JOLLY
Domingo

En qué barro me metí

El año pasado fui candidato por primera vez. Aprendí que la vida política es más difícil de lo que parece, pero que también es la mejor manera de ayudar a que mejoren las cosas.

La primera vez que fui a un estudio de TV como precandidato a diputado nacional, en julio del año pasado, Jony Viale me dijo: “En qué barro te metiste”. Del otro lado de la mesa, también invitada, estaba Amalia Granata, precandidata a senadora por Santa Fe. Después del clásico “ustedes qué opinan”, el disparador obligado que te tira Jonatan –que viene muy cargado después de su editorial de 10 o 12 minutos y busca chequear qué tal estuvo–, con Amalia nos dividimos el tiempo en la indispensable tarea de poner lo más claro posible, para la audiencia, por qué en las PASO de septiembre había que elegir opciones adentro de Juntos por el Cambio. El norte es siempre derrotar al peronismo, dijimos, sobre todo al peronismo kirchnerista. Y para eso hay que identificar quiénes son los rivales y por qué hay que derrotarlos.

Como estoy convencido de que en términos electorales –y, si se quiere, en el plano público–, la democracia, nuestra democracia, es cada vez más de personas y menos de partidos, mi estrategia fue mencionar todos los nombres propios posibles. Empezando de arriba hacia abajo. Me sumé a un espacio político, expliqué, que confronta directamente con el presidente. Porque mucho más que el Estado argentino el problema es el presidente Alberto Fernández y la jefa del espacio político y quien, digamos así, co-gobierna, Cristina Fernández de Kirchner. Entonces esas personas deben ser nombradas porque son a quienes hay que disputarles poder y para que quede claro que existe una diferencia imprescindible de ser designada entre gobierno y Estado. Hay que repetir hasta el cansancio: si el Estado es el problema entonces Cristina Kirchner no es responsable y tampoco Alberto Fernández. Si hay una casta política en un sentido amplio y negativo entonces las elecciones perderían mucho de su sentido.

Aprendí durante mi candidatura que inclusive el periodismo, que habitualmente putea a los políticos, muchas veces poniéndolos en pie de igualdad, en paralelo los convoca, se sirve de ellos y en muchos casos hasta le rinde cierta pleitesía.

Es imposible que los periodistas que cubren la actualidad, y la política más específicamente, estén ajenos al enorme esfuerzo que este trabajo significa.

Es imposible que los periodistas que cubren la actualidad, y la política más específicamente, estén ajenos al enorme esfuerzo que este trabajo significa. Sin embargo, pocas veces aparece en su narración este hecho inobjetable. Por supuesto que a mayor visibilidad ese esfuerzo crece y las tensiones y el stress también. Si, en cambio, uno está entre los 257 diputados nacionales pero no tiene exposición pública, entró por la lista sábana y tiene poco contacto con su electores, descomprime bastante el oficio del político y ofrece más comodidades. Pero los que están en la palestra trabajan mucho todos los días. Solo en el universo vulgar y chicanero de un Aníbal Fernández el presidente de la nación puede ser un vago.

Hay temas más densos y políticamente menos correctos, pero que expongo dado que fueron parte de mi aprendizaje. Ya no recuerdo cuál era mi posición sobre las PASO, pero seguramente fue a favor y en contra alternativamente. Hoy estoy seguro de que son una herramienta fundamental para ampliar la participación democrática y sin dudas aumenta las posibilidades de que nuevas figuras públicas puedan ingresar al mundo de la política a hacer su aporte, sea por narcisismo, por mera voluntad de poder, por ambas cosas o por otras. El incremento natural que produce el sistema de PASO necesariamente ofrece la posibilidad, aunque no la garantiza, de que nuevos liderazgos surjan y eso es una buena condición democrática. Además aumenta la competitividad, baja el alcance del dedazo de una cúpula y permite también la participación de muchos que de otras maneras no podrían acceder a la participación electoral e ingresar a cargos públicos sean parlamentarios o ejecutivos.

Insisto: el incremento de la cantidad de tiros que uno tiene con la ruleta no garantiza acertar el número, pero mejora las probabilidades. Y de la misma manera que creo en la libertad de mercado y, sobre todo, en la mayor competencia posible como factor fundamental en la mejora de la economía, aplica lo mismo para la vida democrática y partidaria. Cuantos más candidatos tengamos mejora la oferta por definición, porque no solo hay nuevos: también genera los incentivos para que quienes ya habitan el barrio de la política cambien, quieran y se esfuercen por ser mejores. Esta ingeniería institucional no es ingenua ni tampoco es un tipo ideal, es el realismo puro más descarnado. Andá a decirle a un gringo que le vas a sacar las primarias de su partido.

the greater good

Mi experiencia como candidato fue tremendamente enriquecedora. Tuve que desarrollar aptitudes que no siempre quise y lo hice para llegar a eso que los americanos llaman the greater good. Puede sonar extraño ser liberal, de derecha, pro-mercado o definitivamente pro-capitalista y compatibilizar todo eso con la idea del bien superior colectivo y que esto contenga restricciones para uno en tanto individuo. Pero es imposible construir políticamente sin aceptar que la política es un juego que se juega en equipo, es decir colectivamente, y que finalmente nos sentamos a una mesa en la que cada uno ocupa un lugar distinto pero en el que todos tenemos que ceder algo. Las resignaciones pueden ir desde la frivolidad de tener que borrar tweets (para evitar que te agarre la máquina trituradora de la cancelación en las Big Tech) hasta tener que atender cuatro entrevistas radiales y dos televisivas en un mismo día o evitar la conversación pública sobre un tema que te calienta. Ojo: todos tenemos que ceder pero siempre alguno cede más que otro. Quien conduce, quien tiene más votos y lidera, por razones obvias, tiene menos cosas que resignar.

Recién participé de una elección parlamentaria. Me cuesta imaginar el sacrificio que significa sumarse o ser parte de una presidencial. No quiero construir un relato de la vida política que tenga una mirada sacrificial o de víctimas, pero hay una letra chica que el público a veces olvida (y convenientemente esto es promovido por los sectores más anti-política): la vida pública, fundamentalmente de los que están al frente, los que tienen vocación de liderar, de coronar, significa un gran esfuerzo y una enorme tensión.

En términos más personales sentí que todo el tiempo tenía que encontrar un equilibrio entre creérmela un poco, pero tampoco tanto.

En términos más personales sentí que todo el tiempo tenía que encontrar un equilibrio entre creérmela un poco, pero tampoco tanto. Y cuál es esa medida es donde está todo el misterio que ese problema plantea. Definitivamente la voluntad de representar a nuestro pueblo exige que uno pueda señalar algunas de esas cualidades por las que lo solicita o se postula. No se puede representar y menos conducir sin antes empezar por mostrar las aptitudes para ello. Pero la ficción de la narrativa política también requiere que uno tenga una retórica viva de que no es especial o tan distinto, porque eso luce pedante y por tanto no elegible. Hay que bancarse ser un poco popular, por momentos puede ser divertido y regocijante, pero también es cansador e invasivo.

Quizás por mi patología ósea, siento que estaba bastante entrenado en la virtud de la paciencia, pero es indudable que tuve que ser aún más paciente de lo que me imaginaba podía ser. Ir a las reuniones de estrategia, escuchar gente con la que uno por ahí no acuerda, o tener que someterse a una decisión que uno comparte exige un gran sentido de la templanza y disciplina.

Dicen que en política hay que ser y parecer. En campaña, como la exposición es mayor, el tiempo de esa necesaria coincidencia entre ser y parecer, que es un tanto antinatural como ejercicio, es más largo. Es un desgaste que no es inocuo y que, a riesgo de ser políticamente incorrecto, diré que está mal pago. En contra de la lógica demagógica imperante sobre que los políticos ganan mucho por hacer poco, mi experiencia me dice lo contrario. Basta con ver el salario presidencial o el de los representantes. El costo del Estado argentino, y el de tantos otros, así como su tamaño, podrá ser demasiado o “impagable”, como les gusta decir a algunas nuevas figuras de la política argentina, que de no ser por su incorporación a uno de los poderes del Estado uno podría hasta pensar que desacuerdan con la existencia de ese esquema de instituciones. Pero ese costo impagable no resulta de los salarios de los legisladores, el presidente, la vice o sus funcionarios. El que dice lo contrario miente.

En contra de la lógica demagógica imperante sobre que los políticos ganan mucho por hacer poco, mi experiencia me dice lo contrario.

El presupuesto, entonces, de que la política, dado que supone una vocación de servicio público debe ser ad honorem no solo presenta dificultades sobre los aspectos de eventuales conflictos de intereses, sino también que expulsaría de la actividad política a todos aquellos que no tienen el financiamiento o los recursos necesarios. Y todos sabemos que para hacer política se necesita plata, mucha plata, con lo cual con este criterio estaríamos empujando nuestra precarizada democracia hacia un sistema todavía más oligárquico.

Como en terapia

Ir al analista muchas veces, quizás la mayoría, no está acompañado de la solución de los problemas que uno lleva a la terapia. Es ponerse en el camino de intentar identificarlos y resolverlos o aprender a vivir con ellos, otras veces uno debe negociar con la terapia y resuelve parcialmente algo que llevó para trabajar. La política, creo, funciona parecido en tanto elemento o herramienta. Quizás no pueda resolver ni la mitad de los problemas que identifica. Y esto se complejiza mucho más si entendemos que existen diferencias sustanciales incluso sobre cuáles son esos problemas. Si uno hace zapping de C5N a LN+ percibirá que los principales problemas que aquejan al país difieren enormemente.

La política ofrece una tarima que sirve para que uno se suba a ella y explique sus valores, sus convicciones, qué le parece que está mal y qué hay que hacer para que eso que está mal pueda mejorar y cómo lo va a hacer y esto ya es un montón. Lucas Llach dice en su bio de Twitter: la libertad no es negociable. Eso sería un ejemplo claro que puede exponerse en un cronograma electoral. Juntos por el Cambio incluso fue más coyuntural en su propuesta y dijo: no vamos a crear nuevos impuestos ni votar el aumento de los ya existentes.

Mi experiencia como candidato ha sido felizmente enriquecedora. Siendo consciente de los problemas y las dificultades que tenemos en Argentina –que son muchísimos, y muchos muy profundos, y a veces lucen casi insolubles–, creo, sin embargo, que la vida pública ofrece también buenas oportunidades para que al menos mejore un poco la cosa.

 

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Franco Rinaldi

Licenciado en Ciencia Política (UBA). Consultor aerocomercial.

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