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El sábado pasado, la noche anterior a la elección porteña, irrumpió en X un deepfake de Mauricio Macri donde anunciaba que había decidido bajar la candidatura de Silvia Lospennato. Salvo para quienes están acostumbrados a ver deepfakes –o a Macri–, el video era bastante creíble: “Una recreación verosímil”, lo llamó el ex presidente en Instagram. Aunque los deepfakes existen hace años, los avances recientes en inteligencia artificial lograron que estos videos fueran mucho más fáciles, baratos y rápidos de crear. De hecho, seguramente su creador haya usado una de las muchas páginas (como HeyGen) que prácticamente no requieren conocimientos técnicos.
No sabemos el impacto del deepfake de Macri en las elecciones del domingo. El campo académico de la comunicación aún no tiene claros los efectos electorales de los deepfakes: es difícil saber qué gente fue expuesta a contenido en redes y mucho más entender cómo eso afecta su voto. Más allá de eso, el episodio nos revela una diferencia importante entre las culturas políticas del Pro y de la Libertad Avanza: la primera orientada a la persuasión, la segunda a la provocación. A su vez, estas culturas políticas tienen contrapartes en maneras de comunicar por Internet: una basada en el expertise, la otra en el bait.
Desde la victoria de Macri en 2015, el periodismo le atribuyó al PRO un armado de comunicación digital sofisticado y basado en expertos.
Desde la victoria de Macri en 2015, el periodismo le atribuyó al PRO un armado de comunicación digital sofisticado y basado en expertos. (Esto llevó, por ejemplo, a argumentos trillados sobre la utilización de “big data”, asociando el uso inocente de estadísticas con Cambridge Analytica.) El trabajo de este equipo de especialistas se basó en la creación de contenidos para transmitirse desde las redes sociales de las figuras políticas. Idealmente, los seguidores podrían interactuar con este contenido (por ejemplo, con likes o comentarios) o replicarlo (retwitteando, compartiendo imágenes). Tal vez podrían crear su propio contenido a partir de estas ideas pero, en general, la estrategia de comunicación política del PRO históricamente se basó en que los expertos crearan contenido para lanzar ideas a la esfera pública de Internet; muchas veces con buenos resultados electorales.
Dos estilos
Esta forma de comunicar –centralizada, vertical, apoyada en expertos– está asociada a un elemento fundamental de la visión política del liberalismo democrático: la idea de persuadir. A través de la comunicación vía redes, los actores políticos del macrismo generalmente buscaron transmitir sus ideas políticas para guiar la conversación política y capturar electores. Detrás de esto hay una visión de la esfera pública: si los políticos cuentan sus ideas y qué hacen de manera clara, pueden convencer a nuevas personas y conectar con la ciudadanía. Esto es una visión intuitiva de la comunicación: decimos qué pensamos para que otros apoyen nuestras causas.
En la visión de la comunicación como un acto de persuasión, la acusación de campaña sucia tiene sentido.
Por eso, no debería sorprendernos la condena del PRO al deepfake y la acusación de campaña sucia. Cuando Macri llama al video un “intento de fraude digital” la mañana de la elección, tiene un buen punto. En primer lugar, es posible que el deepfake le haya llegado a gente que se lo haya tomado en serio. También, es creíble que el deepfake haya sido difundido por personas políticamente importantes de La Libertad Avanza. Macri dijo: “No me vengan ahora con que son unos twitteros ahí sueltos, cuando el hombre más poderoso, según el presidente, de su gobierno, Santiago Caputo, twittea estos videos truchos hechos con inteligencia artificial. Como el Gordo Dan, como [Alejandro] Álvarez, que es el Secretario de Política Universitaria, no sé cuántos más.” Es difícil hacer pericias de estas cosas, pero posiblemente el video haya salido de una cuenta de un activista anónimo libertario y retwitteado rápidamente por @MileiEmperador, una cuenta hoy desactivada que posiblemente nunca sepamos a ciencia cierta si es de Santiago Caputo o no. En la visión de la comunicación como un acto de persuasión, la acusación de campaña sucia tiene sentido.
Centralismo vs. fandom
¿De dónde salió el video? ¿Quién lo compartió? Estas preguntas importan si se concibe la comunicación como un flujo centralizado, de pocos a muchos, que es el modelo del PRO. En el ecosistema de la Libertad Avanza, en cambio, pesan menos. Mientras el PRO apuesta a la organización, el mileísmo se jacta de la dispersión. La comunicación de los libertarios se parece más a un fandom: una comunidad espontánea, descentralizada, unida por la devoción más que por las estructuras jerárquicas formales. Las cuentas mileístas con mayor alcance usan pseudónimos porque las identidades reales no son tan importantes –twittear no es la manera más fácil de hacer carrera política en La Libertad Avanza, y seguramente por eso Santiago Caputo tuitee (si es él) desde un alias. A diferencia del PRO, no importa quién habla. Esta lógica desorganizada, sin jerarquías claras, desata a su vez una pelea feroz por la fama: el Gordo Dan, por ejemplo, “excomunica” (¿excomulga?) a twitteros de las Fuerzas del Cielo (cuya institucionalización no queda muy clara) cuando se atribuyen demasiada importancia o se cruzan entre sí.
Además de la diferencia en la estructura, hay una diferencia clave en la función de la comunicación para el mileísmo digital, y el deepfake de Macri es emblemático de esto: para los libertarios, el fin de la comunicación es muchas veces para baitear. En This Is Why We Can’t Have Nice Things (MIT Press, 2016), la académica Whitney Phillips describe al “trollbait” como una práctica importante de la subcultura digital de los “trolls”, donde la intención es nada más provocar. Provocar, en general, es entretenido y genera una reacción. El deepfake de Macri era puro bait: buscaba mostrar al comando del PRO consternado en el Café Tortoni por la campaña, provocar una reacción. El bait es también una práctica política: no busca persuadir, sino generar un sentimiento colectivo de pertenencia a partir de, simplemente, joder.
El que reacciona, pierde
Algo fundamental del bait es que, si reaccionás, perdés. Reaccionar es caer en la trampa de los trolls. No sabemos si el deepfake logró la intención de desinformar a potenciales votantes de la lista del PRO, y es posible que nunca lo sepamos. Sí sabemos que logró la intención de baitear: la postal de Macri, Vidal, Jorge Macri y Lospennato indignados por la campaña sucia. Dicho esto, no es como si la otra opción, –no caer en el bait– fuese mucho mejor. La cultura del bait pone a los baiteables en una encrucijada imposible. Reaccionar es caer en el bait. No reaccionar es permitir la difusión de desinformación, avalar la impunidad de los funcionarios involucrados.
Rebajar la política a las lógicas de Internet lleva a estos callejones sin salida. Si la manera de hacer política se reduce a las dinámicas de X (el bait, el picanteo), no quedan muchas esperanzas para una conversación política seria. Los tiempos, las convenciones y la lucha incesante por la atención y la visibilidad que definen a las redes no tienen por qué definir el debate público. Si dejamos que la política sea consumida por la cultura de Internet, caeremos siempre en este tipo de trampas. Y parafraseando a Carlos Maslatón: esto es Internet, todo es una joda.
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