Empiezo con una anécdota. En el 2015, cuando la gestión Macri empezó, se decidió consultar a Tecnalia, el centro de Investigación y Desarrollo del País Vasco (una de las instituciones público-privadas más prestigiosas de Europa), para que ayudara a rediseñar la hoja de ruta del Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI), su equivalente en Argentina. El INTI venía de una década de gestión de Enrique Martínez, que creía que el rol del INTI era potenciar la “producción popular”. Para los que no lo sepan, el INTI es el lugar donde las empresas industriales de Argentina hacen ensayos complejos, reciben certificaciones de procesos y de calidad, es el instituto que fija reglas técnicas para determinados productos industriales y un bien público que puede complementar al sector privado donde no tiene sentido que las empresas avancen solas (ejemplo, máquinas de precisión metrológica que tienen sentido si se usan en escala y no si cada empresa tiene la propia). Es decir, no tiene nada que ver con la producción “popular”. Tendría que ser un instituto de vanguardia de temas industriales, tener instalaciones de última generación y estar al servicio del sector industrial para potenciar sus capacidades y negocios. Por eso, el acuerdo con Tecnalia buscaba fijar el norte, hacia donde ir.
El segundo paso fue intentar involucrar al sector privado en la gobernanza de la institución. Los funcionarios públicos entran a un gobierno y con suerte están cuatro años. Pero estas instituciones tienen que tener visiones de largo plazo, que no cambien con cada signo político. Había un objetivo de que el INTI tuviera cada vez más una gobernanza con peso del sector privado. El esfuerzo en hacerlo fue alto. Hubo denuncias de la oposición por contratar a Tecnalia, hubo resistencia a los cambios, hubo amenazas a los funcionarios. También hubo errores y aprendizajes. Lo que no hubo, tal vez por incapacidad del Gobierno para mostrar lo virtuoso del nuevo camino, fue una apropiación del espacio por parte del sector industrial nacional.
Había un objetivo de que el INTI tuviera cada vez más una gobernanza con peso del sector privado. Hubo denuncias de la oposición, hubo resistencia a los cambios.
¿Por qué parto de esta anécdota? Porque demuestra el abandono que la sociedad civil ha hecho de lo público en las últimas décadas. El INTI debería ser de las empresas industriales. Debería ser el lugar en el que se potencian, se construyen capacidades, se comparten aprendizajes. Las empresas más grandes han logrado separarse del INTI porque tienen sus propias unidades de investigación y desarrollo. Pero las miles de PyMEs industriales deberían sentir al INTI como propio. Algunos pocos lo sienten, porque soportan las fricciones y complejidades de lidiar con el Estado, porque están en algún área tecnológica donde todavía el INTI conserva buenos servicios o porque tienen cercanía con funcionarios y técnicos que allanan con buena fe el camino de una burocracia y unos presupuestos que muchas veces impiden avanzar. Pero la realidad es que el INTI está lejos de Tecnalia, lejos de ser el catalizador de la innovación industrial del país para las pequeñas y medianas empresas, lejos de ser un lugar blindado de la coyuntura política por haber creado condiciones institucionales y de gobernanza que trascendieron a los gobiernos.
Existen casos contrarios, como el INVAP, que frente a cada nuevo gobierno que aparece tiene la legitimidad, la paciencia y la dirigencia de calidad para demostrar su valor, separarse de los vendavales y seguir con su agenda estratégica definida por personas capacitadas y con visión de largo plazo. El INVAP hace un esfuerzo alto por posicionar su marca en Bariloche, en los funcionarios de gobiernos nacionales y subnacionales, en el sector privado, en el mercado internacional, en la sociedad. Es una institución que trasciende la coyuntura y que se ha ganado que la política no la moleste.
No es fácil, tampoco tan difícil
Extrapolemos este caso a otros sectores. El Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA), por ejemplo, es como el INTI. Si le preguntaras a una persona de la industria del cine “¿querés tener un Instituto del Cine de calidad que apoye a toda la industria audiovisual argentina a alcanzar su máximo potencial?” probablemente la mayoría contestaría que sí. Muchos durante años hubieran agregado despacito “que no pierda plata, que no tenga ñoquis y que no tenga sesgos ideológicos”. Pero el sector cultural-audiovisual de Argentina no supo o no quiso cuidar al INCAA. Se convirtió en un instituto opaco, con poca calidad institucional, con discrecionalidad, en el que aun la gente del sector te decía que tenía “mucho que mejorar”. Así como me pregunto por qué las empresas industriales no lucharon por “su” INTI, me pregunto por qué nuestros excelentes productores, guionistas, actores, directores, no lucharon por tener el mejor INCAA posible. Algo que nos diera objetivamente valor y orgullo a todos los argentinos.
La respuesta es simple: porque requiere mucho esfuerzo y organización civil. Y en Argentina le hemos delegado todas estas soluciones organizativas a la política. Esto mismo se puede decir de la relación del CONICET con el sector científico-tecnológico, de la aceptación tácita de miles de empresas de la corrupción en la aduana y de la mayoría de las instituciones en las que hay miles de personas que se beneficiarían de un mejor funcionamiento pero que por alguna razón no logran organizarse para moldear su futuro.
El grupo núcleo para cambiar una institución, una ley o una conversación pública no tiene por qué ser enorme. Alcanza con gente convencida, con una visión y un objetivo.
Para salir de las instituciones públicas, el caso de los clubes de fútbol es claro. Durante las últimas décadas, el fútbol y la política se han entremezclado de forma negativa. Dirigentes que son políticos o políticos que son dirigentes, gremios sindicales en el medio, negocios turbios con barrabravas, cambios permanentes en los campeonatos, en las condiciones de seguridad, en la televisación del fútbol (qué lejos quedó el delirio de Fútbol para todos, ¿no?). Algunos clubes, como River, lograron desprenderse de sus malas administraciones y tener gente que quería la grandeza del club en lo deportivo, en lo social y en lo económico. Es así como después de la pésima gestión de Aguilar y la mediocre de Passarella, el club tuvo un grupo de gente que se ocupó de sanearlo, plantear una visión estratégica y liderarlo hacia 18 títulos en una década, la renovación total del estadio, las mejoras de las condiciones del club, entre otras decenas de acciones. En paralelo, Independiente se hundió en una maraña de irregularidades, al punto que necesitó que el azar de un influencer lo intentara salvar de la quiebra. ¿Por qué la sociedad civil riverplatense pudo y la de Independiente no? ¿Por qué gente que tiene intereses comunes, pasiones sanas y quiere que las instituciones que valora mejoren no logran organizarse para convertirlas en su mejor versión?
Otro ejemplo de la sociedad civil en acción fue Padres Organizados (que ya dije en otros lados que debería llamarse Madres Organizadas). Un grupo fascinante de familias que en una situación crítica defendió a capa y espada la racionalidad, la salud y el futuro de sus hijos y que logró que los chicos de todo el país volvieran a las escuelas antes de lo que los dirigentes políticos estaban dispuestos. Por la negativa, se me ocurre Inquilinos Agrupados, que con su presión logró que se sancione la Ley de Alquileres que distorsionó la vida de millones de argentinos en el último lustro. Ambos ejemplos demuestran que el grupo núcleo para cambiar una institución, una ley o una conversación pública no tiene por qué ser enorme. Alcanza con gente convencida, con una visión y un objetivo. Pero principalmente, con la resiliencia de seguir cuando parece que el camino está bloqueado. En otras palabras, muestra que hay que animarse a ocupar el espacio aunque al principio nos sintamos una minoría.
Hagámonos cargo
Luego de mi paso por el Estado, trato de mirar la política sin el dramatismo o la épica que le quieren impostar sus principales actores y trato de analizarla por fuera de la emocionalidad de la coyuntura (por eso pocas veces comento lo que pasa en el día). A veces se logra y a veces no. Con este marco mental miré el debate sobre la UBA de las últimas semanas. Creo que la marcha fue genuina (mucha gente que nunca marcha quiso marchar por esto), creo que sirvió para que el Gobierno prestara atención a un tema que no tenía tan presente (más allá de su estilo comunicacional, los fondos aparecieron, recortados como en el resto de la realidad presupuestaria, pero en menor medida) y creo que le dio una falsa sensación de legitimidad a actores que tratarán de apropiarse de la bandera de la educación para futuras campañas.
Pero lo que me preocupó del día después es la sensación de que corremos el riesgo de que el efecto que mencionaba anteriormente, la separación de los interesados en un tema de las acciones que ayudan concretamente a resolver el tema, se vuelva a repetir en este caso. Si la marcha tenía como objetivo ser un llamado de atención a Milei por parte de personas que valoran la educación pública, está perfecto. Pero si la marcha no despierta a una mayoría a involucrarse activa y organizadamente en mejorar a la dirigencia y a la administración de las propias universidades, el problema va a persistir. Me cansé de leer a amigos diciendo por lo bajo “voy a la marcha pero es verdad que A, B y C tienen que cambiar”. Ahora, amigos, luego de la marcha, es el momento de organizarse para ocuparse de A, B y C.
El modelo político de Milei están haciendo que todos los días florezcan debates que parecían cerrados. La sociedad civil puede volver a ocupar espacios que son centrales.
Milei tiene una tecnología de gobierno que es pasarse dos estaciones de tren en cada tema. Así es como ha conseguido que la CGT “apruebe” una versión de la reforma laboral en la Ley Bases; que mis amigos se animen a debatir el modelo universitario chileno “privado”, que genera más acceso y más graduaciones que el argentino, sin sentir que tienen que ponerse en una postura defensiva; y que la sociedad en la estación de Constitución hable del problema de la emisión monetaria. Es su estilo, su método político y hasta ahora le ha sido eficiente. Creo que Milei es contraintuitivo para mucha gente que mira la política, porque no tiene la intención de capturarlo todo. Es decir, no está disputando el poder de la UBA con Yacobitti. Su discusión con la UBA, aunque parezca ideológica, es práctica: no hay plata para nada y la UBA no escapa a esa excepción. El plan para la UBA (si las carreras se acortan o no, si hay examen de ingreso o no, si los jefes de cátedra pueden no ir mientras los ayudantes que sí van no cobran, si las condiciones edilicias son las necesarias, si tiene que haber arancelamiento para algunos o becas para los que no acceden a la universidad a pesar de su libre acceso entre otras miles de cosas) lo van a tener que debatir los que quieren que la UBA prospere.
En otras palabras, la crisis, la escasez general y el modelo político de Milei están haciendo que todos los días florezcan debates que parecían cerrados. La sociedad civil, desligada de la conveniencia política de corto plazo, puede volver a ocupar espacios que son centrales en la constitución de instituciones públicas y privadas valiosísimas para la democracia. Si la sociedad civil avanza sobre estos espacios de manera virtuosa, el poder político, no importa si es Milei, Macri o Cristina, tendrá menos margen de acción en el futuro. Y eso es bueno. Porque ningún político puede solucionar la educación, la economía o la salud sin una sociedad civil que le marque con firmeza el rumbo.
Volviendo al INTI, hoy el presidente de la institución es Daniel Afione, un ingeniero electromecánico que trabajó 27 años en Toyota y fue su director regional de Asuntos Gubernamentales. Toyota es una de las empresas industriales más destacables de la historia industrial argentina. Ojalá esta persona logre agrupar a la industria detrás de una misión que trascienda a los gobiernos de turno y le dé a la institución el brillo que se merece durante muchas décadas.
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