LEO ACHILLI
Domingo

Dorados en Atenas

A dos décadas de la medalla de oro olímpica, aquella selección de basquet sigue ocupando un lugar central en el corazón de los hinchas y en la historia del deporte argentino. ¿Por qué?

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El 28 de agosto de 2004 por la tarde, en Santa Fe, los jugadores de Colón y Newell’s disputaban un partido de Primera División, pero buena parte del público les daba la espalda, porque estaban mirando por la televisión de los palcos los últimos minutos de la final olímpica de básquet entre Argentina e Italia. Cuando el triunfo de la selección nacional se confirmó, todo el estadio estalló en un estruendoso y cerrado aplauso: Argentina había obtenido la medalla de oro en básquet por primera vez en su historia y también, por primera vez en mucho tiempo, el básquet emocionaba tanto o más que el fútbol. La escena refleja el impacto que tuvo en el deporte y la sociedad argentina el título más importante de la Generación Dorada. El miércoles pasado, cuando se cumplieron 20 años de aquel triunfo, las redes sociales se llenaron de recuerdos y celebraciones. ¿Por qué ha quedado tan grabada en la memoria emotiva de los argentinos la hazaña de Manu Ginobili, Luis Scola y el resto del equipo? ¿Y cómo cambió nuestra idea de cómo ser un ídolo deportivo, formateada en el modelo de Diego Maradona, con la aparición de Leo Messi pero, también, la de Ginóbili?

Para empezar a responder estas preguntas hay que adentrarse en la turbulenta historia del básquet nacional. Este deporte llegó a nuestro país en 1912 de la mano de la organización religiosa protestante Young Men’s Christian Association (YMCA), que organizó los primeros partidos y campeonatos en su sede de Paseo Colón 631 de la ciudad de Buenos Aires. Durante la década de 1920, el juego se expandió e institucionalizó por todo el país y, como consecuencia de ese proceso, se creó en 1929 la Confederación Argentina de Básquetbol (CABB). A su vez, si bien Argentina fue uno de los socios fundadores de la Federación Internacional de Basketball (FIBA) en 1932, nunca fue una potencia de la disciplina durante la primera mitad del siglo XX. Esta situación se modificó sorpresivamente en 1950, cuando Argentina se consagró campeón del primer Mundial de básquet (jugado en nuestro país), venciendo en la final a Estados Unidos en un Luna Park absolutamente desbordado de gente y emoción.

Luego de aquel hito, la selección consiguió muy buenos resultados en los Juegos Olímpicos de Helsinki 1952, el Mundial universitario de 1953 y los Panamericanos de 1951 y 1954, y todo parecía indicar que el básquet nacional estaba en camino a consolidarse como una de las potencias mundiales de este juego. Sin embargo, todo cambió en 1955, cuando la Revolución Libertadora (junto con algunos dirigentes de la CABB), en otra de sus acciones de “desperonización”, decidió suspender y expulsar de la práctica del deporte a los jugadores de la selección argentina campeona del mundo (y a otros jugadores de distintos clubes). La acusación: haber violado las reglas del amateurismo por recibir, como premio por parte del gobierno peronista, un permiso de importación de automóviles.

Más allá de la valoración de esa medida autoritaria y deportivamente inentendible, lo cierto es que esa decisión desarticuló y estancó el avance del básquetbol argentino en esos años, lo que, sumado a los conflictos internos, sumió al baloncesto nacional en una crisis que duró más de tres décadas y volvió a poner al país en un lugar periférico, todo ello a pesar de tener talento probado y con mucho potencial.

Renacimiento y oro

La reinvención y revitalización del básquetbol argentino se produjo recién casi 30 años después y tuvo su punto de partida en 1984, cuando por impulso del entrenador y gran gestor León Najnudel (acompañado por su grupo de amigos y allegados), una CABB ya normalizada tras el retorno de la democracia aprobó la creación de la Liga Nacional, el primer torneo nacional de clubes, anual, regular, centralizado y disputado por equipos de todas las regiones del país. Esta competencia fue la plataforma donde debutaron, se formaron y se volvieron profesionales, durante los ’90 y principios de los 2000, jóvenes jugadores como Ginóbili, Scola, Fabricio Oberto, Andrés Nocioni y otros, quienes años después se convirtieron en estrellas del básquet internacional. Sin la Liga Nacional, estos jugadores probablemente no habrían tenido el contexto ni la posibilidad de desarrollarse para después dar el salto hacia otras competencias. Como puede notarse, los fracasos y éxitos del básquet argentino estuvieron estrechamente vinculados con los procesos políticos del país y, particularmente, con el péndulo democracia-dictadura transitado entre 1930 y 1983.

Con este panorama previo, el subcampeonato mundial conseguido en 2002 y, especialmente, la medalla de oro de 2004 del equipo dirigido por Rubén Magnano fueron un impacto deportivo mundial, no sólo por la rica y tumultuosa historia previa del básquetbol argentino, sino también porque ese triunfo se obtuvo derrotando en el camino en semifinales a Estados Unidos. Este dato es relevante porque, si tomamos el conjunto de los deportes que se practican internacionalmente, es en el básquet en donde se aprecia la mayor diferencia de nivel entre jugadores y ligas de distintos países. Los jugadores norteamericanos de la NBA muestran un grado superlativo de superioridad por sobre el resto de los jugadores del mundo, incluso de aquellos que juegan en su misma liga; al menos eso fue así hasta los últimos años.

Los jugadores norteamericanos de la NBA muestran un grado superlativo de superioridad por sobre el resto de los jugadores del mundo, incluso de aquellos que juegan en su misma liga.

Entonces, otra vez la pregunta: ¿por qué ese triunfo es tan recordado y sigue tan presente en la memoria histórica del deporte y la sociedad argentina? En primer lugar, porque fue un elemento de recuperación del orgullo nacional después de varios fracasos deportivos, como por ejemplo el del Mundial de fútbol de 2002 en el contexto de un convulsionado clima social post-2001. En Argentina, en momentos de crisis, los grandes éxitos deportivos suelen funcionar como factor de cohesión social temporaria y reforzamiento de la identidad nacional, como mostraron los festejos del Mundial de 1978 durante la dictadura, los del título en 1986 en años de la recuperación de la democracia o el último triunfo de la selección de fútbol en Qatar 2022.

En este sentido, el sociólogo Pablo Alabarces afirma: “La nación se conforma también a través de los relatos periféricos. Uno primero piensa en relatos centrales, originados en la literatura, la cátedra y la política, pero la nación se construye en escenarios múltiples y a través de relatos periféricos, como la danza, las costumbres, la cocina y el deporte. En torno de ellos se discute la representación de lo nacional. En Argentina, el deporte, y en especial el fútbol, se hace cargo de lo patriótico de una manera vigorosa y ayuda a construir la idea que tenemos de patria. En los mundiales es cuando esto más se manifiesta”.

Por eso se puede leer desde otra perspectiva la repercusión de los medios gráficos el día después de aquel éxito de la Generación Dorada: Clarín en su edición de domingo del 29 de agosto de 2004 presentó una tapa con la foto de los medallistas dorados de fútbol y básquet con el título: “¡Campeones! El deporte argentino vivió ayer el día más importante de su historia”. Por su parte, Página 12 en su edición del mismo día consignó: “El dream team criollo cumplió su sueño”.

¿Ginóbili GOAT?

Este triunfo sigue tan presente que en los últimos años reabrió el debate sobre cuál es el mejor equipo argentino de cualquier deporte en toda su historia. El contexto social y político revalorizó la historia de la construcción de este equipo campeón olímpico, integrado por una serie de jugadores de gran nivel internacional que, a pesar de sus egos, rispideces y diferencias, eran amigos, se conocían desde chicos e incluso habían compartido su camino en la selección desde temprana edad.

A su vez, esta victoria y el impresionante éxito de Ginóbili y otros jugadores en sus carreras personales en la NBA, abrieron la puerta para las comparaciones y deliberaciones sobre quién era el mejor deportista de la historia argentina. Las posibilidades eran muchas: Di Stefano, Fangio, Vilas, Maradona, a quienes se sumaba Ginóbili mientras empezaba a asomarse tímidamente la figura de Messi. Sin embargo, a pesar de las opciones, la comparación principal de las dos primeras décadas del siglo XXI estuvo entre Maradona y Ginóbili. En una entrevista de 2019, casi un año antes de su fallecimiento, Maradona declaró: “Los mejores ejemplos nuestros son Nocioni, Scola y Manu. Manu está por sobre todo. Es como Messi y Ronaldo en el fútbol. A Manu no lo contemos porque es un fenómeno total”. Ante esa afirmación el periodista le preguntó: “¿Es el mejor deportista de la historia argentina?”. Y Diego respondió: “Yo creo que sí, se lo merece, lo que pasa es que hay otro que jugaba de 10 que le pisa los talones”.

Estas declaraciones de Diego son la prueba de que el debate estaba más vivo que nunca. Por ello, es posible preguntarse: ¿existieron otros elementos en los que se sostenían las comparaciones más allá de los resultados deportivos? El antropólogo Eduardo Archetti en su libro Masculinidades. Fútbol, tango y polo en la Argentina, afirmó que desde fines de la década del ’70 se fue construyendo la figura de Maradona como el héroe deportivo masculino nacional, alguien salido del potrero que fue capaz de lograr grandes hazañas y derrotar a los más importantes rivales a través de su talento natural y desfachatez. Su personalidad, su origen social humilde y su talento lo inmunizaron de la condena social de sus acciones fuera de la cancha, que podían ser cuestionadas y repudiadas y que eran consecuencia de esas mismas características personales que dentro del deporte eran evaluadas como virtudes. En este sentido, el autor sostuvo que en esa representación simbólica, “Maradona, el pibe auténtico e ideal, no es moderado ni responsable en la vida real y no se espera de él que sea diferente”. Esa imagen de atrevido y talentoso como modelo de masculinidad quedó petrificada en el tiempo a pesar del paso de los años y se consolidó a través del tiempo por las diversas y polémicas intervenciones y enfrentamientos de Maradona con diferentes actores políticos, sociales y económicos del país y el mundo.

Existía otro modelo posible de héroe deportivo masculino nacional: un joven de clase media desfachatado pero moderado, de gran talento natural y con éxitos deportivos casi imposibles.

El triunfo de la Generación Dorada en Atenas 2004 con Ginobili como figura y su posterior carrera en la NBA fueron construyendo espontáneamente en la opinión pública y el periodismo, a expensas del protagonista, la idea de que existía otro modelo posible de héroe deportivo masculino nacional: un joven de clase media desfachatado pero moderado, de gran talento natural y con éxitos deportivos casi imposibles de repetir por otros, pero sin escándalos personales ni enfrentamientos políticos. Las victorias de la selección argentina de básquet y los anillos de la NBA con los San Antonio Spurs pavimentaron el camino para la aparición de otra referencia que se instaló como ideal alternativo de deportista de élite e ídolo nacional. No obstante, cabe resaltar que la valoración de ese nuevo modelo masculino se sostuvo en un valor fundamental de la competencia deportiva: los triunfos. Sin victorias, no habría existido nunca el modelo Ginobili (que él nunca fomentó) ni la comparación posible con Maradona.

Personalmente, creo que la discusión sobre quién es el mejor deportista de la historia argentina quedó saldada luego del Mundial de Qatar de 2022, no sólo por la demostración imponente del impacto e influencia global de Messi en la historia del fútbol, sino también porque, de cierta manera, Leo llegó a constituirse en el nuevo héroe deportivo nacional que sintetizó el modelo maradoniano con el de la Generación Dorada.

Declive del imperio

Lamentablemente, el básquet argentino está atravesando una fuerte crisis luego de casi dos décadas cargadas de gloria. Después de la gran actuación en el Mundial de 2019, donde se obtuvo por segunda vez el subcampeonato mundial, el retiro de Luis Scola, capitán y último gran integrante de la Generación Dorada, generó una ausencia difícil de reemplazar. A su vez, el recambio generacional no fue de la misma calidad. Y, sobre todo, la Liga Nacional, que históricamente funcionó como el semillero del baloncesto nacional, hace varios años se encuentra en decadencia por el estancamiento económico y las cuestionables decisiones deportivas e institucionales de la CABB y la Asociación de Clubes. La ausencia del equipo argentino en el último Mundial (2023) y en los últimos Juegos Olímpicos (el mes pasado) se explica en gran parte por este complejo panorama. En este contexto, el subcampeonato mundial de 2002, la medalla de oro de 2004 y la de bronce de 2008 se valoran mucho más y se recuerdan con profunda nostalgia.

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Carlos Segura

Historiador (UNT). Doctorando en Historia (UTDT).

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