La enumeración pide ritmo de formación futbolera. Quizás sea parte de la emanación aurática de Alejandro Apo: “Alberto, Cristina va a tener una”. Una reivindicación, una elección, una cena de fin de año. Esta sale casi de memoria: Copani; Brieva, Urtizberea, Glezer, Rosetto; Onetto u Oneto, Polimeni, Grandinetti; Garzón, Dupláa, Echarri. Pero hay un plantel tan largo que podrían armarse varios equipos con los nombres de los actores, periodistas y dirigentes que acompañaron a Cristina Fernández de Kirchner en la despedida de 2021 en un salón de fiestas en Pilar. Dijo presente el grueso de una subcategoría del afamado actor peronista: artistas K que militan, sedimentan las solidaridades estables y son capaces de orientar la acción de los asuntos públicos contra quienes pretenden enderezar su propio orgullo maltrecho.
A un simpatizante K cercano le parece evidente que todos los artistas son K, y cree que deberían serlo.
A un simpatizante K cercano le parece evidente que todos los artistas son K, y cree que deberían serlo. Es una afirmación incomprobable, más allá del censo imaginario que puede hacerse al pie del escenario en alguna de las fiestas patrias que tanto les gustan a quienes gobiernan con el rating de la calle. En el tumulto crece la sospecha de que algo de lo que pasa es demasiado, que se nos escapa, que va más allá del diseño. El disenso es una organización de lo sensible en la que no hay realidad oculta bajo las apariencias ni régimen único de presentación, de interpretación, de lo dado. Las manifestaciones artísticas son políticas porque suponen un desacuerdo, una confrontación con lo real.
El actor peronista de los ’80 (¿había allí un embrión del artista K?) construía un espacio simbólico propio y, desde ese lugar, buscaba intervenir en las discusiones de la política partidaria y nacional. Gerardo Romano, por ejemplo, alguien con la virtud de presentar las cosas mejor de lo que son. El artista K, en cambio, crece en una nube unimembre y, como la lluvia borgeana, ocurre en el pasado. Un pasado que está cerrado a la discusión, excepto entre las huestes. Un conjunto de prácticas configuradoras de sentido, sostenido en un proceso de diferenciación externa y homogeneización interna, los convierte en habitantes de un espejismo, una masa líquida. Los modos de la lealtad cortesana no saben de contenidos: interesa el gesto, la resistencia de ocasión, hasta la claque puede montarse sobre un puñado de convicciones de cobre.
Soy tu fan
Los gobiernos con políticas culturales muy intensivas, con mucha erogación del dinero del Estado, suelen tener una cohorte de artistas a su alrededor. Sobre eso hay muchos datos, parientes pobres (y feroces) de las ideas. Repasemos algunos casos. La formidable cantante Barbara fue la vocera lírica del socialista François Mitterrand; su ministro de Cultura, Jack Lang, aseguró la presencia constante de artistas, músicos, y escritores en los almuerzos del Eliseo (Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Roland Barthes se sentaron en la mesa presidencial).
Compositores como Strauss y Carl Orff vieron manchados sus currículums por sus actividades musicales vinculadas a la legitimación del nazismo.
Vayamos más allá con los ejemplos. El director de orquesta Herbert von Karajan era el preferido de Hitler y compositores como Richard Strauss y Carl Orff vieron manchados sus currículums por sus actividades musicales vinculadas a la legitimación del nazismo. En Italia, Mussolini alineó al director Arturo Toscanini, al compositor Ottorino Respighi, al dramaturgo Luigi Pirandello, al tenor Beniamino Gigli, al poeta (y radiopropagandista) Ezra Pound.
Pero también Kennedy llenó de artistas al entorno de la Casa Blanca; a Mr. President el feliz cumple no se lo cantó Orff, sino Marilyn Monroe. Tony Blair ganó en 1997 con el apoyo y el acompañamiento físico de artistas, agitadores culturales y músicos; muy particular y vistosamente, de la primera línea del britpop: en su primera noche en el 10 de Downing Street, el premier festejó con los hermanos Gallagher y Damon Albarn (quien, según la guitarrista de Elastica Justine Frischmann, tomó una línea de merca sobre la pija tatuada y no tan recta del escritor Will Self).
Volvamos al Sur. En Uruguay, el Frente Amplio tiene, tuvo, tendrá a Alfredo Zitarrosa, Jaime Roos, Rubén Rada y las murgas; en Cuba, la Casa de las Américas era el mecenazgo continental del Estado, y la Nueva Trova Cubana generaba más ingresos que los ingenios azucareros. Luis Echeverría, en México, fue el presidente de los artistas, escritores e intelectuales; el símbolo de la devolución de esos favores fue nombrar a Carlos Fuentes en la embajada de París.
La obediencia
¿Qué es ser artista K? ¿Kafka? Un intelectual no puede ser oficialista, decía David Viñas.
En 2007, el humorista Diego Capusotto brindó en un reportaje al diario Perfil algunos indicios de esta entelequia: “Creo que lo más curioso de los K puede corresponder a ciertos atavismos del peronismo, sobre todo aquellos inspirados en las tramposas formas de la lealtad. Gatica, Favio o Discepolín enmascaran con la figura de Perón y Eva un tipo de belleza en nombre de algún modo de la justicia social. Sin embargo, son conductas que aparecen vinculadas a la obediencia más que a la libertad”.
La justificación de apoyar a Alberto por razones de fuerza mayor (vencer a Macri) no se encuentra en las ideas: es pura fe. El enfoque de que todos los artistas son o deberían ser K es consecuencia de una suerte de instinto moral: un determinado acto es reprochable aunque la razón no pueda explicarlo. Es un proceso en el que el dominio estético coloniza tanto la esfera teórica como la político/moral, que pierden su autonomía, como la mesa de los artistas repitiendo la V, satisfechos con el modo en el que se ejerce el poder.
En el transcurso de enero, desde la cuenta de CFK subieron videítos de aquello que se pareció a una fiesta de quince tardía.
Un tuit de la noche del encuentro de CFK con los artistas K nos entrega un modelo de esa moralina. La actriz Marina Glezer, con una confianza infantil y empecinada, escribió: “Si la envidia mata que en paz descanses gata/gato”. A continuación, un emoji de besito. En el transcurso de enero, desde la cuenta de CFK subieron videítos de aquello que se pareció a una fiesta de quince tardía (muy tardía, porque en lugar de Billie Eilish sonó Peteco Carabajal). Esperamos que circulen —si la fiesta estiró sus límites y hubo algún exceso de copas— las selfies en las que la Selección se trashea con pedazos de pan dulce, fruta abrillantada mojada en champán y dándose ajados cartelazos con la consigna “No volvamos al Fondo”.
Agradecimientos: Sir Alfred.
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