El Papa Francisco nos mintió.
Gabriel García Márquez nos mintió.
Sean Penn nos mintió.
Pablo Neruda nos mintió.
Harry Belafonte nos mintió.
La Feria del Libro de Buenos Aires nos mintió.
En 1959, antes de la revolución de los barbudos, el 30% de la población cubana era pobre.
Hoy, el 75% de la población vive con menos de 1,90 dólares al día. Y el 88% vive en extrema pobreza.
Sin embargo, todos quisimos creer otra cosa en algún momento de los últimos 66 años.
Cuba fue, para mi generación latinoamericana y otras anteriores y posteriores, la isla de la fantasía, un paraíso en donde todos vivían felices y la era había parido un corazón.
En 1959, el PBI per cápita de Cuba lo ubicaba en el tercer lugar de Latinoamérica, sólo por detrás de la entonces pujante Venezuela y del siempre eficaz Uruguay.
Hoy, 66 años después, con los elogios de gran parte del establishment académico y artístico del mundo, ocupa el lugar 23. Lo cual no deja de ser un eufemismo, como todo dato sobre Cuba dados por las autoridades.
O no dados, porque hace años que el gobierno cubano ni siquiera informa sobre estadísticas básicas.
Por eso, cada vez que la ONU o Unicef o Amnesty Internacional afirman algo sobre Cuba deberían decir “no pudimos corroborar los datos, porque la dictadura no nos deja”. Adivinen si lo dicen.
No, no lo dicen.
Entonces después la BBC publica esos datos como ciertos.
Y acá no ha pasado nada.
No lo digo por decir.
Voy a un ejemplo.
El famoso “bloqueo” estadounidense que el gobierno cubano usa como comodín todoterreno para justificar las penurias de su pueblo.
La BBC publicó en 2009 la nota: «El fin del embargo estadounidense a Cuba es urgente», en donde alertaba que “el 37,5% de los niños menores de tres años fueron afectados por la prohibición de productos nutricionales”. O sea, el malvado Estados Unidos condena a la desnutrición a los niños cubanos. Dicho así, obviamente, es terrible y repudiable desde todo punto de vista.
La fuente de la BBC es inobjetable: el informe de Amnesty Internacional «Cuba: The US embargo against Cuba: Its impact on economic and social rights».
El dato es tan grave que uno imagina que Amnesty Internacional fue hasta la isla a contar niño por niño para poder hacer oír su voz.
Pero no.
La fuente de la BBC, Amnesty Internacional, tomó a su vez como fuente un informe de Naciones Unidas.
Uno da por sentado que si Naciones Unidas dice algo así, tan grave, tendrá a Unicef o a la Organización Mundial de la Salud corroborando cada dato; 37,5% es un número que suena bastante exacto.
Entonces uno piensa que Amnesty se unió con Naciones Unidas, con Unicef, con la OMS para ir a contar niño por niño para tener la cifra exacta de cuántos son aquellos que sufren las maldades del Tío Sam y entonces sí, lanzar al mundo el grito de ayuda.
Pero si uno busca un poco se entera de que los datos son aportados inicialmente por el Ministerio de Salud Pública y la Oficina Nacional de Estadísticas e Información del gobierno cubano. Hasta ahí, todo normal: la información la manejan los gobiernos de los países y la dan a los organismos internacionales, que tienen sus propios métodos de corroboración de esas cifras.
Pero no en Cuba.
Cuba no permite auditorías independientes ni la presencia de ONG para verificar estadísticas, y el acceso a datos brutos es restringido.
Tenemos entonces que una dictadura le da al máximo organismo internacional un dato que la beneficia, dato imposible de corroborar, que es tomado por una organización supuestamente interesada en denunciar las maldades del mundo, de donde abreva una institución periodística respetada que difunde ese dato de una dictadura a su público.
Las tres instituciones, ONU, Amnesty y BBC, son usadas como idiotas útiles mientras la dictadura festeja después de haber explotado para victimizarse a niños desnutridos.
Los apagones en Cuba pueden durar 24, 48 horas.
Y ningún cubano recuerda una semana sin un apagón.
Para ellos, es normal.
La recolección de basura es una utopía; gran parte de los camiones están fuera de uso. Según el Granma, órgano recontraoficial con cifras que hay que tomar con pinzas, se acumulan en La Habana diariamente 30.108 metros cúbicos de basura.
Y queda ahí.
En las esquinas.
Para ellos, es normal.
Claro que la dictadura no es culpable, faltaba más. Los culpables son los cubanos, unos chanchos. Así, Rosa María Reyes Santiesteban, directora de la Empresa de Recuperación de Materias Primas de La Habana, dijo que el problema era “la falta de disciplina ciudadana y la mezcla de desechos reciclables con basura común”. Lo que la buena de Rosa María no dijo es que los contenedores en las calles no están diferenciados y que poco pueden hacer los ciudadanos si la basura no es recogida. Pero como los funcionarios cubanos se acostumbraron a tratar a los suyos como basura, no pasa nada. Más del 50% de los hogares cubanos recibe agua en ciclos de dos a 15 días; o sea, cuando hay agua, se guarda. Esto, en medio del calor caribeño y con 20 horas de apagones diarias.
Para ellos, es normal.
Santa Clara, la mítica ciudad en donde están los restos del Che porque ahí el rugbier argentino ganó una batalla (la única importante que lo vio victorioso), tiene barrios que reciben agua una vez por mes. En tanques cisternas. Los habitantes dependen de que llegue el tanque —que no llega por falta de combustible— y de la caridad de instituciones religiosas que les permiten llenar sus botellitas. Aunque ha surgido una nueva opción: los vendedores callejeros de agua y hielo, como hace la empresa Los Portales, a precio de moneda convertible, no peso cubano. O sea, agua sólo para los un poco menos pobres. Hasta el agua es clasista en la ciudad en la que el Che ganó su batalla. Impresiona cómo la historia se ríe de sus protagonistas.
Según el cuento maravilloso repetido hasta el cansancio, la Libreta de Racionamiento cubana se instaló en 1962 “para garantizar el acceso a productos básicos en un contexto de economía planificada. La libreta, gestionada por la Oficina de Registro de Consumidores (Oficoda), permite a los ciudadanos adquirir alimentos subsidiados como arroz, azúcar, aceite, café, sal y frijoles en bodegas estatales. Cada libreta incluye a todos los miembros del hogar, con detalles como fechas de nacimiento y registros de compras, y tiene un seguimiento especial para niños menores de 10 años, mayores de 60 y personas con dietas especiales. El sistema ha sido un pilar de la política social cubana”.
Bueno, no.
A pesar de lo que suele parecer, las libretas no reparten productos gratuitamente, sino que permiten acceder a productos subsidiados de los que pagan sólo el 12% aproximadamente. Esos mismos productos son mucho más caros en el mercado informal o en las tiendas en divisas, los MLC Stores. El tema es que en estos dos últimos lugares sí se consiguen los productos, y en las bodegas estatales habitualmente faltan.
Hoy las libretas directamente no llegan a zonas como Sancti Spíritus o Camagüey, en donde se usan las del año pasado. Productos como arroz, azúcar o aceite ni se reparten en muchas zonas o llegan con retraso (recordar: esto le ocurre a una población que sufre apagones de días enteros y donde el agua llega cuando llega). Papas, garbanzos, cigarrillos, jabón, pastas de dientes no existen más en las libretas, y los cubanos deben comprarlos a precios prohibitivos en el mercado negro. O sea, hasta con los productos básicos hay clasismo. Es lo que consiguieron décadas de comunismo. Impresiona cómo la historia se ríe de sus protagonistas.
La leche, que oficialmente todos los niños cubanos reciben, ya no llega. En enero de este año, en muchas ciudades —en especial del interior— en vez de leche reparten jarabe cola. En 2019, la provincia de Camagüey, la zona lechera del país, produjo 92 millones de litros. El año pasado la producción fue de 41,1 millones y este año se espera que sea menor aún. Producción impaga, falta de recursos y de mano de obra y sacrificio ilegal de ganado se suman para que los chicos cubanos ya no tengan su copa de leche. Les dan jarabe cola.
Cuba fue, hasta 1959, el mayor productor mundial de azúcar. Desde las 14.900 toneladas que producía en 1790, pasó a cinco millones en 1925.
En 1959, cuando los jóvenes idealistas tomaron el poder porque ya no se aguantaba más, había 151 centrales azucareras. Hoy subsisten sólo 15. Sin dudas, en esto el embargo estadounidense ha influido, y mucho, pero también es cierto que la falta de manejo político con otros posibles aliados, la inoperancia, la mala gestión y la corrupción hicieron lo suyo.
La zafra 2023-2024 llegó a un mínimo de 300.000 toneladas (recordar: se producían cinco millones de toneladas en 1925). No hay azúcar para fabricar ron ni gaseosas ni medicamentos.
El comunismo lo hizo.
A ellos les parece normal.
Hoy Cuba importa azúcar por casi 10 millones de dólares. Algunos de esos dólares (250.000 el año pasado) van a parar directamente a Estados Unidos, que le vende azúcar a Cuba, confirmando los agujeros del bloqueo. Impresiona cómo la historia se ríe de sus protagonistas.
Nada funciona, nada crece, nada se renueva.
Los cubanos se van o se van apagando.
La isla se extingue en el humo de los habanos, que permanece como único recuerdo de épocas mejores, mucho mejores.
Mientras los organismos internacionales siguen felicitando a Cuba por sus logros médicos —logros contados por la dictadura sin ninguna comprobación independiente—, elogiando la baja mortalidad infantil, la buena expectativa de vida, los programas preventivos o la cantidad de médicos per cápita, la realidad es mucho más simple y brutal: quien necesita atenderse en un hospital cubano debe llevar hasta el algodón y las jeringas (si las consigue en el mercado negro), porque no hay insumos básicos, aunque no puedan llevar electricidad ni agua, que tampoco los centros médicos tienen; los médicos ganan 27 dólares mensuales, lo cual es un incentivo para escaparse de la isla apenas pueden.
Por suerte, como sólo hay 55,8 autos por cada mil cubanos, casi no hay accidentes automovilísticos.
Por suerte, como casi no hay transporte público, los cubanos caminan y usan mucho la bicicleta. Eso contribuye enormemente a la salud pública.
Gracias, Fidel.
Según el Censo de Población y Viviendas de Cuba, se estima que alrededor de 1,7 millones de hogares cubanos usan gas licuado, otros dos millones dependen exclusivamente de la electricidad y unos 220.000 cocinan con gas manufacturado.
Uno se pregunta entonces: con apagones que alcanzan hasta 20 horas diarias, ¿cómo cocinan las familias que dependen exclusivamente de la electricidad? Cuando pueden, sin importar la hora. Se preparan alimentos de madrugada, se come frío o en el momento.
Sin embargo, los escenarios no paran de empeorar.
Parecía que la vuelta al carbón para cocinar era un piso.
Pero es Cuba.
No hay fondo.
Ni carbón.
En Jobabo, municipio de la provincia de Las Tunas, conocido como “la capital cubana del carbón”, no hay más oferta en los mercados estatales. Así nomás, no hay más. Los precios en el mercado informal son imposibles para… iba a decir para un cubano de a pie, pero casi todos los cubanos son de a pie. No hay combustible ni trabajadores en la industria del carbón. Los sueldos estatales son tan bajos que ni conviene tomar un trabajo tan riesgoso.
Y el escenario empeora.
Ya en octubre del año pasado, ante la falta de carbón, el municipio de Granma se vio obligado a repartir leña. Esta manera de cocinar produjo ya incendios y la inhalación de gases tóxicos, porque, como además no hay querosén, muchos terminan usando en sus fogones improvisados materiales plásticos como nailon para encender las maderas. Y como no hay más leña, en marzo de este año los cubanos que tenían luz y podían ver televisión se asombraron de escuchar en el noticiero de la televisión cubana al periodista oficialista Abdiel Bermúdez reconocer que muchas familias están usando “madera de árboles, puertas y ventanas como combustible”.
Quizás como válvula de escape de la dictadura, Abdiel pudo dar esa información en la televisión pública. No tuvo esa suerte Camila Acosta, periodista de Cubanet y corresponsal cubana para el ABC español. Detenida en el 2021 por cubrir las protestas antigubernamentales en La Habana, pasó cuatro días incomunicada en prisión, interrogada dos veces al día por su trabajo y después sufrió diez meses de arresto domiciliario con vigilancia 24/7, acusada de “desacato” y “desórdenes públicos”; tuvo que pagar una multa de 1.000 pesos cubanos para evitar el juicio. Su detención fue una de las diez que sufrió entre el 2020 y el 2021, siempre seguidas de desapariciones forzadas de corta duración, como cuando en 2020 se negó a pagar 3.000 pesos por violar un decreto que prohibía publicar nada sobre la pandemia y ella lo hizo en Facebook. Sus detenciones continúan hasta hoy, pero además sufrió desalojos entre marzo y octubre del 2020.
Cualquier ciudadano del mundo se preguntaría cómo es que un desalojo es una medida coercitiva del Estado.
Los cubanos no lo preguntan.
Lo saben.
Para ellos es normal.
El Estado presiona nada sutilmente a los dueños que alquilan una casa a un periodista o a un activista o simplemente a alguien que publicó en redes algo que el poder de la dictadura comunista no quiere; lo presiona, decía, para que echen al inquilino en menos de 48 horas. Intimidación, amenazas de sanciones legales o económicas o incluso incentivos a los arrendadores. Todo puede ser usado por el poder cubano, porque no hay que olvidar que la era está pariendo un corazón. Así fue que Camila quedó en la calle hasta conseguir una nueva casa, cosa nada fácil para alguien “marcado”.
De cualquier manera, no se puede considerar nada especial a Camila. Es un método muy común en Cuba. Lo sufren habitualmente las Damas de Blanco, los artistas del Movimiento San Isidro y otros periodistas independientes, quienes han enfrentado no sólo desalojos sino también arrestos domiciliarios, detenciones arbitrarias, restricciones migratorias y hasta imposibilidad de pasar de una provincia a otra.
Todo se complica además porque desde 1960 están creados los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), básicamente vecinos buchones que funcionan como redes de vigilancia vecinal. Si ven un extranjero, una reunión que no les gusta o comportamientos que ellos consideren “antirrevolucionarios” (con la cuota de arbitrariedad obvia de este caso, que puede servir para dirimir cualquier problema entre el buchón y algún adversario vecinal por el tema que fuere), avisan a las autoridades. Estos servicios de inteligencia amateurs son a veces premiados con baratijas (en una sociedad en donde una bolsa de carbón es una joya) o presionados con amenazas de represalia.
Todo periodista no complaciente sabe que está rodeado de vecinos dispuestos a contarle a las autoridades todas sus actividades.
Para ellos es normal.
Convirtieron a una sociedad en miserable; a partir de ahí, manejarlos fue muy fácil. Y, naturaleza humana, siempre hay alguien dispuesto a sacar partido de la desgracia ajena.
En los últimos tiempos, como a todos los gobiernos del mundo, al cubano le ha surgido un desafío impensable: internet y su grano mayor, las redes sociales.
Vituperadas en gran parte de Occidente como cloacas y fábrica de fake news, las redes han sido para muchos cubanos una catarsis invalorable y una pequeña hendija en donde colarle al mundo un mensaje prohibidísimo.
Pero la dictadura es, siempre y en todo lugar, cruel.
Bien lo sabe Alexander Mario Fábregas Milanés, de 35 años, que fue condenado a nueve meses de prisión en juicio sumario por “desórdenes públicos”. ¿Su delito? Transmitió en vivo las protestas del 11 de julio del 2021 en Sancti Spíritus. Después de liberado enfrentó acoso continuo, incluso con visitas intimidatorias de Seguridad del Estado.
Sin embargo, Alexander no bajó los brazos y por una publicación en Facebook fue nuevamente detenido e incomunicado en julio del 2024. Finalmente le dictaron sentencia por este último “delito”. Había publicado un video como apoyo a los presos políticos, en Facebook, con 30 reacciones, 383 comentarios y 167 compartidos. Para la dictadura, ese puñadito de repercusión fue una amenaza inconcebible.
Está en el penal La Pendiente de Villa Clara, desde julio del año pasado, enfermo y con atención médica mínima (un paracetamol) y comida en mal estado. En febrero estuvo 15 días en celda de castigo (lo que será una celda de castigo, si las comunes son como son) por un cartel que escribió que decía “Abajo la dictadura”. Por supuesto, tiene un representante legal que cuida de sus intereses. Está puesto por el Gobierno y, como dijo la esposa de Alexander, “todos trabajan para el Gobierno”.
Alexander es sólo uno más de los ¿1.100? presos políticos. Es obvio que no hay cifra real de la dictadura.
A veces por la falta de electricidad, a veces por el hambre, a veces por la falta de libertad, a veces por todo junto, Cuba, cuando se da cuenta de que lo que le pasa no es normal, estalla en pequeñas rebeliones bajo el manto podrido de la dictadura.
En estos momentos son los estudiantes que protestan porque la empresa estatal monopólica de servicios de internet ha subido los precios de tal manera que prohíbe directamente a los ciudadanos cubanos acceder al servicio.
El 4 de junio comenzó el paro académico que está tomando a varias universidades de todo el país.
La respuesta estatal no se hizo esperar. La seguridad del Estado está ahora mismo, este mismo sábado a la mañana, “visitando” a los estudiantes díscolos, a quienes amenazaron “delante de sus familias y obligados a escribir mensajes en el grupo de WhatsApp de la facultad ‘arrepintiéndose’. Todo, claramente bajo coacción”, informó en su Facebook el periodista Mario Pentón. La nota de “arrepentimiento” da miedo: “Estoy muy arrepentido de mis palabras y mis mensajes”, dice. Era un pibe que a través de WhatsApp estaba organizando una marcha para el lunes.
Durante años, mi generación, la anterior y la siguiente, vivimos con la ilusión de un paraíso que nos dibujaron casi todos nuestros referentes artísticos y literarios.
Es hora de aceptar que nos mintieron y nos dejamos mentir.
Era tan lindo pensar que el paraíso existía.
Pero Cuba pasó de ser la isla de la fantasía a ser la isla del terror.
No quisimos ver lo que sabíamos que había.
Y hoy, ahora, hay gente que sigue sufriendo nuestra indiferencia absoluta.
No ayudamos a los cubanos.
Los dejamos apagarse en una agonía triste y gris.
Celia Cruz se ha quedado sin ¡azúcar!
Ningún dato oficial cubano es real.
Nada pasa sin el filtro de la dictadura.
Nada.
Las estadísticas oficiales no reflejan la magnitud de la emigración y el deterioro social diario, la degradación a la que es empujada una población que admite como natural cosas que no lo son en ningún otro lugar del mundo.
Y ese quizás sea el mayor problema.
Cuando la población deja de pensar “esto no es normal”.
Ahí ya casi no hay solución.
Cubanos, perdón.
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