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Domingo

Botana, la esfinge republicana

El veterano intelectual liberal despotrica contra Milei y las redes sociales por los ataques a la prensa y los partidos políticos sin pensar que quizás su desprestigio fue autoinfligido.

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Cada vez que Natalio Botana interviene en los medios lo leo o lo escucho. Siempre he sacado provecho de sus textos, sus análisis y reflexiones. Tengo pendientes un par de sus libros. Aunque en muchas ocasiones no esté de acuerdo, es alguien que merece atención y no por nada es uno de los intelectuales más respetados del país. Sin embargo, en sus últimas entrevistas parece que hay algo que se está perdiendo. Hace dos domingos lo entrevistaron en La Nación por la reedición de su libro La tradición republicana, a cuatro décadas de su publicación original. Fue un diálogo en el que se tocaron varios temas de actualidad. En la charla, Botana mostró tres características que, en mi opinión, indican cierta incapacidad para entender la realidad actual: 1) se prodiga en calificativos morales o moralistas negativos para describir algún fenómeno; 2) da respuestas unilaterales, es decir, ideológicas, sin mirar la complejidad del fenómeno; y 3) juzga toda novedad como un proceso de regresión o empeoramiento de la situación. A partir de estos presupuestos, Botana analiza el periodismo, el Estado, las libertades, la democracia y los cambios culturales.

En los primeros minutos Botana reconstruye sus recuerdos infantiles y juveniles y los contrapone al ataque discursivo que el periodismo recibe del Gobierno actual, al que califica de “injusto y maligno, preñado de odio”. Cree que dicho ataque supone un acontecimiento no completamente inédito pero sí novedoso por su virulencia y su intensidad. Le parece “más radical”, por ejemplo, que el proyecto orgánico de control de la prensa a través de la Ley de Medios que procuró imponer el kirchnerismo. Como les pasa a muchos intelectuales, les resulta más sencillo juzgar discursos que hechos.

Es curioso que presente un oficio periodístico angelical, heroico e impoluto, ignorando por completo su gravísima responsabilidad en las últimas grandes crisis nacionales, en particular la de 2001, así como también la caída a pique (global) de su prestigio (junto con otras muchas corporaciones) después de la pandemia. ¿En serio cree Botana que es un ataque completamente injustificado? ¿Es justo el trato que determinados personajes reciben del periodismo? ¿Puede relacionar el menguante prestigio del periodismo con los ataques de Milei o Trump? ¿No se debería plantear una autocrítica, como periodista y analista político? Evidentemente no. Atribuye a la prensa “responsable” una tradicional “función mediadora de los sentimientos de odio” de la gente. Su declinación dejaría a la opinión pública abandonada al “entramado infinito de las redes sociales”.

Es interesante la condescendencia con la que considera al público, al que trata no como a alguien a quien debe informar, sino como a un chico presa de violentas pasiones.

Por un lado, es interesante el modo condescendiente con el que un columnista experimentado considera al público, al que trata no como a alguien a quien es preciso informar y aportarle elementos críticos, sino como un menor de edad presa de violentas pasiones. El liberal Botana subordina implícitamente la libertad de opinión a la libertad de prensa. Sólo está dispuesto a reconocer y legitimar la libertad de opinión si se da a través de la corporación periodística. De otro modo es expresión de sentimientos de odio, mentiras y desinformación.

Por otro lado, podría pensarse, por lo que afirma el entrevistado, que el periodismo nunca azuzó el odio, la desconfianza, la violencia, el resentimiento. Da el ejemplo de la España anterior al estallido de la guerra. ¿Habrá sido por las redes sociales?

Después de una canónica defensa del Estado liberal, Botana advierte sobre la amenaza de destrucción por parte de alguien que, estando a la cabeza del Estado, se ha autodefinido como su enemigo acérrimo. Poco más adelante explica que quien destruyó al Estado fue el kirchnerismo. Pero no sólo eso. Afirma que durante ese período “el Estado fue convertido en una caricatura”. Después Botana detalla esa destrucción (no discursiva, sino real) en materia educativa y de salud.

Si lo pusiéramos en términos propios tendríamos que decir que el Estado nacional se convirtió en un simulacro. Muy bien. Si lo que hay no es Estado sino simulacro, ¿cómo puede prender una narrativa reformista del Estado como la que él quiere? En el contexto actual no hay narrativa del “Estado eficiente” aceptable. Las han agotado por completo: desde el peronismo hasta el PRO. Botana quiere que reformen una caricatura, un simulacro. De nuevo le preocupan más las narrativas que la destrucción institucional.

Botana califica esta época de “violencia verbal, tormenta reaccionaria, barbarie de la palabra, una administración del odio desde las más altas esferas”. Demasiados epítetos moralistas como para presumir que se derivan de un análisis sereno. Dice que la mutación científico-tecnológica es simultánea y correlativa a una regresión moral y política, lo cual es un argumento que al menos tiene un siglo de antigüedad. Respecto del “autoritarismo verbal”, Botana es prudente y dice que de momento no ha sucedido, pero el odio en las palabras puede trascender a los hechos. La violencia política no parece estar aumentando. Reduce la función del lenguaje a su modo apelativo.

Libertades, democracia, partidos

Es sorprendente que a Botana le preocupe la combinación entre libertad económica y autoritarismo político, que puede verse en algunos países, pero no la relación inversa, que es la que está en el poder y está precipitando a Occidente a una profunda crisis. Se muestra preocupado por la deriva autoritaria de Hungría pero no por el diktat de la Unión Europea contra procesos electorales en países subordinados como Rumania o los “cercos sanitarios” a fuerzas políticas en Alemania y Francia. O la deriva de venalidad, corrupción, exaltación nacionalista e intervencionismo económico del Gobierno español.

Explica que “la gran tradición liberal que comienza en el siglo XVIII se construye sobre el principio de la tolerancia“, algo que cualquiera que haya leído a los padres fundadores del liberalismo o la historia de las revoluciones burguesas sabe que es falso. Eso vino después, y hasta por ahí nomás. No pudo haber régimen liberal, no digamos sin humillación, sino sin exterminio. La pregunta del momento es si es posible desmontar la vasta, opresiva e ineficaz estructura del Estado, preñada de intereses particulares y corporativos (como el propio Botana pretende), con los cuidados modales derivados de la institucionalidad liberal.

Botana reflexiona sobre la desafección democrática manifestada en las elecciones de la Ciudad de Buenos Aires y la explica como un desencanto causado por el espectáculo del odio y los insultos, algo que parece contradictorio, puesto que son precisamente esos emergentes los que podrían ser pruebas de una fuerte polarización e intensificación de la lucha política. Poco después (en relación con la crisis del PRO) dice que le parece que el desinterés puede deberse a que la gente no ve la política como problema y se dedica a sus cosas, lo cual, como se sabe, es parte del argumentario clásico liberal. Pero ese argumento no le es útil para cargar las tintas sobre el Gobierno.

Botana enuncia la crisis de los partidos pero nunca se mete en sus características, sus causas y procesos, porque sería darle legitimidad al detestado Milei.

Cuando le preguntan por el liderazgo de Milei dice que sería inconcebible su llegada al Gobierno sin la crisis de los partidos y las mutaciones en la representación. A continuación explica que los liderazgos que restablecieron (tal como Milei) el poder presidencial fueron Menem y Kirchner, que eran producto de las estructuras partidarias y de gobierno. Dos presidentes que —cabe señalar— ni se caracterizaron por su afección republicana/institucional ni por haber echado las bases de una economía sana y estable. Evidentemente, los ciudadanos buscaron una solución por fuera de la partidocracia. Botana enuncia la crisis de los partidos pero nunca se mete en sus características, sus causas y procesos, porque sería darle legitimidad al detestado Milei.

El sabio Natalio no parece estar pasándola bien. Su retracción a un abroquelamiento defensivo se entiende, por un tema de edad (cumplió 88 en abril) y de contexto. Dos de sus leitmotiv están en fase de declinación, no sabemos si permanente o temporal: el oficio periodístico en su forma clásica y el ideal republicano, del cual se convirtió en el principal promotor y analista por casi medio siglo.

Le cuesta reconocer que la alternativa política no peronista ya no enarbola el principio republicano. “¿Crees que el PRO ya no representa más el cambio, que es una bandera que le quitó LLA?”, pregunta la periodista. “Bueno, eso habrá que verlo porque todavía el lapso para analizar las cosas es muy corto”, responde Botana. Esa cautela, no obstante, no aplica cuando tiene que apostrofar al Gobierno o anunciar la crisis sistémica del espíritu republicano.

Botana piensa que periodismo y república están amenazados por enemigos externos. Yo pienso que hay suficiente material para afirmar (sin negar la hostilidad desde afuera) que son procesos de degradación interna. Por ahí habría que empezar, me parece.

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Héctor Ghiretti

Profesor de Filosofía Política (UNCuyo). Investigador del Conicet.

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