BERNARDO ERLICH
Domingo

Elecciones (III):
sueños de clase media

Reconciliados con las PASO, dilemas liberales, techos y pisos para 2023. ¿Quién es nuestro Cicciolino?

Diego Valenzuela | intendente de Tres de Febrero | @dievalen

 

 

Florencia Arietto | abogada y asesora en temas de seguridad | @florenciarietto

La elección del domingo fue muy importante porque consolida los objetivos trazados. La única lógica que entiende el kirchnerismo es perder elecciones. O sea que nosotros les tenemos que ganar sistemáticamente elecciones, no solamente ahora en 2021: en 2023, 2025 y 2027. Así, sistemáticamente, hasta reducirlos a una minoría irrelevante. Y por otro lado, nosotros de cara a 2023 tenemos que mantener la unidad de la coalición y trabajar profundamente, más que nada en los territorios que todavía no pudimos ganar del conurbano: Almirante Brown, La Matanza, Florencio Varela, Lomas de Zamora, Merlo, Moreno, recuperar Quilmes. En esos lugares tenemos que trabajar profundamente en lograr la construcción territorial que permita ganar y romper la hegemonía política que tienen hace muchísimos años.

Hay plafón para eso, se notó porque aun con los miles de millones que pusieron por día en esos lugares, perdieron muchos votos y ese va a ser un camino que va a ir in crescendo siempre y cuando nosotros profundicemos nuestro trabajo territorial. Hay que reconfigurar, más que nada, la tercera sección electoral del conurbano, para tener una presencia potente que venza al PJ histórico. Es para festejar: hemos ganado contra el aparato puesto solamente para no perder una elección y aun así, con todo eso, no pudieron. 

Como dijo el ‘Cabezón’ Ruggeri en algún momento respecto de la selección: juntarnos en una pieza y cagarnos a trompadas todos para salir todos juntos a ganar.

Como dijo el Cabezón Ruggeri en algún momento respecto de la selección: juntarnos en una pieza y cagarnos a trompadas todos para salir todos juntos a ganar. Para ir por la victoria final vos necesitás a los carrileros, a los centrales, al arquero, al volante central, a los volantes de contención, al volante de ataque, a los delanteros. Necesitás un equipo y tienen que jugar los mejores. Me parece que la coalición tiene que formar ese equipo y que tenemos que estar todos juntos y con las disputas saldadas de la mejor manera, entendiendo que por más que hayamos hecho elecciones fantásticas en algunos lugares, si no estamos unidos, con esta potencia quedamos solamente en cuestiones regionales. 

Nosotros tenemos que ir por una idea de nación, un porvenir. La seguridad es técnica, no es ideológica. Tenemos que trabajar profundamente en la seguridad, eso es algo para trabajar en serio en la tercera sección electoral del conurbano, donde la gente está pidiendo seguridad. Obviamente, con un control férreo de la policía y con la tolerancia cero al policía corrupto, al policía de gatillo fácil. Y toda la defensa al policía que te defiende, que está en la calle, que se juega. Pero con una línea objetiva de seguridad, no ideológica, y con proyección más que nada en esos territorios tan difíciles en donde tenemos todo para hacer, como la tercera sección. 

Así que con mucha alegría y mucha potencia para lo que viene, entendiendo que es unidad, progreso, seguridad, educación, salud, propiedad privada y normalidad en el ejercicio del poder, que es lo que necesitamos para poder proyectar los próximos años.

 

 

 

Hernanii | editor general de Seúl | @HernaniiBA

Quiero decir dos cosas y decirlas cortitas, para no incumplir yo mismo la consigna que puse a los invitados. La primera es que el resultado del domingo pasado confirma que Juntos por el Cambio es la representación política mejor alineada con los valores e intereses de la clase media argentina en al menos 50 años. La segunda es que la activación política de una parte de esa clase media, desde 2012 pero sobre todo desde fines de 2019, es un dato clave e insoslayable para entender por dónde terminó pasando la campaña electoral.

Sobre el primer punto: hace un tiempo encontré en Plaza Italia Ensayo y error, un libro de Manuel Mora y Araujo de 1991 con una frase que me llamó la atención: “El radicalismo es un partido de centro-izquierda con un electorado de centro-derecha”. Leyendo en estas semanas el gran Diario de una temporada en el quinto piso, de Juan Carlos Torre, que puede resumirse como un largo lamento de un grupo de tecnócratas contra las demandas del ala política radical, entendí mejor aquella frase de Mora y Araujo y puse en perspectiva las fortalezas actuales, muchas veces subestimadas, de Juntos por el Cambio, revalidadas en la elección del domingo pasado.

En los ‘80, decía Mora y Araujo, el radicalismo ganaba elecciones a pesar de esta diferencia ideológica con sus votantes de clase media, más interesados en evitar triunfos peronistas que en su modelo económico nacionalista-socialdemócrata. Ahora, en cambio, está mucho mejor alineado lo que ofrece Juntos por el Cambio (incluyendo a una UCR renovada y contemporánea) y lo que le demandan sus votantes. Salvo Roy Hora en La moneda en el aire, el libro que co-escribió con Pablo Gerchunoff, no he visto a nadie destacar este punto, que me parece central.

La primera es que el resultado del domingo pasado confirma que Juntos por el Cambio es la representación política mejor alineada con los valores e intereses de la clase media argentina en al menos 50 años.

Esta representación robusta de la clase media explica en parte los resultados consistentes de Juntos por el Cambio en las urnas (tres elecciones seguidas por encima del 40% nacional), quizás porque ofrece matices distintos a distintos tipos de votantes. Los más modernizantes y globalizadores pueden sentirse seducidos por el PRO, los más preocupados por las instituciones y la educación y la salud públicas pueden hacerlo por el radicalismo y los más preocupados por la corrupción y la transparencia pueden hacerlo por la Coalición Cívica. Además de, por supuesto (esto no hay que negarlo), ser el vehículo principal para derrotar electoralmente al peronismo y, sobre todo, dejar atrás el populismo kirchnerista.

Puestos en el mapa, los resultados del domingo pasado permiten ver otra cosa: que las áreas más productivas del país votan cada vez más a Juntos por el Cambio (Córdoba, Santa Fe, Mendoza, el interior de la provincia de Buenos Aires) y que el voto kirchnerista, después de perder su hegemonía en la Patagonia, queda reducido a áreas subsidiadas y con poco empleo formal, como el conurbano bonaerense y el NOA. Aquellas áreas y sectores productivos nunca habían tenido una oferta electoral que representara sus valores e intereses con la convicción y la constancia con que lo hace Juntos por el Cambio. Ahora, el desafío para la coalición es expandir ese sueño de clase media competitiva e integrada al mundo a aquellos que en los últimos años se cayeron de ella (y quieren volver) y a aquellos que están un escalón por debajo y se debaten entre apostar por una economía competitiva o mantener un modelo menos ambicioso pero más seguro y que, aunque con mil problemas, los incluye.

Sobre el segundo punto: así como la clase media encontró en Juntos por el Cambio una oferta electoral en la que sentirse representada, también Juntos por el Cambio encontró en esa clase media una demanda alrededor de la cual alinearse y mantener el rumbo. Ahora parece que fue hace mil años, pero las marchas ciudadanas de 2020 contra la estatización de Vicentín y la reforma judicial, entre otras, le dieron energía y propósito a una oposición que, todavía aturullada por la derrota y la llegada de la pandemia, necesitaba un poco de las dos cosas. 

Esa clase media politizada, simbolizada recientemente en las mendocinas “pelo de cocker planchado”, ha sido ninguneada en estos años, acusada de radicalizada, de recalcitrante, de impedir un hipotético diálogo entre moderados. Y sin embargo acá estamos: ese movimiento ciudadano, que incluye pero excede a lo partidario (como en el caso de Padres Organizados), se transformó en una fuente de energía política para Juntos por el Cambio, que es también un puesto de vigilancia: hay cosas que no dejarán pasar. Estos votantes se ven a sí mismos, y en parte tienen razón, como el verdadero motor del cambio, del cual Juntos por el Cambio es su vehículo favorito pero no necesariamente el único posible. En este caso el desafío para la coalición es encontrar la manera de expandir su base electoral sin alienar a esta base, cuyo tamaño es difícil de medir pero cuya vitalidad –en la calle, en las redes, en la fiscalización– es incuestionable.

Con esto me retiro. Juntos por el Cambio consiguió algo con la clase media que nadie había conseguido antes. Ahora debe cuidarlo y expandirlo hacia abajo y hacia los costados, ofreciendo un sueño muy argentino y muy profundo, que es el sueño de la clase media.

 

 

 

Juan José Amondarain | ex senador y diputado provincial bonaerense | @VascoAmonda

Las elecciones generales se proyectaron sobre la huella que dejaron las PASO: la victoria opositora de Juntos por el Cambio se constató en un rango de 40% de puntos nacionales muy estable a lo largo del tiempo, con chances de ser un piso antes que un techo de cara a 2023. En este esquema, el formato aperturista de las PASO fue clave para generar expectativas en el electorado opositor y que Juntos ganara la elección. Las PASO lograron dinamizar el coalicionismo de Juntos y abrirlo hacia el centro: la candidatura de Manes terminó siendo el fundamento político del resultado en la PBA, justamente porque se colocó “por encima de la grieta” y logró arrastrar votos de clase media baja que en otra época habían ido a Massa. La onda expansiva de las PASO se reflejó también en Córdoba, Santa Fe y otras provincias donde Juntos se oxigenó gracias a la aparición de nuevas figuras y también gracias a una reformulación de la correlación de fuerzas de la coalición a favor de una UCR joven y renovada. El crecimiento radical dentro de Juntos tiene una importancia estratégica mayor a la que pueda ser la amenaza por afuera de los “libertarios”: a diferencia de éstos, puede obtener votos de centro que en 2019 habían ido al Frente de Todos.

Luego del resultado, Alberto se vio obligado a mirarse en el espejo exitoso de Juntos e insinuó la necesidad de unas PASO propias para revitalizar la unidad menguante del FdT: la “unidad peronista” bajo eje kirchnerista no solo no suma, sino que lo que gana en el conurbano lo pierde en el resto del país. No hubo ninguna figura peronista que “emergiera en el caos” y quedara parada a contrapelo de la partitura cristinista que rige a la coalición. Si hubo votos, fueron los que surgieron del epicentro kirchnerista del FdT: el conurbano bonaerense bajo la fórmula de un distribucionismo artificial sin respaldo macroeconómico. Cristina no estuvo en el acto de la derrota alegre pero bien podría haber estado y dicho que esos votos recuperados eran conceptualmente suyos y de nadie más, ayudada por la capacidad instalada de los intendentes para raspar la olla de la primera y la tercera sección electoral. En ese sentido, la elección confirma la “desnacionalización” del peronismo y la “identidad AMBA” del Frente de Todos que da origen a una nueva cultura peronista en la cual toda derrota parece relativa y si se gana en el conurbano, se gana todo, justamente porque es para ese territorio único que el gobierno se siente capaz de gobernar.

La “unidad peronista” bajo eje kirchnerista no solo no suma, sino que lo que gana en el conurbano lo pierde en el resto del país.

En otra época del peronismo, de la que quien escribe formó parte, las cosas eran diferentes. El que perdía era el mariscal de la derrota. Perder traía consecuencias: perder era no haber entendido el poder, no haber entendido el Estado, no saber gobernar. El ejercicio de poder era visto como una ambición política pero también como una ética de la responsabilidad, donde perder era defraudar a la sociedad que antes te había votado. La dirigencia que perdía debía pasar a degüello para que el poder y la hegemonía fluyeran otra vez. 

El kirchnerismo se desprendió de esta cultura e impuso otra: un partido ideológico. La síntesis coalicional del FdT expresa un problema inédito en el peronismo: el problema del no-poder. El “festejo de la derrota” puede verse como un reflejo más sistemático de la convicción de Alberto Fernández para la “toma de indecisiones”. Una procrastinación negadora del poder que no te permite gobernar. 

A este achicamiento geopolítico del Frente de Todos se agrega la situación pos-electoral. El gobierno enfrenta un zugzwang en la economía: un arreglo con el FMI lo obligaría a tomar medidas impopulares de alto costo político rumbo a 2023 (ajuste de tarifas, reducción del déficit fiscal y cuasifiscal, ajuste del tipo de cambio) y no llegar a un acuerdo significaría entrar en una crisis inflacionaria de alto costo político rumbo al 2023. Debajo de esta encrucijada está la economía real de la sociedad (la presión impositiva, la onerosidad productiva del mercado interno), trabada, obstaculizada o paralizada por la ausencia política de un rumbo capitalista que plantee un horizonte de oportunidades más o menos verosímil para quienes no están en condiciones de ser “salvados por el Estado”.

En otra época del peronismo, de la que quien escribe formó parte, las cosas eran diferentes. El que perdía era el mariscal de la derrota.

Cualquiera de los caminos que se tomen presupone la aplicación férrea de un plan económico bastante sofisticado, que a su vez requiere de un poder político fuerte que pueda “controlarlo” para que no se aleje de sus metas; es difícil que el gobierno del FdT, organizado en base a la entropía de sus partes, pueda cumplir con esas expectativas, pero el desafío político que queda en la cancha de 2023 estaría latente (con mucha más urgencia) si la oposición llega al poder.

La clase política tiene que comenzar a conectar en serio con ese consenso tácito que se está formando en la sociedad: la sociedad le está pidiendo a la democracia (por enésima vez en estos últimos diez años de deterioro y parálisis) un proyecto económico claro, estable y que haga eje en la economía privada a la hora de generar empleo y brindar oportunidades.

Desde 2015 hasta acá, las sucesivas elecciones generaron un bipartidismo de coaliciones como respuesta a la fragmentación representativa. La reconstrucción de ese “bipartidismo” entusiasmó más a los fans de la política y a los propios políticos que a la sociedad: se ganaban elecciones y se sobrevivía como élite política, pero no se gobernó ni se gobierna bien. 

Lo que se consolidó en estas elecciones es un bipartidismo “electoralista” formal: lo que todavía no existe es un bipartidismo “gobernante” material que conecte con la realidad social. Con errores y aciertos, el viejo bipartidismo PJ-UCR todavía tiene cosas para enseñarnos: fueron partidos de poder que nunca renunciaron a ofrecerle un proyecto económico a la sociedad. El ultimátum electoral de 2023 viene por ese lado: no alcanzará con tener una buena alquimia para ganar. Quien gane debe tener un paquete de gobernabilidad para aplicar desde el día uno. Para la oposición, significaría ampliarse todavía más en una PASO en un sentido político para tener más inercia ganadora (esa que quizás le faltó en la elección general de la PBA) y lograr algo más que un triunfo; un triunfo de hegemonía y gestión, que es lo que la sociedad busca entre resignada y desesperada cada vez que entra (e incluso cuando no lo hace) al cuarto oscuro.

 

 

Marcos Falcone | politólogo | @hiperfalcon

Las elecciones del domingo dejaron en claro varios puntos, uno de los cuales puede servir como punto de partida para esta breve reflexión: específicamente, el hecho de que a Juntos por el Cambio se le escapan cada vez más votos hacia opciones liberales. Las preguntas que surgen en la oposición se caen de maduras: ¿será posible la unión de cambiemitas y liberales en 2023? ¿Sería deseable que JxC y el liberalismo se unan?

Que cambiemitas y liberales converjan en una sola opción en las elecciones generales de 2023 depende de los intereses de los líderes de ambos espacios. En este sentido, hay quienes muestran desde JxC gran preocupación por la fuga de votos hacia el liberalismo de 2021, pero no hay que olvidar que la coalición ya se abrió al liberalismo al menos una vez: ocurrió hace solo dos meses, en las PASO de la ciudad de Buenos Aires.

¿Por qué se abrió JxC, al menos parcialmente, al liberalismo? La política, generalmente, no se vuelve cooperativa por una cuestión de principios sino por una cuestión de intereses, y en este caso el interés propio es la única razón por la cual López Murphy fue autorizado a participar de una interna en JxC: desde adentro se lo vio como una amenaza. Es claro que la cúpula cambiemita no hubiese incorporado a ningún liberal si no se hubiera visto forzada a hacerlo, por la sencilla razón de que, desde que existen el PRO y luego Cambiemos, los posicionamientos de sus líderes se han mantenido constantes y nunca ha habido una corriente interna explícitamente liberal. Más aún: desde 2005, su búsqueda por desideologizar su discurso ha sido permanente. Y, hasta hoy, exitosa.

Los resultados del domingo muestran que la incorporación de algunos liberales no es suficiente para que JxC se asegure un apoyo masivo que asegure un triunfo en 2023.

Y es que los resultados del domingo muestran que la incorporación de algunos liberales no es suficiente para que JxC se asegure un apoyo masivo que asegure un triunfo en 2023. Es verdad que a nivel nacional obtuvo una ventaja de ocho puntos sobre el kirchnerismo; pero también es verdad que estas elecciones, con la pandemia de por medio, han mostrado probablemente el piso y no el techo del gobierno, además de que tuvieron opciones liberales limitadas a provincias específicas. Estos últimos saben que Juntos por el Cambio los necesita y por eso, en los próximos meses, veremos que se subirán el precio y coquetearán con los “halcones” cambiemitas: buscarán ser integrados o quitarles los votos.

Vale la pena preguntarse, llegado este punto: ¿sería bueno que los cambiemitas y los liberales se unan en 2023? La respuesta no es obvia: hay cambiemitas que ven, en los liberales, a idealistas con ideas impracticables y veces incluso indeseables para el país. De la misma forma, hay liberales que no creen que se le pueda quitar a JxC el tinte socialdemócrata que le imprimen al menos dos de sus tres principales partidos.

Todos tienen algo de razón. La distancia entre el liberalismo posible y el liberalismo real es, en Argentina, importante, y JxC necesita retener a los votantes que confían en su plataforma original: es entendible en ese contexto que la apertura al liberalismo nunca sea la que los liberales quieren. Pero, por otro lado, ya es hora de que JxC asuma que hay una porción creciente del electorado que está cansada de que se defiendan ideas similares a las del otro lado de la grieta con distinto ropaje (la exaltación del “gasto social” más alto de la historia, por ejemplo, no surgió precisamente del kirchnerismo). En este sentido, la experiencia de gobierno debería servir como enseñanza para el futuro: si en 2015 el debate era entre liberalismo gradual o liberalismo de shock y el primero fracasó, no hay ningún motivo para volver a elegirlo en lugar del segundo en un eventual gobierno ni tampoco en la campaña electoral.

¿Sería bueno que los cambiemitas y los liberales se unan en 2023? La respuesta no es obvia.

La experiencia de 2021 muestra que es posible integrar liberales a JxC y que no por hacerlo se rompe la coalición: los liderazgos se pueden dirimir en internas si tan solo se da una oportunidad de que surjan. Y la incorporación liberal, de hecho, fortalece a JxC allí donde se hace: difícilmente pueda explicarse de otro modo la preponderancia que tuvo en CABA López Murphy (quien, a fin de cuentas, era el cuarto candidato de la lista) a veces incluso por sobre Vidal, que no despertaba ningún entusiasmo.

Por el contrario, “comprar” dirigentes liberales sin sus ideas no sirve; ignorarlos, tampoco. Si en la provincia de Buenos Aires se hubieran tomado las mismas decisiones que en la ciudad y la coalición se hubiera abierto, quizás gran parte de los votos de Espert hubieran ido a Santilli y quizás hoy los cambiemitas no estarían tratando de explicar que ganaron una elección que el gobierno increíblemente festeja.

El país está en emergencia y las reformas son urgentes: para llevarlas a cabo se necesita una oposición tanto más liberal como sea posible. Sin los liberales, Juntos por el Cambio quizás llegue de todas formas al poder en 2023, pero probablemente fracase otra vez en el gobierno: solo el liberalismo tiene las ideas correctas que pueden sacar a la Argentina del pozo en el que se encuentra inmersa.

 

 

 

Enrique P. Quintana | abogado | @QuikFCO

Las elecciones de medio término trajeron varias novedades. Las más importantes para los próximos años, por su proyección dentro de las fuerzas políticas mayoritarias, son que el oficialismo perdió el quórum propio en el Senado por primera vez desde 1983; que dos candidatos conservadores lograron el tercer puesto en Ciudad y Provincia de Buenos Aires con casi 1.000.000 de votos sumados, lo que les genera proyección nacional para 2023; que intendentes del PJ en el conurbano consiguieron aumentar mucho su volumen de votos entre las PASO y las generales; y que JxC quedó a solo tres puntos de conseguir el “número mágico” a nivel nacional (45%), prevaleciendo frente al peronismo en 18 de las 23 capitales de provincias (todas salvo Catamarca, La Pampa, La Rioja, Santiago del Estero y Tierra del Fuego).

De acá a 2023, el desafío para el Gobierno Nacional pasa por mejorar la horrible situación económica de los argentinos sabiendo que la vaca a la que suele recurrir (el Estado) ya está vieja y no puede dar más leche, y que no va a encarar ninguna reforma previsional, de coparticipación, fiscal o laboral de fondo dado que en esencia sus representantes están mayoritariamente de acuerdo con el statu quo. Imprimir dinero, intentar crear nuevos impuestos (sin quórum propio en ambas Cámaras), postergar pagos de deuda con el FMI, profundizar el asistencialismo, predicar pobrismo, controlar cada vez más precios y consumir stocks, es el menú esperable. Si bien no luce alentador para el país, el resultado de la elección demuestra que el Gobierno sigue siendo competitivo de cara a 2023 si, por la razón que sea, incluso factores externos, precios agrícolas o la mayor producción de petróleo a estos precios, se consigue un módico crecimiento económico con cierta paz social.

El desafío en estos dos años pasa también por ampliar Juntos por el Cambio, pero principalmente definir si se quiere ser más Juntos o más Cambio.

Dentro de JxC lo más relevante es la aparición de figuras jóvenes y nuevas en varias provincias que fueron claramente ganadoras y el hecho de que las luchas internas quedaron virtualmente equilibradas, dado que ningún ganador prevaleció sobre otros. Esto incentiva a seguir unidos. Sería un error pensar que el 42% a nivel nacional alcanza. Se debe seguir fortaleciendo el espacio y captar adhesiones en muchos lugares del país que siguen siendo esquivos, en particular, por su importancia demográfica, la tercera sección electoral de la Provincia de Buenos Aires, Rosario y Santiago del Estero. 

El desafío en estos dos años pasa también por ampliar Juntos por el Cambio, pero principalmente definir si se quiere ser más Juntos o más Cambio. La coalición, vertebrada sobre principios republicanos y con la aspiración de representar a la gran clase media argentina, es muy amplia, y lo deseable es contar desde 2023 con una coalición de gobierno y no sólo parlamentaria para hacer los cambios que el país requiere con urgencia.

La fortaleza exhibida por la UCR en Mendoza, La Pampa, Corrientes, Córdoba, Santa Fe, Jujuy y el interior de la Provincia de Buenos Aires, entre otros, permite prever que dicho partido no será relegado a un lugar menor en un hipotético gobierno. La UCR muestra crecimiento y renovación, no va a contentarse con carguitos y va a aspirar a gobernar muchas provincias y a presentar un candidato competitivo en la gran PASO presidencial. 

Creo que JxC está dando muestras de madurez institucional y su principal activo consiste en la aparición constante de nuevas figuras

En cuanto al PRO, es de esperar que busque integrar a las fuerzas conservadoras de Espert o de Milei. Quien en dicha interna logre sumar por un lado sin restar por el otro, va a quedar mejor parado. Es de suponer que el desempeño del país en el próximo bienio incline la balanza hacia un candidato moderado o un candidato duro, o bien hacia el candidato que supo integrar ambos sectores. Ante una crisis muy profunda los sectores más dialoguistas pueden quedar debilitados, y ante un escenario de estancamiento sin gran conflictividad, fortalecidos. Y viceversa. Las circunstancias del momento suelen definir la oferta y la demanda electoral.

Creo que JxC está dando muestras de madurez institucional y su principal activo consiste en la aparición constante de nuevas figuras respetables que generan confianza en casi todas las provincias y ciudades. Está ganando espacio en sectores universitarios y jóvenes. Si logra, además, generar esperanza en los más desfavorecidos, acercarse a los excluidos, pensar políticas de inclusión social con libertad individual, podrá no sólo triunfar en 2023 sino lograr que Argentina inicie la senda de crecimiento y desarrollo de largo plazo que necesita para cambiar definitivamente.

 

 

Josefina Mendoza | diputada nacional (PBA) | @JosefaMendo

Argentina es una especie de montaña rusa sin fin. Podríamos decir que en este país está permitido todo, menos sufrir de vértigo. 

Las elecciones que pasaron seguramente dejan miles de interpretaciones y muchas preocupaciones también ya que, para ser sinceros, si había incertidumbre antes de ese domingo, el lunes posterior se sumaron muchas más, principalmente por la falta de capacidad del oficialismo de reconocer la derrota y festejar la remontada que tuvo en la Provincia de Buenos Aires. Esto, sin lugar a dudas, sumado a la falta de plan económico hace que todos los argentinos nos sintamos un poco caminando por el precipicio, una sensación que por nuestra historia podríamos decir que es prácticamente un deporte nacional. 

En términos políticos, el gobierno nacional siente el tremendo alivio de haber remontado bastante en el conurbano bonaerense (aunque no les alcanzó), lo que les da un poco de aire y en cierta medida permite “tapar” las fuertes derrotas en muchas provincias del país. Esta remontada deja traslucir lo que, en mi opinión, va a ser el centro de la disputa hacia adentro del Frente de Todos, disputa que me atrevo a decir quedará en stand by durante un tiempo, principalmente por los problemas de naturaleza económica que debe solucionar el gobierno a corto plazo, pero que cuando resurjan temo que serán bastante complicados para todos pues, fiel a su tradición, el peronismo suele dirimir sus internas sin importar si en medio quedamos todos. 

Dentro del frente de gobierno parece haber dos polos: los gremios e intendentes –o el peronismo tradicional– y por otro, el kirchnerismo. Ambos espacios están en permanente puja de poder que veremos cuándo, cómo y por qué resurge. Las elecciones, la economía y los resultados, por el momento, seguramente frenan sus tensiones. 

Por el lado de la oposición, podemos observar que nos consolidamos como espacio nacional a tan solo dos años de irnos del gobierno.

Por el lado de la oposición, podemos observar que nos consolidamos como espacio nacional a tan solo dos años de irnos del gobierno. A su vez, la ampliación de Juntos por el Cambio y la utilización de las PASO como herramienta permitieron el surgimiento de nuevos liderazgos y el empoderamiento de los partidos que componen la coalición, por caso el radicalismo (mi partido) es un ejemplo claro de todo esto. 

En mi opinión, el surgimiento de nuevos liderazgos y figuras en la oposición nos nutre de certezas y esperanzas, la certeza de que a futuro los argentinos tendremos dentro del frente un amplio menú de proyectos y candidatos para elegir, y la esperanza de que de todos ellos salga el próximo o próxima presidente del país. Ahora bien, como oposición tenemos la responsabilidad y el desafío de crecer, convocar a más personas y no dividirnos, tarea sencilla de escribir, pero que seguramente requerirá de todo nuestro arte político para que sea ejecutada en la realidad. 

La nueva conformación en las cámaras, pero principalmente en el Senado de la Nación, plantea un tenso equilibrio en el precipicio, pues a juzgar por las recientes actitudes, temo que este Gobierno se enamore de la emergencia para gobernar (nuevamente). Habrá que ver cómo se articula una posición correcta para que esto no suceda y las discusiones se den en el lugar que corresponde, que es el Congreso. 

No hay tiempo, margen, ni paciencia social para andar jugando al TEG de la política.

Creo que no hace falta aclarar que todo esto que estoy diciendo puede suceder mientras la mayoría de la población mira para otro lado. Está claro que los problemas de la gente hoy por hoy están muy lejos de estas preocupaciones y que los desafíos de todos los que tenemos algún tipo de responsabilidad política están dados por saber entender eso y trabajar desde el lugar que nos toca para solucionarlos. No hay tiempo, margen, ni paciencia social para andar jugando al TEG de la política. Alejarse de plantear soluciones concretas a problemas reales para centrarse en la “rosca”, sería un error imperdonable de la dirigencia argentina y podría abrir la puerta al surgimiento de figuras que con retórica fanática pueden polarizar y fanatizar aún más a nuestra sociedad, sociedad que necesita menos gritos y más diálogo. 

Como dije al principio, el panorama que se abre es en cierta medida bastante incierto y nos plantea el tenso desafío de hacer equilibrio sobre el precipicio, sabiendo que en Argentina está todo permitido menos el vértigo.

 

 

 

Luis Tonelli | analista político | @LuisTonelli

En las elecciones legislativas del domingo pasado el Frente de Todos la sacó barata. La mufa reinante no se reflejó en el total de votos. Y el total de votos no se reflejó en la pérdida de bancas en el Congreso. Como resultado de esto, el oficialismo perdió solo dos diputados de los 52 que ponía en juego y Juntos por el Cambio poniendo en juego 60 diputados, quedó con la misma cantidad luego de las elecciones.

La derrota electoral pegó fuerte en el Senado, sancto sanctorum del hipervicepresidencialismo, donde el peronismo por primera vez en la historia perdió el quórum propio, y por ende, muchas de las prerrogativas que le corresponden a esa institución contramayoritaria pero que, en manos de CFK, precisamente funcionaba en el sentido contrario. La diferencia entre la magnitud de la victoria de Juntos por el Cambio en el Senado respecto a diputados se debe sencillamente a las provincias que les tocó renovarse en esta ocasión: Mendoza, Córdoba, Santa Fe. A las que se le agregaron Chubut, con su desastroso gobierno, y La Pampa, con una fuertísima interna peronista.

Esta derrota, aunque limitada, termina con la ensoñación del “vamos por todo” como proyecto político camporista, que murió en las PASO y fue sepultado el domingo pasado. Gobernadores e intendentes –quienes trabajaron a reglamento– fueron incluidos preventivamente ya con la derrota en las PASO, en una intervención de CFK destinada a controlar daños cediendo parte de la billetera. Por su parte, la derrota habilita a Alberto Fernández a moderarse y con esto, sino gobernar, al menos sobrevivir.

Esta derrota, aunque limitada, termina con la ensoñación del “vamos por todo” como proyecto político camporista, que murió en las PASO y fue sepultado el domingo pasado.

El swing electoral no tuvo mayor potencia debido a la “maldita grieta”: ella impide la competencia real entre Juntos por el Cambio y el Frente de Todos, pese a que si bien los líderes del peronismo estuvieron unidos en esta elección, lo que falló fue la coordinación entre el liderazgo nacional y los dirigentes y punteros locales. Mucho del voto de las tradicionales bases peronistas votaron en las PASO a pequeños partidos que sacaron menos del 1,5% de los votos, o votaron en blanco o no fueron a votar. El kirchnerismo reemplazó ese núcleo duro con el suyo propio, que proviene más bien de sectores medios empobrecidos, muy ideologizados, como si fuera un FREPASO rabioso. Frente a esta situación, entonces, la mufa y el voto protesta en su mayoría peronista se canalizó hacia figuras en las antípodas de su ideología, como Milei, pero que encarnaron un voto antisistema del tipo la Cicciolina en la Italia de los ’80.

Un extremo se sustenta en el otro extremo, y los dirigentes centristas de Juntos por el Cambio confunden centrismo con moderación. Ganar el centro y hacer de él un motor político anti-extremista ha sido siempre el modo en que se consigue llegar a la Casa Rosada.

 

 

 

Germana Figueroa Casas | diputada nacional electa (Santa Fe) | @germanafc

Las elecciones generales del 14 de noviembre tuvieron como resultado (aunque el oficialismo pretenda negarlo) un triunfo de Juntos por el Cambio a nivel nacional. A pesar de la derrota en 2019, y con diferencias, la coalición se mantuvo unida e incluso en provincias como la mía, Santa Fe, hasta se amplió, incorporando sectores del radicalismo que hasta ese momento estaban en un frente con el socialismo. Tenemos que estar atentos a eso, no entrar en discusiones o competencias por partido, que ya vimos que pueden dirimirse perfectamente en las PASO, y tener en cuenta que el voto premió esa unión. Ninguno de los partidos que la conforman podría haberlo logrado en soledad.

El otro análisis es tener en cuenta que la gente con su voto nos dio otra oportunidad, creyó en nosotros una vez más para enfrentar al kirchnerismo: no podemos desaprovecharla. Se trata de una elección histórica, donde el peronismo pierde la mayoría propia en el Senado que detentaba desde 1983. Esa posibilidad de tener un congreso más equilibrado tiene que utilizarse para empezar a plantear las reformas que nuestro país necesita, sentar las bases para cambiar el modelo de país que propone el populismo.

Nos esperan dos años muy complicados, con inflación, recesión y descontento social. El gobierno enfrenta varios desafíos en lo económico. Entre otros, la brecha cambiaria, el desempleo, la pobreza, el déficit fiscal y su financiación, y el acuerdo con el FMI. Todo esto agravado por la incertidumbre, ya que no se ha visto una reacción al mensaje de las urnas. Hasta ahora negó su derrota y optó por festejar como si hubiera ganado. Esta disociación de la realidad genera preocupación, ya que si no toma el mensaje de las urnas y reconoce que el rumbo que está siguiendo es el equivocado, va a ser imposible que dé una vuelta de timón hacia un modelo económico diferente.

En nuestras recorridas por Santa Fe, visitando empresas grandes y chicas, había un reclamo permanente: “Que nos saquen el pie de encima”.

En nuestras recorridas por la provincia de Santa Fe, visitando empresas grandes y chicas, había un reclamo permanente: “Que nos saquen el pie de encima”. Empresas que plantean que hacen a pesar de un Estado que es un socio solo en las ganancias, pero que a su vez pone palos en la rueda, haciendo todo lo posible para evitar que las logren. Otra coincidencia, fueran del rubro que fueran, era la resistencia a ampliar su cantidad de empleados, planteando tanto los altos costos que no se ven reflejados en el salario de bolsillo como las dificultades para reducir la planta en caso de necesidad, tanto por restricciones que aplica el Estado periódicamente como por los conflictos judiciales que puede generar. Y la tercera es la falta de previsibilidad, los cambios constantes, la dificultad para planificar, agravada en el caso del campo que tiene ciclos biológicos que hace que no pueda adaptarse rápidamente a esos cambios. Una norma que permanece en el tiempo, permite que se interprete, que genere jurisprudencia, doctrina, que su aplicación permita ver la forma de modificarla sobre una base objetiva y no por espasmos o reacciones demagógicas.

A todo esto agreguemos que tenemos un régimen tributario que estimula a los agentes económicos a achicarse, a no crecer. Un monotributista prefiere rechazar trabajo antes que pasar a un régimen general que le implica perder lo que acaba de ganar. Una pequeña empresa no quiere pasar a mediana porque pierde beneficios tributarios y crediticios, y ni hablar de pasar de mediana a grande (para algunos, las culpables de todos los males de la Argentina), y castigadas recientemente con un impuesto a las ganancias progresivo que nuevamente funciona como un desincentivo al crecimiento. Y con una de las presiones tributarias más altas del mundo, sin embargo, continuamos generando déficit fiscal crónico que se financia, según los momentos, con endeudamiento o con inflación. Esta alta presión tributaria sumada a las restricciones a la compra de dólares y la brecha entre el dólar oficial y el solidario, tarjeta, blue, MEP, etc., ha generado una gran economía informal en paralelo que hace que quien está en el circuito formal y paga los impuestos que corresponden, tenga una presión más alta todavía que si la analizamos en forma global.

Y un Estado que según el oficialismo “te cuida”, pero no cumple con sus funciones básicas y no brinda ni seguridad ni justicia.

Un país con índices altísimos de pobreza, desempleo e inseguridad, ¿puede darse el lujo de cerrar sus aulas por más de un año y medio? La respuesta es no, pero sucedió y las consecuencias se están viendo: chicos que se desconectaron de las instituciones educativas y abandonaron; empresas que a pesar de todo buscan empleados con secundario completo y no consiguen. Y un Estado que según el oficialismo “te cuida”, pero no cumple con sus funciones básicas y no brinda ni seguridad ni justicia.

Tenemos que cambiar ese modelo de país que nos quieren imponer a uno que reconozca el trabajo y la educación, que premie al que produce y da empleo, que se abra al mundo. Para ello, pensar en una reforma tributaria que asegure estabilidad fiscal como mínimo por diez años; una reforma laboral posible, sin quitar derechos adquiridos pero aplicable a nuevos empleos, a determinados rubros o a empresas castigadas por la pandemia que vuelven a apostar al país; asegurar presupuestos básicos para la educación en todos los niveles y en todas las provincias, revalorizando la tarea docente. Es un gran desafío el que nos espera en el Congreso, debemos estar a la altura de las circunstancias.

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