BERNARDO ERLICH
Domingo

El policial menos pensado

En ‘Bad Hombre, su nuevo libro, Pola Oloixarac investiga una serie de crímenes unidos por el mismo modus operandi: la denuncia anónima y el castigo social.

Bad hombre
Pola Oloixarac
Random House, 2024
221 páginas, $26.999

 

Es difícil clasificar Bad hombre, mezcla de ficción y no ficción, de relato autobiográfico, crónica de costumbres, ensayo filosófico y novela en clave. Tal vez lo mejor sea atribuirle la estructura de un policial en el que la narradora (“no Pola sino Polígrafo”, como llega a calificarse) investiga una serie de crímenes unidos por el mismo modus operandi: la denuncia anónima y el castigo social. Sobre los culpables se hacen hipótesis, se presentan pistas (falsas y verdaderas), se consultan expertos hasta que, al final, la detective encuentra una explicación (al menos parcial) de los hechos.

Leí la novela dos veces. Cuando terminé la primera lectura, me quedó una impresión extraña: que los malos (los denunciantes) me caían mejor que los buenos (los falsamente acusados). Especialmente aquellas mujeres engañadas por sus amantes que reaccionaban contra ellos con las armas que tenían a mano, aunque éstas fueran innobles: la delación, la fuerza del grupo, el afán destructivo de la envidia y los celos. En definitiva, no habían hecho más que vengar una mentira con otra, o con medias verdades que eran tomadas por hechos infamantes. Pola casi logra convencerme de lo contrario de lo que su libro pregona.

La segunda vez, a esta sensación se superpuso otra: que todos los personajes y las situaciones eran parte de un grotesco que constituye el rasgo estilístico más logrado de la prosa de Oloixarac, lo que la inscribe en la gran tradición del teatro argentino.

El policial y sus personajes
Las víctimas (es decir, los falsamente acusados)

Pola O. Se trata de la narradora, quien empieza el libro contando dos cosas. Una, que varias mujeres la convocaron para que las ayudara a “arruinarles la vida” a presuntos agresores sexuales. La otra, más específica, es la historia de un intento de cancelación sufrido por ella misma. Antes de concurrir a un congreso literario en Alemania, donde se acaba de publicar Kryptozän, la traducción de su novela Las constelaciones oscuras, los responsables del evento y otras personalidades ligadas a la cultura reciben una carta de Lola N. en la que se acusa a Pola de “negacionista, con todas las connotaciones que tiene la palabra en Alemania (por la Shoah) y en la Argentina (por los desaparecidos). La carta no ofrece más pruebas que un artículo sin relación con el tema, pero pone en riesgo su futuro. 

Finalmente contribuye a limpiar su honor Peter Schumann, cuyo nombre me sorprendió encontrar en estas páginas. Lo conocí alguna vez como marxista militante, especialista en América Latina, muy ligado al régimen cubano y a su cine, hasta que cayó en desgracia y fue deportado de la isla. En definitiva, otro cancelado, como se estilaba en el Partido Comunista, ya que nada de esto inventaron los woke. A diferencia de aquellos apestados, Lola N. no tiene detrás un aparato dispuesto a secundarla. Pola atribuye el ataque de su amiga Lola N. a una venganza por no haber querido colaborar con ella en otra cancelación, la de Tobías, esta vez de índole sexual.

Tobías. Amigo de Pola, es la otra víctima de Lola N. Es pintor, vive en un taller reciclado de Warnes (con fosa incluida), y no le interesa demasiado vender sus cuadros porque se gana la vida mediante la especulación financiera. Tobías tiene una pija de tamaño descomunal, que la narradora describe alternativamente como “una larva rosada gigantesca”, “una boa constrictor de carne humana”, “un taladro mecánico”, “un pene sobrenatural” o “un miembro monstruoso”, cuya posesión le permitía ser “mucho más agradable que un simple macho argentino y lo independizaba de la coreografía patriarcal”. Lola lo acusará de haberle contagiado herpes. 

Laurent Hulot (¿el de Tati?). Joven y brillante historiador francés, es denunciado mediante una carta anónima ante la justicia y las autoridades universitarias por acosar sexualmente en Internet a una chica. Laurent había tenido un intercambio virtual con ella aunque nunca llegaron a verse. La relación era consentida, pero la denuncia se basa en unas fotos compradas online y en la supresión de las respuestas de ella en la correspondencia erótica entre ambos. Laurent resulta imputado en un proceso penal y suspendido de todas sus tareas académicas; por esto, perderá la oportunidad de presentarse al concurso más importante de su carrera. La de Laurent podría haber sido una narración autónoma que ejemplificara perfectamente los peligros del Me Too por la tendencia a condenar sin pruebas.

El Perro Alonso. Escritor y periodista argentino, es difícil de encasillar en materia literaria: Pola le atribuye alternativamente ser fan de Dostoievski, de Laiseca (a quien, por primera vez leo que alguien describe como “cordobés”), de Henry Miller, de Bukovski y de Abelardo Castillo. La calidad del Perro como escritor tampoco queda clara. Esa es una constante en el libro: no hay en todo Bad hombre un solo juicio de valor sobre la obra de los personajes ni sobre la de otros escritores. Para una novela que transcurre casi íntegramente en el medio literario, es una premisa extraña. Pola O. no habla de escrituras sino de personalidades y de carreras. Mantiene un sistemático silencio sobre sus gustos y mide a los escritores por el personaje que componen y por el éxito que tienen en el mercado. La idea es coherente con una descripción del mundo cultural como una competencia: a ella se atiene Oloixarac y podría ser ese un axioma que impregna su mundo de ficción. Es decir, una literatura sin literatura. Si Tobías se destaca por su anatomía, el Perro lo hace gracias a su infalible fisiología.

–¿No te sentiste presionado en ningún momento por tener que rendir y no poder?

–¿Me estás hablando en serio? ¿Vos nunca cogiste con un peronista, no?

El Perro le explica “con un tono didáctico, ligeramente compasivo, que los peronistas, los hombres de verdad como él no tienen esas preocupaciones. Siempre están listos para la acción sexual: es su patria y su elemento”. Con todo el machismo a cuestas, la narradora no describe al Perro como un personaje desagradable. Todo lo contrario. Por un lado, a diferencia de sus camaradas políticos, es capaz de alternar con quienes no piensan como él. Por el otro, ese “animalito del amor” posee un encanto particular: “Tiene esa elegancia lumpen que Gombrowicz observa en el aura juvenil de los porteños. […] La ciudad le pertenecía como les pertenece a los perros de la calle, era uno con su libertad”. El Perro es un macho intelectual criollo, raza cabalmente representada por David Viñas (aunque no fuera peronista): “Viñas era alto, corpulento de bigote ancho y estilo bravo; todo en él acompañaba su talante feroz de Garchador Letrado, gaucho de pensamiento y acción”. 

La contracara de Viñas es Borges, “el gran impotente de la literatura argentina”, a quien el libro trata con cierto desprecio y acusa además, por boca de algún personaje, de ser un precursor de la cancelación por el hecho de haber creado a Emma Zunz (la mujer que simula haber sido violada para justificar un asesinato) con “el pudor y el control, las dos virtudes puritanas que luego Borges convertiría en sistema literario”. 

El crimen por el cual el Perro será castigado con el ostracismo social y laboral es haber salido con una feminista a la que le propondrá, durante un congreso en Puerto Rico, hacer un trío con una morocha venezolana. Mireya, su amante, que lo trata como a un sirviente y accede con la seguridad de un patrón, nunca le perdonará que el polvo con la otra haya durado mucho más que el que le dedicó a ella. Sin miramientos, lo hará caer con todo el poder que le confiere su cargo de Jefa de Cultura de un conocido medio.

Mateo. Escritor argentino de ascendencia paraguaya, no posee las virtudes de Tobías ni las del Perro, pero es un gran seductor. Durante su estadía en Iowa City –la ciudad literaria de la UNESCO, meca de los aspirantes a escritores– Mateo se dedica a salir simultáneamente, y a la vista de todo el mundo, con dos americanas, Nayla y Lisa (Pola está también en Iowa). Todo va bien hasta que las dos se dan cuenta de lo que ocurre y una de ellas lo denuncia a la policía. Cuando Pola le reprocha haberles prometido un hijo a las dos, él explica: “En el sexo, como en la escritura, la ficción debe sentirse como verdad. Lo que calienta es que está ahí la posibilidad, cercana, inmediata, de que esa leche sea buena, potente, capaz de procrear, de expandirse por el cuerpo y buscar el infinito, jugar a la especie”. Por parlamentos como éste, los buenos (los bad hombres) me cayeron mal cuando los conocí. Después el grotesco diluyó todo un poco. 

Mira la literatura con la ñata contra el vidrio, pero describe con pasión su periferia, su sistema sociológico, sus mecanismos de ascenso.

Diego. Es un colombiano que, cuando Pola llega a San Francisco, la introduce en un grupo de escritores jóvenes. Es otro buen muchacho: “Un aire enérgico y a la vez tranquilo, de persona que está a gusto con su vida”. Y no es para menos. En su carrera literaria le va tan bien que es “amiguero, como esos escritores amigueros que te aprecian como potencial amiga del nuevo Bolaño que está por surgir”. Pero Diego es también “jefe de finanzas en una compañía de Web3” con 80 personas a su cargo. Hay algo curioso en la descripción que hace Pola de Diego, alguien que podría ser “un Hemingway de identidad marrón”, pero “tenía la efervescencia de alguien que se encuentra afuera de la literatura, que la mira a través de un vidrio pero muere de ansia por los libros y por su sucedáneo humano, los que los escriben”. Diego hace lo mismo que Bad hombre: mira la literatura con la ñata contra el vidrio, pero describe con pasión su periferia, su sistema sociológico, sus mecanismos de ascenso. Todo menos la elusiva materia de lo literario, reemplazada por la competencia deportiva, único parámetro del valor y la pertinencia de un escritor. Otra vez, la novela sobre la literatura sin comentario alguno sobre literatura.

Diego resulta víctima de la maledicencia del grupo de escritores, que lo acusan de haber abusado de dos mujeres. Pola no puede averiguar qué fue exactamente lo que hizo Diego. Solo debe creer en la palabra de sus acusadores. La cancelación de Diego se manifiesta en un curioso congreso en Montana en el que hay escritores que, para asistir, aceptan servirle la comida a los demás. En un cocktail, a Diego le hacen saber que no es bienvenido, pero nadie le explica por qué. 

Los sospechosos (es decir, los acusadores)

Lola N. De acuerdo a Bad Hombre, Pola la conoció en la Facultad de Filosofía y Letras, donde era una especie de diva arrolladora. Huérfana y millonaria, primer promedio en letras clásicas, “era tan brillante que daba miedo”. Muy hermosa y muy libre, se permitía vestirse de mujer rica en un medio donde todo el mundo se disfrazaba de pordiosero. Para Lola, “el falo era un tótem indiscutible, alrededor del cual se tejían las danzas y teorías de su vida”. Cuando Pola dejó de admirarla de lejos y se convirtió en su amiga, compartió con ella su amor por Victoria Ocampo y le presentó al superdotado Tobías, que Lola alternaba con un prostituto de Berlín y un economista cercano al gobierno. Lola N. es “una ninfómana de elite” (esta expresión es muy graciosa, igual que lo de “Garchador Letrado”). Contraria a todo feminismo, Lola terminará haciendo un doblete de denuncias falsas o dudosas, bien propias de la cultura woke y sus vecindades: el herpes de Tobías, el negacionismo de Pola. 

Mireya. Al borde de los cincuenta, dirigente feminista y cronista policial ascendida a editora cultural, Mireya tiene una fantasía sexual con el Perro que termina concretando: que se la coja sin tocarla. Devenido en su esclavo sexual, consigue que la influencia de Mireya en el movimiento diluya las acusaciones que pesan sobre él (maltratos a su ex y relaciones con una menor). Hasta que ocurre Puerto Rico, y el Perro pasa a ser un acosador que debe ser cancelado.

Nayla & Lisa. Las dos mujeres del bígamo Mateo. Una de ellas, por lo menos, tiene intereses espurios en la relación: está buscando un novio argentino que la lleve al país de Piglia y Gombrowicz. 

Lily, Elijah, Mónica et al. Son los integrantes del grupo de escritores de San Francisco que hacen caer a Diego mediante acusaciones difusas y ladinas. Pola da a entender que fue la envidia de los escritores pobres, fracasados y devotos de su oficio lo que provocó la desgracia de Diego, el rico y exitoso amateur. Finalmente Diego le cuenta a Pola que le gusta practicar (con mutuo consentimiento) el sadomasoquismo light. Sus colegas –concluye Pola– hacen con él lo mismo que Donald Trump propone hacer con los inmigrantes: expulsarlos por bad hombres. El wokismo con sus cancelaciones se vuelve la imagen especular de la xenofobia trumpista. La actitud de los escritores gringos resulta doblemente reaccionaria, sobre todo si se los compara con los techs, los nuevos amos de la ciudad, que los del grupo desprecian. Diego representa el retorno de lo fálico, la gente tech, dueña del futuro. “El Nuevo Grupo Literario”, en cambio, “combinaba lasitud y cerveza, su lenguaje corporal acompañaba el sentido dañado del mundo. Diego era diferente”.

El alegato

Para justificar su ataque al wokismo, Pola introduce dos personajes del pasado, que podrían llamarse las víctimas verdaderas. Una es Ana Byrne, su tía abuela peruana, asesinada a golpes en Lima en los años cincuenta por su concubino, un tal Vizcarra. Pola cuenta esa historia trágica como ejemplo de lo que eran las costumbres hace no tanto, y se planta en lo que podría considerarse un alegato si esta fuera una novela de tribunal: “¿Pero es justo usar el sufrimiento de Ana y de tantas mujeres asesinadas como coartada virtuosa que disimula las venganzas personales? ¿Es ese desplazamiento, esa democratización de lo que significa la violencia, justo?”.

Y entonces aparece un personaje en las antípodas de Ana, pero también una víctima verdadera, Victoria Ocampo, a quien el libro le dedica varios pasajes (la relación con Drieu La Rochelle, el secreto de sus noches con Mallea, su concurrencia a los cines porno de Nueva York) que parecen no venir al caso, pero revelan para Pola su condición de víctima: “Ocampo vivió siempre entre dos desprecios. El de su clase intelectual, que la trataba como una frívola rica, y el de su clase social, por andar gastándose el dinero en frivolidades como mantener y promover escritores pobres”. La curiosidad intelectual de Victoria, por otro lado, “nunca dejó de ser una forma de apetito sexual”. Y en eso representa una corriente literaria sexuada, moderna y contraria al puritanismo borgeano que a Ocampo tanto le costó sostener. Tanto Ana como Victoria, verdaderas víctimas, son lo contrario de las víctimas apócrifas del Me Too.  

La pista falsa

Consciente de que su mirada es algo parcial, de que muchas de sus páginas pueden ser consideradas como un canto al macho, incluso al machismo, la detective Pola empieza a buscar una salida contraponiendo una fuerza femenina de un poder equivalente o mayor al de los hombres: “Mireya sacaba de él algo muy primitivo cuando cogían, algo que lo conectaba con civilizaciones pasadas, de homínidos en trance de volverse hombres como él que veían en la Venus la cima de lo divino.” 

Lola N. es otro caso de superioridad de la vulva, igual que Nicole D., creadora de una empresa que se propone dominar el mundo a partir del orgasmo femenino y de la esclavitud masculina condenada a procurarlo sin límites. Otro tanto ocurre con la rapera Cardi B. Pero una Pola súbitamente convertida en Myriam Bregman (después de haber alegado a favor del mundo tech contra los muertos de hambre de la literatura) descarta esa vía: “Ambas creían en la desregulación total del deseo femenino, coronado por un mandoneo exento de toda súplica; ya no temían declamar su derecho al éxtasis, habían absorbido la poética neoliberal y extractivista de la época. […] un paleofeminismo reaccionario que nos retrotraía a los principios previos a la organización de la religión y del Estado”. 

La supremacía del yoni (vagina en sánscrito) la lleva a hablar de la diosa Kali y otras cuestiones relacionadas con las mitologías arcaicas. Confieso que esas (pocas) páginas me resultaron las únicas aburridas del libro. Como ocurre en las novelas policiales, el detective suele descarrilarse para después retomar el camino que lleva al esclarecimiento de los hechos. 

Por el buen camino

En esta novela policial, más que el culpable, que ya está descubierto, lo que importa es el móvil. Y el móvil del Me Too es la audodefensa, pero (y esa es la sorpresa del desenlace) no contra el abuso sexual, sino como recurso en la competencia exitista por el prestigio y el dinero. Hay una pista en la página 96: mientras Mateo le cuenta la historia del Perro, Pola nota cierto deleite ante la desgracia de su amigo: “¿Podría ser que Mateo disfrutara en serio de que hubiera uno menos?”. Esta alegría frente a la desgracia ajena –el famoso Schadenfreude– tiene sus motivos, ya que la cancelación del Perro le permite a Mateo adelantar la publicación de su propia novela. Es que el wokismo tiene sus ventajas, aun para los hombres, cuando los cancelados son otros. 

Pero hay una pregunta más profunda que la del móvil: ¿qué circunstancias sociales operan para que la gente se ande denunciando sin pruebas y para que los perseguidores cuenten con el silencio de los que deberían indignarse o al menos dudar de las campañas difamatorias? ¿Y por qué ahora? ¿Qué pasó en el mundo que habilitó la cancelación generalizada? 

Quien responde a esta pregunta es la fiscal Simone Clerc, encargada del caso de Laurent, cuando lo cita para contarle que ha sido absuelto por falta de pruebas y lo invita a hacer a su vez una denuncia. Por razones un poco incomprensibles, Pola insiste en consignar el lugar y las consumiciones de los personajes en cada encuentro, aun cuando se trate de terceros (“Pedí un Earl Grey; él un mocha latte”). Sabemos así que la fiscal, luego de pedir un vaso de vino y la segunda opción del menú del día (ternera con papas a la bourguignon), le cuenta a Laurent su decepción al descubrir la cantidad de falsas denuncias en nombre del Me Too. La mujer que lo acusó –le cuenta– probablemente nunca haya existido, y todo fuera la maquinación de un colega que competía por el puesto de profesor al que Laurent aspiraba.

Si la cantidad de personas que acceden a una educación superior es cinco veces mayor que hace 40 años, ahora no hay trabajo calificado para todos.

Le explica entonces una teoría de Peter Turchin: la superproducción de miembros de las élites. Si la cantidad de personas que acceden a una educación superior es cinco veces mayor que hace 40 años, ahora no hay trabajo calificado para todos. De hecho, los puestos de profesor en la Sorbona son los mismos que hace medio siglo. Clerc le dice a Laurent: “Esto no tiene nada que ver con los principios feministas, sino con la utilización de los recursos. Es Darwin. Me Too es un reclamo legítimo de las mujeres, pero lo interesante es que se da en un contexto donde es necesario que una cantidad masiva de gente salga de escena“. En definitiva, el Me Too es un mecanismo que la verdadera élite usa para asegurar su permanencia. Denunciando a otros, convalida su propia moralidad. Y Laurent concluye: “La mía terminó siendo una historia de amor. Fue la Sorbonne, la institución, la que me rompió el corazón”.

Tenemos a los culpables, sus razones y sus modos de operar. El crimen queda resuelto, a no ser por una última y oscura idea de Pola: quizá siga habiendo una guerra abierta, ya que “las derivas monstruosas y magníficas del poder de una mujer son inescrutables. El hombre siempre fue secundario en nuestro caso, como Helena de Troya; una excusa ardiente que oculta otra guerra”. Dicho de otro modo, el wokismo es solo una máscara de algo que se sigue agitando en las profundidades, aunque no sepamos bien qué es. Continuará…

Epílogo

En 1975, Borges publica El libro de arena, que incluye el cuento “El soborno”. Allí, dos germanistas de la Universidad de Austin, Einarsson y Locke, se disputan la concurrencia a un congreso en Wisconsin. Un tercero, Winthrop, debe tomar la decisión sobre cuál de los dos será elegido. Einarsonn escribe entonces un paper impugnando algunas ideas del árbitro; logra así que el otro lo elija para demostrar su imparcialidad. Antes del viaje, Einarsson visita a Winthrop, le confiesa la estratagema y le dice: “Usted y yo, mi querido amigo, sabemos que los congresos son tonterías, que ocasionan gastos inútiles, pero que pueden convenir a un curriculum”.

Winthrop comenta que ambos sucumbieron a la vanidad: uno a la de no ser parcial, el otro a la de jactarse de su engaño. Einarsson, que había nacido en Noruega, le contesta que coinciden en algo más: ambos son norteamericanos. Curiosa frase que habla del modo estadounidense de considerar la actividad académica (y casi cualquier otra cosa). Borges, cuando todavía los puestos de profesor en el más alto nivel no escaseaban, ya entendía los mecanismos que se ponen en juego cuando el mundo se entiende como una competencia. No había mucho sexo en sus escritos puritanos, pero habría comprendido mucho antes que Laurent y que Pola el juego de los profesores de la Sorbonne. En manos de Borges, el enigma habría sido demasiado obvio como para integrar la colección “El séptimo círculo”.

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Quintín

Fue fundador de la revista El Amante, director del Bafici y árbitro de fútbol. Publicó La vuelta al cine en 50 días (Paidós, 2019). Vive en San Clemente del Tuyú.

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