, música, fiestas, bodegas, botellas de vino, etiquetas de vino, conversaciones sobre vino, comida, perros chiquitos, ropa de entrecasa y estudiados looks desarreglados muy actuales que generan un impacto visual inmediato. La ropa elegida sobresale porque no es linda ni aspiracional: en su tiempo libre Marcelo se viste de un modo rockero confuso –remeras de bandas, borcegos blancos, cadenas– y el resto de los personajes lo imita.

La familia y sus parejas se reúnen para pasar las vacaciones en la casa de Punta del Este. La llegada de Marcelo, Milett y el Tirri inaugura la temporada con el primer conflicto: las hijas no estaban enteradas de que su padre iba a descender del avión privado con su novia nueva, que tiene casi la misma edad que ellas. Ocurren comentarios de desaprobación tibia, miradas de reojo y risas. Micaela y Candelaria, las mayores, hubieran querido ser consultadas por su padre antes de encontrarse con el hecho consumado. Pero lo hecho, hecho está y se encuentran a almorzar para festejar la llegada del pater familiae, lo que desemboca en una conversación muy artificial entre el Tirri, Mimi y Milett, que termina convirtiéndose en un altercado entre las dos mujeres. La magnitud de la discusión resulta inexplicable y una de las partes más importantes ocurre fuera de cámara. Desde ahí se nota una molestia que no termina de irse. Milett llora, se frustra. ¿Es su llanto creíble? ¿Cómo saberlo? ¿Acaso importa?

En medio de una fiesta de blanco, dos personas se acercan a Milett para saludarla y ella les cuenta que le encanta manchar a Marcelo con rouge cuando le da un beso.

Marcelo y Milett manifiestan una gran propensión a las demostraciones públicas de afecto, lo que genera no poca incomodidad entre quienes los rodean. En medio de una fiesta de blanco, dos personas se acercan a Milett para saludarla y ella les cuenta que le encanta manchar a Marcelo con rouge cuando le da un beso. Las hijas, hartas de tanto chape, harán el reclamo correspondiente (alguien usará la palabra “asco”), le pedirán explicaciones al padre y él responderá anonadado y algo aturdido.

Otros conflictos ponen de relieve una voluntad esotérica que abunda en algunos miembros de la familia. Dos hechos prenden las alarmas supersticiosas de las chicas. El primero es un corte de luz que ocurre mientras Candelaria canta en el show de Coti, su novio. Durante la primera canción las luces se apagan y después vuelven a prenderse. Esto genera un momento de falso nerviosismo en el que todos se preguntan si Candelaria podrá volver a empezar el show después de semejante incidente. A pesar de las inclemencias del terrible corte de luz, lo logra. Su familia reacciona con el falso alivio correspondiente. Al día siguiente hablan de la mufa.

El segundo hecho misterioso es la colisión entre una cotorra y una de las ventanas de la casa. La cotorra muerta genera una inquietud absoluta y desproporcionada en Mica y Cande, que empatizan con el animal y llaman a su astrólogo para preguntarle el significado de este suceso. El astrólogo Waldo Casal habla de algo dirigido y de que el vidrio con el que se chocó el pájaro funcionó como protección. Las chicas deciden enterrar al animal en la playa cerca de la casa. A Marcelo la idea no le gusta y tampoco le interesa la interpretación del astrólogo. La resolución aparece después con un disclaimer del programa que asegura que el personal de la casa se contactó con el servicio idóneo para disponer del cuerpo del animal y da fin a este tema, que duró más de lo necesario.

La afición por la astrología y las energías, a tono con la época, parece una manera de ralentizar el ennui. Marcelo nunca parece muy convencido. Durante la fiesta de blanco, el astrólogo Waldo dirigirá una ceremonia en la que hablará de metafísica, manifestar y pedir. Los invitados arrojarán sus tres deseos a unos fogoneros traídos especialmente para poder intencionar con tranquilidad sin que se queme el pasto.

¿El rey está desnudo?

Otro tema central es la salud de Marcelo. La decisión de incluir escenas en las que el conductor hace diván nos acerca una serie de reflexiones autobiográficas. La infancia imperfecta se hace tangible cuando describe una imagen recurrente: el padre que volvía borracho todas las noches. Esta carrera excepcional, que en su mayoría se desarrolló de noche, opera como un antídoto, una forma de “iluminar” esas noches. Marcelo se convirtió en una estrella tan rutilante y abandonó el anonimato hace tantos años que confiesa que algunas experiencias humanas normales le parecen fascinantes: por ejemplo, le gusta viajar porque si está en un lugar donde no lo conocen puede mirar a la gente a los ojos.

El cuerpo, la edad y el psiquismo de Marcelo se diseccionan en comentarios de distintos personajes. El Tirri habla de sus rodillas reventadas por correr maratones y de la naturaleza competitiva que aflora cuando arman partidos de fútbol cada verano. El conductor detesta perder y, aunque ya no es tan joven, hace esfuerzos físicos que después le pasan factura. Tiene por costumbre armar su equipo con jugadores profesionales invitados. Este verano lo hace de nuevo. Los miembros del equipo rival le hacen chistes, le dicen que el único profesional que tienen es un dentista, pero Tinelli no modifica su conducta.

Los hijos describen la relación de cada uno con la fama que derrama desde el padre hacia ellos. Analizan sus comportamientos obsesivos, cuentan que no le gusta que le cambien los planes, dan detalles de cosas que se volvieron más rígidas “con la edad”. También recuerdan que hace un tiempo se preocuparon y hablaron con un psicólogo porque lo veían mal, desconectado, pasado. El Tirri elogia su buena genética (él en cambio se cuida mucho y odia la manteca). Marcelo parece escindido de ciertas neurosis respecto de las comidas: cuando viaja no se cuida tanto porque le gusta pasarla bien y tiene un paladar simple. Cuando habla del tema hace énfasis en que le gusta que quienes lo rodean disfruten con él. Su ex mujer, Soledad Aquino, madre de sus hijos mayores, le dice que está muy bien comparado con los señores que ve en Tinder. Si hubiera una segunda temporada imploramos por más apariciones de Soledad, que aporta una cuota de gracia en su breve paso por el programa.

Hay una oscilación constante entre la mediocridad y la insignificancia de lo cotidiano, algunos atisbos de espontaneidad y conflictos que ocurren de manera supervisada.

Los Tinelli se deja ver y cumple con los preceptos de lo que debe ser un reality show. Hay una oscilación constante entre la mediocridad y la insignificancia de lo cotidiano, algunos atisbos de espontaneidad y conflictos que ocurren de manera supervisada con un guión frágil, que suele notarse. No siempre funciona, porque quienes actúan no son actores.

La premisa de cualquier reality tiene un componente de ilusionismo. Promete revelar lo que no revela porque, ¿qué sabemos sobre esta gente después de verlo? Lo mismo que antes, muy poco. Un reality show no es necesariamente un conjunto de personas interesantes siendo interesantes. Si dejarse filmar es considerado un extravagante acto de exhibicionismo, éste es un exhibicionismo ultraprocesado. Podría ser una explosión tipo supernova pero no lo es, porque los Tinelli participan, pero no juegan al reality. En Los Tinelli nadie es tan virtuoso ni gracioso ni ridículo ni mamarracho ni malicioso ni dinámico. No incurren en la exageración ni en el escándalo, y el resultado es que emergen de este experimento como una familia normal que al fin del día decide hablar en cámara de las milanesas con puré.

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Isabel Santana Goitia

Escritora. Está terminando su primer libro.

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