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Domingo

Otro adiós al consenso alfonsinista

El gobierno libertario, como antes el kirchnerismo, hace una interpretación hereje pero efectiva del sentido común democrático.

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La semana pasada, con motivo del feriado del 24 de marzo, Casa Rosada publicó un video en el que Agustín Laje presentaba una versión de la violencia de los años ’70 con foco especial en el número final de víctimas del terrorismo de Estado y lo que ocurrió en los años constitucionales de 1973-1976. El gobierno se mostró extasiado ante la recepción del mensaje. Tuiteros oficialistas destacaron la cantidad de visualizaciones y la cuenta atribuida a Santiago Caputo celebró “la verdad completa que nos quisieron esconder”. Y agregó: “Me parece que el consenso alfonsinista era minoritario”.

¿Qué es esto del consenso alfonsinista? Ya sabemos la bronca que le tiene el oficialismo a la política de consensos que se vendía como solución a los problemas argentinos. Los libertarios se propusieron desde el principio romper con esos consensos de élite, que no benefician a la gente sino que reproducen los privilegios de castas varias. Todo movimiento con simpatías populistas propone esta dualidad paradójica entre falso consenso y verdadero sentido común. Lo vemos en España, donde tanto Vox como Podemos denuncian el consenso constitcional de 1978, sólo que unos le dicen “neoliberal, franquista, de Washington” y otros “socialdemócrata, negrolegendario, de Bruselas”.

Ahora bien, ¿hay un consenso que podamos llamar alfonsinista y que esté siendo roto o superado por el gobierno? El sintagma “consenso alfonsinista” fue acuñado por el politólogo Marcelo Leiras en 2017, semanas después de la resolución del caso Maldonado, y después hizo fortuna por su cuenta: de Alfonsín en adelante, los argentinos dicen sí a la democracia pluralista, no al pensamiento único, sí a los derechos humanos, no a la violencia armada. Aunque la prosa era atropellada, superficialmente no parecía haber nada polémico.

Pero sucede que Leiras traficaba algunas ideas extra bajo el mantel. Para empezar, aseguraba que el consenso alfonsinista se sostuvo por la “despolitización”. Sonará extraño, cuando los ’80 fueron la época del reencantamiento de la juventud, el resurgimiento de los partidos políticos y la activación política de las universidades y la prensa. Pero Leiras define “despolitizar” como “disociar la política pública y la movilización electoral del conflicto por la distribución de los ingresos”. Un clásico de la era intelectual antimacrista: todo lo que no sea la lucha de clases no es política.

Un clásico de la era intelectual antimacrista: todo lo que no sea la lucha de clases no es política.

Cuando reconocía el lugar común de que le debemos a Alfonsín la democracia y la paz civil, Leiras no lo estaba elogiando. Insinuaba que Alfonsín inauguró un modo de hacer política sosegado, aristocrático, formalista, globalizante, que redujo el gobierno a mera administración y se desentendió de la sustancia de la política, que es el conflicto social distributivo. Acusaba a Alfonsín de haber construido un consenso vacuo, muy mínimo, que sí era “anti-autoritario, anti-dictatorial y, por tanto, sospechoso del poder público”, pero incapaz de lidiar con la “repolitización” que resurgiría con el conflicto social. El Estado se invistió de una falsa neutralidad de clase, quedando dotado con “herramientas débiles” para intervenir en la economía. En términos más actuales: acusaba a Alfonsín de pasarse de liberal.

Leiras, que después fue funcionario de Wado de Pedro en el gobierno del Frente de Todos y murió de un cáncer fulminante el año pasado, hacía algunas críticas perogrullescas al kirchnerismo, pero no lo responsabilizaba por la repolitización, sino en todo caso por reaccionar de manera esperable a la reaparición del conflicto social en 2001: “Recuperaron las capacidades del Estado”, “invirtiendo la operación de Alfonsín”. Como escribió el propio Leiras en 2018, el consenso peligraba por “el compromiso democrático de los sectores propietarios” por un lado y, por otro, porque no había un único partido identificado los sectores bajos, sino “dos partidos populares […] ideológicamente híbridos y volátiles”. Traduzco: los ricos no lo dicen abiertamente pero son golpistas, y sólo podemos contenerlos con la complicidad de todo el abanico político, lo cual es un problema porque ningún gobierno los va a dejar del todo afuera.

No es difícil ver la operación retórica de Leiras, muy típica de la intelectualidad kirchnerista soft. Por un lado, el consenso es tenue, frágil, se puede alabar al kirchnerismo por haberlo redoblado, por ser un desarrollo natural, esperable y fidedigno. Por otro lado, con la cobardía propia de quien no está dispuesto a abandonar las comodidades que da una sociedad pluralista, Leiras advertía tímidamente que “es temprano” para abandonar el consenso, un miedo que se activaba cuando veía una politización que le parecía destructiva, inusitada, ya que sin atreverse a calificar abiertamente a Cambiemos de autoritario, sí lo acusaba de proponer “una democracia más débil, más superficial, más flaquita”. En esta ambigüedad se maneja Corea del Centro: la derecha tiene agencia y hace el mal; la izquierda puede no estar a la altura pero sus acciones son entendibles porque obedecen a una fuerza histórica, a la política misma.

En esta ambigüedad se maneja Corea del Centro: la derecha tiene agencia y hace el mal; la izquierda puede no estar a la altura pero sus acciones son entendibles.

Jugando con las definiciones y señalando selectivamente, el consenso podía ser, para Leiras y otros, un formalismo demasiado restrictivo (que no nos permite solucionar los temas de fondo) o un baluarte de la democracia que se encuentra amenazado por el fantasma de la derecha.

Estas tácticas discursivas de los intelectuales progresistas siempre tuvieron como objetivo a los elementos más blandos de Cambiemos que, como de costumbre, mordieron el anzuelo. Busquen “consenso alfonsinista” en Twitter y verán que ni bien Leiras acuña el término, ya hay cambiemitas no disputando la descripción sino diciendo que los peronistas también estaban rompiendo el consenso y que, en todo caso, el macrismo representaba la verdadera evolución del consenso alfonsinista. Adoptar esta categoría servía, sobre todo, a cierta facción del radicalismo que ya le gustaría haber inventado algo así de ambiguo, una excusa perfecta para adherir o para desvincularse del gobierno según el caso. La idea del “consenso alfonsinista” se convirtió en uno de los vasos comunicantes del peronismo para captar cambiemitas marginales y traficar conceptos y moralinas.

Consensos libertarios

Como la desilusión con Cambiemos es una de las experiencias fundacionales del ethos libertario, naturalmente hay muchos de ellos que compraron el buzón contrario. Si el macrismo falló, fue por no ir a full contra el consenso alfonsinista. Sin embargo, acá deberíamos preguntarnos, ¿buscó Cambiemos destruir ese consenso, lo está buscando el actual gobierno?

Lo primero es no confundir el consenso alfonsinista con la mera “ideología alfonsinista”, es decir, lo que les gustaría a los herederos de Alfonsín. Si existe algún consenso post-Alfonsín, necesariamente tiene que ser algo extendido en la sociedad, no sólo un pacto elitista. Alfonsín en gran medida tomó y canalizó un sentimiento popular existente, como cualquier proyecto político, lo cual no implica que no haya tenido un rol fundamental en coadyuvar, refrendar, articular su conformación, en solidificarlo en las conciencias y en la institucionalidad argentina.

¿Cuál era ese sentimiento? Decir que a partir de Alfonsín los argentinos creemos en la democracia y rechazamos la toma violenta del poder es una obviedad. En eso hay consenso. ¿Cambiemos le declaró la guerra a este consenso? Yo los vi ganar  y perder elecciones, negociar votos en el Congreso, ser oficialismo sin suspender garantías y oposición sin llamar al golpe. No me suena a que haya ni tan siquiera desafiado este consenso, y de hecho voy a proponer, algo polémicamente, que tampoco el kirchnerismo lo hizo.

¿Cambiemos le declaró la guerra a este consenso? Yo los vi ganar  y perder elecciones, negociar votos en el Congreso, ser oficialismo sin suspender garantías y oposición sin llamar al golpe.

Antes contestemos las obvias objeciones: ¿qué hay del uso de los servicios de inteligencia, de la represión policial, de la judicialización de la política, de la polarización? No niego que hayan sucedido, pero sí voy a disputar que vayan en contra el “consenso alfonsinista”. Alfonsín tenía una fijación cegadora con las elecciones como mecanismo de validación, hace poco un amigo historiador me dijo que cuando los radicales intentaron la democratización sindical, no había detrás de ello algún cálculo racional como “así debilitaremos a los sindicatos” o alguna meta ideológica como ir hacia una economía neoliberal; casi todo se resume en “democracia = buena”, los sindicatos no tienen democracia interna y eso es malo. Que el propio hombre haya tenido ideas ulteriores más complejas no obsta a que lo que llegó al sentido común argentino es que de mínima tiene que haber elecciones, si luego se judicializan, si son más o menos candentes, importa poco, como podemos observar en todas las elecciones nacionales y subnacionales de 1983 para acá. El consenso realmente existente siempre ha tolerado a los Insfrán, los Saadi, los Rodríguez Saá, mientras cumplieran la formalidad de llamar a comicios.

Entonces, ¿el consenso alfonsinista es algo tan finito que tolera a cualquier caudillo, mientras lo refrenden las urnas, y cualquier represor, mientras esté vestido de algún color distinto al verde? Para nada, Alfonsín conocía perfectamente la profundidad de los problemas argentinos, y en gran medida hemos heredado sus diagnósticos. En uno en que tiene razón Leiras es que tanto la UCR como el PJ buscaban la intersectorialidad, una alianza entre élites burguesas y masas plebeyas, aunque esto no es tanto una característica de la democracia argentina como de toda democracia. Ni el kirchnerismo fue sólo un frente de pobres ni el macrismo sólo uno de ricos; si cada coalición fue más amplia o menos creíble, es otra cosa, pero nunca hemos vivido en esa tierra de fantasía donde se paran todos los malos de un lado y los buenos del otro. En esto, el libertarismo es igual, incluso le gusta enfatizar su carácter popular.

Federalismo y macrocefalia

¿Qué otros aspectos componen este consenso alfonsinista “grueso”? En un hilo de Twitter elaboré algunos candidatos que podemos discutir, pero hay uno del que me siento muy seguro: la idea de que existe una asimetría entre Buenos Aires y el Interior, una macrocefalia que tiene que compensarse con la reubicación del poder, la desconcentración de la población y la redistribución de los recursos. La coparticipación antes era un recurso de gestión fiscal y la infraestructura era un mecanismo de extensión territorial del Estado, pero desde los ’80 se los ve como una cuestión de justicia social y federalización. Claro que Alfonsín siempre propugnó un sistema de coparticipación reformado y más transparente, pero el peronismo, debiendo aceptar la victoria del consenso alfonsinista en la opinión, en la práctica hizo lo que hace con todas las buenas ideas: administrarlas de forma tal que no funcionen.

Si el consenso era desmontar el aparato-industrial militar, los peronistas aprovecharon para quitar todo contrapeso al uso indiscriminado de la policía y los servicios de inteligencia. Si el consenso fue la integración sudamericana, lo usaron para consolidar el régimen proteccionista. Si era entronizar el ideal democrático, ¿qué ha sido toda la teoría de Laclau sobre la democracia radical y el populismo sino una forma de usar la retórica de la democracia contra el orden republicano? ¿Qué fueron la reforma judicial y la ley de medios, sino una movilización de los ideales democráticos para avasallar a la sociedad civil?

El kirchnerismo no es un rechazo del consenso alfonsinista, sino su lectura herética, un virus interno.

Tal vez una de las soluciones en que mas insistió Alfonsín fue en la necesidad de un régimen semi-parlamentario, que le de contraloría efectiva a la oposición y prevenga la hegemonía unilateral de un partido. Nuevamente, el peronismo tomó el diagnóstico y lo usó para parchear sus propias deficiencias, adoptando la forma de la solución, como un tumor que aprende a truchar radiografías. Desde la reforma constitucional de 1994, afloraron organismos intermedios, comisiones revisoras y tongos cómodos donde la oposición puede quedar trabada mientras la discrecionalidad del Ejecutivo campa a sus anchas.

Desde esta lectura, vemos que el kirchnerismo no es un rechazo del consenso alfonsinista, sino su lectura herética, un virus interno. Nunca lo han rechazado del todo sino que han empleado sus formas contra su fondo. El problema no es que alguien haya traicionando el legado de Alfonsín o le haya sido demasiado fiel: es que el legado en sí en insuficiente. Ya desde su inicio, se reconocía que el consenso era específico a sus circunstancias. Algunos de sus aspectos han sido correctamente cuestionados. Alfonsín adhería a la ideología inflacionaria y autárquica que hoy por suerte se está abandonando. El propio Álvaro Alsogaray lo acusaba de no tener diferencias con la dictadura militar en su política exterior, agresiva y tercermundista; yo me siento bastante conforme con el giro occidentalista de los ’90.

La santidad de las elecciones

Lo más importante, lo nuclear del consenso, que es la santidad de las elecciones, es tal vez lo más específico a su período. Hay que dejar de agitar el fantasma del golpismo, hoy la Argentina tiene otros problemas. En un sentido metafísico es cierto que la democracia siempre está a un plumazo de desaparecer. En uno más práctico, está firmemente sedimentada y los discursos que hoy la amenazan la subvierten desde adentro. Es inútil seguir enfocándose en los peligros para la república de hace 50 años cuando hay otros a la vuelta de la esquina.

Al mismo tiempo, hay que dejar de agitar el espectro de la guerrilla. Ante el tuit de (la cuenta atribuida a) Caputo, muchos señalaron correctamente que, de hecho, el consenso alfonsinista original fue la condena a ambos, militares y terroristas, que hasta Menem mantuvo, aunque invertido, con los indultos simétricos. Desde 2003, como señaló Fantino, distintos bandos “se pasan la pelota” pero la cancha en la que juegan es la de Alfonsín. Nadie escapa a su sombra que, para alegría de unos y martirio de otros, sigue siendo el sentido común imperante, porque para la mayoría de los argentinos, el pasado es eso: el pasado. La experiencia de mi familia durante la dictadura no fue que le pongan bombas o le desaparezcan un conocido, aquello tristemente ocurrió y afortunadamente se llevó a la justicia. Mi familia recuerda la dictadura como una época de desempleo y privación económica; esa es la experiencia de casi todos los argentinos, la clase media en sentido amplio, que un sector de la política y la intelectualidad se empeña en olvidar.

Hace poco, el diputado Martín Tetaz convocó a un evento donde una inteligencia artificial reproduciría la voz de Raúl Alfonsín y contestaría preguntas del público. Como era de esperar, asisitieron viejos y alcahuetes, porque la figura de Alfonsín ya no moviliza. El gran logro del padre de la democracia es que su legado no necesita llevar su nombre, se ha emancipado y ha quedado en los sedimentos de nuestras historia. Guerrilleros y milicos siempre fueron una minoría. Hoy los procesistas que quedan se resienten en geriátricos o en cárceles, sus hijos buscan tongos fuera del ejército o se pudren en los rangos bajos. Los montoneros que sobreviven se van muriendo o son ministros de Javier Milei, y sus hijos son docentuchos escuálidos o ratones de consultora. De las viudas de Nosiglia, ni hablar. Llegar a la clase media hoy, reavivar los fuegos de la democracia hoy, es una tarea que requiere dejar de lado a esas minorías, que estemos tan despiertos a nuestra era como Alfonsín lo estuvo a la suya y nos animemos, como hizo él, a romper con los esquemas mentales que nos forzaron a heredar. Marchar hacia el futuro empieza por despedir a nuestros muertos.

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Eloy Vera Beltrán

Estudiante de Abogacía en la Universidad Nacional del Sur. Conduce el podcast de historia Es Más Complejo. En Twitter es @EloyVeraBel.

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