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Domingo

Fake news y progresismo

Por temor, pereza o militancia, los periodistas a veces reproducen la información políticamente correcta pero no la verdadera. Los casos de Santiago Maldonado, Rafael Nahuel y Antonio Gentile.

En los últimos años hubo tres casos que están entre los más emblemáticos del periodismo nacional por las mentiras que se dijeron y que taparon lo que ocurrió durante algún tiempo. Se trata de los casos de Santiago Maldonado, el joven que se reportó como desaparecido por las fuerzas de seguridad pero que se había ahogado accidentalmente en el río Chubut; el de Rafael Nahuel, de quien se dijo que había sido asesinado por la espalda por las fuerzas de seguridad pero se comprobó que tenía un arma y había disparado; y el de Antonio Gentile, el científico que figuraba en la lista de desaparecidos durante la última dictadura militar, pero que estaba viviendo en Estados Unidos. Los tres casos tienen otra cosa en común: una parte importante del periodismo repitió las fake news propagadas por organizaciones de izquierda.

La verdad suele ser desprolija, incluso contraintuitiva. No ocurre lo que esperamos que ocurra, sino lo que ocurre. Un Maldonado o un Nahuel acribillados albergan múltiples posibilidades expresivas que podrían traducirse primero en acciones políticas y luego en un cliqueo demencial. En cierto momento de 2017, muy pocos querían escuchar que Maldonado había muerto ahogado o que Nahuel tenía un arma en su encuentro con la Prefectural Naval. Una de las frases que escuché durante ambas coberturas de parte de colegas fue ”cuídate, no te expongas, te lo digo como amigo”. Incluso con los estudios científicos en la mano, las advertencias continuaban. Es que era mucho más fácil interpretar el papel de periodista progre que el de periodista a secas.

Las mentiras adornaron los espacios superiores de la home y las tapas de algunos de los medios tradicionales. Poblaron las redes como insectos. Condimentaron discusiones dominicales entre cervezas.

El Caso Maldonado

El Río Chubut tiene una profundidad que va de los 30 centímetros a los casi tres metros. Los pescadores lo saben y también lo saben los turistas, los guías y, por supuesto, los baqueanos, entre ellos las comunidades mapuches que viven en la región cordillerana. El 1º de agosto de 2017 Santiago Maldonado no se ahogó en 30 centímetros de agua, como titularon, falsamente incrédulos, los medios ligados a la izquierda y al kirchnerismo en cuanto se supo de su desaparición. Daban a entender que nadie se ahoga en tal profundidad, por lo que, conclusión final, el joven había sido “chupado”, en palabras de Jorge Asís, que lo analizó por TV. Las opiniones, fundadas en elementos lógicos y científicos, me llevaron a tuitear:

Lo escribí el 18 de septiembre de 2017 afuera de un café, en Esquel, después de largas horas de charla con un científico y un guía que ofreció mapas y fotografías satelitales de la zona. A ellos se había sumado la opinión de baqueanos y pescadores que conocían en detalle la zona cero de la desaparición.

Un mes más tarde, cuando el cuerpo fue descubierto, un periodista K se apuró en advertir a su audiencia que yo era miembro del servicio de inteligencia y que por eso tenía el dato. Al profesional no le cabían dudas de que la mejor manera de conocer la posible ubicación de Maldonado no era el ejercicio del periodismo, sino la transacción política pura y dura entre un medio y los servicios. En otras palabras, según su parecer los periodistas no podrían alcanzar esta clase de información haciendo preguntas. El viejo y polvoriento truco de los profesionales de siempre.

Al final del camino, no es tan importante lo que sucedió como lo que deseamos que haya ocurrido. Basta leer el artículo sobre el caso en Wikipedia para entender qué tan profundo pueden calar las mentiras convenientes. Al menos queda el consuelo del fallo del juez federal Gustavo Lleral, de unas 200 páginas, donde el “misterio” de su muerte queda revelado. El joven anarquista se había esfumado en una toma mapuche en Cushamen, llamada Lof Resistencia Mapuche, ubicada en un predio de unas 1200 hectáreas. Los miembros de la Lof acudían diariamente al sector profundo del río Chubut a buscar agua, mientras aguardaban la liberación de su referente, el inexplicable lonko Facundo Jones Huala.

Desde donde estaba instalado el más que precario puesto de vigilancia mapuche, yendo en dirección al río, pero con una leve inclinación hacia la izquierda, se encontraba el sector donde el agua superaba los 2,5 metros y podía alcanzar los 2,8. El joven medía poco más de 1,70. A unos centímetros de la orilla, cubierta por las ramas molestas y nada accesibles de los sauces llorones, el Chubut se convertía en una trampa para los que no eran de la zona. La correntada es intensa y por debajo de la línea del agua las raíces funcionan como una telaraña subterránea. Un desliz y te perderás en el horizonte para siempre. Lo afirmaban los baqueanos, los guías y luego lo hicieron los buzos de Prefectura Naval que se sumergieron.

Los primeros “investigadores” periodísticos se quedaron con la foto inicial. Una postal que, pasada por el tamiz militante, adquiría extrañas y peligrosas connotaciones.

A unos 200 a 300 metros de este punto el río bajaba considerablemente hasta convertirse en un espejo delgado, vidrioso y rasante. Si se quería atravesar de un lado al otro caminando, este era el punto preciso. En su corrida junto a Lucas Naiman Pilquiman, Maldonado no fue por allí sino por el sector profundo. La razón era más o menos obvia: Maldonado seguía a Pilquiman, que era el experto. Pero uno sabía nadar y el otro no.

Los primeros “investigadores” periodísticos del caso decidieron quedarse con esta foto inicial. Una postal que, pasada por el tamiz militante, adquiría extrañas y peligrosas connotaciones. Los frenéticos reportes de la muerte de Maldonado, basados en datos lógicos, apuntaban a que el joven se había caído al agua y muerto ahogado. Faltaba sacar el cuerpo.

En el medio, la historia se amplificaba con otros datos falsos que alimentaban los medios K, asociaciones de derechos humanos, mapuches (reales o autopercibidos), y gente con ganas de armar quilombo. Aseguraban: Maldonado corría porque era perseguido en el marco de una feroz balacera; las 9 milímetros rozaban sus sienes en su carrera hacia la libertad; por último, continuaba el cable de fuentes múltiples y endebles, había sido atrapado por los gendarmes, golpeado, torturado, ahogado a la fuerza y subido a un camión o camioneta.

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La fake news más impactante de los últimos años tomó forma a partir de la selección caprichosa de informaciones completamente inventadas, y otras fidedignas y entregadas sin malicia por la gente que vivía en la zona.

Lo cierto es que no se dispararon armas de fuego en el predio, sólo dos escopetas con munición no mortal. Maldonado se sumergió en la profundidad del río sin ser descubierto por Gendamería Nacional. Murió solo. Si no bastaban los análisis de ADN, testimonios exigidos a los agentes y el análisis metodológico de los hechos (cosa que sí llevó a cabo la justicia federal), terminaron apareciendo las propias confesiones de los mapuches ante el juez Lleral.

Una ficción modelo

El caso Maldonado, aunque frustrado, sirvió como modelo de ficción en otros casos en los que la realidad fue torcida a gusto y placer de los involucrados. Meses después, Rafael Nahuel moría en un enfrentamiento con un equipo del Grupo Albatros, de la Prefectura Naval. Sin embargo, en el discurso periodístico militante, el joven había sido asesinado por la espalda por sumarse al reclamo pacífico de los mapuches que ocuparon un predio en Villa Mascardi.

Cuatro meses después se conoció que el desaparecido político Antonio Gentile en verdad estaba vivo y disfrutaba de su existencia en algún lugar de Nueva York. Si bien Gentile no figura en el Nunca Más, sí había recibido numerosos homenajes junto a otros desparecidos de la dictadura en Bariloche. El caso de Gentile está relacionado con el de Nahuel por otro motivo también: era egresado del Instituto Balseiro y esa fue la institución que lo “homenajeó” en varias oportunidades, la misma institución que negó haber encontrado pólvora en las manos de Nahuel.

El caso Gentile comienza como una historia de fantasmas. En el predio del Instituto Balseiro había placas recordatorias de científicos desaparecidos durante la dictadura. De pronto, a principios de 2018, la de Gentile fue retirada. Alguien hizo una foto del despojo, quizás imaginando que había sido objeto de un acto deplorable, y la hizo circular. De inmediato se transformó en el tema central de los chats internos y de los foros compartidos por los científicos de la institución. El tema alcanzó tal temperatura que los directivos tuvieron que enviar una circular masiva donde se explicaba que había razones para ese hecho vandálico. En definitiva, Gentile estaba vivo.

Pero el rumor no se apagó. Una nueva circular dio cuenta de que el físico no sólo respiraba sino que no quería ser molestado.

Pero el rumor no se apagó. Una nueva circular dio cuenta de que el físico no sólo respiraba sino que no quería ser molestado. Gentile acababa de anoticiarse de que era objeto de homenajes en su nombre por parte de una militancia a la cual él no adhería y que no representaba sus ideas. Pero la mentira funcionaba mucho mejor para algunos que para los propios protagonistas. ¿En qué idioma tendría que advertirles Gentile que no quería saber nada con recuerdos políticos por una desaparición forzada que no sucedió?

En el Instituto Balseiro también existen predilecciones políticas que van de la derecha al mundo K, pasando por la izquierda. Cuando los casos Gentile y Nahuel tocaron a los científicos, hubo incomodidades. Lo del físico era un papelón, pero realizar el análisis de las manos de Nahuel implicaba escalar hacia cumbres mucho más peligrosas, donde no había espacio para el sarcasmo.

Cuando la justicia solicitó a los científicos del Departamento de Caracterización de Materiales del Centro Atómico Bariloche, que forma parte del Instituto Balseiro, que se hiciera cargo de la pericia, hubo voces que se oponían. ¿Qué ocurriría si el análisis demostraba la presencia de pólvora en las manos de Nahuel? Porque más allá del aspecto concreto de la presencia o ausencia de los residuos de fulminante, la conclusión puesta en medidas microscópicas tendría lecturas políticas que alcanzarían a los científicos poco acostumbrados a navegar esta aguas.

Las desmentidas sobre lo que verdaderamente arrojó el estudio no tardaron en llegar. Una vez más el tren de los medios militantes aseguró que el estudio había demostrado que Nahuel, Jones Huala y Lautaro González Curruhuinca no tenían residuos de partículas de fulminante en manos y dedos, a pesar de que el análisis decía exactamente lo contrario. Como el informe no convencía a quienes esperaban otro resultado, el estudio fue enviado a los laboratorios del Servicio de Ingeniería y Química Forense del Cuerpo de Investigaciones Fiscales del Ministerio Público de Salta. El análisis confirmó la pólvora.

Ni siquiera la confesión de Jones Huala a la justicia federal durante su declaración, después de permanecer varios meses prófugo, convenció a las almas persuadidas.

Nada es verdad ni es mentira

La indiferencia hacia la verdad es una característica cada vez más notoria de la sociedad digital. El lector ya no despliega su diario con todo el día por delante, sino que se expone a una multiplicidad de pantallas con el ánimo bien provisto de ideas propias y ajenas. La oferta es casi infinita y funciona como caldo de cultivo para la inexactitud y el dato cautivo. Y es ese dato políticamente conveniente el que le da sentido a los millones que se sientan frente a un televisor o una computadora para entretenerse.

Los titulares disparados al cielo digital con premura y deseo militante le hicieron un mal difícil de mensurar a una profesión ya de por sí muy cuestionada. A esta altura, la única manera de defender nuestro trabajo no es a través de lo que “dicen todos”, sino los que saben y, sobre todo, con los datos obtenidos en el terreno, ahí donde sucedieron los hechos. Atrapar una porción de realidad suele ser engorroso, pero nos lleva a caminos menos obvios y menos enfermos.

 

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Claudio Andrade

Periodista, cocinero y amante infiel del vino chileno. Trabajó en Página/12, el diario Río Negro y Clarín. Recibió el Premio Fopea al Periodismo en Profundidad 2018 por su cobertura del caso Maldonado. Actualmente vive entre Puerto Natales (Chile), Punta Arenas, Bariloche y Buenos Aires.

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