La Gran Batalla del Conurbano, anunciada y acicateada durante días por los propios protagonistas, finalmente no ocurrió. El presidente Milei cerró el miércoles su campaña para las elecciones bonaerenses de pasado mañana en un club de Trujui (Moreno), tierra de calles de barro, casas precarias y prosapia peronista. Repitió su coreografía leonina de 2023 y dijo más o menos lo de siempre, pero logró recuperar algo de aire y cambiar el clima en la víspera de la veda, después de dos o tres semanas en las que no había podido controlar la agenda.
Algo de violencia hubo, escaramuzas aisladas en los alrededores, y también presencias amenazantes (encapuchadas) que contribuyeron al folklore de un acto en tierra peronista para un espacio político que, al menos en su pata bonaerense, es a veces indistinguible del peronismo. Pero nada comparado con el quilombo inevitable al que parecía encaminarse fatalmente la noche. Los canales transmitieron en vivo el viaje de la comitiva desde la civilización a la barbarie. El gobernador Kicillof dijo que no podía cuidar al presidente, a pesar de que su policía controla (o debería controlar) el distrito, y el oficialismo se mandó al fondo del fondo del conurbano casi anunciando (o deseando) un piquete tirapiedras en su contra. Como pasa muchas veces en la Argentina contemporánea, coqueteamos con la violencia pero al final, al borde del desastre, paramos.
Milei fue, conquistó y volvió. Mandó un mensaje: puedo estar en Trujuí a la noche y en Estados Unidos la tarde siguiente: soy bilingüe. Ustedes, mandriles de cabotaje, no pisan el barro ni el cielo.

Quizás para compensar, doble derrota para el Gobierno en la jornada parlamentaria de ayer. El Senado anuló el veto de Javier Milei a la Ley de Emergencia en Discapacidad (63 votos a favor y 7 en contra), y aprobó un proyecto para limitar el uso de los DNU presidenciales (56 votos, a favor, ocho en contra y dos abstenciones), que ahora pasa a la Cámara de Diputados.
Revocado el veto (ni los senadores peronistas se privaron de acusar de bruto e inmoral al Gobierno ni los del PRO en disfrutar del sonido de sus voces declamando discursos buenistas), las ayudas a los discapacitados quedan reactivadas hasta el 31 de diciembre de 2026, con posibilidad de prórroga. Los DNU, por su parte, no van a poder ser más inmensos paquetes abarcativos que acumulan múltiples materias sin debate.
Estamos frente a dos decisiones que buscan “una atenuación del presidencialismo”, como dijo la senadora Alejandra Vigo, miembro informante y presidente de la comisión de Asuntos Constitucionales. Un claro fortalecimiento del control parlamentario sobre el Poder Ejecutivo, una importante traba para un Gobierno que carece de mayoría en el Congreso. Aunque esta interpretación de Martín Tetaz quizás sea también atendible.

Dicen que Argentina es famosa en el mundo por Maradona, Messi, el asado y por haber sido el destino favorito de los nazis después de la Segunda Guerra Mundial. Los peronistas llevan años tratando de relativizar este último punto (argumentando, con razón, que Estados Unidos también importó nazis), pero esta semana la realidad les tiró un baldazo de agua fría: apareció en Mar del Plata un cuadro robado por los nazis a un coleccionista judío holandés en 1940. Se trata del Retrato de dama, del pintor rococó italiano Fra Galgario, que perteneció a Jacques Goudstikker.
Los “dueños” del cuadro son Juan Carlos Cortegoso y Patricia Kadgien, un matrimonio marplatense con un pedigrí algo incómodo: ella es hija de Friedrich Kadgien, empresario y asesor financiero de Adolf Hitler, uno de los cerebros detrás del saqueo de bienes judíos. Cuando terminó la guerra, el hombre hizo la ruta clásica del nazi prófugo: Suiza, Brasil y finalmente Mar del Plata, donde murió tranquilamente en 1978.
El hallazgo lo hizo el diario holandés Algemeen Dagblad, que lleva años siguiendo el rastro de la colección Goudstikker: más de 1200 obras valoradas en unos 500 a 1000 millones de dólares. Lo más delirante es cómo descubrieron el cuadro: una inmobiliaria publicó fotos de la casa del matrimonio para venderla, y ahí estaba Fra Galgario, colgado en la pared como si nada.
Los Cortegoso-Kadgien primero intentaron hacerse los boludos. Después, ya con el abogado Carlos Murias susurrándoles al oído, admitieron que sí, que tenían el cuadro, pero que era una herencia legítima. Demasiado tarde: ahora están con arresto domiciliario por encubrimiento de contrabando. Durante el allanamiento aparecieron más obras antiguas, incluidos dos retratos del siglo XIX que todavía nadie sabe de dónde salieron.
Probablemente el Retrato de dama sea apenas la punta del iceberg, porque Friedrich Kadgien no era un perejil: era la mano derecha de Hermann Göring, uno de los hombres fuertes del Tercer Reich que, después de caer en desgracia con Hitler por sus fracasos militares, se dedicó con entusiasmo al saqueo de propiedades y obras de arte judías. Condenado a morir en la horca tras los juicios de Núremberg, Göring se adelantó con una pastilla de cianuro la noche previa a su ejecución. Para entonces, Kadgien ya estaba cómodamente instalado en Suiza, con la bendición de las autoridades locales.
Es verdad que Argentina no fue el único país que recibió nazis con los brazos abiertos. Pero cuando Adolf Eichmann, otro criminal de guerra que encontró refugio acá, gritó antes de morir “¡Viva Alemania! ¡Viva Argentina!”, algo quería decir.

Todos sabemos que Inglaterra tiene una larga tradición en imaginar distopías de lo más inquietantes, tanto en la literatura como en el cine y las series. Pero, ¿será acaso que la realidad está cumpliendo algunos de aquellos vaticinios? Veamos.
Graham Linehan, un comediante conocido en el Reino Unido, llegó el lunes pasado al aeropuerto de Heathrow proveniente de Arizona y lo recibieron cinco policías armados con una orden de arresto. Su crimen: una serie de posteos en X que las autoridades británicas consideraron “anti-trans”. En el más controvertido de esos tuits, Linehan les recomendó a sus seguidoras qué hacer en caso de encontrarse con un “hombre biológico” en un baño o espacio reservado a mujeres: “Armen quilombo, llamen a la policía y, si todo lo demás falla, le pegan una patada en los huevos”. Comediante o no, a esto se lo consideró una “incitación a la violencia”.
La situación de Linehan no es excepcional. Bajo la excusa de proteger la “seguridad pública”, desde hace varios años las autoridades británicas interrogan o arrestan rutinariamente a la gente por sus expresiones en las redes sociales. Según The Times, la policía del Reino Unido hace más de 30 arrestos diarios por posteos ofensivos. Las manifestaciones contra la llegada masiva de refugiados de otros países y su alojamiento en hoteles, las protestas a favor y en contra de Israel y Palestina, la difusión de miles de casos de mujeres violadas por individuos o grupos identificados generalmente como paquistaníes o musulmanes (casos silenciados por décadas en ciudades de toda Inglaterra) y otros asuntos particularmente urticantes muestran una sociedad dividida y convulsionada. Una a la que sobran motivos para pelearse en redes y en la calle, aunque claro que los arrestos, las multas y las condenas caen siempre para el mismo lado. Y nunca para el correcto.
¿Un ejemplo entre muchos? Hamit Coskun, un refugiado turco de ascendencia armenia y kurda, decidió manifestarse en la puerta del consulado de Turquía en Londres quemando un ejemplar del Corán. Otra persona lo atacó a cuchillazos en represalia por su acción. ¿Quién fue en cana, el “blasfemo” de Coskun o el atacante que casi lo mata? Adivinaste.
Y como si las leyes vigentes no resultaran suficiente combustible para el fuego, el gobierno laborista de Keir Starmer quiere echarle más: pretende aprobar la llamada Banter Bill , una ley que les permitiría a empleados de pubs, restaurantes y otros establecimientos públicos denunciar las conversaciones privadas de sus clientes escuchadas al pasar si acaso les parecieren “ofensivas”. Todos calladitos y a cuidarse, parece ser la idea.
Más allá de las guerras culturales y políticas, de las ofensas online y de los ataques violentos en el mundo real, cada vez más gente (comentaristas destacados y gente común) cree que la interpretación y la aplicación de las leyes británicas están sofocando la libertad de expresión, otrora motivo de orgullo para la tradición liberal y occidental. J.K Rowling, por ejemplo, no suele tener pelos en la lengua, y menos ahora.
¿Será así? Llamen a Orwell, que Britannia está en cualquiera.
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