Me sumo a la campaña para disputar la conducción de la Universidad Nacional de Tucumán (UNT) en los primeros días de enero. Apenas llego me lo digo: quizás este tampoco sea el año en el que definitivamente aproveche cada hora para hacer algo “productivo”. Ahora el tiempo corre de manera distinta y correrá así por cuatro meses larguísimos. Un desayuno de trabajo se convoca para repasar los padrones de docentes, hablar con posibles candidatos o decidir la estrategia para una reunión del Consejo Superior. Pero una vez que se ha llevado a cabo la tarea, la gente no se va; los militantes permanecen reunidos. Se quedan hablando de la elección, regresan sobre los temas que ya trataron, reviven elecciones pasadas o prevén asuntos que tendrán importancia en un futuro próximo.
A veces se mudan a un café y suman a nuevos participantes que estaban en otras reuniones similares. Todos aprovechan la nueva configuración grupal para relatar lo que unos y otros no han presenciado. Aunque sin dudas, cuando termine todo esto, cada uno tendrá algún recuerdo para contar sobre esas extensas sobremesas, lo cierto es que en la mayoría de ellas no ocurre nada particularmente memorable ni disruptivo. Sin embargo, nadie se aburre, ninguno quiere dejar de hablar ni quiere cambiar de tema.
Mi vida es importante, pienso, pero también podemos ganar, ¿o no?
Yo, que soy nuevo en esto, siento que sería apropiado que volviera a mis cosas, pero no puedo irme tampoco. Mi vida es importante, pienso, pero también podemos ganar, ¿o no? Para eso tengo que estar acá. ¿No puede esperar un poco todo lo demás? Cuando logro retirarme y llegar a mi casa, siento rápidamente que cometí un error. Me quedó algo más para preguntar sobre la campaña estudiantil de Agronomía, quiero recibir otra opinión sobre lo que podría pasarnos en Derecho si nos distraemos o simplemente necesito volver a escuchar cómo vamos a ganar tranquilos en Educación Física.
En mayo enfrentaremos al oficialismo que, en su actual configuración, ha gobernado los últimos ocho años, pero cuyos exponentes centrales operan sobre el gobierno de la universidad desde hace más de 20. Para el próximo período (2022-2026) llevan como candidato al actual vicerrector, Sergio Pagani, un ingeniero que goza de considerable respeto como universitario, pero pertenece a una gestión que nosotros consideramos seriamente deficiente. De este lado, Pío Jiménez, contador y decano de la Facultad de Ciencias Económicas, es nuestro candidato a rector y es uno de los principales funcionarios que hizo explícita su oposición a un gobierno universitario que nunca encontró un rumbo, se cerró sobre sí mismo, y, en lugar de escuchar, intentó disciplinar mediante el uso selectivo de los fondos a las facultades con gestiones críticas.
Los pies en la tierra
La UNT entró en un pronunciado proceso de decadencia en este tiempo. Su prestigio y su influencia en los centros con peso político y económico de la región ha disminuido significativamente. Su calidad educativa no corrió una suerte distinta: año tras año, la universidad cayó sin interrupción en los rankings internacionales y la deserción estudiantil se incrementó. Aunque sigue siendo la más grande del noroeste, su oferta académica necesita con urgencia modernizarse y vincularse a los problemas actuales de la sociedad argentina. Hoy en día la UNT es un armatoste gigantesco, con muchas virtudes dispersas acá y allá, pero que no tiene liderazgo ni visión de largo plazo y casi no es escuchada afuera de sus propios claustros.
Hoy en día la UNT es un armatoste gigantesco que no tiene liderazgo ni visión de largo plazo y casi no es escuchada afuera de sus propios claustros.
El oficialismo atinó a responder a esta situación tan sólo manteniendo una forma de gobernar que se venía practicando hace décadas en la UNT: consiste en centralizar el poder en una cúpula sobrefinanciada (que maneja discrecionalmente un presupuesto mayor al doble del de las 13 facultades y las siete escuelas universitarias juntas) y mantenerla despegada del cuerpo institucional y ajena a las necesidades de las unidades académicas. El rectorado no sólo se desentendió de los desafíos que los tiempos le reclamaban a la institución, sino que además aisló políticamente a los decanos de facultades que sí quisieron verlos y que pensaron rumbos nuevos para la gestión de la UNT.
Lo que ocurrió es que esos decanos, además de que señalaron esos problemas, le exigieron al oficialismo transparencia en la administración, le propusieron un manejo más democrático y equitativo del presupuesto y abogaron por que el gobierno de la universidad respete y escuche de verdad a los universitarios. Pío Jiménez siempre estuvo en el grupo que pidió y ofreció cambios. Pero no estuvo solo. Hubo en la dirección de muchas facultades, en sus consejos directivos y en el Consejo Superior personas que quisieron darle una alternativa a la realidad de la universidad. Ese grupo disperso se convirtió hoy en propuesta política y es la nos une para dar esta pelea.
Los jugadores, el juego
Pero los dos queremos ganar: ellos pretenden permanecer y nosotros sacarlos. Si ellos no deberían quejarse de nosotros, nosotros tampoco podemos molestarnos con ellos. A diferencia de otras universidades, como la UBA, donde el oficialismo está muy afianzado, en la UNT casi siempre tenemos competencia en el nivel rectoral. El otro grupo viene ganando las últimas dos elecciones, pero muchos de sus integrantes actuales tuvieron que perder en el pasado antes de formar parte del bando vencedor. Y nosotros, en esta ocasión, a pesar de que las reglas del juego favorecieron al que tuvo el poder, sí vemos una posibilidad de superarlos.
La selección de las máximas autoridades en la UNT, como en muchas instituciones públicas, es a través de la elección indirecta. Al rector lo eligen los universitarios a través de sus representantes. Los cuatro estamentos que componen la totalidad de la comunidad universitaria, docentes, estudiantes, no docentes y egresados, eligen por separado a pares, que los representarán, y que tendrán cada uno un voto para elegir al decano de su facultad y luego al rector de toda la universidad.
La elección empieza por la disputa por los decanatos de las 13 facultades que tiene la UNT. Cada facultad elige 11 consejeros: seis por los docentes, tres por los estudiantes, uno por los no docentes y uno por los egresados. Los candidatos a decano tienen una lista que los apoya en cada estamento y que los votará si sale electa. Así, el decano que gane debe hacerlo, como mínimo, seis consejeros contra cinco.
Las elecciones de los consejeros funcionan de manera bastante similar a una elección directa. Las mesas están abiertas de ocho de la mañana a seis de la tarde y pueden votar todos los que figuren en cada padrón. El escrutinio empieza cuando cierra la votación y al hacerse de noche se van conociendo los ganadores. Las elecciones se extienden por tres días: al final de una semana de contiendas electorales se sabe quiénes serán las 11 personas que integrarán el Consejo Directivo de cada facultad.
Más allá de que después ejercerán como miembros de una suerte de poder legislativo que puede contrapesar al decanato, la primera tarea del consejero es dar el voto por un candidato a decano. En ese momento los consejeros se parecen a los electores de un colegio electoral. Aunque reglamentariamente ellos no tienen el mandato obligatorio de votar por el candidato que apoyaron en la campaña, en la práctica política de la UNT ese acto se siente casi como una obligación. Cuando se conocen los nombres de quiénes son los representantes de cada estamento, ya se sabe quién va a conducir el decanato, incluso antes de que los consejeros lo voten formalmente.
Algunos consejeros consideran que pueden negociar su voto con los candidatos a rector por su parte y abren conversaciones con los dos grupos en disputa.
Así como las fórmulas a decano tienen sus listas de referencia en cada estamento de su facultad, Pagani y Jiménez tienen sus candidatos a decano preferidos en cada una de las 13 facultades. La expectativa es que cada voto que sacó el decano se traduzca en un voto para el rector que aquél apoya. Por ejemplo: en Filosofía y Letras el candidato que apoya a Pagani gana 11 a 0; en Derecho la que apoya a Jiménez se impone del mismo modo y en Ciencias Naturales la de Jiménez vence apenas seis a cinco. Con esos números, el conteo para la carrera rectoral, aislando esas tres facultades, lo da ganando a Jiménez 19 a 17. Es así porque además de los 11 consejeros, en la Asamblea Universitaria (el colegio electoral extendido que elige al rector) también votan los 13 decanos recién electos (en este caso, dos para Jiménez y uno para Pagani).
En la mayoría de los casos esta expectativa se cumple y los votos se trasladan al candidato a conducir la universidad, pero la relación entre consejero y candidato a rector es menos estrecha que entre consejero y decano. Los compromisos explícitos con los candidatos a rector son en general de los decanos; el traslado depende, en primera instancia, de cuánto puede comprometer el decano a sus consejeros a que voten como lo hará él. Algunos consejeros, en cambio, que ya votaron al decano con el que tenían un mandato más directo, consideran que pueden negociar su voto con los candidatos a rector por su parte y abren conversaciones con los dos grupos en disputa.
Esto inaugura una nueva dinámica totalmente distinta en la elección, sobre todo en una competitiva como la que tenemos esta vez: aunque los consejeros ya estén elegidos y se sepa a quien votaron en sus facultades, la victoria en la conducción de la universidad todavía está en juego, porque algunos no consideran que tienen su voto comprometido. Ahora la campaña deja de tratarse de persuadir con propuestas y pasa a ser una serie interminable de llamadas telefónicas, charlas y reuniones para conseguir el apoyo de los representantes que tienen su voto aún “disponible”.
Las manos sucias
Aunque Jiménez tiene ya diseñado un cambio en el sistema electoral que hará directa la elección del rector (pero ponderada: todos votan al rector, pero cada voto no vale uno, sino que su peso depende del estamento al que pertenece) y anulará el negocio individual de los representantes pos-comicios, hoy tenemos que ganar con este. Y nosotros somos culpables del mismo pecado que nuestros rivales: los dos estamos tratando de convencer a los consejeros que estaban tentativamente del otro lado a que se sumen a nuestras filas; a que, en esencia, realicen una traición y la hagan, en lo posible, sin contársela a nadie más que a nosotros. Como los 156 electores de la Asamblea no votan a viva voz, sino con urna y de manera secreta, este paso de bando puede no ser tan costoso.
Algo que aprendí en los meses de campaña es que la política, la buena política sobre todo, siempre te suena un poco mal.
Es probable que a muchos lectores esta parte de la historia les caiga pesada al oído. No es una excusa decir que todos los procesos políticos tienen su instancia delicada, pero, hasta donde sé, es así, y esta es la instancia delicada de la elección de la UNT. Este es el momento en el que tenés que estar dispuesto a hacer cosas que no te va a gustar hacer. Algo que aprendí en los meses de campaña, además de a estar reunido por horas y a disfrutar de perder el tiempo, es que la política, la buena política sobre todo, siempre te suena un poco mal. De hecho, sólo los buenos políticos son capaces de sentirse culpables por meterse en un juego escabroso. Pero se meten igual, porque quieren hacer algo. Un buen político, diría el filósofo Michael Walzer, es el que se ensucia las manos; el malo no, porque no se anima a jugarse de verdad o porque nunca siente que las tiene sucias.
Si bien hay un grupo pequeño que está al mando de esta parte del proceso, muchos nos metemos un poco en el barro. Yo mismo me encuentro respondiendo preguntas sin total honestidad. A un votante antiperonista que no quiere escuchar que a miembros del gobierno provincial le gustaría ver perder al oficialismo de la UNT, le contesto con evasivas cuando me consulta si Juan Manzur está con nosotros. De paso le recalco que los radicales más jóvenes y renovadores de Tucumán nos apoyan y que la grieta nacional no está jugando un papel importante en la pelea por el rectorado, algo que pienso de verdad. Él sabe, por supuesto, que en los medios tucumanos se dice que al Jefe de Gabinete de la Nación le gustaría que ganemos. ¿Pero qué lograría yo subrayando esa versión? ¿Que no nos vote? Yo tengo claro que la candidatura de Jiménez surge de su vocación por cambiar la universidad, por eso se enfrenta a un grupo político que la gobernó de manera arbitraria y poco transparente. Si no fuera así, él arreglaría con ellos y se quedaría tranquilo en su casa, pero está acá. Elijo decir eso también.
Fin de partida
Un par de días antes de la Asamblea, me llega una selfie de un grupo de personas con rostros alegres, entre las que hay militantes nuestros. Lo primero que pienso cuando la veo es: “¿Están reunidos con consejeros? ¿Cuántos votos hay ahí?” Le muestro al amigo que me invitó originalmente a la campaña y que milita desde los 19 años y le hago las preguntas a él. Se ríe y me dice: “Uno, capaz”. No me gusta la respuesta, pero entiendo que le dé gracia: se da cuenta de que la transformación ya se realizó en mí. Veo a las personas y sólo pienso en si son o no votos nuestros. La política te hace eso, y también lo otro, por lo menos a mí: que casi nada me haga gracia.
El final de la campaña se hace difícil. Aunque vamos peleando muy parejo, en los últimos días el oficialismo se muestra muy hábil y desvergonzado a la hora de romper algunas reglas básicas de convivencia política, como imponer autoridades electorales sin consultar o hacer sesionar al Consejo Superior sin tener quórum. Intentamos resistir algunas de esas maniobras, pero al final las hacen pasar sin causar mayor escándalo en la comunidad ni repercusión en los medios importantes de Tucumán. A la par del peso de su poder se siente un poco del clima de resignación que hay en la provincia. A algunos nos gustaría denunciarlos más fuertemente, pero a estas alturas eso sonaría a que estamos inseguros y que estamos por perder. Hay que concentrarse en los votos, nos repiten en los días finales.
Un amigo me felicita por lo cerca que estuvimos. Tengo el espíritu destrozado, pero me siento orgulloso al escucharlo.
En el último repaso, el último día, tenemos los 79 consejeros, el número justo para ganar. Ni uno de sobra. Al día siguiente, el 19 de mayo, sin embargo, en un escrutinio televisado, el presidente de la Asamblea y los dos vocales abren la urna y cuentan 69 para Jiménez y 87 para Pagani. Diez votos que contábamos para nosotros salen para ellos. En el bunker, Pío y Hugo Fernández, el candidato a vice, reciben la noticia con mucha más entereza que yo, que apenas puedo levantarme de la silla. Emocionados y tranquilos agradecen a los que los acompañaron, y luego de una ronda de abrazos cruzan la calle para felicitar a los ganadores, que festejan al frente en el escenario del anfiteatro donde se desarrolló el acto.
No sé si ese mismo día o el siguiente, un amigo que no estuvo involucrado en la campaña me dice, con aprobación, que vio el momento del saludo entre las dos fórmulas también por la transmisión y me felicita por lo cerca que estuvimos. Tengo el espíritu destrozado, pero me siento orgulloso al escucharlo. Una facultad con sus consejeros, un decanato más que apostara por lo nuevo: apenas eso nos faltó. Pero ellos ganaron y nosotros perdimos: hay un punto en que eso es lo único digno que se puede decir.
A los nuestros les toca esperar la próxima vuelta. No sé si yo estaré para otro rodeo de estos, pero muchos de los que estaban conmigo de seguro sí. Quizás tuve suerte, quizás no es lo común, pero en este tiempo anduve al lado de muchas personas que quieren de verdad hacer algo bueno por la universidad y por Tucumán. Probablemente la elección en cuatro años sea parecida a esta; seguirán rigiendo las mismas reglas, porque el oficialismo no será quien las cambie. Pero tendré expectativas igual, porque los nuestros además están dispuestos a jugarse a fondo. Tienen el deseo de cambiar las cosas y la voluntad de meterse, los rasgos que juntos, según Walzer, nos dan a los mejores en esto.
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