SPP
Domingo

El hecho maldito
del país peronista

Las ideas políticas de Borges son parte de su obra. En una época en que la mayoría de los escritores tiene un discurso uniforme, se extrañan sus intervenciones públicas.

Nadie puede sustraerse al genio de Borges. Ni siquiera los que suman adjetivos contra él –conservador, cipayo, reaccionario, antipatria, gorila–, antes de empezar a hablar de su literatura necesitan aclarar que lo hacen “más allá de sus ideas políticas”. También están los papers, los congresos y las mesas redondas donde las relaciones entre Borges y la política son “problemáticas”, lo que quiere decir que esos académicos, ponentes y charladores no piensan políticamente como Borges.

En términos actuales, separan la obra del artista. El problema es que no existe separación posible. Borges es Borges por sus ideas, que son también su literatura. No sólo los espejos, el tigre, el tiempo, los laberintos: también el individuo, la libertad, las patrias, la tradición.

Si (como afirma el griego en el Cratilo)
el nombre es arquetipo de la cosa
en las letras de rosa está la rosa
y todo el Nilo en la palabra Nilo.

Como en El Golem, todo Borges está en la palabra Borges. No hay “más allá de sus ideas políticas”, porque están en su escritura y, por supuesto, en sus conferencias y entrevistas.

No soy una especialista, apenas una lectora, y ni siquiera de las buenas; no sé recitar fragmentos de memoria, tardo mucho en encontrar una cita que recuerdo haber leído, me asombro cada vez y descubro cosas nuevas. Me encantan las entrevistas a Borges. Hay muchas célebres, como las de Antonio Carrizo, la de Abraham Zabludovsky, la de Joaquín Soler Serrano, la de Mario Vargas Llosa, la de Raúl Burzaco–, algunas buenísimas y otras que no le hacen honor al entrevistado. Hay una de principios de los ’80 que me gusta porque es producto de una historia mínima.

Claudio Pérez Míguez vivía en Quilmes, tenía 15 años y cursaba tercero en la escuela secundaria de Don Bosco. La profesora de Lengua y Literatura les encargó un trabajo práctico: elegir “a alguien” y hacerle una entrevista. Claudio eligió a Borges. No era un fanático, ni siquiera un lector, tampoco tenía un contacto. Lo buscó en la guía. “Borges, Jorge Luis” no figuraba pero sí “Borges, Leonor Acevedo de”. Marcó el 4-2280, atendió Fanny y dijo que el señor estaba de viaje.

Viajaba con frecuencia. En los últimos tiempos había recibido doctorados honoris causa en La Sorbona, en Harvard y en la Universidad de Tucumán, había estado en México y en Islandia, había ganado el Cervantes, había viajado a Roma, a Colombia, a Japón, a Estados Unidos. Es probable que haya estado en Portugal cuando Claudio llamó a su casa.

Tenían las vacaciones de invierno para terminar el trabajo. Era grupal, pero Claudio fue el único insistidor y dos días antes de la fecha límite volvió a llamar. Esta vez Fanny dijo “espere un minuto” y llevó el teléfono hasta el sofá, al lado del balcón. Cuando Claudio reconoció la voz de Borges, repitió su speech: el colegio de Quilmes, el trabajo de Lengua, la posibilidad de una entrevista si no es mucha molestia.

–Venga mañana o pasado, 10 o 10 y media.

Fue al otro día y llegó a las 10. Era el 29 de julio de 1982.

El estudiante

Las preguntas son de cuestionario. Las respuestas son atentas, sin trucos, sin ostentación. La composición de su familia (“Madre criolla y católica, abuela protestante, padre agnóstico y librepensador, un abuelo que se hizo matar en batalla), los estudios cursados (“Pocos, sólo puedo decir que soy bachiller”), el momento del surgimiento de la vocación literaria (“Yo no sé”), su primer libro (“Mi padre me dio 300 pesos para la impresión”), cómo surgen sus obras (“Yo siento que hay algo que quiere que yo lo escriba, y yo trato de disuadirlo”), cuál de sus libros prefiere (“Bueno, la mayoría no me gusta. Me resigno a ellos. Para mí, mi mejor libro es el que se titula El libro de arena“).

–¿Qué podría decirle a los jóvenes que se empiezan a interesar por los problemas del país?
–Yo no sé, hay tantos problemas. A lo mejor este país logra salvarse, aunque yo no veo cómo. La situación es mala, y no sólo aquí sino en el mundo entero. Tal vez todos los momentos sean terribles y sintamos más este porque está más cerca. Yo no veo salvación posible.

Tiene razón Borges, de cerca todo se ve más terrible, pero Claudio tiene el tiempo por delante y le pregunta cómo imagina el futuro en Argentina.

–Yo quiero pensar que habré muerto, pero creo que vamos barranca abajo. Yo ya no tengo esperanza, ustedes son jóvenes, tal vez tengan esperanzas, yo ya no tengo ninguna.

–¿Cree que los jóvenes deben interesarse por la política?
–Yo no sé. A mí no me interesó nunca la política. Me interesa más la ética. Creo que si cada uno actúa éticamente eso puede tener un efecto político muy grande.

Claudio le pregunta por la forma de gobierno que prefiere. Sabe de las polémicas, de su apoyo al golpe del ’76, de su opinión sobre los militares argentinos, de su posicionamiento contra la Guerra de Malvinas.

–Yo querría un mínimo de gobierno, pero lamentablemente todavía los gobiernos, aun los gobiernos malos, son necesarios. Como la policía, que es evidentemente necesaria. Si fuéramos éticamente perfectos no serían necesarios los gobiernos, que son un peligro, sin duda. Pero yo no puedo opinar en materia política, soy un anarquista conservador. Mi padre era anarquista. Una vez fuimos a Montevideo y mi padre me dijo que me fijara en las banderas, en las aduanas, en los uniformes, en las iglesias, en las comisarías, porque todo eso iba a desaparecer. Nosotros, cuando fuimos a Europa, en el año ’14, viajamos sin pasaporte. No había pasaporte, usted pasaba de un país a otro como de una habitación a otra. Luego vino la Primera Guerra Mundial, la desconfianza, el espionaje, y ahora todo ha cambiado, no se puede dar un paso sin identificarse, es muy triste eso. Espero que en Quilmes estén mejor las cosas que en Buenos Aires.

Se ríen, así se los ve en una foto. Las manos de Borges sobre el bastón, el traje verde a rayas haciendo juego con los sillones. Claudio, con saco y corbata, tal vez se divierte con las bromas de Borges.

–Muchas declaraciones suyas generan polémica, y hay gente que cree que usted busca ese efecto…
–¡Por supuesto que no! El que piense eso no me conoce nada.

¿Por qué llamó la atención de un estudiante? Porque era parte del debate nacional cotidiano. No puedo imaginar algo semejante con ningún escritor en la actualidad.

Hay tres cosas que me gustan de esta historia.

La primera es todo lo que pasó después y la relación que los unió hasta el ’86, muy larga para contar ahora. La segunda tiene que ver con la estatura personal de Borges. Ya es leyenda que recibía a todo el mundo, aunque Ricardo Piglia insiste en que lo hacía por soledad. Claudio, que lo visitó hasta su muerte y hoy vive en Madrid, no está de acuerdo: “Es verdad que estaba solo, pero conozco un montón de viejos en esa situación que no reciben a nadie”. Y la tercera es la dimensión de la popularidad de Borges por aquellos años. ¿Por qué llamó la atención de un estudiante secundario? Porque era parte del debate nacional cotidiano y no hacía falta haberlo leído para conocerlo. No puedo imaginar algo semejante con ningún escritor en la actualidad.

En la mesa de Mirtha

A medida que su estatura se iba acrecentando en el mundo, en nuestro país se fue convirtiendo en fuente de polémicas; ese era el personaje que conocía cualquier estudiante secundario. A Borges le ponían un micrófono enfrente, le preguntaban sobre cualquier tema, a veces contestaba y al otro día había un titular. Porque, claro, lanzaba frases perfectas para el clickbait.

El fútbol y el peronismo le generaron las repercusiones más duraderas.

–Usted debe de ser muy famoso.

El interlocutor es César Luis Menotti y empieza a ensayar una respuesta.

–Mire que aquí ha venido gente importante y mi empleada nunca me pidió un autógrafo.

Después de ganar el Mundial ’78, a un editor se le ocurrió la idea de juntar al técnico que ganó el mundial de fútbol con el escritor que odia el fútbol. Fue más una charla que una entrevista y hablaron de todo. No de fútbol, porque ya todos sabían lo que pensaba Borges.

El fútbol es popular porque la estupidez es popular.

El Mundial será una calamidad que por suerte pasará.

El fútbol despierta las peores pasiones. Despierta sobre todo lo que es peor en estos tiempos, que es el nacionalismo.

Nadie quería escuchar hablar entonces de las calamidades del nacionalismo. La escena es ilustrativa de lo que sucedía por aquellos tiempos con Borges, aunque el fenómeno de los escritores en la agenda pública era mucho más amplio. Matías Bauso lo cuenta bien. No es sólo un aficionado a las revistas, hizo una investigación para su libro 78. Historia oral del mundial, leyó todas las publicaciones que encontró y repasó el testimonio de una época: los escritores como figuras de alcance masivo. “Todas las semanas, entre el ’70 y el ’78, en las revistas de actualidad había una entrevista a un escritor”, cuenta. Eran tapa, salían en la tele, los buscaban para hablar de literatura pero también del país, del mundo, de la actualidad. Hermes Villordo, Abelardo Castillo, Beatriz Guido, Silvina Bullrich, Martha Lynch, Dalmiro Sáenz, Mujica Láinez, Bioy Casares, Ernesto Sabato y, el más solicitado, Jorge Luis Borges. “¿Qué autor es hoy una figura pública importante? Alguien que pueda hablar de cualquier tema. Ni siquiera los más consagrados. ¿Qué escritor podría hoy ir a comer a lo de Mirtha?” La pregunta de Bauso es pertinente porque pone la lupa sobre el lugar de los escritores en la sociedad. Eso ha cambiado. Sabemos cuánto pero no cómo.

En la actualidad hay más personas que escriben, infinitos libros publicados, lecturas endogámicas y comentarios condescendientes. No hay debates literarios.

Por un lado está la cuestión literaria. En la actualidad hay más personas que escriben, infinitos libros publicados, lecturas endogámicas y comentarios condescendientes. No hay debates literarios, diatribas, columnas filosas en los diarios. No hay lugar para burlas. Se está perdiendo el arte de injuriar y debatir. En su lugar asistimos a un intercambio soso de elogios, un discurso demasiado uniforme, a la postulación de identidades y alineamientos antes de empezar a hablar: causas, colectivos, repudios, subsidios y hashtags.

Si el fútbol es uno de los temas que le ganó antipatías por andar a contramano, su antiperonismo es el otro. El que divide aguas. Las clases que Piglia dio en 2013 en La TV Pública son ilustrativas. Sobre todo la cuarta. En su última clase, Piglia –gran lector de su obra, un especialista– aborda las relaciones entre política y literatura. Lo dice varias veces con distintas palabras: Borges es un problema, un obstáculo, un inconveniente.

Dice Piglia: “Vamos a trabajar sobre historia y política en Borges. Vamos a tratar de ver si podemos encarar esa especie de obstáculo que siempre ha sido Borges. Es un hombre de derecha, sobre todo el Borges que conocemos después de los años ’50. Yo diría que es el último intelectual de derecha. Yo creo que eso lo hemos dicho alguna vez. Es el único que dice las cosas que la derecha no se anima a decir. Por eso lo citan tanto, porque él dice cosas que son muchas veces irritantes y también tienen que ver con su manera de encarar una posición ética, ser capaz de estar en posiciones, digamos, no tan populares.” En un país con una cultura de izquierda, dice, Borges se animó a ser de derecha.

Todos los implícitos que hay en esa afirmación son los que me llevan a extrañar a Borges: la izquierda está bien, la derecha está mal, el peronismo es izquierda, si en Argentina no pertenecés a la cultura mayoritaria y hegemónica, para hablar tenés que “animarte”.

antiperonista antes del peronismo

¿Quién puede decir hoy lo que hay que decir? ¿Quién puede escribirlo con esa altura, con ese estilo, con esa calma? Su literatura sigue acá, se renueva en cada lectura y también habla de nuestros días. Nos faltan sus declaraciones coyunturales, pero tal vez podamos intuirlas a partir de sus palabras. Piglia nos va a ayudar. Sobre el cierre de la clase, lee una declaración de Borges en la Sociedad Argentina de Escritores, en 1944:

Me he dado cuenta que mi culto al coraje, a los héroes militares, y a la tierra, a la sangre y al linaje, eran lo mismo que estaban haciendo los nazis. Quiero añadir unas palabras sobre un problema que el nazismo propone al escritor. Mentalmente el nazismo no es otra cosa que la exacerbación de un prejuicio del que adolecen todos los hombres. La certidumbre de la superioridad de su patria, de su idioma, de su religión, de su sangre. Dilatado por la retórica, agravado por el fervor, simulado por la ironía; esa convicción candorosa es uno de los temas de la literatura. No hay sin embargo que olvidar que una secta perversa ha contaminado esas antiguas e inocentes ternuras, y que frecuentarlas ahora es consentir o proponer una complicidad. Carezco de toda vocación de heroísmo, de toda facultad política, pero desde 1939, he procurado no escribir una línea que permita esa confusión. Mi vida de hombre es una imperdonable serie de mezquindades, yo quiero que mi vida de escritor sea un poco más digna.

Algunos dicen que tuvo un cambio de rumbo de lo popular a lo antipopular y recuerdan su yrigoyenismo, su saludo a la Revolución Rusa, que era martinfierrista, un pasado orillero, un prólogo a Arturo Jauretche, y entonces se preguntan por qué no se hizo peronista.

Borges era antiperonista antes del peronismo.

Borges no “se animó a ser de derecha”: se animó a señalar el autoritarismo, la verticalidad, el culto al líder, la censura, las persecuciones. Miraba a Europa y no estaba dispuesto a consentir o proponer una complicidad. Como Borges es un obstáculo para la narrativa nacional y popular de buenos y malos, la intelectualidad que consiente prefiere quedarse con las anécdotas, buscar las declaraciones ocurrentes y el humor, para dejar cristalizado el antiperonismo de Borges como una nota de color (“el viejo era un poco gorila, gracias a Perón que lo dejó sin trabajo se hizo conferencista, lo mandaron a trabajar como inspector de aves, qué borgeano todo, jajaja”).

Mire, yo detesto a los comunistas, pero, por lo menos, tienen una teoría. Los peronistas, en cambio, son snobs.

Los peronistas no son ni buenos, ni malos; son incorregibles.

No logro imaginar a Borges en estos tiempos. No acierto a ubicarlo en escena. ¿Qué estudiante secundario lo entrevistaría? ¿Con quién debatiría? ¿De quiénes se burlaría? ¿Cuáles serían sus amigos? No encuentro nada a su altura y, definitivamente, no habría un Bioy con el que pudiera juntarse a comer cada día.

Borges no “se animó a ser de derecha”: se animó a señalar el autoritarismo, la verticalidad, el culto al líder, la censura, las persecuciones.

Ahora que repaso en la web recortes y compendios de sus frases para esta nota, caigo en la cuenta de que no puedo imaginarlo a él en el presente pero sí a los titulares. Eso sí, en tiempos de periodismo de declaraciones, nos costaría encontrar sus textuales sin el juicio previo de un egresado de comunicación, un pasante de periodismo, un editorialista compulsivo.

Polémicas declaraciones de Jorge Luis Borges: ‘Estoy contra el fascismo, el marxismo y el peronismo porque esos movimientos son formas del fanatismo y la estupidez’. La CGT prepara un documento de desagravio.

Insólito posicionamiento de Jorge Luis Borges sobre la política: ‘El gobierno es un mal necesario, pero lamentablemente en todas partes el Estado cada vez se torna más molesto’. Intelectuales y dirigentes salieron al cruce.

Repudiable afirmación de Jorge Luis Borges sobre la guerra de Malvinas, a la que comparó con la pelea de dos calvos por un peine. Incluso propuso ceder las islas a Bolivia para que tenga una salida al mar. Se alzan las voces en rechazo.

No hay nada parecido a Borges. Igual puedo soñar con un Pierre Menard contemporáneo que no se proponga ser él sino escribir su obra y ver qué pasa cuando leamos, por ejemplo, “Los conjurados” o “El simulacro” como si recién hubieran sido escritos después de un siglo de leer a Borges.

 

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Andrea Calamari

Doctora en Comunicación Social. Docente investigadora en la Universidad Nacional de Rosario. Escribe en La Agenda, JotDown, Mercurio y Altaïr Magazine.

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