Este principio de verano fue extraño e intenso para todos –temperaturas insólitas, cortes de luz masivos, más de un millón de casos de covid– pero especialmente para una parte de los votantes de Juntos por el Cambio, que a todo lo anterior tuvieron que sumarle su desilusión, fastidio o rabia ante una serie de tropiezos, errores o papelones de parte de algunos de los líderes del espacio que apoyan. Entre Navidad y Reyes el bloque de JxC en Diputados perdió por un voto, mientras dos de sus legisladores estaban de viaje, la modificación de Bienes Personales, y buena parte de sus bloques bonaerenses en la Legislatura permitieron, casi sin debate ni argumentos convincentes, que los intendentes puedan ser reelegidos en 2023. Todo esto se sumó a la división del bloque radical en Diputados, que da toda la impresión de que va a continuar; los tembleques que le agarran a la coalición cuando el Gobierno hace como que está convocando a negociar acuerdos importantes; y la designación como presidente del Comité Nacional de la UCR de Gerardo Morales, que llegó con ganas de mover el avispero, romper cosas, decir verdades.
En los últimos días las cosas parecen haberse tranquilizado, pero las semanas alrededor de Año Nuevo fueron deprimentes para los votantes de Juntos por el Cambio, algunos de los cuales tipearon furiosos “¡no los voto más!” en las redes, menos de dos meses de, precisamente, haberlos votado y haberles dado una victoria contundente en las elecciones legislativas. Periodistas y analistas políticos aprovecharon la oportunidad para lamentarse por la mala calidad de una clase política obsesionada con sus privilegios y, según ellos, ajena a los problemas de la gente. Algunos se animaron a advertir sobre un posible declive de JxC. “No debe para nada descartarse que la actual dirigencia opositora, que está expuesta desde hace muchos años, también sufra la amenaza de un ocaso”, escribió Carlos Pagni antes de Navidad. Fueron semanas en las que también se envalentonaron los libertarios, una de cuyas dos ideas fuertes es la crítica anti-política contra “la casta”: los políticos, se sentían con autoridad para decir, imitando el discurso periodístico, son todos iguales, los del oficialismo y los de la oposición. Y en parte todo eso era merecido: hubo momentos en los que todos los críticos de Juntos por el Cambio parecían tener razón. ¿La tenían?
Hubo momentos en los que todos los críticos de Juntos por el Cambio parecían tener razón. ¿La tenían?
Para responder esta pregunta en estos días charlé con varios dirigentes de la coalición, de todos los partidos y sus variantes ornitológicas, casi todos de mi generación, y una conclusión posible de esas charlas es que no, que no la tenían, pero también que JxC debe ponerse rápido a encontrar un sistema de convivencia que le permita dejar de meter la pata cada dos semanas. Quienes llevan más tiempo trabajando o militando en los partidos de la coalición conocen las dificultades y los altibajos de la vida política y prefieren tener una mirada más serena sobre los procesos, algo que yo también intento hacer. Pero es innegable que hay una preocupación sobre la capacidad de JxC de seguir representando lo que representa. Por eso voy a agrupar las conclusiones de estas charlas, y mi propia mirada sobre el tema, en tres áreas: “no nos olvidemos de las fortalezas de JxC”, “explicaciones razonables para la situación actual” e “igual algo tenemos que hacer”. En JxC hay consenso firme y unánime sobre las PASO como el método para dirimir candidaturas en 2023 (eso es una fortaleza), pero para las PASO falta un año y medio y no es cuestión de tirarse con todo mientras tanto.
No nos olvidemos de las fortaleza de JxC
A veces, en el medio de los papelones momentáneos, los análisis instantáneos y las reacciones intempestivas, quedan escondidos muchos de los méritos que ha hecho Juntos por el Cambio en todo este tiempo. En un par de semanas, por ejemplo, se cumplen siete años de la famosa foto inicial de Mauricio Macri con Elisa Carrió, a la que semanas después se sumó Ernesto Sanz. Los tres siguen adentro de Juntos por el Cambio. Ninguno de los tres coquetea con irse. Algunos dirán que parece poco, pero todas las coaliciones no peronistas desde la vuelta democracia duraron menos, desde la Alianza (1997-2001) a UNEN (2013-2015) y el hoy olvidado Acuerdo Cívico y Social (2009-2011), que llegó a ser el segundo bloque del Congreso.
En estos siete años, además, aquel Cambiemos no sólo no perdió ningún socio inicial ni tuvo deserciones individuales relevantes (¿Ricardo Alfonsín cuenta?) sino que, por el contrario, se siguió ampliando, para incluir una pata formal peronista, líderes locales en una decena de provincias y dirigentes liberales o progresistas de todo tipo. Mantuvo la unidad en la victoria (difícil) y la volvió a mantener en la derrota (todavía más difícil). Algo bien se tiene que haber hecho para que eso, infrecuente, riesgoso, frágil, fuera posible. El JxC de hoy, con sus traqueteos y dificultades, es mucho más grande que el de 2015 o el de 2019. Y su tamaño le permite tener un campo magnético poderoso, que atrae figuras a sumarse desde afuera y no expulsa a nadie ni tiene gente que se quiera ir o esté amenazando con irse.
Después están los resultados de las elecciones. Sé que parece que fueron hace mil años, pero recién pasaron dos meses: tercera elección seguida de JxC por encima del 40% nacional, 34 senadores (en 2015-2017 tenía 15) y causante de la peor derrota en la historia del peronismo unido. Hace sólo dos meses. Que este dato sea insignificante en la conversación pública puede ser en parte por culpa de la propia coalición, que prefirió hablar de otros temas y terminó enmarañada en el propio caos del oficialismo. Pero esos resultados están, y reflejan algo que ya escribí acá: una representación robusta y consistente de la clase media como no la ha tenido ninguna coalición no peronista desde el regreso de la democracia y, me animo a decir, en toda la historia política del país.
Sigo creyendo que las diferencias principales dentro de Juntos por el Cambio son de estrategia política y no de visión de país.
Sigo creyendo, por otra parte, que las diferencias principales dentro de Juntos por el Cambio son de estrategia política y no de visión de país. Hay diferencias sobre cuán amistosos o cuán implacables hay que ser con el gobierno o con el peronismo, o sobre si el principal problema del país es la grieta o el populismo (pregunta clave, admito, y no sorprendo a nadie respondiendo que para mí es más de lo segundo que de lo primero). Hay diferencias sobre cómo lograr acuerdos que, eventualmente, permitan hacer reformas estructurales a partir de 2023. Todo eso es cierto. Pero en las cuestiones centrales del rumbo del país –instituciones más fuertes, economía moderna, (algo más de) apertura al mundo– no hay desacuerdos sustanciales. En JxC nadie dice “la emisión no genera inflación” ni cuestiona la propiedad privada ni defiende a la Venezuela de Maduro, como sí ocurría en coaliciones no peronistas anteriores, donde Alfonso Prat Gay convivía con Humberto Tumini o Martín Lousteau compartía lista con Alcira Argumedo.
En definitiva, JxC es cada vez más un equipo “grande” de la política argentina, al que el sistema cada vez menos le pide que incorpore un sector del peronismo para ser realmente “serio”. La historia de Cambiemos está marcada por esta demanda: para ser machos de verdad tenían que traerse alguien del otro lado, se decía, especialmente desde un establishment que sigue apostando al frente del timón (aunque cada vez con menos energía) por alguna versión del peronismo blanco. De a poquito JxC está horadando ese axioma, ya casi nadie piensa que va a ser eternamente débil si no incorpora al Frente Renovador o alguna parte de esa entelequia llamada “los gobernadores”. Puede hacerlo, pero no necesita hacerlo.
Explicaciones razonables
Primera explicación razonable sobre el desorden actual. Terminada la primera mitad del mandato de Alberto Fernández, más marcada por las resistencias y la unidad (“frenar al kirchnerismo”, como decía la campaña), era esperable que se abrieran las compuertas de los proyectos personales. Como responden, cuando les preguntan, los líderes de JxC: es mejor tener 4-5 tipos y señoras peleándose por ser presidente a no tener ninguno. Esto, que es normal en cualquier coalición del mundo y hasta puede ser considerado saludable, tiene la externalidad negativa inmediata de que exagera diferencias, agrega tensiones, provoca tormentas en vasitos de agua. Es lo que estamos viendo.
Además de las ambiciones personales, también es normal y posiblemente saludable que existan (con límites) matices en las visiones del mundo o estrategia política de sus integrantes. Es lo que pasa en todos los partidos políticos con vitalidad intelectual y ambición de poder. Tener alas distintas, con talantes más o menos combativos, más o menos conservadores, le puede dar a un partido político flexibilidad para adaptarse a los tiempos, absorber golpes, renovarse generacionalmente. Si no se dobla, se rompe. Si se dobla un poco, crece. Si se dobla demasiado, se vuelve irreconocible. El secreto es encontrar ese punto intermedio y creo que JxC anda razonablemente rumbeado en ese sentido.
Si no se dobla, se rompe. Si se dobla un poco, crece. Si se dobla demasiado, se vuelve irreconocible.
Otra explicación razonable para el aparente quilombo en Juntos por el Cambio es que es mucho más difícil ordenarse en la oposición que en el gobierno. Desde 2015 Cambiemos tuvo que demostrar que no era sólo un artefacto electoral sino una coalición de gobierno y, a pesar de las escaramuzas conocidas, lo logró: terminó el mandato en una pieza, no perdió cachos en el camino, sus bloques votaron siempre unidos, sus votantes no se fueron a ningún lado, a pesar de la derrota. Desde 2019 tuvo que demostrar que no era sólo una coalición de gobierno (donde es más fácil ordenarse, porque hay un líder natural que es el presidente de la Nación), mantener la unidad y empezar a demostrar que era un jugador de largo plazo de la política argentina. Esto también lo logró y, en mi opinión, con razonable buena nota.
A veces se le reclama a JxC, en los medios o en la política, por la inexistencia de un líder claro que venga a poner orden en este gallinero. No creo que sea indispensable. Para empezar, porque la figura de “líder de la oposición” es más de los regímenes parlamentarios que de los presidencialistas y, segundo, porque desde el regreso de la democracia casi nunca ha habido “líder de la oposición”, salvo, quizás, por los diez meses de estrellato de Antonio Cafiero (1987-1988) y el Raúl Alfonsín que firmó el Pacto de Olivos (1994). Las oposiciones en Argentina en general han sido colegiadas, barulleras, horizontales y se han ordenado después, tras la elección de los candidatos. Y no veo por qué Juntos por el Cambio debería ser una excepción a esa costumbre. A Cafiero y a Alfonsín, por otra parte, ese rol de estadistas opositores les funcionó pésimo electoralmente (Cafiero perdió la interna con Menem, la UCR terminó tercera en la presidencial de 1995). Forzar un líder único antes de tiempo tendría muchas menos consecuencias positivas que negativas. Para empezar, la bronca de los que querían serlo y no lo fueron.
Igual tenemos que hacer algo
Dicho todo esto, Juntos por el Cambio no puede hacer la plancha sobre estas excusas y estas fortalezas y sentarse a esperar las PASO de 2023. Los riesgos son muchos. Uno de ellos, quizás el principal, es que la sociedad deje de percibir a los miembros de la coalición como una unidad, como un grupo de gente que comparte valores y visiones, y empiece a verlos sólo como una serie de freelancers que, por razones de oportunismo y no por convicción, comparten un sello electoral. Otro riesgo, similar al anterior, es que las batallitas constantes dejen heridos en el camino y sean los propios dirigentes los que ya no quieran compartir espacio con los otros. El riesgo de esto es que, aun ganando en 2023, los bloques de Juntos por el Cambio podrían tener mayorías nominales pero no reales, porque habría que negociar con los renegados como si fueran diputados santiagueños.
Otra cuestión importante: 2022 va a ser un año áspero. Estamos en una crisis larga, que lleva cuatro, 11 o 46 años, según a quién le preguntemos. La sociedad está cansada: del gobierno, del covid, de la falta de futuro. Si el gobierno la chinga con el FMI, la situación puede volverse impredecible. No hay mucha paciencia para tolerar políticos más preocupados por sus diferencias entre sí que por representar a sus votantes o por cómo la están pasando los argentinos. Como me dijo uno de mis interlocutores de estos días: no es lo mismo la rosca cuando las cosas está bien que cuando las cosas están mal. En otro contexto, un error de cálculo podía hacerte perder una elección, pero seguías vivo. Hoy un error de cálculo te puede sacar de la cancha.
La sociedad está cansada: del gobierno, del covid, de la falta de futuro. Si el gobierno la chinga con el FMI, la situación puede volverse impredecible.
Acecha el fantasma de la casta. Para que no tengan razón los que revolean esa etiqueta, lo mejor es no dársela. No aprovechar privilegios, no desconectarse de la realidad, no obsesionarse con el micro-posicionamiento propio, no creer que la política es una chicana en off the record contra un aliado. No se puede defraudar cada dos meses. No se puede fallar en el poroteo, como se falló en la sesión por Bienes Personales. No se puede cansar a la gente y después exigirle el voto sólo porque ya viene votando o porque del otro lado está Cristina. ¿Existe conciencia en Juntos por el Cambio sobre todo esto? Elijo pensar que, en sus buenos días, todos lo tienen claro.
Ahora, para todo esto, ¿hace falta un programa claro de gobierno compartido por JxC? ¿O cada partido o candidato debería tener el propio? Siento que se exagera mucho cuando se le reclama a Juntos por el Cambio un plan de salida de la crisis, cuando todavía faltan dos años para los elecciones y no es tarea de la oposición sugerirle planes económicos al gobierno, mucho menos a un gobierno incapaz de escuchar a nadie. Pero también creo que, como en muchas otras cuestiones, 2022 puede ser un año clave, sin presiones electorales ni urgencias de último momento, para que se fortalezcan las conversaciones dentro del espacio (las fundaciones, los economistas, los miembros de la Mesa Ejecutiva) sobre qué hay que hacer sí o sí en 2023 y empezar a prepararlas. Por dos motivos: para que en campaña se lo cuenten a la sociedad y la sociedad sepa qué está votando (el próximo presidente necesitará un fuerte mandato de cambio económico para pasar sus reformas) y para que la propia coalición, cuando llegue el momento de votar o defender situaciones difíciles, que seguramente las habrá, esté preparada y apoye con la fuerza necesaria. Mi experiencia de estos años es que ganar elecciones es complicado, pero posible. Transformar el país, en cambio: mucho más difícil.
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