Había sido el rey del mundo.
Su canción había sido elegida en el centro universal del espectáculo como la mejor del año.
El gran cantor de Occidente lo invitó a cantar con él.
Todo esto le había pasado a Tom Jobim antes de cumplir los 40 años.
«Garota de Ipanema», esa oda a la belleza escrita por dos borrachos en el bar Veloso de la calle Montenegro, los había llevado a la fama universal.
La versión de Stan Getz, João Gilberto y Astrud Gilberto se había llevado el galardón de 1964 y Frank Sinatra no dudó en grabar no uno, sino dos discos con canciones de Tom Jobim.
Sin embargo, pocos años después del apogeo Tom se encontraba en el fondo de un pozo depresivo.
Ya no era la nueva cosa grande que el mundo de la música tenía para ofrecer.
Sus canciones, se quejaba en 1972, ya no sonaban por la radio.
Nadie se acordaba de la bossa nova.
Nadie en Brasil grababa sus canciones.
“Parecía que todo había acabado para mí, que no tenía nada más que hacer”.
Tenía 45 años y para completar el cuadro el médico le dijo sin vueltas: “te vas a morir de cirrosis”.
Tenía además muchos problemas para cobrar los derechos de sus canciones más reconocidas en Estados Unidos, la burocracia lo abrumaba. Rey de la música en el centro del mundo, le costaba ganar un dólar por eso.
Cansado de Río de Janeiro (la confirmación de que se sentía muy mal porque, ¿cómo te vas a cansar de Río de Janeiro?), se metió en un proyecto íntimo, personal que —imposible imaginar en ese momento— lo salvaría no sólo del pozo en el que se encontraba sino que reafirmaría lo que había olvidado: seguía siendo el rey.
Quería una casa que “durase muchas vidas”, como dice su hermana Helena en la biografía Antonio Carlos Jobim, un hombre iluminado.
Esa casa sería en Poço Fundo en São José do Vale do Rio Preto en el estado de Río de Janeiro, como quien va a Petrópolis. Frío de invierno, cielo límpido, un terreno escondido, rodeado de árboles y pájaros, a la vera de un río. La casa, por orden de Tom, tenía que recibir en los dos dormitorios el sol de la mañana; la pared sur tenía que ser fuerte y cerrada por las lluvias del verano; tejas coloniales; algunas tejas de vidrio en el techo que permitieran pasar el sol para así saber la hora de acuerdo a las sombras en las paredes; y escaleras en las puertas para que no entrasen las víboras.
En el medio de la construcción tuvo que viajar a Estados Unidos por la grabación de Getz/Gilberto Vol. 2. Estando ahí recibió un casete del arquitecto (su cuñado Manoel) charlando con el albañil en donde decían que el dinero se había terminado, si seguían o no con la construcción. De fondo en la grabación se escuchaban los pajaritos del lugar.
La respuesta que recibió el arquitecto fue una cinta con una sola frase de Jobim: “En Poço Fundo hay muchos pajaritos”.
Siguieron con la construcción.
Ese era el espíritu con el que volvió a su guarida campestre, influído por las lecturas de Carlos Castaneda y Guimarães Rosa. Obsesivamente intentaba terminar «Matita Perê», una canción que pretendía perfecta pero con una perfección que se le escapaba.
Llevaba esa obsesión a todas partes. Una noche se acostó con su esposa Thereza pensando en «Matita Perê», pero de golpe, mágicamente, en su cabeza empezó a sonar “tún, tún, tún, tún, tuntuntuntuntún”.
Estaba naciendo «Aguas de marzo».
Se levantó, agarró la guitarra y empezó con los primeros acordes. Se despertó Thereza y le dijo que sonaba lindo eso. Tom le pidió entonces un papel, un lápiz y en la borrasca de la madrugada Thereza sólo encontró el papel en el que le habían envuelto el pan en la panadería.
Ahí comenzó el milagro.
Salió corriendo entonces a la casa de su hermana Helena, ahí cerca, esposa del arquitecto Manoel, quienes se sobresaltaron al escuchar los golpes en la ventana, sorprendidos al ver llegar a Tom todo excitado a altas horas de la madrugada.
Traía la guitarra y un papel arrugado.
Fueron los primeros oyentes de “Es el palo, es la piedra, es el fin del camino. Es el proyecto de la casa. Es un pez, es un gesto, es la plata brillando. Es la luz de la mañana. Es el nudo de la madera. Es el ladrillo llegando”.
Siguiendo a Tolstoi, Tom pintó su aldea y vaya si fue universal, otra vez.
Sólo tomó lo que tenía alrededor.
Los palos, las piedras, los árboles, el proyecto de la casa.
El sueño mejor soñado: el proyecto de la casa propia.
En esa época Jobim estaba entusiasmado con «Construcción», la canción de Chico Buarque de letra perfecta. Tom decía que Chico debía ser “cavalo de alguma entidade”, algo así como un medio que un espíritu del candomblé usa para comunicarse. Y agregaba que “mi composición también es misteriosa; no sé de dónde viene”.
(Dato aparte: cuando Antonio Carlos Jobim murió, Chico dijo: “todo lo que hice en mi vida fue para Tom”.)
Volviendo a la canción, Tom sabía que era buena.
Volvió urgente a Río de Janeiro y en una sola tarde la terminó, justo a tiempo para partir al bar Antonio’s en Leblón, donde poco le importó la cirrosis anunciada y en medio de varias vueltas de “chope estúpidamente gelado” mostró a sus amigos su nueva joya.
El veredicto fue unánime: había nacido un hit eterno.
En mayo del ’72 Tom la grabó pero no para un disco propio sino, una rareza, el lado A de un simple que se vendería en los quioscos bajo el nombre de Disco do bolso, apadrinado por la revista satírica O Pasquim.
Después lo grabó João Gilberto y también Tom en el álbum Matita Perê (canción que ni de lejos tuvo la repercusión de su spin off, pero, dato curioso, “matita peré” es nombrada en «Aguas de marzo», no se la podía sacar de la cabeza).
Sin embargo, la historia tiene algunas vueltas más.
Tom pensó, antes de grabarla, que quizás era mejor que lo hiciese una voz de mujer. Llamó a una chica desconocida que finalmente no triunfó, Rose. Estaba en su casa presentándole la canción a Rose —que tocaba el cielo con las manos, ella, una desconocida, grabaría una canción inédita del maestro— cuando llegó el productor Roberto Menescal.
—Esperame que ya te atiendo —le dijo Jobim, y siguió en el piano, mostrando «Aguas de Marzo» para la emocionada Rose, mientras Menescal paraba la oreja.
Cuando la chica se fue, Menescal no le dio opción a Tom: “Esa canción es mía, ya la llevo para que la grabe Elis Regina”.
—Pero ¿y la chica Rose?
—Decile que te la robé.
Ese mismo año salió la versión de Elis Regina.
Faltaba la frutilla del postre.
La versión conjunta que consagraría para siempre a «Aguas de marzo» en el panteón de las grandes creaciones artísticas del hombre.
Y fue todo un problema.
La grabadora Phillips, con el legendario André Midani a cargo, pensó en hacerle un regalo a su estrella mimada, Elis Regina, por los 10 años de contrato, que no eran justo 10 años pero el marketing tiene razones que la razón desconoce.
Quería grabarle un disco a medias con alguna estrella consagrada, porque Elis era sumamente popular pero aún no alcanzaba el aura de prestigio que merecía, cosa que a ella le molestaba y mucho. Pensaron en Caetano Veloso o en Chico Buarque, pero ninguno de los dos aceptó el convite. Les quedaba un tercer nombre, Antonio Carlos Jobim, que vivía en Los Ángeles en aquel momento.
Elis y su entonces marido, arreglador y pianista, César Camargo Mariano, dijeron que sí, inmediatamente.
El productor del disco sería Aloysio de Oliveira, exmarido de Carmen Miranda, que también vivía en Los Ángeles y tenía algún acercamiento con Jobim. Por eso sabía que era difícil que Jobim aceptase el convite así que se decidió por una estrategia de invasión.
El día previo a la llegada de Elis y su marido a Los Ángeles, le avisó a Tom que la cantante llegaría desde Brasil a la ciudad, pero sin decirle para qué.
Como un gesto pero sin ninguna idea de lo que se preparaba, Tom, con un piloto negro y una rosa roja, los esperó en el aeropuerto. De ahí fueron a su casa y tomaron el famoso “café da manha” brasileño.
Nadie decía una palabra.
A Elis, siempre impulsiva, le habían hecho memorizar para que no metiera la pata: “Mirá Tom, yo quería que entiendas. Me gustan mucho tus canciones. No vine a Los Ángeles con la intención de molestarte, todo lo contrario”. Sin embargo, no se atrevió a decir nada.
Pasaba el tiempo y nadie contaba qué hacía toda esa gente ahí.
Hasta que Tom, ingenuamente, preguntó: “¿Y entonces? ¿Vinieron a hacer algún show por acá?”. No tenía ni idea de lo que pasaba.
Entonces Aloyisio tomó la delantera y dijo: “Quieren grabar un disco con tus canciones y con tu participación”.
Silencio.
Más silencio.
Tom se paró. No dijo nada.
Hasta que al final preguntó: “¿Qué canciones? ¿Quién va a hacer los arreglos?”.
—César, el marido y arreglador habitual de Elis —dijo Aloysio.
Y ahí no hubo silencio.
Tom lo miró a Camargo Mariano y le dijo: “¿Vos? ¡Una locura! Vos con tus pobres notitas brasileñas en medio de las fieras de acá? No da”.
Y ahí mismo hizo que Theresa llamase a Claus Ogerman, a Johnny Mendel, a Don Sebesky, los mejores arregladores del momento.
César Camargo Mariano veía cómo era humillado segundo a segundo, cuando uno a uno los convocados no eran encontrados por teléfono y sin pensar en que él estaba ahí convocaban a otro, y a otro y a otro.
Tom amaba el piano tradicional.
César Camargo Mariano usaba teclados eléctricos, que Tom aborrecía.
Tom odiaba los arreglos de César.
Pero César se sentó al piano, Tom agarró la guitarra, Elis se puso a cantar y un poco los ánimos se calmaron.
Comenzó el trabajo y el teléfono de César sonaba cada cinco minutos. Era Tom que le pedía que le contara cómo andaba el trabajo, qué caminos estaba tomando. Según la biografía de Elis, Nada será como antes de Julio María, cansado, Camargo Mariano contestó: “Maestro, estoy acá haciendo estos arreglos con la sonoridad más apropiada para Elis. Es mi personalidad musical amparada en la de ella. Si un día usted me invita para hacer arreglos para un trabajo suyo, lo voy a hacer de la manera en que usted está pensando, adecuando mi estilo a su personalidad musical”.
Tom le contestó: “Tiene razón, Mariano, tiene razón” y no llamó más.
Hasta que llegó el momento de elegir los músicos.
Tom daba por descontado que llamarían artistas de sesión norteamericanos, genios indudables, pero le avisaron también de golpe: “mañana llegan los músicos, son los mejores músicos de Brasil”.
—¡Paren ese avión en el aire! —gritó Tom que decía que para qué traer a los mejores de Brasil, si tenían a mano a los mejores músicos del mundo.
Más confundido y enojado quedó cuando vio el bajo de (después héroe indudable de la música brasileña) Luizão Maia.
—¿Qué es eso? ¿Una guitarra de cuatro cuerdas? Veo todo eléctrico, bajo, guitarra, teclado, ¿qué es esto? —se horrorizó.
Lo peor vino cuando César Mariano Camargo quiso arreglar todo y dijo: “Calma Tom, ya grabamos la parte acústica con el piano de madera”.
¡Para qué!
La cara de Tom se transfiguró:
—¿Cómo? —dicen que gritó— ¿Aquél instrumento maravilloso se convirtió en un “piano de madera”, mi Dios?.
Arreglaron las cosas como las suelen arreglar los brasileños: enfrente, al lado del estudio, había un bar. Algunos “chopes” y todos contentos.
Y de pronto, todo cambió, estado de gracia general y Elis & Tom graban «Aguas de marzo», confirmando que el ser humano puede llegar a alturas de belleza incomprensibles.
Es la vida en cuatro minutos, es paradójicamente un sol que sale de los parlantes, es el cierre del verano y la promesa de que habrá otro.
El disco Elis & Tom fue un éxito total, que permitió la vuelta a los escenarios brasileños a Tom, después de una década sin pisarlos.
«Aguas de marzo» fue elegida como la mejor canción brasileña de la historia, en una encuesta entre 200 expertos de Folha de São Paulo en 2001. George Mustaki, Stan Getz, Stan Keaton, Mina, Ella Fitzgerald, David Byrne, Marisa Monte, Fito Páez, Art Garfunkel, Inés Estévez, todos cayeron encantados a los pies de la creación e intentaron sus versiones, con suerte diversa.
No hay lluvia de marzo en la que no vuelva esta música.
La canción de la resiliencia, de la nueva vida, del ciclo que vuelve y vuelve.
Son las aguas de marzo cerrando el verano.
Es la promesa de vida en tu corazón.
Nota: Había pensado esta nota para la semana pasada, pero el 7 de marzo empezó la inundación en Bahía Blanca y todo cambió. Las aguas de marzo cambiaron, terriblemente, de significado. Con el dolor reciente en la mano por las pérdidas de vidas, con lo difícil del momento, este es un pequeño homenaje a quienes deben empezar de nuevo. Sé que lo escrito ahora suena naif. Ojalá que algún día podamos volver a escuchar «Aguas de marzo» sin la interferencia de la muerte.
La casa de Tom Jobim en Poço Fundo fue destruida por una inundación en 2011.
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