De ambos lados del Atlántico, Antonio Escohotado fue ampliamente conocido y reconocido como promotor de la despenalización de la producción, distribución, comercialización y consumo de “las drogas” como única solución a la compleja y creciente problemática generada por el consumo más masivo que furtivo de sustancias psicoactivas prohibidas. Su temprana, abierta e irreductible postura antiprohibicionista, cuyos fundamentos morales, jurídicos, empíricos y prácticos difundió y defendió públicamente –incluso cuando expresarla era peligroso y delictivo–, junto a su clásico long-seller Historia general de las drogas (15 ediciones corregidas, aumentadas y actualizadas entre 1989 y 2006) y otros best-sellers como Aprendiendo de las drogas (1995) y La cuestión del cáñamo (1997), lo posicionaron en toda América Latina como referente ineludible en la materia.
Dueño de un timbre de voz grave y profundo, cuyas inflexiones, tono e intensidad manejaba con la naturalidad y destreza de un locutor profesional, sus recursos retóricos y cautivadora elocuencia –tan impecable como implacable–, su buena presencia y su inalterable serenidad, complementos formales muy poco habituales en un pensador tan profundo, original y auténtico, lo convirtieron en el participante ideal para tertulias, simposios, debates y paneles en los principales medios audiovisuales españoles y latinoamericanos desde mediados de los ’90. Estas apariciones amplificaron la difusión de sus columnas semanales de opinión, cada vez más liberales, que ya venía publicando en la prensa gráfica española, primero en El País y luego en El Mundo.
En 1970 estos vientos llevaron a Antonio a las paradisíacas playas de Ibiza, donde en 1976 invirtió la herencia materna en fundar Amnesia, una disco legendaria que todavía existe.
Aunque para el público en general la celebridad de Antonio (o Escota, como cariñosamente lo llamaban sus seguidores) estaba ligada a la despenalización de las drogas, en los círculos académicos, culturales e intelectuales de la Transición española siempre fue admirado, respetado y acompañado por los mejores y recelado, temido y evitado por los mediocres. Vástago dorado del régimen franquista –su padre, periodista y diplomático, fue un conspicuo dirigente del más rancio falangismo–, Antonio repudió precoz y radicalmente la ideología asignada y los privilegios accesorios sin renegar de sus raíces ni afectos familiares.
Licenciado en Derecho, se doctoró en Filosofía y, aunque afiliado al clandestino Partido Comunista español, debutó como publicista en la mítica Revista de Occidente, fundada por José Ortega y Gasset, con el ensayo “Alucinógenos y mundo habitual” (1967), que escandalizó a los tecnócratas del Opus Dei entonces en el poder. En la España provinciana de los happy sixties, el espíritu contestatario del Mayo del 68 y la contracultura lisérgica californiana llegó y desapareció tardíamente. Así fue que en 1970 estos vientos llevaron a Antonio, en plan hippie de pan y cebolla, a las paradisíacas playas de Ibiza, donde en 1976 invirtió la herencia materna en fundar Amnesia, una disco legendaria que todavía existe.
En 1983, víctima de una “operación” policial en su boliche, Antonio fue procesado y detenido preventivamente durante tres meses por tentativa de venta de cocaína, circunstancia que lo hizo dejar Ibiza y la vida de empresario de la noche para radicarse en Madrid y dedicarse full time a la actividad intelectual como medio de vida. Consumado políglota, entre 1970 y 1983 se dedicó intensamente a la traducción para la liberada y pujante industria editorial española. Las mejores versiones en castellano de Jefferson, Hobbes y Newton, entre otros pensadores clásicos, siguen siendo las suyas.
Un absoluto desprecio por el qué dirán, el statu quo y la ‘conventional wisdom’ lo despojaron de prejuicios, vanidades y distracciones, despejando y manteniendo prístinas su limpidez y lucidez mental.
En 1988, cinco años después de la cama que le hicieron, fue condenado a un año y medio de prisión, sentencia que decidió no apelar con el argumento de que merecía el castigo por haber actuado estúpidamente. Como no daba puntada sin hilo –y siguiendo los pasos de Marco Polo y Cervantes, Diderot y Sade–, aprovechó el año que pasó en la cárcel de Cuenca para escribir la primera versión (1.500 páginas) de Historia general de las drogas, que editó Espasa-Calpe. Antes de entrar a prisión había ya publicado media docena de libros, entre los que perduran De physis a polis (1982), Realidad y substancia (1986) y Majestades, crimenes y víctimas (1987).
Un cerebro de una potencia descomunal, maridado con una férrea disciplina existencial, una capacidad superlativa de observación, recopilación y análisis de información, una integridad intelectual y personal a toda prueba, una insaciable voracidad de conocimientos y experiencias, una temprana adhesión a los imperativos kantianos de la Ilustración alemana, un absoluto desprecio por el qué dirán, el statu quo y la conventional wisdom lo despojaron de prejuicios, vanidades y distracciones, despejando y manteniendo prístinas su limpidez y lucidez mental.
Escándalo en Argentina
A mediados de los ’90, invitado por la productora de Chiche Gelblung, Antonio visitó la Argentina y, desconociendo que la ley vigente castigaba como “apología del delito” cualquier propuesta despenalizadora de las drogas, expresó libre y convincentemente su opinión y sus experiencias.
Invirtiendo el famoso axioma marxista de que la historia se repite, primero como tragedia y luego como comedia, la difusión del programa grabado por Antonio –cuando ya había regresado a España– provocó que el ex juez Norberto Oyarbide ordenase su detención y librara una orden de captura internacional en su contra, al tiempo que el coro estable de hipócritas progresistas se rasgaban las vestiduras condenando el decadente libertinaje capitalista. Para desconcierto e indignación del intelectualmente cándido Antonio, el mismísimo Diego Maradona, en ese momento en la Cuba castrista pasado de merca, golpeando y abusando de las esclavas sexuales menores de edad que le proveía el macanudo Fidel, balbuceó públicamente que había que “meter preso a ese gallego puto que fomenta la droga entre los pibes”. El desopilante episodio en sí merece un relato aparte, que dejo para otra ocasión.
Fue en ese viaje cuando lo conocí a Antonio. Y aunque no lo representé en la causa penal por “apología del delito”, a la que se presentó espontáneamente antes de que se le pidiera la extradición y en la que fue sobreseído ipso facto por Canicoba Corral, fui durante muchos años su abogado en la Argentina.
Aunque no lo representé en la causa por “apología del delito”, en la que fue sobreseído ‘ipso facto’ por Canicoba Corral, fui durante muchos años su abogado en la Argentina.
Entre 1996 y 2001, cuando por peripecias existenciales Escota dejó España para tomarse un largo año sabático en el sudeste asiático –vivencia que relata con honestidad en el agotado Sesenta semanas en el trópico (2003)–, como yo viajaba varias veces por año a Madrid desarrollamos una relación muy estrecha, cercana y enriquecedora. Pese a que no regalaba nada y era incapaz de decir algo que no fuese la verdad más cruda, fue extraordinariamente generoso y hospitalario conmigo. Compartí con él y los suyos momentos gratísimos y experiencias riquísimas, cuya influencia sobre mí recién ahora comprendo cabalmente.
Mientras improviso estas líneas, sin haber superado la conmoción que me produjo su prevista y anunciada partida, me desbordan los recuerdos. Opíparas cenas en Madrid o la sierra, trasnoches de copas en Cock o el bar del Palace, donde mis coca-colas light vacías, acumuladas sobre la mesa, eran miradas con sospecha y desprecio por las ocasionales celebrities de la movida madrileña que nos acompañaban. Cuando volvió de Tailandia mantuvimos el vínculo, aunque nos vimos menos. Alguna vez nos encontramos en París, otra en Bruselas.
En 2006 tuvo la entrañable gentileza de acompañarme en la presentación de Maestros impertinentes, libro que reproduce una serie de retratos del gran pintor catalán Ramiro Fernández Saus, en la Casa de las Américas de Madrid, y pasamos una velada maravillosa discutiendo bizantinismos frente a una desorientada concurrencia. Unos años después, yo estaba en Madrid en una reunión de la International Bar Association de la que me escapé para festejar su cumpleaños en una cena a junto a su hijo Jorge, con quien mantengo desde entonces una amistad paralela y autónoma. En 2016, la Fundación Libertad me invitó a una cena en Madrid para festejar el 80º cumpleaños de Mario Vargas Llosa y tuvo la atención de sentarme al lado de Antonio, con quien reconectamos como siempre. Tiempo después, en ocasión de una visita que hizo a Uruguay, Planeta reeditó la compilación de ensayos Retrato del libertino (1997) y tuve el honor y la alegría de escribir su reseña en la contratapa.
Hace tres años, cuando estuvo en Buenos Aires junto a Jorge para presentar el tercero y último volumen de su obra magna, Los enemigos del comercio (2008-2014), compartimos una magnífica charla debate en Cedelec/Fundación Pericles y una inolvidable cena en casa. Fue en esta última década que el éxito editorial de su obra magna y sus brillantes apariciones mediáticas viralizaron su popularidad y lo posicionaron entre las primeras espadas filosóficas, intelectuales y culturales del liberalismo económico y social. Para escribir el tercer tomo, abierto a cualquier resultado intelectual, releyó en alemán la obra completa de Karl Marx. Sus alardes de erudición eran tan agudos, oportunos y apropiados que fluían en su conversación sin pedantería sino como sobria exhibición de superioridad cultural.
debate con pablo iglesias
Un debate de 2017 con el podemita español Pablo Iglesias, cuando este periodista y pensador de un populismo de laboratorio parecía tomar por asalto la política española, fue una demostración de su contundencia dialéctica. El implacable Antonio no le dejó pasar una, demolió todos y cada uno de los lugares comunes ideológicos que Iglesias, con superficialidad, postulaba. Sobre un amplio abanico de tópicos, aplastó con datos duros e irrefutables todas y cada una de las banderas ideológicas del populismo. Iglesias se sorprendió al verse humillado por la desvergonzada y altiva afirmación de Antonio de que el liberalismo social y económico y el capitalismo son las únicas soluciones morales admitibles porque son las única políticamente realistas, aplicables, sustentables y benéficas para la sociedad frente a los costosísimos daños materiales y sociales de todas las experiencias de populismos socialistas autoritarios condenados al fracaso. A quienes conocíamos a Antonio y conocemos cómo se manejan políticos y comunicadores si son puestos en evidencia en su propio programa, no nos sorprendió nada la performance de Escota pero sí, muy positivamente, la sincera humildad, buena voluntad y encomiable espíritu deportivo con que Iglesias encajó la paliza intelectual.
Cuenta Laercio que Solón, aquel pensador ático reputado por Platón como uno de los siete sabios griegos, había fijado en los ochenta años el plazo máximo de una vida digna. Aunque sus maestros y amigos Albert Hoffmann y Ernst Junger, alcanzaron respectivamente los 102 y 103 años, Escota hace tiempo que se había autoimpuesto el límite determinado por el sabio ateniense. Así, de regreso a su Ibiza privada, donde recibió las visitas de despedida de amigos y discípulos y el amor y cuidado de sus seres queridos, fue el final apropiado y el merecido reposo para quien con tanta felicidad, intensidad y fidelidad construyó una vida digna.
Antonio Escohotado, a man for all seasons, como dirían los isabelinos ingleses, fue uno de los últimos espíritus selectos del siglo XX en el que confluyeron la focalización del erizo con la diversidad del zorro –mal que le pese la excepción al infalible Arquíloco– y no por ciencia infusa ni gracia divina, sino por el continuo y constante esfuerzo personal. Paso a paso, ladrillo a ladrillo, ensayando, corrigiendo, modificando, reconstruyendo, refaccionando, fue el arquitecto de su propio y singular destino.
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