Pocos gobiernos en la democracia argentina han evitado caer en la tentación de refundarlo todo, cosa que no sorprende en un país que va de mal en peor y en el que siempre paga la promesa de dejar atrás el pasado.
Pese a este voluntarismo transformador, un dicho de reciente circulación describe bien a la Argentina en pocas palabras: “Si te vas una semana y volvés, te parece que todo cambió. Si te vas 10 años y volvés, te das cuenta de que no cambió nada”. Solo agregaría que lo que persiste es la forma de funcionar de la Argentina. Cada vez estamos peor porque seguimos funcionando (o disfuncionando) siempre de la misma manera más que por nuestra fisonomía social y política, que ha ido transformándose y mucho.
Así, cambian los protagonistas pero no la trama: los militares han dejado de ser un actor político relevante; los sindicatos no son lo que eran; los nuevos movimientos sociales, al amparo del aumento de la pobreza, adquieren cada vez mayor relevancia; luego del “que se vayan todos” se ha pasado a una competencia electoral entre coaliciones, dada la fragmentación de los partidos nacionales y la emergencia de nuevas fuerzas como el PRO. Todo a partir de un generalizado sentimiento “antipolítico”.
Y es sobre esta base líquida que apareció la Grieta, diría que durante el conflicto del kirchnerismo con el campo.
La apelación típicamente radical a la “ciudadanía” y la típicamente peronista al “pueblo” quedan desplazadas por una que, por sí misma, define la liquidez de la política: la “gente”. “La gente” es el protagonista nuevo disputado tanto por los políticos –que ahora se hacen llamar y a quienes se llama por su nombre de pila– como por los medios de comunicación y por los encuestadores, al que tratan de “acercarse” ya sea por representación, por empatía o por metodología.
Y es sobre esta base líquida que apareció la Grieta, diría que durante el conflicto del kirchnerismo con el campo, cuando emergió una protoidentidad “por contra” en clara adopción del principio schmittiano que afirma que la esencia de la política es la relación amigo-enemigo. En esto, como en tantas otras cosas, la Argentina no está sola, ya que por todos lados proliferan las democracias agrietadas.
Dos modos
Todas estas novedades importantes han sido extrapoladas, sin embargo, a dimensiones que muestran en algunos de sus patrones una mayestática estabilidad. Una de estas dimensiones es la electoral, la cual por deducción simple debiera ser una de las más afectadas por las transformaciones de la llamada “nueva sociabilidad”.
Obviamente, el electorado rechaza en su mayoría la anterior identificación partidaria, y esto está en la base de la fragmentación (moderada) de nuestro sistema partidario, cosa que obliga a la conformación de coaliciones. Sin embargo, el análisis de los datos electorales habla de una persistente división del electorado en dos modos, con cambiantes divisiones y uniones internas que, no obstante, no alcanzan para disminuir la marcada frontera entre ellos.
Estos dos modos quedan constituidos por aquellos que no votarían a un candidato manifiestamente peronista y por aquellos que no votarían a un candidato manifiestamente no peronista. Modos que se corresponden con el nivel socioeconómico, tal como Manuel Mora y Araujo describió en su clásico El voto peronista (1980). O sea: los sectores más populares tienden a votar peronismo y los más acomodados, al no peronismo (con todas las excepciones territoriales que se pueden encontrar a esta “tendencia”).
Estos dos modos quedan constituidos por aquellos que no votarían a un candidato manifiestamente peronista y por aquellos que no votarían a un candidato manifiestamente no peronista.
La Grieta, que es un modo de interacción conflictiva entre cierto oficialismo y cierta oposición y va más allá de la política partidaria, encuentra su suelo en esta división entre modos, muy anterior, que tiene su antecedente en la intensa polarización que se dio en el conflicto originario entre peronismo y antiperonismo. Eso nos indica que esta división entre modos es independiente de cómo es procesada en la política, que ha sido operada centrípetamente, como lo intentaron Raúl Alfonsín y Carlos Menem, o centrífugamente, especialmente a partir de Cristina Fernández de Kirchner.
Esta distribución en dos modos refuta la división ternaria con la que se conceptualizó, especialmente durante el gobierno de Cambiemos, al electorado como dividido en tercios: uno simpatizante de las medidas del gobierno, otro opositor a ellas, y un tercero fluctuante que decidía las elecciones. Más bien lo que tenemos es un electorado dividido en dos modos, que a su vez se subdividen en dos: dentro de cada uno de ellos encontramos a quienes se sitúan más en los extremos, protagonizando la Grieta, y los que se sitúan en una posición más centrista pero que aun así no cruzan generalmente esa divisoria modal.
Los números
Algunos ejemplos recientes para fundamentar esta propuesta de análisis: en las elecciones presidenciales de 2015, Cambiemos se impuso por una diferencia mínima al Frente para la Victoria, dando lugar por primera vez a la realización efectiva del balotaje (aunque en 2003 Menem renunció a presentarse en la segunda vuelta y Néstor Kirchner, que había salido segundo, fue presidente por walkover de su contrincante). Un hecho notable de esa elección es que los votantes del Frente Renovador, pese a contar con la información proporcionada por ese “censo” que son la PASO, no hicieron uso del voto estratégico en la primera vuelta y no se dio así el axioma de racionalidad que reza que “para no desperdiciar mi voto, elijo un second best: sustituyo a mi candidato favorito por el que pueda ganarle a la opción que no quiero que gane”. Los votantes de Sergio Massa en la segunda vuelta se dividieron grosso modo en un 60% que votó a Scioli y un 40% que votó a Macri, quien pese a haber salido segundo en la primera vuelta, obtuvo también votos provenientes del GEN de Margarita Stolbizer y así ganó la presidencia.
En las elecciones de 2019, sin embargo, la fórmula Fernández-Fernández alcanzó ya en las PASO 48 puntos, que es lo que Scioli pudo lograr recién cuando el balotaje obligó a los votantes a decidir entre Cambiemos y el Frente para la Victoria. La diferencia fundamental entre una y otra elección es que en el 2019, a diferencia del 2015, el peronismo concurrió unido a las urnas. El electorado potencial del Frente Renovador se dividió así en las primarias y una hipótesis es que, aunque los centristas peronistas votaron a Alberto Fernández, los centristas no peronistas no lo hicieron por la reelección de Macri, dispersándose un tanto el modo no peronista en otros candidatos menores que “caranchearon” el voto de Juntos por el Cambio.
Una elección clave para entender la persistencia de estos alineamientos modales de voto fue la de Gobernador de la Provincia de Buenos Aires de 2015. El sorpresivo triunfo de María Eugenia Vidal fue interpretado en los medios por el rechazo a Aníbal Fernández de los que habían votado en las PASO a Julián Domínguez, a quien venció por solo el 5% de diferencia. Sin embargo, Fernández en la elección general solo sufrió una merma de 70.000 votos respecto del total de los que votaron en las PASO al FPV (3.308.312 en las PASO y 3.230.780 en la general).
El enorme triunfo de Vidal (de 2.449.078 en las PASO a 3.600.312 en la general, superando por 570.000 votos a Fernández) se debió, más bien, al aumento de la participación y los votos válidos en casi 1.000.000 que fueron en su gran mayoría para Vidal, más unos 100.000 votos que migraron dentro del modo no peronista, de Progresistas a Cambiemos.
Para concluir, sintetizando, la continuidad de dos modos electorales, “peronismo-no peronismo” (con sus eventuales divisiones internas), nos permiten hipotetizar que el modo que finalmente logre unificar su oferta triunfará por sobre el modo que no pueda presentar una oferta única. Esto es especialmente para la estrategia de campaña electoral, ya que acentuar las tendencias centrífugas de la Grieta para contentar a los votantes extremos puede alienar a los centristas propios, a la vez que los centristas del otro modo, al tener que optar entre un extremo y el otro, preferirán el propio.
Una estrategia “centrista” como la de Raúl Alfonsín en 1983, la de Mauricio Macri en el 2015 o la de Alberto Fernández en 2019 obliga a los extremos propios a aceptar aun “tapándose la nariz” a votar al candidato propio, dada la tendencia más intensa al voto estratégico de una identidad en contra.
El modo unificado presenta una “coalición probablemente ganadora” (en la conceptualización de Guillermo O’Donnell en el “juego imposible”) si el otro modo se encuentra dividido. Si los dos modos se unifican después de las PASO, será el porcentaje mínimo de swing voters los que decidirán la elección. Si ambos modos van divididos, las elecciones seguramente se decidan en el balotaje con el voto decisivo de los votos fluctuantes.
Por supuesto, las posibilidades de victoria son siempre un gran cemento para cualquier coalición. En realidad, la Marcha Peronista original decía “todos unidos si vamos a triunfar” aunque por razones de rima se redujo al “todos unidos triunfaremos”. Un verso que, en términos de estrategia coalicional, puede ser adoptado, manteniendo un estilo propio, por el modo no peronista.
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