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El director de Seúl me dio tres semanas de ventaja para escribir sobre qué debería hacer el PRO hacia el futuro. Honestamente, el asunto me generó cierta contrariedad, porque muchas de las cosas que uno quiere decir deben ser dichas con afecto y en privado. Además, en momentos como este, una palabra pública puede bastar para matarte. Todo lo que voy a decir, entonces, es con compromiso y con la intención de que el PRO vuelva a ser competitivo. Ser parte de un equipo es compartir valores y caminar juntos, más allá de los resultados.
Para algunos de nosotros, son muchos los años dedicados a un espacio político que –a quienes siempre pensamos que “hay una manera distinta de hacer las cosas”– nos dio la oportunidad de formarnos y desarrollarnos no solo para enunciar ideas, sino para convertirlas en realidades tangibles.
¿Qué debería hacer el PRO en este momento? Hice esta pregunta en mis redes sociales y recibí más de 200 respuestas que confirman una tensión conocida: es difícil para nuestros militantes aceptar que apoyemos y cooperemos con un gobierno que nos ataca en público. Uno me escribió: “Veo al PRO con LLA y no me gusta”. Otros mensajes fueron menos elegantes. Pero también apareció otra demanda ciudadana que trasciende las diferencias. Un ciudadano alejado de la política dice: “Sé que tienen diferencias, incluso pueden tener razón ustedes, pero igual júntense para ganarle al kirchnerismo”. Otro más directo: “Sean prácticos”. Y uno, lapidario: “Pedir perdón y ya… seguir”.
Liderar no siempre es decidir entre blanco y negro. El kirchnerismo dejó una economía peor que la de un país en guerra. El gobierno de LLA enfrenta una situación compleja, con minoría parlamentaria y del otro lado el “club del helicóptero”, que ya en la gestión de Mauricio nos hizo la vida imposible.
A la vez, el gobierno fue astuto en enviar proyectos con los que el PRO coincide. En el Congreso, las diferencias concretas fueron mínimas.
A la vez, el gobierno fue astuto en enviar proyectos con los que el PRO coincide. En el Congreso, las diferencias concretas fueron mínimas. Quienes votamos, fiscalizamos y militamos por el presidente Milei en el ballotage lo hicimos para que no ganara el populismo que destruyó al país, y para que se enderezara la economía. Los resultados, en mi opinión, son mejores de lo que esperábamos quienes no lo teníamos como primera opción. Incluso el orden público es mayor del previsto, así como la agenda de desregulación y modernización regulatoria.
A quienes estamos formados en el PRO, hay algo que nos resulta muy difícil y tiene que ver con lo que Mauricio repite como un mantra: “Entre hacer hacer lo conveniente y hacer lo correcto, el PRO siempre va a hacer lo correcto”. Si el Gobierno envía un proyecto con el que estamos de acuerdo, es difícil votar en contra solo porque “no nos gusta lo que dicen de nosotros”. Eso, lejos de ser una debilidad, me parece una fortaleza. Uno de los tantos problemas históricos de la Argentina es lo contrario: políticos que admiten en privado lo que hay que hacer, pero cuando se prenden las cámaras se apresuran a diferenciarse, muchas veces por cuestiones personales.
En el caso específico de la provincia de Buenos Aires tenemos enfrente a Cristina Fernández y a Axel Kicillof, responsables de hundir a los bonaerenses en la inseguridad, la crisis educativa y la pobreza exponencial. Para la agenda de problemas que tiene un bonaerense, nuestras diferencias con LLA son pequeñas frente a la necesidad de lograr un cambio de paradigma en la provincia. Siempre pensé que era muy difícil cambiar la Argentina sin cambiar antes la provincia de Buenos Aires, donde vive el 40% de los argentinos.
Los problemas del país son mucho más importantes que los problemas que tenemos en el PRO. No tienen ni el mismo tamaño ni el mismo nivel de prioridad. Sacar a la Argentina adelante es nuestro norte. Guillo Dietrich lo contó en el podcast de Seúl en estos días: en la genética PRO no es tan importante quién hace lo correcto; lo importante es que se haga. Esto no impide, sin embargo, que pensemos qué hacer con el PRO y si esta es nuestra mejor versión.
Qué versión queremos
Empecemos por algo obvio: ¿estamos en nuestra mejor versión? Yo creo que no. Lo que fue nuestra identidad hasta ahora es un combo de futuro, cercanía, positividad, el objetivo de ser un partido eficaz en su gestión (“el partido del hacer”) y un espíritu que mezcla lo liberal con lo republicano. Es difícil proyectar el futuro desde la nostalgia y sin renovación, pero tampoco es sana una cercanía sin compromiso real con lo que viven los argentinos, y definitivamente es complicada la sonrisa positiva cuando los argentinos están tan descreídos. En cualquier país con autoestima, el “partido del hacer” debería ser un estándar democrático. Lo liberal y lo republicano siempre asomó tímidamente en un sentido práctico más que como una identidad narrativa.
No reniego de todo esto, pero podemos reimaginarlo, hacerlo diferente. Creo que si desde el PRO no actuamos rápido, corremos el riesgo de quedar atrapados en el pasado, y eso sería una lástima porque hay mucho talento, personas con experiencia y sueños, pero conducidos por líderes que nos culparon de su fracaso después de habernos abandonado. Ese ciclo ya concluyó.
Creo que si desde el PRO no actuamos rápido, corremos el riesgo de quedar atrapados en el pasado.
Esto significa que hay dos ritmos diferentes. Este año, con elecciones legislativas a la vista, el desafío inmediato no es solo modernizarse, sino unirse estratégicamente para derrotar al kirchnerismo. En este tiempo conocí personas que tienen miedo de morirse sin haber llegado a ver una Argentina que progresa. Personas que tienen miedo de salir después de las 6 de la tarde de sus casas, y antes también. Para quienes somos más jóvenes, no se trata de renunciar a nuestra esencia, sino de construir una competencia que nos permita derrotar al kirchnerismo ahora y, desde ahí, repensar nuestro futuro. Es difícil, pero más difícil la tienen los argentinos.
Hay tres ideas peligrosas circulando entre nosotros: que sin hacer nada estamos condenados al éxito, que hay que aguantar y ya, o que “peor no podemos estar”. Todas son falsas. La historia nos enseña que siempre se puede estar peor y que el éxito no llega por inercia. Si, llegado el caso, nos toca unirnos en una lista con LLA, eso no significará olvidar quiénes somos. Creo que podemos combinar tres elementos: la innovación, el trabajo analógico y una posible alianza táctica con LLA.
Qué necesitamos
Primero necesitamos un partido que funcione de manera distinta. Si no tuvieras que diseñar el partido como indica la ley, ¿lo harías así? La respuesta es evidente.
Necesitamos una estructura ágil, con conducción renovada, que cuide a nuestros fundadores pero impulse estándares distintos, con más compromiso y más federal. Estar en movimiento, reunirnos, hacer congresos “del cambio”, discutir qué sería el cambio hoy, cómo habría que llevarlo adelante. Esta vez sin diseño de iluminados, trabajado entre todos, decidiendo sobre nuestro destino de forma colectiva, con disenso y creatividad. El PRO nació como un espacio donde decíamos “vos podés pensar distinto”, cuando parecía que no se podía disentir con el kirchnerismo. Hoy, debatir entre nosotros parece un sacrilegio, porque te volvés kuka o violeta. El pensamiento único empeora a cualquier organización. Sin decirnos la verdad no se puede construir confianza. Y sin confianza entre nosotros no estamos ni para pensar en dar una batalla contra el narcotráfico, por ejemplo.
Segundo, el cambio real se construye invirtiendo en formar personas que sueñan con transformar el país y están dispuestas a prepararse para liderar y construir equipos. Esto requiere trabajo analógico, de base, que escuche a su comunidad, forme nuevos liderazgos y reconstruya la confianza desde abajo. Si no está ese líder natural, apostemos a crear un ecosistema donde lo que crezca tenga raíces sólidas, priorizando un trabajo de fondo contra la tentación de la táctica de corto plazo. No es solo un problema organizacional: es un problema de la Argentina.
Lo contrario podría llevarnos a una parálisis, donde damos testimonio de nuestra verdad pero Argentina sigue igual.
Y tercero, en este contexto electoral, la alianza en estudio con LLA en la provincia de Buenos Aires no significa abandonar nuestra identidad, sino reconocer que el kirchnerismo sigue siendo un obstáculo para huir de la decadencia. La unidad táctica entre el PRO y LLA puede ser el puente hacia una Argentina próspera, mientras, paralelamente, el PRO se reconstruye como un partido moderno, liberal y capitalista. Lo contrario podría llevarnos a una parálisis, donde damos testimonio de nuestra verdad pero Argentina sigue igual. El rol del PRO hasta acá fue disruptivo. No ha existido un partido político con este nivel de generosidad y compromiso.
Tras las elecciones de octubre, el PRO va a necesitar una agenda que mire al futuro sin olvidar sus raíces. Va a ser clave apostar por la innovación en la gestión política, desde la implementación de tecnologías disruptivas para volver más ágil al Estado, hasta una reforma educativa que prepare a las próximas generaciones, así como diseñar la siguiente generación de proyectos de infraestructura. Vamos a necesitar líderes que encarnen el cambio, no que lo prometan.
Hace poco Manuel Adorni nos comparó con el Nokia 1100. A mí no me preocupa ser un Nokia 1100, un teléfono cumplió su función, fue noble y útil. Lo que sí me preocupa es que nos convirtamos en un BlackBerry: una marca brillante que, cuando la innovación llegó, prefirió resistirse por orgullo antes que adaptarse. El problema no es haber sido parte del pasado, sino negarse a construir una nueva mejor versión.
Argentina no necesita partidos nostálgicos, y el PRO puede volver a ser la vanguardia política del país. Pero para eso tenemos que empezar a hacer muchas cosas de manera diferente, entre lo viejo que funcionó y lo nuevo que vale la pena intentar. Todavía no sonó el silbato. Y eso, para quienes aún creemos que el PRO puede volver a ser vanguardia, es una buena noticia. Y si una mayoría no está de acuerdo con este texto, sepan que cuentan conmigo para lo que haga falta.
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