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El martes se cumplieron 20 años de la muerte de Álvaro Alsogaray, el líder liberal menos carismático y más influyente de la Argentina de la segunda mitad del siglo XX. Décadas después de su apogeo político, los argentinos seguimos teniendo que “pasar el invierno”, como dice una de sus frases más famosas, trabajosamente. ¿Por qué? ¿Qué podemos aprender de Alsogaray y de su tiempo? ¿Puede esta nueva era libertaria aprovecharlo?
Pocas figuras políticas fueron tan presentes en el siglo XX como el ingeniero Alsogaray, que fue funcionario o aliado de gobiernos militares, radicales y hasta de uno peronista. Hábil político, bien conectado en las Fuerzas Armadas, Alsogaray fue un personaje extraño porque, al contrario de su época, siempre intentó liberalizar gobiernos que tenían pocas intenciones de liberalizarse. Ante personajes tan disímiles como Aramburu, Frondizi o Menem, Alsogaray fue un auténtico “predicador en el desierto”, como él mismo se autodenominó en sus memorias, en momentos en que todo el arco político argentino era estatista.
Durante décadas, de los ’50 a los ’90, la figura de Alsogaray se volvía relevante en cada crisis, después de que otros hubieran hecho desastres. Pero así como el que pone fin a una fiesta no es precisamente popular, tampoco lo es el quien se ve obligado a cortar gastos, eliminar regulaciones que en realidad son privilegios y deshacerse de pesadas herencias. Ese fue el que le tocó a Alsogaray, que junto a su carácter seco, le valió una fama de antipático que nunca pudo quitarse (quizás nunca le interesó), origen tal vez de la mala prensa que sufrió su figura y que perdura hasta hoy.
Sus críticos argumentan que la antipatía generada por Alsogaray se debió a su participación como funcionario en gobiernos militares, pero al menos dos grandes aclaraciones sobre este tema le hacen cierta justicia. Por un lado, el propio Alsogaray recordó en más de una ocasión que dirigentes de diversos partidos habían hecho lo mismo, especialmente luego de la Revolución Libertadora que derrocó a un Perón devenido en autócrata y de la cual el ingeniero sostendría luego que había sido el único golpe justificable. La clase política argentina había ya naturalizado, para cuando Alsogaray se volvió adulto, el vaivén periódico entre democracias y dictaduras.
Alsogaray sabía que otra experiencia militar sería nociva no solamente para la democracia, sino también para la economía.
Más importante, sin embargo, es la forma en la que Alsogaray aprendió de su propia experiencia con los militares hasta el punto de oponerse abiertamente al golpe de 1976, en un momento en el que el descrédito de la democracia era altísimo. A sus apariciones radiales y televisivas se sumaban notas, como la publicada el 18 de marzo de aquel año, donde declaraba que “nada sería más contrario a los intereses del país que precipitar en estos momentos un golpe”. Alsogaray sabía que otra experiencia militar sería nociva no solamente para la democracia, sino también para la economía. Fue, al contrario de sus contemporáneos, un demócrata en aquel momento decisivo de la historia argentina.
Del auge a la influencia
El punto más alto de la carrera política de Alsogaray probablemente haya sido la década de los ’80, cuando, luego de haber fundado distintos partidos durante las tres décadas previas, tuvo éxito con uno nuevo: la Unión del Centro Democrático (UCeDé). Tal nombre habla de las dificultades del ingeniero, y de cualquiera, para simplemente hablar de liberalismo en la Argentina del siglo XX. Pero eso es lo que Alsogaray predicaba y de hecho hacía, no solamente en materia económica: como diputado, por ejemplo, votó en 1985 a favor del divorcio, en una discusión controvertida para la Argentina de aquel entonces y que lo convirtió momentáneamente en aliado de un Alfonsín del que frecuentemente se encontraba en las antípodas.
En los ’80 se hizo evidente el colapso del modelo de Estado grande y economía cerrada cimentado por el peronismo y continuado por todos sus sucesores, incluidos los militares y Alfonsín. Alsogaray vio en ese colapso una ventana de oportunidad que aprovechó hasta obtener un nada despreciable 7% de los votos en la elección presidencial de 1989: poco se recuerda que el ingeniero, el candidato antipático con recetas antipáticas, no solamente llenó el Estadio Monumental durante esa campaña electoral sino que hasta se dio el lujo de cobrarle entrada a los asistentes.
Pero el rápido éxito de Menem, paradójicamente, catapultó al líder de la UCeDé al llano: ¿para qué servía la figura de un mero diputado si ya el presidente lideraba el cambio?
Si los ’80 fueron el punto de mayor éxito político de Alsogaray, los ’90 fueron el período histórico donde sus recetas económicas de siempre más se acercaron a ser implementadas. Después de un comienzo caótico y no muy diferente de los previos, la experiencia menemista se transformó en una era de estabilidad monetaria, desregulaciones, privatizaciones y cierta apertura al mundo, todas banderas del liberalismo económico que Alsogaray apoyó sin prejuicio antiperonista alguno. Pero el rápido éxito de Menem, paradójicamente, catapultó al líder de la UCeDé al llano: ¿para qué servía la figura de un mero diputado si ya el presidente lideraba el cambio?
Por lo demás, la experiencia de los ’90 pronto causaría desazón a Alsogaray y a otros liberales en la medida en que volvieron el gasto público, el déficit fiscal y la deuda externa y se frustraron importantes reformas como la laboral, entre otros problemas. Ya desde 1992, bastante antes de la reelección de Menem, Alsogaray, elegido otra vez diputado, votaba en contra de todos los presupuestos de un gobierno que no hacía esfuerzos suficientes para bajar el gasto público. Pese a sus propias denuncias, la corrupción y la insensibilidad lo tocaron de cerca: es durante este período que la memoria pública de su apellido incorporó a un nuevo personaje, su hija María Julia, que ciertamente no pasará a los libros de historia de la misma forma que él.
Ante las fuerzas del cielo
¿Estaría contento Alsogaray si pudiera ver la situación política de la Argentina en 2025? Como toda historia alternativa, es una incógnita. Pero la aparición de Javier Milei, primero como publicista de ideas liberales y después como presidente, seguramente le habría generado algún tipo de simpatía. Aunque no puedan diferir más en sus estilos (el de ayer, arisco; el de hoy, histriónico), Milei también fue un predicador en el desierto. Los intelectuales que Milei citaba en su primera etapa en la televisión eran, en algunos casos, los mismos que Alsogaray citaba en el pasado y con los que de hecho interactuaba.
El liberalismo de Alsogaray iba en serio y no se limitaba solo a la reproducción de ideas, sino que se expandía hasta la reflexión activa. Como cuenta el economista Pablo Guido, de hecho, en 1970 el ingeniero ingresó como miembro pleno de la Mont Pelerin Society, la conferencia permanente más prestigiosa de intelectuales liberales. Fundada entre otros por los economistas austríacos Friedrich A. Hayek y Ludwig von Mises, a quienes el ingeniero citaba en discursos y apariciones públicas, la sociedad también integraba a los autores del milagro económico alemán de posguerra, fenómeno que Alsogaray estudió de cerca y al que le debía su interés por la idea de una “economía social de mercado”.
Otro punto de contacto entre Alsogaray y Milei es que, en la arena política, la presencia de ambos en la discusión pública ha sido siempre personalista. En el caso de Alsogaray, hoy olvidamos los tres partidos que fundó antes y solo recordamos vagamente a la UCeDé como algo del pasado, más allá de que testimonialmente siga existiendo. Porque el legado de Alsogaray es en realidad él mismo, como todo indica que el propio presidente quiere que sea.
En todo caso, los discursos de Alsogaray en su etapa como diputado (1983-1999) nos dan una buena idea de lo cerca que podría estar hoy de una gestión como la de Milei. Si el ingeniero sostuvo en 1991, como rescata Ricardo Manuel Rojas, que el gradualismo no servía como política económica y que se requería de un plan global de medidas simultáneas para sacar a la Argentina de la crisis, entonces cabría esperar su aprobación respecto de la extraordinaria baja del gasto público que se ha producido en el primer año del gobierno de Milei. El mismo apoyo, seguramente, le brindaría al impulso desregulador de Sturzenegger, habida cuenta de que en incontables ocasiones habló de la necesidad de terminar con las asfixiantes regulaciones que azotaban la economía del país.
Pero no deja de ser cierto que aún falta una agenda real de baja de impuestos, apertura al mundo y desregulación laboral por parte del gobierno de Milei que vaya más allá de declamaciones.
Las críticas que Alsogaray le realizó a Menem, sin embargo, pueden servir como una advertencia acerca de los límites de una complacencia que podría parecerse a la de hoy. Aunque el ingeniero fue tolerante en los inicios de la etapa menemista porque comprendía los límites para llevar a cabo reformas, pronto advirtió que el éxito de la convertibilidad generaba una suerte de parálisis en términos del resto del trabajo que faltaba por hacer. Ahora, mientras el mundo implosiona merced a los instintos autodestructivos del presidente estadounidense, Donald Trump, la complacencia local es probablemente el menor de los problemas al que nos enfrentaremos en el corto plazo. Pero no deja de ser cierto que aún falta una agenda real de baja de impuestos, apertura al mundo y desregulación laboral por parte del gobierno de Milei.
Las huestes libertarias no parecen muy interesadas en Alsogaray como modelo a seguir. El presidente, para ellos y con toda lógica, es un personaje mucho más relevante. El hecho de que Milei haya señalado a Menem como su presidente favorito sugiere que podría haber hoy, si Alsogaray viviera, encontronazos entre ambos como lo de los ’90. Las relaciones de Milei con los protagonistas del pasado no siempre son las mejores: incluso Domingo Cavallo, artífice del experimento menemista, parece haber sido excomulgado de la iglesia mileísta tan solo por haber esgrimido advertencias y sugerencias, sin retirar jamás su apoyo al Gobierno.
De cualquiera manera, sea o no tomada por los liberales contemporáneos, la gran enseñanza que puede dejarnos Alsogaray en esta época de renovado interés por el liberalismo es su argumentación en favor de la libertad. “Es necesario liberar todos los mercados”, decía en el Congreso y volvería a decirlo hoy si allí estuviera. El Estado era el problema entonces y sigue siendo el problema hoy: sin importar cuántas veces Argentina tropezara con la misma piedra, ahí estaba Alsogaray para marcar el rumbo. No hay motivo para pensar que hoy sería diferente.
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