1. “No hay futuro”
Para quien se crió entre literatura cultural y musical, el punk fue una revuelta breve y exitosa que sacudió el arte del siglo XX: su grito de no future, sus gestos de provocación al (buen) gusto, a la estética, a la reina, a la corrección política, con esvásticas nazi-chic, escupitajos, pogos y rituales conceptuales traídos de la contracultura y la vanguardia, y su agitación rebelde en clave adolescente/juvenil, fue una “revolución”. “¿Cuál era la actitud punk? Cuestionar el orden establecido”, explica el periodista y escritor inglés Stuart Jeffries en su libro Todo, a todas horas, en todas partes, publicado hace unos meses (Taurus, 2023).
En su original ensayo, Jeffries traza paralelismos llenos de paradojas entre el arte, la política y la filosofía para leer la posmodernidad, desde Nixon al iPod y desde El Anti-Edipo a la caída de las Torres Gemelas. En su cronología se detiene en el “Invierno del descontento” en la Inglaterra de 1979 y surge un análisis entre la revuelta musical de los Sex Pistols, la crisis británica, Margaret Thatcher y el filósofo francés Jean Francois Lyotard. Su conclusión es audaz: ¿Desafiar el statu quo? ¡Thatcher-lo-hizo! El punk sirvió políticamente, sí y mucho, para que el hastío permitiera una verdadera revolución y que Thatcher se impusiera. “Si llegó a haber algún tipo de ‘Anarchy in the UK’, la responsable fue, en todo caso, nuestra primera ministra punk”, sentencia Jeffries. Ésa es su tesis sobre lo que sucedió en Inglaterra entre 1977 y 1979. Y para relativizar el aporte del punk, cita a Zizek: una fantasía de transgresión que encubre su verdadera complicidad con el capitalismo.
La pregunta sería: si hubo una batalla cultural, quién la ganó, a quién benefició. Cuál era el sistema que, sostiene Jeffries, la izquierda quería cuestionar y hasta dónde estaba dispuesta a hacerlo realmente más allá de los discursos correctos: el situacionismo, el arte de vanguardia, la influencia omnipresente del Mayo Francés como un sueño de slogans, libertad creativa y desparpajo universitario representado ahora en un feísmo de harapos y desesperanza.
La causa de ambos fenómenos –el ascenso del punk y de Thatcher– era, según el autor, el declive económico de Gran Bretaña, el desempleo en ascenso, la inflación y varias crisis sindicales en los dos primeros gobiernos de la década del ’70, uno conservador, otro laborista. “El país se veía en dificultades para sostener su modelo y pagar sus gastos”, escribe Jeffries. “La época dorada de la posguerra se había acabado y el desencanto con el Gobierno y el enfoque tradicional de la economía aumentó –especialmente entre los jóvenes– tan rápido como creció la inflación”. El himno “God save the Queen” con la reina y los alfileres de gancho fue un signo potente de hasta dónde llegaba la provocación. “Y la crisis del gasto público llevó a pedir un préstamo de miles de millones de libras, un acto desesperado e incluso humillante para los patriotas que no creían que Reino Unido era un estado bananero de los que van a pedir limosnas al FMI”.
El de Thatcher fue un Gobierno punk, una rebelión contra el consenso que había dominado la política desde la Segunda Guerra Mundial.
Más claro: “Este contexto deprimente hizo que la defenestración de la imagen que de sí mismos tenían los británicos llevada a cabo por los Sex Pistols cobrara aun más fuerza y diera credibilidad a la prédica opositora: para recuperar la grandeza, era necesario recortar el Estado y el gasto público”.
“Desde 1945, el Gobierno había nacionalizado los sectores clave de la economía (ferrocarriles, el agua, el gas, la electricidad, carbón, acero, líneas aéreas) en aras del bien común” describe en el mismo capítulo. “El de Thatcher fue un gobierno punk, una rebelión contra el consenso que había dominado la política desde la Segunda Guerra Mundial”. Y aprovecha para citar el obituario de Margaret Thatcher publicado en el diario inglés The Guardian: “Los ideales del esfuerzo colectivo y la economía dirigida, empañados por las crisis, quedaron desacreditados en el imaginario popular. Se vieron reemplazados por la política del yo, la desregulación de los mercados y la privatización de activos del Estado como medio para incentivar la prosperidad individual”.
Se trata, siguiendo ese razonamiento, de un curioso caso de ventriloquía política en la que se hace hablar al enemigo, decir, gritar lo que quiere y sacar provecho de eso. Hay más: la campaña publicitaria de ese “invierno del descontento” fue memorable por su slogan “Labour isn’t working”, donde jugaba con la ambigüedad entre el partido oficial laborista, las huelgas recurrentes, el creciente desempleo y la pérdida de valor del salario por la inflación. Sus autores fueron los creativos Saatchi & Saatchi, uno de los cuales (Charles Saatchi) fundó poco después una colección y galería de arte de vanguardia representada en el conceptualista y punk Damien Hirst. Una anécdota singular contada por el artista es que su madre, para frenar su rebeldía adolescente, le prendió fuego un vinilo de los Sex Pistols para convertirlo en florero o centro de mesa.
2. No hay tiempo
El 16 de octubre, días antes de la elección presidencial de Argentina, el inversor tecnológico Marc Andreessen (@pmarca en X), dueño de uno de los fondos de capital de riesgo más poderosos de Silicon Valley, publicó su “Manifiesto tecno-optimista”, que todavía hoy es un hilo de publicaciones fijado. En su proclama, Andreessen cita filósofos diversos para fundamentar su fe inquebrantable en la tecnología y el capitalismo como fuentes del progreso, objetivo casi utópico, aunque descree del término, de la realización de la especie para la que, actualiza, la inteligencia artificial puede ser un nuevo gran paso liberador.
Es un libelo muy interesante, repleto de afirmaciones sin matices, de hipérboles, de citas, unificado por la convicción en el progreso, documentado por un inversor que con sus flujos financieros define el destino de buena parte de las compañías tecnológicas emergentes. Progresismo puro, basado en las libertades financieras. Enfrente, señala a sus detractores, a la reacción: aquellos que, con gusto retro o folklórico, resisten. Los escépticos. Pesimistas. Conservadores del statu quo.
Que el sentido de las libertades, las utopías y el progreso haya quedado en el cuadrante ocupado por “la derecha” y que se opongan a “lo progre”, que en Estados Unidos se asocia a la cancelación y la cultura woke insertada en “la izquierda” llama la atención de analistas y complejiza el panorama para quienes prefieren mantener aquellos cuadrantes ordenadores para parametrizar la mirada política.
Fuimos formados para ser pesimistas. Los tecno-optimistas en cambio creemos en el progreso, y en el crecimiento como base de él’, dice Andreessen.
Algunas citas breves: “Fuimos formados para ser pesimistas. Los tecno-optimistas en cambio creemos en el progreso, y en el crecimiento como base de él. La tecnología, el conocimiento, es la base de ese crecimiento. Y creemos que los mercados libres son la forma más efectiva de organizar una economía tecnológica”. Luego de citar economistas (Adam Smith, Nordhaus, Ricardo), llega al filósofo contemporáneo Nick Land y el concepto de “máquina tecno-capitalista, motor perpetuo de creación material”. La referencia a Land es curiosa: considerado el padre del aceleracionismo, es un filósofo inglés cuyos matices y su encuadramiento ideológico es materia de análisis y tensiones hace décadas. Su texto fundacional Colapso, de 1994, anticipó el análisis de la cultura cibernética y digital de manera poética. Comienza: “La historia dice así: la Tierra es capturada por una singularidad capitalista”.
En español está editado en el esencial volumen Aceleracionismo, compilado por Caja Negra en 2017 en los comienzos de su catálogo Futuros Próximos. Convive ahí con el “Manifiesto por una política aceleracionista”, de Alex Williams y Nick Srnicek (2013), y otros textos selectos. En el texto y entre las citas del propio Land aparece, claro, Marx, y textos como “Fragmento sobre las máquinas” en las que puede considerarse un proto-aceleracionista, con una mirada de la tecnología que complementa o hasta contradice su cosmovisión sobre el capital.
Más allá de los conceptos, subyace el debate de cuál es o debe ser la mirada de “la izquierda” sobre el capitalismo financiero en su fase actual, los intentos luditas vs. abrazar la velocidad emancipadora del cambio. Sobre eso, Land escribe: “La izquierda degenera en colaboración securocrática de unidades pseudo-orgánicas del yo, la familia, la comunidad, la nación con sus estrategias defensivas, represión, proyección, negación, censura, exclusión…” Y acto seguido se pregunta si hay alguna vía de resistencia, y utiliza como respuesta un texto de El Anti Edipo, de otros filósofos “de izquierda” (?) como Deleuze y Guattari: “¿Retirarse del mercado mundial como aconsejan a los países del Tercer Mundo en una curiosa renovación de la solución fascista? ¿O bien ir en sentido contrario? Es decir, ir aún más lejos en el movimiento del mercado. No retirarse del proceso sino ir más lejos, acelerar el proceso”.
“A ver: yo soy especialista en crecimiento, y pertenezco al bando de los que se llaman tecno-optimistas. No sabemos cómo es el futuro pero sabemos que es mejor”, dijo Milei.
Dos días después del discurso del Presidente Milei en Davos, que despertó estupor y curiosidad globales, el propio Andreessen compartió en su cuenta de X un viejo clip ahora viral del mediático Milei en el que, en una mesa televisiva y ante el estupor y la incomprensión del resto de los comensales (entre ellos Carmen Barbieri), se auto definía de este modo: “A ver: yo soy especialista en crecimiento, y pertenezco al bando de los que se llaman tecno-optimistas. No sabemos cómo es el futuro pero sabemos que es mejor. El camino de la prosperidad está asociado a la libertad, no al estatismo, no al colectivismo”.
Volvemos al texto de Andreessen, a su manifiesto: “Nuestro enemigo no es gente mala, son malas ideas. La sociedad actual ha sido sometida a una campaña de desmoralización hace seis décadas, contra la tecnología y contra la vida bajo muchos nombres. La campaña de desmoralización está basada en malas ideas del pasado, ideas zombie derivadas del comunismo. Nuestro enemigo es el estancamiento, el anti-mérito, la anti-ambición. El estatismo, el autoritarismo, el planeamiento centralizado, el colectivismo”.
3. No hay plata
“Buscando money” es el hit en Spotify de nuestro “verano del descontento”, subió al puesto 3 esta semana en Argentina y sigue en ascenso. ¿Es el “no hay plata” Summer Remix? Con su ritmo tech-chengue y su coreo para TikTok, complementa los debates sobre el alfajor Havanna deluxe, los aumentos de la nafta, las tarifas y el precio del boleto, los pochoclos de Pepe Albistur para ver la caída del actual Gobierno (¡cine!), la huelga de la CGT y las marchas contra y las contramarchas de la ley ómnibus. Y, claro está, es el soundtrack de la cancelación de los fondos fiduciarios y del desquiciado ida y vuelta presidencial con la actriz, bailarina y exitosa cantante pop Lali Espósito, sobre el que se ha escrito suficiente.
Aquí, de todos modos, como coda para esta evocación de la anarquía, la frustración, el progresismo reaccionario y el capitalismo progresista, nos detendremos más en la diatriba de Dillom contra el ministro Caputo en el escenario del Cosquín Rock, que encierra, también, sus paradojas. El más punk (yeah!), ingenioso y desprejuiciado trapero de su generación decidió reversionar aquel controvertido “Señor Cobranza”, escrito por Hernán Cabra de Vega, de Las Manos de Filippi, y popularizado luego por Gustavo Cordera al frente de Bersuit Vergarabat (tras un conflicto legal y económico por la autorización de su uso en el que medió, con dólares convertibles, el sello multinacional Universal). Compuesto a mediados de los ’90, es un himno anarco-punk de impronta clasista y piquetera, anti-corrupción, en clave hip-hop latino que denuncia la cleptocracia de una casta de políticos y fue incluido en el álbum “Arriba las manos, esto es el Estado”. Ese disco contiene otros hits del under de aquella década como “Cutral-co”: su estribillo repite “Hay que matar al presidente, ¡hay que matarlos a todos!”. Fue un anticipo, claro, del “que se vayan todos”. También el célebre “Himno del cucumelo” y un hoy improbable “Selección nacional”: “Es un ministerio más del Estado, si el de Educación te embrutece, éste te fanatiza, te nacionaliza. Igual a lo que hicieron los milicos en el Mundial ’78”.
La referencia es simultánea al auge del movimiento punk en Inglaterra. Al hablar de Thatcher, el libro de Stuart Jeffries también señala el asunto Malvinas: unos incompetentes y trasnochados militares septentrionales le dieron la excusa para que la primera ministra pudiera, también, recuperar el orgullo bélico perdido.
Si te gustó esta nota, hacete socio de Seúl.
Si querés hacer un comentario, mandanos un mail.