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Como cada vez que Cristina Kirchner asoma la cabeza, reapareció en la caja de herramientas del análisis político la palabra “polarización”, esta vez para decir que Javier Milei levanta a propósito el perfil de la ex presidenta porque, dice la hipótesis, la quiere como rival electoral el año que viene. No importa que no haya ninguna fuente o el propio Gobierno lo desmienta: la categoría vuela igual, se impone. Sólo ocurre, curiosamente, contra Cristina. Nadie dice, cuando alguien critica a Massa o a Macri o a Kicillof, que está polarizando con Massa o Macri o Kicillof. La palabra maldita queda reservada a Cristina, como si no se la pudiera nombrar, como si criticarla fuera a invocar a un demonio. Nombrarla es polarizarla.
Vengo a decir tres cosas. La primera es que Milei no está polarizando con Cristina. Cada tanto tienen sus golpes y patadas lógicos entre un presidente y la presidenta del principal partido opositor. La polarización principal del Gobierno es con el pasado, los kukas, la casta, conceptos que ensancha o estrecha según la conveniencia del momento. La segunda es que, a pesar de que se ha convertido en un dogma de fe del análisis político sobre 2018 y 2019, la estrategia de Mauricio Macri en el final de su gobierno nunca fue polarizar con Cristina. Se dijo mucho, se sigue diciendo, pero es falso. Y la tercera, la más importante, decir que no se me ocurre ningún gobierno que haya elegido estratégicamente a un dirigente opositor para “polarizar” con él o ella y así obtener beneficios políticos o electorales. Aparece cada tanto en el discurso político y es una hipótesis atractiva y elegante, pero la dinámica de la sociedad es mucho más potente que cualquier intento de manipulación de este tipo.
Arranco mi argumentación diferenciando tres significados distintos de la palabra polarización o del verbo polarizar, para dejar en claro de qué estoy hablando. Un primer significado de polarización sirve para describir sociedades divididas políticamente en dos mitades parejas pero además lejanas entre sí (no todo 50-50 implica polarización). Es una situación donde los partidarios de un bando desconfían de los del otro, incluido su compromiso democrático: los otros son malvados, degenerados, enemigos del pueblo. La segunda acepción de “polarización” sirve para designar la estrategia reciente de muchos candidatos ganadores en medio mundo, que ya no buscan seducir al votante medio distraído sino activar políticamente a una minoría amplia, a veces en defensa de un proyecto y otras (muchas) como advertencia ante la victoria de otros.
Es una hipótesis atractiva y elegante, pero la dinámica de la sociedad es mucho más potente que cualquier intento de manipulación de este tipo.
La tercera, la que más me interesa hoy, se usa en Argentina para hablar de un político que elige como rival estratégico a un adversario porque lo cree insuficientemente popular para ganar las elecciones pero le sirve para atraer para sí a moderados que, sin esta polarización, irían a terceras opciones. Esto es central: la base de la teoría de “polarizar” es la intención de vaciar el centro y repartir la torta entre dos “extremos”, confiando en que caerán más moderados de este lado que del otro: nos peleamos entre nosotros, los importantes, con eso ganamos cobertura mediática, y nadie habla de los pequeños molestos. Otro aspecto clave de la hipótesis de la polarización es que es una descripción peyorativa, no neutral ni mucho menos positiva: cuando un político, un periodista, un empresario o un académico dice de alguien que está “polarizando” lo dice como como algo negativo.
Vuelvo a los puntos iniciales. De Milei se dijo que estaba polarizando con Cristina ya varias veces, cada vez que le ladró de vuelta a algún ladrido de Cristina, pero sobre todo hace un par de semanas con el debate sobre el proyecto Ficha Limpia, que el Gobierno operó para dejar caer en Diputados. Los argumentos del oficialismo para hacer esto fueron varios y contradictorios y quizás por eso prendió la acusación de que se trataba de un pacto con el kirchnerismo para que CFK no cayera dentro de la ley, pueda ser candidata y así, desde la mirada de LLA, ganarle en las elecciones. “La salvan porque quieren polarizar con ella”, se dijo. El propio jefe de Gabinete, Guillermo Francos, admitió que el Gobierno no quería victimizar a Cristina. Pero Milei llamó “gorilas” a quienes la quieren meter presa a toda costa y criticó a Macri por haber polarizado con ella. Su argumento sobre Ficha Limpia es que en una provincia “feudal” te pueden meter dos condenas truchas (¡improbable!) y sacarte de la cancha electoral. Nada que ver con Cristina, y tiendo a creerle: la polarización de Milei con el viejo statu quo incluye a CFK pero la excede ampliamente. Tiene derecho a hablar de ella de vez en cuando sin que esto signifique que está “polarizando”. Hablar de ella no es “levantarla”, a fin de cuentas es la presidenta del principal partido de la oposición y una protagonista principal de la política. Más raro sería ignorarla.
Desaforadas
En La Misa el otro día, Milei dijo: “Marcos Peña la mantuvo viva a Cristina porque quería polarizar con ella… A punto tal que Pichetto no la quiso desaforar para que esté ahí vivita y coleando para poder polarizar con Cristina. Después de eso lo premiaron siendo el vice de Macri”. Acá hay mucho para desempacar. Lo primero es que Pichetto en 2018 sostuvo los fueros de CFK contra la opinión de Cambiemos, que impulsaba en el Senado aprobar el pedido del juez Bonadío. Fue una discusión importante, pero el oficialismo de entonces no consiguió los dos tercios necesarios. Por lo tanto, no había mucho para premiar. La llegada de Pichetto a la fórmula de Juntos por el Cambio es más rocambolesca e incluye tantos pasos intermedios (como la creación y posterior disolución de Alternativa Federal) que es inverosímil atribuirla a un solo episodio.
De todas maneras la parte más interesante de la frase me parece la primera, donde Milei repite una idea tan popular en el mundo de la política y el periodismo que ya es casi imposible desmentirla. Igual lo voy a intentar. La versión canónica de la idea es que Macri, asesorado por Peña y Jaime Durán Barba y abrumado por la crisis económica, “polarizó” contra Cristina con el objetivo de elegirla como rival y agitar el miedo de la sociedad a su regreso. Esto empezó a aparecer en los medios a mediados de 2018. Jorge Liotti, a fines de junio: “El Presidente insiste en polarizar con ella a costa de radicalizar a los moderados. Se ve que le cuesta abandonar el modo campaña”. Carlos Pagni, una semana después: “Macri, y sobre todo Peña, vuelven al riel: polarizar con la expresidenta e ignorar cualquier otra versión del peronismo”. Al tiempo, la supuesta polarización de Macri, azuzada por los venenosos Peña y Durán Barba, ya se daba por buena en los canales, los diarios y las radios. Esta misma semana fue mencionada, además de por Milei, por Jorge Asís y el propio Pagni, entre otros.
¿De dónde surgió esta idea de la polarización de Macri contra CFK, que el gobierno de Cambiemos desmintió varias veces, aunque (pienso ahora) no con la fuerza necesaria? La columna de Pagni citada en el párrafo anterior da una clave. En ese momento hubo una movida muy fuerte de un sector del PRO, encabezado por Emilio Monzó y Nicolás Massot, para incorporar a una parte del peronismo a Juntos por el Cambio. El paquete incluía a Sergio Massa, por supuesto, pero también a Pichetto, Schiaretti, Urtubey y quienes después formarían Alternativa Federal, entre otros. No lo lograron, por las razones que fueran, y es cierto que Peña y Durán Barba influyeron para que eso no ocurriera. Por eso (esto es una hipótesis), Monzó, Massot y los demás, con buena llegada en general a los periodistas, empezaron a filtrar la idea de un Macri cerrado sobre sí mismo, que no quiere abrirse y polariza contra Cristina por falta de generosidad.
¿De dónde surgió esta idea de la polarización de Macri contra CFK, que el gobierno de Cambiemos desmintió varias veces, aunque no con la fuerza necesaria?
Es cierto que el Gobierno en ese momento estaba (estábamos) un poco encerrados, pero eso en todo caso es otra nota. Lo importante para este artículo, en cualquier caso, es que la decisión de polarizar con Cristina de aquel Gobierno, en cuya jefatura de Gabinete trabajé los cuatro años, no existió nunca. Ni comunicacionalmente ni políticamente. Por supuesto que había decisiones políticas por encima mío que se me escapaban (era apenas un humilde subsecretario de comunicación), pero si hubiera habido una estrategia de este tipo me habría enterado: entre mediados de 2018 y las elecciones de 2019 habré asistido a unas 150 reuniones de comunicación y nunca jamás se mencionó a Cristina como una prioridad estratégica. Lo que decíamos en ese momento, y lo decía a veces el Gobierno, era que la sociedad se había polarizado sola: de un lado habían quedado quienes apoyaban el camino de Cambiemos, en ese momento apedreado por las dificultades económicas; y del otro los que veían a Cristina como una solución, con muy pocos en el medio.
La campaña para las PASO, de hecho, tuvo bastante poco volumen. Mal alimentada por unas encuestas que daban una paridad que no existía, la campaña de Macri se guardó carne en el asador para la segunda vuelta y, eventualmente, un balotaje. La frase más saliente de aquella primera campaña fue “¡No se inunda más!”, que reflejaba bastante bien la intención estratégica de resaltar logros y de que el camino igual valía la pena a pesar de las dificultades. Quien busque los archivos verá que se hablaba poco de Cristina. La polarización, en todo caso, era con una idea del “pasado”, poco explicada, al que no debíamos volver.
Pero además Cristina ya había perdido en 2017 contra Esteban Bullrich y Gladys González en la provincia de Buenos Aires, en otra campaña donde no se la había demonizado sino simplemente superado con una campaña clásica del PRO, de baja confrontación y un énfasis en el futuro. Si en algo falló la estrategia del Gobierno, en todo caso, no fue en haber inflado artificialmente a Cristina, sino haberla subestimado. Se creía (correctamente) que no podía ganar, pero la martingala de Alberto y la posterior unión del PJ cambiaron el mapa. Hace unos años le preguntaron a Durán Barba si Macri había polarizado con Cristina y respondió: “¡Jamás! Es una tontería enorme. Cualquier estudio decía que Cristina era la dirigente de la oposición más popular y más poderosa. ¿Cómo podía ser tan tonto yo de decir que estimulemos el enfrentamiento con ella?” Es otro excelente argumento. Existe el malentendido de que el PRO necesitaba a Cristina viva para seguir confrontando con ella. Mi impresión, después de una década ahí adentro, es que el deseo del PRO y de la coalición en general era que Cristina perdiera influencia y el peronismo se reciclara de alguna manera que permitiera ciertos consensos económicos y republicanos. Nunca vas a tener el riesgo país de Uruguay con una Cristina poderosa, decíamos, algo que sigue siendo verdad.
Cierro con una sentencia más amplia sobre todo lo anterior. Creo que la hipótesis de la polarización en este sentido (la de confrontar con un rival para potenciarlo, potenciarte y vaciar el centro) es más un ajedrez de lectores que una estrategia de protagonistas. Quizás alguna lo haya intentado, no lo sé. Pero sin dudas ha habido cero casos exitosos. Desde 1983 para acá no se me ocurre ninguno. Sigue valiendo la frase de Marcos Peña de que la demanda es más potente que la oferta. Es decir, primero aparecen los deseos de los votantes y después el sistema político se acomoda, mejor o peor, para representarlas. Las hipótesis de manipulación del electorado o del clima político con palancas y botones me suenan alocadas, impracticables, mucho más en el entorno horizontalizado y digitalizado de hoy. La norma es el caos, no los ingenieros del caos.
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