Un viejo chiste decía que un científico alemán estaba probando cuánto tardaba una araña en recorrer una cierta distancia de acuerdo a la cantidad de patas. Para ello hizo sonar una chicharra, le tomó el tiempo con ocho patas y comprobó que había tardado 34 segundos. Le arrancó una pata e hizo sonar la chicharra nuevamente: con siete patas el tiempo fue de 52 segundos. Repitió la operación y el tiempo con seis patas fue de un minuto y medio. Continuó sacándole patas a la araña y cronometrando su recorrido y, lógicamente, ésta cada vez tardaba más: con una sola pata el recorrido le tomó tres minutos 47 segundos. Por último, le sacó la última pata. Al sonar la chicharra, la araña no se movió. Tampoco lo hizo al segundo intento. Al notar que, tras una tercera señal de partida, la araña seguía inmóvil, el científico anotó su conclusión: “Se quedó sorda”.
Gran parte de los males que aquejan a la humanidad se deben a la mala determinación de las causas que los provocan. La ciencia ha sido la herramienta fundamental con la que el hombre moderno ha tratado de averiguar cuáles son las reales causas de sus padecimientos. La religión, antiguamente, siempre se los atribuyó a los pecados, tanto individuales como colectivos. Cada vez que aparece un nuevo mal hay mucha gente que, usando un pensamiento de tipo religioso, tiende a explicarlo por las malas conductas del hombre. Algunos nuevos cultos explican, por ejemplo, la existencia de terremotos como una venganza de la Madre Tierra por los daños que le infligen las personas a la naturaleza.
Cada funcionario tiene siempre el íntimo deseo de ser el verdadero causante de un triunfo electoral o de la popularidad de un gobierno.
En un sistema democrático cada uno de los ciudadanos tiene libertad para elegir el candidato o propuesta que más le guste, pero la interpretación del voto queda librada al político electo. Así, cada uno de los muchos representantes o funcionarios ejecutivos suelen tener su propia especulación sobre las razones por las cuáles fueron votados y, por lo tanto, sobre cuáles serán las demandas sociales a satisfacer. La mayoría de las veces, las explicaciones que encuentran son funcionales al área que ocupan dentro del Estado. Cada funcionario tiene siempre el íntimo deseo de ser el verdadero causante de un triunfo electoral o de la popularidad de un gobierno. Todos tendrán razones atendibles, porque lo cierto es que un gobierno que gana una reelección ha hecho las políticas X, Y y Z, y no hay forma rigurosa de saber si ganó por X, por Y, por Z o por alguna de las combinaciones posibles. También es cierto que, cuando un gobierno pierde las elecciones, el que lo reemplaza llegará convencido de que ni X ni Y ni Z son valoradas por la población.
En mi opinión, por ejemplo, el kirchnerismo ha tenido éxito electoral pura y exclusivamente por su demagogia. Otros creerán que fue por su política de derechos humanos o por lo que se conoce ahora como ampliación de derechos no económicos (matrimonio igualitario, aborto, etc.), y otros tantos por la participación activa del Estado en la economía y en casi todos los ámbitos de la sociedad con el cuentito del “Estado presente”. Es cierto que nadie quiere ser querido sólo por un interés económico y por lo tanto siempre esgrimirán otras causas para justificar un triunfo, pero a la hora de la verdad son los propios kirchneristas los que saben que, cuando no tienen capacidad económica para hacer demagogia, las otras políticas públicas se vuelven irrelevantes electoralmente. Como dijo uno en un cabaret: “Sin kerosene no hay beso y beso”.
Es interesante que muchos de los opositores acérrimos al kirchnerismo crean más que los propios kirchneristas en el efecto electoral de las políticas no demagógicas. Por eso es que se convencen de que, cuando el kirchnerismo es derrotado electoralmente, es porque la gente se cansó de las políticas libérrimas en materia de género, drogas o indígenas, o que la sociedad quiere que las Fuerzas Armadas vuelvan a ser respetadas. A mi modestísimo entender, ni estas políticas nunca han tenido mucha adhesión ni es que ahora la gente cambió. La variable decisiva es siempre la capacidad económica para hacer demagogia. Es decir, el kerosene.
Corazón, mente, bolsillo
Quiero repetirlo para que quede claro: los grupos politizados tienen posturas muy fuertes con respecto al conjunto de políticas que lleva adelante un gobierno. Alguien con una fuerte postura tradicional no adherirá al kirchnerismo por más que se esté llenando los bolsillos y otros, con una ideología diametralmente opuesta, adherirán aunque no hayan sido beneficiarios económicos del “modelo kirchnerista”. Lo que quiero decir, simplemente, es que las políticas y los valores declamados no definen el triunfo electoral.
La prueba ácida de esto que sostengo es la siguiente: ¿por qué cuando el Gobierno abrió en 2007 la posibilidad de pasarse del sistema previsional por capitalización en AFJP al sistema estatal de reparto menos del 20% de los futuros jubilados lo hizo? ¿No era que se detestaba todo lo que sonara a privado y se había empezado a amar todo lo que fuera estatal, público y solidario? Agrego: ¿no es una aspiración de toda familia humilde sacar a sus hijos de la escuela pública y mandarlos a una privada? Lo mismo se podría decir de las opciones entre hospitales públicos y obras sociales o prepagas en el área de salud.
Se ha vuelto un lugar común decir que las políticas noventistas dejaron de tener apoyo masivo con la crisis de 2001. No estoy tan de acuerdo con esta sentencia, y no lo digo por la irrupción en el escenario electoral de Javier Milei, que parece ser más el vehículo de lo que Hannah Arendt llamaba el “populacho” que la reivindicación de ideas económicas liberales. Para esto primero habría que esgrimir una definición de qué fue el menemismo económicamente hablando. En forma muy sintética, y a riesgo de ser demasiado esquemático, diría: privatizaciones y convertibilidad.
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Es sabido por todos que en agosto de 1989, casi dos años antes de aprobarse la Ley de Convertibilidad, Menem se hizo sancionar por el Congreso las leyes de Emergencia Económica y de Reforma del Estado. La primera tenía poco de ideológico y se parecía más a las típicas medidas que toma un ministro de Hacienda —de cualquier ideología— cuando está fundido y ve qué canillas tiene que cerrar para que no se le escape más guita, pedalear pagos y manotear todos los fondos que andan dando vueltas por distintas dependencias del Estado. En cambio, la de Reforma del Estado sí tenía un trasfondo ideológico, tal como lo sentenció Roberto Dromi, su autor intelectual, cuando dijo que “nada de lo que pueda hacer un privado lo hará el Estado”.
No se trata de que esta ley no haya sido también fruto de la necesidad fiscal; digo que, además, tanto en Menem como en Dromi, estaba la convicción de que las empresas públicas generaban un enorme déficit y ni siquiera estaban en condiciones de brindar los servicios y bienes públicos que la economía argentina necesitaba. De hecho, por ejemplo ENTel, con el ajuste tarifario que se hizo antes de su privatización, ya había dejado de perder plata. Lo que también creo yo es que ENTel, aunque dejara de ser deficitaria, era totalmente incapaz de poner la cantidad de teléfonos que pusieron las empresas privadas desde que se hicieron cargo de las concesiones.
La otra gran política económica que signó la década de los ’90 fue la convertibilidad de Domingo Cavallo. Esta sí yo creo que había dejado de tener apoyo popular con el cambio de siglo. En La moneda en el aire, el libro de Roy Hora con Pablo Gerchunoff, este último dice que para 2001 había cambiado el concepto de justicia social: de la histórica reivindicación de salarios altos se pasó a la de salarios para todos. Es sumamente interesante, cómo siendo en términos de un juego de azar igual de justo (o injusto), las preferencias de la sociedad cambian y al menos yo no encuentro una razón muy clara para explicarlo. ¿Por qué la gente pasó de preferir un juego donde, si hay diez trabajadores en total, ocho ganan diez pesos cada uno (con dos desocupados sin ingresos) a otro en el que los diez trabajadores ganan ocho pesos cada uno, sin desocupación? ¿Acaso no seguían siendo 80 pesos lo que la economía les destinaba como grupo? Y más sorprendentemente: ¿por qué en 1995 votaron salarios altos con desocupación y con el kirchnerismo salarios bajos sin desocupación? Última pregunta que hago por ahora: ¿hoy seguimos estando conformes con este esquema de salarios bajísimos y muy poca desocupación, o ya estaremos prefiriendo mudarnos a otro modelo con mayores niveles de salarios al costo de un mayor desempleo?
¿Hoy seguimos estando conformes con este esquema de salarios bajísimos y muy poca desocupación?
Aunque la sospecha nos haga inclinarnos por la segunda opción, igualmente es muy difícil testearlo. Si bien yo creo que hubo un nuevo consenso social a favor de salarios bajos a cambio de baja desocupación, la suba de los commodities, sumada a una gran capacidad instalada producto de la gran inversión realizada en los años ’90 —también consecuencia de que las máquinas eran baratas en relación a la mano de obra—, permitieron una recuperación de los salarios reales manteniendo baja la desocupación, algo parecido al paraíso. Al menos hasta la caída del precio de los commodities con la crisis mundial desatada por la caída de Lehman Brothers en 2008, que provocó que De Narváez le ganara al dream team testimonial del kirchnerismo en la Provincia de Buenos Aires un año más tarde.
En una emisión de “Tiempo Nuevo” en 1983, en un debate político entre varios invitados, la actriz y cantante Marta González sentenció: “Qué suerte que tenemos los peronistas, que no tenemos que pensar”. Se refería, con brutal honestidad, a que el candidato que el Partido Justicialista les pusiera delante sería votado por todos los peronistas, del primero al último. En cambio, los gorilas tenían que esforzarse en decidir cuál de las distintas opciones era la más eficiente para ganarle al peronismo. Volviendo a las elecciones de 2009, el kirchnerismo hizo un mal análisis sobre cuál fue la causa de su derrota. ¿Cómo puede ser —se habrán preguntado— que el pueblo nos haya rechazado a nosotros, que somos su misma encarnación? Y la explicación que encontraron fue el dinero que tenía Francisco de Narváez para la campaña y la influencia de los medios (es decir, Marcelo Tinelli) que le hacen perder conciencia de pueblo al pueblo. Casualmente, tanto Eduardo Aliverti en su editorial del sábado 28 de enero en “Marca de Radio” como Máximo Kirchner en la entrevista que Marcelo Figueras le hizo para El Cohete a Luna repitieron que la única manera de explicar la victoria de Mauricio Macri en 2015 era la acción de los trolls de las redes sociales que, insitían, eran idiotas ad honorem o rentados, útiles a los poderes fácticos enemigos del pueblo.
Tiros en los pies
La manera en la que el kirchnerismo intentó prevenir estas desviaciones en su derrotero fue la reforma electoral promovida por el entonces ministro Florencio Randazzo. Esta reforma tuvo dos ejes principales: el primero, que el Estado financiaría los espacios publicitarios de los partidos políticos en los medios audiovisuales; el segundo, que los candidatos de las distintas fuerzas políticas saldrían de las Primarias Abiertas Obligatorias y Simultáneas. Esta reforma no resultó un tiro en los pies para el peronismo: fueron dos tiros. El primero: por más plata que pudiera gastar un particular como De Narváez, solo o con ayuda de los amigos, jamás se podría comparar con la cantidad que se puede poner desde el Estado en sus tres niveles, los organismos descentralizados y el sinfín de empresas y sociedades estatales. En ese momento el kirchnerismo no sólo tenía el Poder Ejecutivo Nacional, sino que casi todos los gobernadores de las provincias importantes y al menos el 70% de los intendentes municipales eran peronistas. Teniendo, como a ellos les gusta, libertina disponibilidad de las arcas estatales, le tuvieron miedo a un puñado de millones de dólares de un playboy devenido político.
Segundo tiro: las PASO permitieron que actualmente una elección presidencial sea de tres vueltas. Desde la aplicación de la reforma, con cada resultado de las PASO suele quedar claro cuál es el candidato más eficiente para ganarle al peronismo. Y si todavía le quedan dudas al antiperonista, el balotaje los pone a todos en la envidiada situación de Marta González de no tener que pensar: es el peronista o el otro, listo. Un “no va más” para las sofisticaciones gorilas.
Por último y para finalizar con mi tema político recurrente: hoy, ya sea porque cree realmente que es por culpa de los trolls de las redes o porque asume que si no hay kerosene no hay beso y beso, el kirchnerismo prevé —por primera vez, con mucha anticipación— que no tiene la más mínima posibilidad de ganar. El 30 de octubre de 1983, hasta los propios gorilas se sorprendieron cuando a las ocho de la noche empezaron a llegar los resultados de las urnas. En 1999, si bien se sospechaba que ganaría De la Rúa, el resultado tampoco estaba tan claro de antemano. Y en 2015, recién empezaron a tomar conciencia de que perderían en el balotaje con el triunfo de María Eugenia Vidal en la Provincia de Buenos Aires.
En 1983 aceptaron el resultado porque veníamos de siete años de Dictadura y no tenían ganas de anular el proceso democrático.
En 1983 aceptaron el resultado porque veníamos de siete años de dictadura y no tenían ganas de anular el proceso democrático. Y en 1999, al igual que en 2015, el sector del peronismo que perdió las elecciones —duhaldismo y sciolismo, respectivamente— no era el que detentaba hasta ese momento la titularidad del Poder Ejecutivo. Casi que le daba lo mismo a Menem si ganaba Duhalde o De la Rúa; casi que le daba lo mismo a Cristina si ganaba Scioli o Macri. De hecho, el rápido reconocimiento de la derrota en el balotaje, cuando todavía faltaba escrutar mucho, fue una muestra de que el kirchnerismo no estaba dispuesto a incendiar nada por la candidatura de Scioli. Casi que, por los mismos motivos, al efecto del mantenimiento de la paz social, convendría que el candidato a presidente fuera Sergio Massa y que, sabiéndose afuera de todos modos, los kirchneristas no estén dispuestos a tirar del mantel.
Igualmente, tanto con Alfonsín y los 13 paros generales y otros artilugios más, con De la Rúa y el levantamiento del conurbano y con Macri (con el caso de Santiago Maldonado y las pedradas contra el Congreso el día de la reforma previsional), el peronismo intentó siempre voltear al gobierno desde la oposición porque ellos son los únicos que se autoperciben como “pueblo” y no consideran que un mero recuento de los votos sea razón suficiente para negarlo. Por lo que es de esperar que, ante una próxima derrota electoral, encuentren en la autoproscripción de CFK o —nuevamente— en el accionar de los trolls la causa que justifique la deslegitimación del resultado y sentirse así liberados para accionar por fuera de la ley en contra del próximo gobierno elegido.
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