ELOÍSA BALLIVIAN

El problema es Seúl

Un lector le contesta a Ernesto Tenembaum.

Lo que años atrás era una charla de pasillo entre conductores y panelistas de radio, mientras sonaba la tanda entre programas, en algún momento se reconvirtió: ahora se lo llama “pase”, es un género en sí mismo e implica que a lo largo de varios minutos unos y otros hablan de diferentes temas, la mayoría de las veces absolutamente insignificantes. Sin embargo, más allá de lo tedioso que puede resultar escuchar una superposición de voces y risas como si fuera una sobremesa, hay ocasiones en que en estos espacios se generan momentos trascendentes. Fue lo que ocurrió el martes 11 de julio, a las 10:16, en Radio con Vos, durante el pase entre ¿Y ahora quién podrá ayudarnos?, de Ernesto Tenembaum, y La inmensa minoría, de Reynaldo Sietecase. Luego de que los dos periodistas conversaran sobre diversos asuntos de actualidad, Tenembaum, a raíz de las acusaciones de discriminación, racismo y homofobia contra el precandidato a legislador porteño Franco Rinaldi, sostuvo que “el problema no es él: son todos los que salieron a defenderlo”, y señaló que hay un grupo de intelectuales cuya vida, desde su perspectiva, pasa por discutir al progresismo. Lo dijo en tono cansino, con un dejo de abatimiento y resignación, y así como admitió que esa ideología tiene mucho para que se la critique, remató que en Argentina “su enfoque se nuclea mucho en la revista Seúl”.

El comentario, dicho mientras Sietecase lo escuchaba silenciosamente, por supuesto, no pasó desapercibido: entre autores, ilustradores, editores, lectores y detractores de Seúl se generó, en Twitter, un intercambio de ideas, con lo que –¡una vez más!– la revista demostró que su irrupción en 2020 en los múltiples territorios en que opera –político, mediático, digital, simbólico– está cumpliendo su cometido, que es estimular conversaciones en una sociedad aletargada a la que le cuesta romper la inmovilidad, siempre cómoda pero siempre peligrosa.

Desde su aparición, Seúl, en paralelo, se trazó un objetivo más ambicioso y complejo, pero por ello mismo más estimulante: cuestionar el sentido común instalado en Argentina tras 20 años hegemonizados discursiva y culturalmente por el kirchnerismo. Esto le permitió nuclear a autores de diferentes orígenes y formaciones, diversas ideas y aspiraciones, pero que coinciden en que se debe confrontar el relato creado y asentado –exitosamente, admitámoslo– por Néstor y Cristina Kirchner desde sus usinas ideológicas, que han llegado a abrumar por su cantidad entre 2010 y 2015. Cada domingo, los articulistas de la revista hacen mucho más que sólo discutir al progresismo: plantean debates y generan diálogos sobre temas que, en general, carecen de espacios en los grandes medios, y lo hacen con una notable profundidad: cada texto cuestiona visiones arraigadas aun en sus lectores más identificados con su línea editorial, a la vez que dispara preguntas y genera introspecciones. ¿Qué mejor razón de ser para un artículo de una revista de ideas que generar cuestionamientos internos en quienes lo leen? Cada vez que ocurre esto, silenciosa pero constantemente, es cuando la batalla cultural avanza un poco más tras el necesario equilibrio en las relaciones de ideas-fuerzas en una sociedad como la argentina, necesitada de más sensatez y menos maniqueísmos en los debates públicos, fundamentalmente en aquellos que versan sobre quiénes somos y hacia dónde vamos, pero también qué esperamos de nuestro tiempo y los demás: qué nos une o no en ese proyecto colectivo, abstracto, llamado Nación, que no es otra cosa que el sentido común compartido.

Seúl, tal como sostuvo la diputada nacional Sabrina Ajmechet, no va contra el progresismo, como cree Tenembaum: va “contra los que usan la palabra «progresismo» para flamear ideas conservadoras y statuquoistas”, como la peligrosa promoción de la cultura de la cancelación o el incuestionable proteccionismo de la industria de la ropa. La revista, además, se define por la positiva: está a favor de la democracia liberal, la sociedad abierta y una economía capitalista, de libre iniciativa y competencia. Si es eso lo que el progresismo considera que es ir en su contra, bienvenida sea, entonces, la confrontación intelectual y académica. Desde el cuestionamiento a los relatos efectistas pero simplones sobre soberanía hasta la crítica a los líderes –políticos, empresariales, sindicales– anclados en sus cargos de representación institucionalizada, pasando por una visión geopolítica demócrata y occidental, Seúl busca no que cambiaran los paradigmas imperantes, porque sería convertirse en lo que critica, pero sí que se equilibraran, y tal fue el tamaño del espacio que ocupó que prestigiosos autores dedicaron su tiempo a pensar, redactar, publicar y discutir.

Observando todo lo escrito y debatido hasta el momento, regocijémonos: sin dudas somos más de los que creíamos, y terminamos uniéndonos para confrontar respetuosamente una hegemonía ideológica-cultural que, tras dos décadas de pregnancia, se resquebraja velozmente ante la endeblez económica, aunque la repetición y el hartazgo también la han ido horadando. Quienes, desde 2003, detentaron el monopolio de la construcción de relatos que han sido tan exitosamente exhibidos como verdaderos e incuestionables, deben admitirlo: llegaría un momento en que se cuestionaría el pensamiento dominante, y eso, en parte junto al cambio de corrientes de opinión pública, llegó con Seúl. Pensamiento dominante, no absoluto, porque nunca lo es: en cada persona –y más: en cada persona que piensa, que indaga, que lee–, hay un espacio individual absolutamente inquebrantable, que es el de la mente, donde se pueden liberar épicas batallas que están exentas del control de los tiranos. Es exactamente aquello que Leonard Cohen ponderó alguna vez: que todas las cosas tuvieran una grieta, porque justamente es por allí por donde entra la luz. Bienvenida sea esta rendija en el debate público argentino, Seúl, producido desde el sur del paralelo 38.

–Marcelo Pucciariello

Sobre «Mamá, ¿puedo faltar?», de Laura Romero

(podés leerla acá)

Un antiguo alumno me hizo llegar este comentario sobre la nota de Laura Romero, que me parece útil.

“Lo que cuenta el texto es lo que vengo viendo en mi entorno, no sólo en el colegio, hace 20 años. Yo creo que es algo muy generalizado. Pero como bien señala la autora, son impresiones asistemáticas en base a los micromundos en los que uno se mueve.

Me parece positivo, igual, que lo ponga sobre el tapete, y que señale que se debería tener un buen relevamiento de datos. Me temo que si se impulsa esa política, los propios directivos van a dibujar los números por si acaso no quedar mal, o peor, que agiten el fantasma de que se vienen con eso políticas de control, de recorte, etc. 

Yo creo, igual, finalmente tengo formación de antropólogo, que es importante hacer un estudio de las ideas, valores y prácticas que hacen a esta realidad en la que la propia “comunidad educativa” descree y socava las bases del sistema educativo.”

–Luis Alberto Romero

Terminé mi secundaria, incluso la universidad, hace muchos años. Voy a contar cosas autorreferenciales. Todo es en Córdoba, en el interior, mi madre docente, profesora en Letras, escuela pública, universidad pública, la Universidad Nacional de Córdoba.

Cuando tenía 14 años hubo un incidente gravísimo en mi familia, un asesinato, revestido de circunstancias de una novela. Ocurrió un sábado, domingo entierro. Ciudad convulsionada. Lunes todos, adultos y niños de la familia, en sus trabajos. Mi madre en la escuela como todos los que estábamos en los distintos niveles, el mayor en 5to año.

2023, mi nieto mayor por distancia de lunes a viernes se queda en casa, que está a tres cuadras de su escuela. Llovió, nada abundante, pero no fue a la escuela por lluvia. Este mes faltó por campeonato de algo en el que no participa, pero no hay clases. Dos veces entró a las 10 por ausencia de profesor, el jueves porque para qué si sólo está el acto. Mi paciencia está colmada. Los padres no tanto.

En la universidad, fuera de mi casa y con 17 años, teníamos que cumplir el 85% de asistencia, si no quedábamos libres.

Varios años después agradecí todo. Cuando pregunté, mi padre me dijo: “ante acontecimientos que afectan tanto la vida, rápido hay que recuperar la normalidad de lo cotidiano”.

–María Elisabeth Noria Martínez

Sobre «Eso ya no se puede decir», de Sabrina Ajmechet

(podés leerla acá)

La argumentación de ese artículo es pésima. En sustancia, lo que ese artículo dice es que cuando uno se convierte en candidato, el pasado se borra. Por ende, cualquier desacierto anterior queda eliminado porque alguien se convierte en candidato. Si Rinaldi dijo algo inconveniente, lo dijo y lo dijo Rinaldi, el mismo que ahora es candidato. No es aceptable el argumento de Ajmechet, en el sentido de que cuando Rinaldi dijo lo que dijo estaba bien porque entonces no era candidato y ahora que es candidato no importa que lo haya dicho. Semejante argumento me parece absurdo, por ser suave.

Si ese planteo fuera correcto, entonces no hay motivo para cuestionar que el kirchnerismo tenga dirigentes que cuando eran montoneros ponían bombas y mataban gente. De hecho, cuando cometían esos atentados, no eran candidatos ni funcionarios. Lo que estoy diciendo es la conclusión lógica de la argumentación de ese artículo.

Creo que deberían fijarse mejor en qué es lo que publican.

Saludos,

–Alejandro Sala

Sobre «Rompan todo», de Albertina Piterbarg

(podés leerla acá)

En la nota de hoy, la autora (Albertina Piterbarg) incorpora un detalle de algunos acontecimientos históricos para reafirmar sus conclusiones. Lo que noto en ese detalle es un dejo de ese “anticatolicismo” típico de algunos franceses. Pero sin caer en una nueva polémica, me parece interesante recordar, para incluir en algún otro detalle de acontecimientos históricos, la Guerra de la Vendée en el marco de la Revolución Francesa, que había sido olvidada y ocultada hasta hace poco. Un conflicto que muchos historiadores califican de ser el “primer genocidio de la historia moderna”, pues en él murieron alrededor de 200.000 personas por permanecer fieles a su fe y al Rey.

Tal es la vigencia de ese “anticatolicismo” que existe una obra de Julio Verne “proscripta”. Se trata del El conde de Chanteleine, que Julio Verne pretendió publicar en 1864 pero que su editor rechazó de manera rotunda. El veto no se debió a que la novela careciese de calidad literaria, sino que más bien tuvo razones ideológicas. Y es que, en dicha novela, Julio Verne muestra una faceta desconocida para los millones de lectores que en todo el mundo han leído sus obras durante más de siglo y medio. En la citada novela, Julio Verne mira con gran simpatía el alzamiento de los campesinos católicos de la región de la Vendée que, a como diese lugar, pretendían exterminar quienes gobernaron Francia durante la última década del siglo XVIII.

Se cometieron crueles matanzas contra miles de campesinos que vieron quemados sus hogares, arrasadas sus poblaciones y destruidos sus templos. Bastaba no solamente una denuncia sino la simple sospecha de ser católicos para que recibiesen la peor de las muertes, no importando que se tratase de mujeres, niños o ancianos. Una terrible persecución religiosa como no se había visto desde la Roma de los Césares y que se repetiría con las matanzas de cristianos en Rusia, con la persecución de Calles contra los cristeros mexicanos o con las ejecuciones contra los católicos españoles durante la Cruzada del ’36.

Pues bien, con el estilo ágil y ameno que le caracteriza, Julio Verne narra con lujo de detalles cómo se desarrolló dicha persecución, así como la heroica resistencia del pueblo oprimido. Por eso fue que, obedeciendo consignas dadas por razones anticristianas, se prohibió que El conde de Chanteleine fuera editado.

Por suerte, existió una versión española que la rescató del ostracismo y ahora se consigue en una versión editada en nuestro país.

Atentos saludos,

–Norberto Oscar Guadagni

 

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