JOSÉ GALLIANO
Domingo

Ya nadie va a escuchar
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La historia de 'Billiken' es una más de las parábolas de ascenso, auge y caída de la Argentina, y su presente como medio digital no hace más que confirmarlo.

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La historia de Billiken. Cultura infantil y ciudadanía en la Argentina, 1919-2019
Lauren Rea
Sudamericana, 2024
286 páginas, $ 17.999

 

La historia de Billiken empieza con una emotiva historia de vida y superación, estratégicamente ubicada en el comienzo para que el lector, haya tenido o no contacto con la centenaria revista infantil argentina en cualquiera de sus épocas, pueda entender cabalmente su importancia y alcance en la historia de las publicaciones periódicas no sólo en la Argentina, sino también en América Latina. Se trata de la historia de un tal Marco Valencia Duque, un colombiano nacido en 1920 en una familia de campesinos cafeteros. La pobreza de su entorno, la precariedad de medios a su disposición y el aislamiento de la región en donde transcurrió su infancia fueron las razones por las que Marco apenas si pudo acumular unos pocos meses de educación formal en los primeros 15 años de su vida. Así y todo, un correo distribuido a lomo de mula llegaba cada semana hasta el pueblo donde Marco vivía y le traía una de las pocas cosas que sus padres podían comprarle: desde luego, la revista Billiken, ese semanario infantil argentino que Marco leyó y disfrutó cada semana con avidez hasta considerarlo como un verdadero hito en su historia personal, el material pedagógico y de entretenimiento con el que pudo completar su educación básica como requisito indispensable para la vida adulta de desarrollo intelectual, progreso material y felicidad familiar que supo ganarse.

Como en las mejores historias con final feliz y moraleja del género de la autoayuda, el management y similares, muchos años después, cuando Marco supo que una de sus nietas debía viajar a Buenos Aires por razones de estudio, no dudó en pedirle que fuera ella misma a la mítica redacción de la calle Azopardo a dar testimonio de su historia, porque sabía de alguna forma que él representaba el triunfo de la misión fundacional de Billiken y seguramente se sentía en deuda. No por supuesto con quienes por entonces seguían publicando esa y tantas otras revistas, sino con lo que Billiken había significado en su vida.

Cuando Marco supo que una de sus nietas debía viajar a Buenos Aires por razones de estudio, no dudó en pedirle que fuera ella misma a la mítica redacción de la calle Azopardo a dar testimonio de su historia.

La historia de Marco es una de las muchas que Lauren Rea, la autora de este libro, debe de haber recopilado a lo largo de más de una década de trabajo de investigación en paralelo con la lectura del frondoso archivo de la Editorial Atlántida, donde se conservan los más de 5.000 números de Billiken publicados en papel en sus exactos 100 años de historia. Rea es una académica e investigadora inglesa nacida en Sheffield, que orientó sus numerosos estudios de posgrado en Historia cultural a la producción de América Latina en general y la Argentina en particular. Casada con un argentino y con tres hijas, en la actualidad alterna sus actividades laborales entre Buenos Aires y su ciudad natal.

Como las propias historias del colombiano Marco y la inglesa Lauren demuestran, hay razones para entender el acercamiento a Billiken como una operación que combina dos componentes: el intelectual y el emocional. Pero si la referencia inicial a la historia de Marco parece inclinarse hacia el segundo componente, en el resto del libro hay un predominio del primero. Por supuesto que no hay nada inconveniente de por sí en un libro que se parece más a un tratado académico que a una historia generalista, pero esta cuestión deriva a su vez en otras que resultan problemáticas.

Sin esquivar más el bulto, ¿qué es lo que pasa entonces con este libro? ¿Qué es kuka, conicetero, adoctrinador, una variante más del paper del ano de Batman pagado con mis impuestos y con el IVA del arroz que apenas pueden comer el 60% de niños pobres? Bueno, haber llegado a este estado de demencia en la discusión pública es un síntoma de todas las cosas que salieron mal en los últimos años (o décadas) del país y de todas las que van a seguir saliendo mal. De hecho, siempre detesté el famoso meme de Who radicalized you / You did, porque estar en la vereda de enfrente de la política y de la cultura de izquierda no debería usarse como excusa para desplegar un show de barbaridades en espejo.

El malestar en la lectura

Ahora bien, aun reconociendo que esta historia de Billiken podría considerarse sin problemas como parte de la cultura woke definida en estos términos, ¿es lo suficientemente grave como para rechazarla de plano? De ningún modo: es un libro bien escrito, impecablemente documentado y trabajado hasta la obsesión. Revela información valiosa, la contextualización histórica es en general rigurosa y apropiada y, pese a que el material gráfico original reproducido tiene sabor a escaso, puede decirse que la selección es más que pertinente.

El problema pasa más bien por su planteo principal, que bien podría resumirse con esta cita tomada del capítulo introductorio:

Al hablar de “nosotros”, la revista creó un recordatorio semanal de la nacionalidad y fue una de las formas en que se insertó en los discursos de construcción nacional. Antes de establecer la identidad de ese “nosotros”, primero hay que determinar a quién excluye, y está claro que no todo el mundo en Argentina creció leyéndola. La crítica ha señalado su línea editorial dominante que construyó un imaginario homogéneo de lectores blancos y de clase media, reafirmando discursos patriarcales y conservadores y que dejaba poco espacio a la diversidad o a la disidencia de las normas establecidas. Billiken no es recordada con cariño universal. La calidez de la nostalgia que la rodea coexiste con otros recuerdos diferentes e incómodos. La asociación negativa más extendida se refiere al apoyo a la dictadura cívico-militar de 1976 a 1983 a través de la complicidad de la Editorial Atlántida con el régimen.

Por supuesto que no tiene el menor sentido negar o malinterpretar una realidad histórica: el proyecto de la Argentina liberal-conservadora, que ya para la época de la fundación de Billiken en 1919 se discutía y se percibía en problemas dentro de las propias clases dirigentes, se basó efectivamente en la escuela primaria pública y, en menor medida, en el servicio militar obligatorio como engranajes principales de una máquina estatal de construcción de identidad nacional y homogeneización social en un país que recibió a millones de inmigrantes. Ese proyecto, derivado del pensamiento positivista sarmientino y ejecutado consecuentemente durante varias décadas, tuvo un resultado concreto: una nueva clase media alfabetizada que posibilitó el desarrollo de un mercado editorial. Así, mientras que los diarios y las revistas de las primeras décadas del siglo pasado alcanzaron cifras de ventas que hoy nos provocan asombro al leerlas, la aparición y la popularización de la radio y el cine terminaron de configurar una verdadera cultura de masas, un fenómeno que, por su volumen e influencia, distinguió a nuestro país de la mayoría de los de América Latina.

Es indudable entonces que Billiken, como creación de su fundador, Constancio C. Vigil, y en la gestión de sus herederos en la familia, supo encontrar su lugar en el nuevo mercado con una estrategia que se demostró muy exitosa: el de mediador entre la institución educativa estatal y las familias, al interior de las cuales operaban a su vez los deseos y la conveniencia de los padres que compraban la revista y los niños que podían pedirla o no, que la leyeron y disfrutaron en mayor o menor medida. Pero lo cierto es que uno de los secretos del éxito de Billiken fue su instrumentalidad: con sus dibujos, maquetas y figuritas para recortar y pegar, sus fichas con contenido pedagógico, sus historietas cómicas o de divulgación, sus grandes láminas ilustradas, con todo eso las familias usaban la Billiken tanto o más de lo que la leían.

Las familias usaban la Billiken tanto o más que lo que la leían.

Aquel fue entonces el modelo educativo del Estado argentino de la primera mitad del siglo XX y a ese modelo adhirió entonces Billiken: como señala Rea, un modelo conservador, tradicionalista, moralizante, que veía a los niños como seres incompletos, vacíos, depositarios de los contenidos que el Estado les indicaba a las familias para que los argentinos del mañana fueran hombres (personas) de bien. Desde luego, una concepción eurocéntrica. Y patriarcal, sin dudas, con las mujeres en un rol subalterno, cuando ni siquiera tenían derecho al voto. Podemos estar perfectamente de acuerdo con el libro en esto, pero también suponemos que podría haberse señalado una vez para que se comprenda y conste en actas para luego pasar a otras cuestiones.

Porque quizás el problema con La historia de Billiken no es tanto lo que se puede leer —por mucho que pueda molestar esa recurrencia a la crítica al proyecto conservador— sino más bien lo que falta, lo que se menciona apenas al pasar o lo que, como la propia autora lo reconoce, se pasa por alto por cuestiones metodológicas. Desde luego, narrar la historia de una publicación centenaria de un modo exhaustivo podría llegar a convertirse en una tarea digna de Funes el Memorioso, y se entiende que Rea haya decidido priorizar el corpus textual de la revista a los testimonios directos o indirectos, o a documentación que ella lamenta que no exista. Cuando se propone, por ejemplo, reconstruir las relaciones de Atlántida con el régimen peronista, se encuentra con que no hay documentos de ningún tipo (ni libros contables, ni memorias) que ayuden a corroborar las suposiciones que construye únicamente a partir de lo reflejado en las páginas de la revista.

Pero sucede también que esta insistencia de la autora por analizar los mecanismos de aquel modelo institucional que Billiken ejecutó con éxito a lo largo de las décadas con mínimas variaciones termina soslayando algo que Rea seguramente habrá sabido apreciar, pero que no aparece en su libro en la dimensión en que el lector quizás esperaría: cómo fue la aplicación concreta de aquel proyecto de los Vigil, en qué consistía el trabajo material de los autores, editores, ilustradores, traductores. Se menciona en el libro el aporte importante de Lino Palacio, por ejemplo, y se reproducen algunas de sus tapas. Pero con la lectura de este libro es imposible entender la fascinación que el trabajo de este ilustrador produjo (y en este caso soy yo quien recurre al testimonio directo) en alguien como mi mamá, que al día de hoy no le perdona a mi abuela que le haya tirado a la basura su colección de números de Billiken con sus tapas ilustradas por Palacio. Como en el caso de aquel niño colombiano, hay cuestiones seguramente vinculadas a la simple sensibilidad artística y a la memoria emotiva que podrían explicar mucho mejor que las razones institucionales o comerciales el éxito y la supervivencia de una publicación.

Dictadura y después

Así, a medida que el libro avanza en la historia de Billiken y de la Argentina, mientras se subraya una y otra vez la persistencia del proyecto conservador y patriarcal, el propio texto nos muestra dos cosas. Por un lado, que por muy lejos que estuvieran Billiken o Atlántida de impulsar el cambio social, esos cambios de todos modos sucedían y terminaban, tarde o temprano, reflejados en las páginas de la revista. Por el otro, que en ciertas ocasiones el semanario podía encontrarse más a la vanguardia que su editorial, los gobiernos de turno e, incluso, los propios lectores. Por ejemplo, ¿cuándo fue la primera vez que en Billiken decidieron apartarse de la celebración tradicional del Día del Maestro y publicar un dibujo humorístico e irreverente, que se reía del clásico estereotipo del docente? Nada menos que en septiembre de 1976, en lo peor de la dictadura (cívico-militar). ¿Quiénes fueron los que pusieron el grito en el cielo y obligaron a la revista a pedir disculpas públicamente por semejante transgresión? No fueron los picapiedras del ministerio ni nadie vinculado a la Junta: fueron los propios docentes, que hicieron saber su descontento en forma de indignadas cartas de lectores.

Otro ejemplo que demuestra que el mundo es algo bastante más complejo y azaroso que una conspiración tácita o explícita de gente malvada es la presencia en las páginas de Billiken en aquellos mismos años de la dictadura de autoras como Elsa Bornemann o Laura Devetach, representantes de corrientes de la literatura infantil muy opuestas al ideario de Constancio Vigil y que tuvieron problemas con la censura estatal. Sin embargo, lo que en sus libros estaba prohibido en las páginas de la revista pasaba como por un tubo. Al respecto, es muy gracioso el diálogo entre Devetach y Aníbal Vigil que se reconstruye a partir del testimonio de la escritora, en el que ella poco menos que lo manda a pasear al director por la advertencia que recibe por su trabajo, y él le dice que bueno, por esta vez le perdona la comunisteada, pero que no vuelva a pasar (igual siguió pasando). Conclusión número uno: es probable que no pocos de los jóvenes que leyeron a Constancio Vigil en su infancia hayan terminado lavándose las patas en la fuente o tirando piedras en el Cordobazo, del mismo modo que no todos los que leímos a Elsa Bornemann en la primaria nos volvimos agentes del comunismo internacional en nuestra vida adulta. Conclusión número dos y sin la menor intención condescendiente: la historia de Devetach es genial, ¿por qué no hay más material como ése en el libro? No hay duda de que muchas otras historias similares se quedaron afuera.

No todos los que leímos a Elsa Bornemann en la primaria nos volvimos agentes del comunismo internacional en nuestra vida adulta.

Pues bien, superados los años oscuros, lo que sigue es un apurado capítulo que apenas tiene algo que decir de los años alfonsinistas, para pasar luego a la otra crítica inevitable: los neoliberales, individualistas, hedonistas, frívolos y globalizados años ’90. Sí, por supuesto, son los años en que los restos del modelo educativo de la vieja Argentina del proyecto conservador al que los Vigil y Billiken se habían sumado terminaron de ser dinamitados. La Ley Federal de Educación resultó la sentencia de muerte para la escuela pública, y 30 años después sufrimos las consecuencias sin que ya le importe demasiado a nadie. Y si Billiken cambió con entusiasmo a Lino Palacio por Harry Potter y Chiquititas en la nueva era de la cultura globalizada y los grupos multimedia, lo que vino con el nuevo siglo fue la debacle de las ventas de todas las publicaciones periódicas y su reconversión forzada en medios digitales, en donde mandan el SEO y las métricas en tiempo real.

Siguiendo con los paralelismos, mientras las pruebas PISA y otros exámenes internacionales estandarizados muestran que de las escuelas argentinas salen mayormente analfabetos funcionales, Billiken y las pocas revistas de Atlántida que no desaparecieron fueron cambiando de dueños, que a su turno intentaron salvar lo que se pudiera del naufragio. Como la propia autora lo explica, a partir de su trabajo de investigación, en años recientes Rea se ha convertido en una colaboradora frecuente de Billiken. El sitio digital se ha complementado con la publicación de otro libro a su cargo, 100 grandes mujeres latinoamericanas. A favor de la versión actual de la revista, se puede decir que el contenido es de calidad y con los más altos estándares en cuestiones de diversidad de género, raza e identidades. No en contra, sino como constatación de una realidad amarga para el mercado editorial: me permito dudar del alcance de la Billiken digital en su competencia contra TikTok, Minecraft y los shorts de YouTube.

No niego que en esta triste comprobación del presente de la educación argentina haya también un sentimiento de pérdida por aquel país que fue el faro cultural de América y hoy tiende a hablar en una suerte de dialecto tumbero salpicado de 50 palabras con tonada caribeña. Me declaro culpable del delito de viejo meado. En cualquier caso, dudo mucho de que volvamos a ser capaces de alfabetizar a ningún niño perdido en algún cafetal de Colombia.

 

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Eugenio Palopoli

Editor de Seúl. Autor de Los hombres que hicieron la historia de las marcas deportivas (Blatt & Ríos, 2014) y Camisetas legendarias del fútbol argentino (Grijalbo, 2019).

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