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Tras cinco meses sin variaciones en el humor social, el Gobierno mantiene su apoyo motorizado por la idea de que lo peor ya pasó. Desde hace cinco meses el humor social de los argentinos ha entrado en una suerte de slow motion. Se hacen correr los fotogramas esperando ver una película y lo que obtenemos mes a mes es prácticamente la misma foto.
Casa Tres elabora el Índice de Irascibilidad social (IDI) para medir la temperatura del humor de la opinión pública mensualmente. Condensando las oscilaciones de nueve variables se obtiene una única magnitud que puede variar de -100, indicando el mayor nivel de malestar y rechazo hacia el Gobierno, a +100, que denota el nivel óptimo de conformidad y apoyo al Gobierno.
Es la primera vez que, en estos 18 meses de IDI, asistimos a la ausencia de variaciones, o variaciones de sólo un punto, durante cinco meses consecutivos. Los argentinos han alcanzado una suerte de meseta emocional.
La esperanza en un futuro económico mejor para el país continúa siendo el principal catalizador del apoyo al Gobierno de Milei, la zanahoria tras la cual se mueve el carro. Los niveles de apoyo a la gestión nacional se mantienen estables, también las expectativas y la valoración de la aptitud del presidente para sanear la economía.
De fondo, en esta película estática, se escucha un sonido rítmico. Por lo pronto, ese pulso se parece menos al tic-tac de una bomba que en un mediano plazo, más tarde o más temprano, explotará, que al latido de los corazones de los argentinos viviendo sus vidas. Vidas que transcurren por un andarivel bastante distante del mundo de la política.
El vocero presidencial Manuel Adorni declaró hace unos días en su cuenta de X: “Hay un sector que sigue sin comprender el verdadero poder del superávit fiscal. Fin”. Lo cierto es que, al menos en la calle, ese poder se entiende como nunca antes en las últimas décadas.
Por un lado, y de manera inédita, la opinión pública reconoce al “ajuste y motosierra” como una de las medidas más populares de este gobierno, sólo apenas superada por la baja de la inflación. Por otro, y muy fundamentalmente, es en los hogares argentinos donde el ajuste opera de manera más palpable. El gasto doméstico inevitablemente debe ser controlado haciéndose sentir la restricción del consumo en el corazón del metro cuadrado.
Vacaciones de invierno
Este último mes, el 85% de los argentinos declara que no se va de vacaciones de invierno. Comparando con 2024, la mitad opina que este año las vacaciones de invierno fueron peores, para uno de cada cuatro iguales, y sólo para dos de cada diez mejores.
La gran mayoría cree que los servicios públicos y alquileres aumentan por encima de la inflación, no llega a ahorrar, y ha resignado servicios o actividades, sobre todo ocio. A la mitad el ingreso familiar no le alcanza, y ha dejado de consumir primeras marcas.
Este virtual acuerdo tácito sobre el valor y la necesidad del control de gastos muestra disonancias. Opinión pública y Gobierno parecen priorizar de manera inversa las medidas para su reducción.
En julio, la única política pro equilibrio fiscal que cuenta con el visto bueno de la mayoría de los argentinos es la disminución de planes sociales. Reducción de subsidios a servicios, privatización de empresas públicas, reducción de empleo o salarios públicos, y mantener las retenciones al campo cuentan con más rechazos que adhesiones. Reducción del presupuesto de la universidad pública, dejar de hacer obra pública, y no actualizar pensiones por discapacidad son medidas que exhiben un amplio rechazo. Finalmente, no actualizar jubilaciones es la decisión que genera más rechazo: nueve de cada diez entrevistados se muestran en desacuerdo.
Los hombres jóvenes continúan consistentemente encarnando el núcleo duro del apoyo al Gobierno nacional mientras que la crispación es cada vez más marcada entre las mujeres. Este último mes, el IDI en mujeres alcanza su mínimo histórico considerando la serie en su totalidad, -25 puntos. Nunca antes las mujeres manifestaron este grado de irascibilidad.
Resintiéndose en el nivel alto y recuperándose en el bajo, las brechas del IDI por nivel socioeconómico se contraen, alcanzado en julio valores por debajo de cero tanto para el nivel alto, medio y bajo.
El Gobierno conserva niveles importantes y estables de apoyo, pero no hay que perder de vista el sacrificio en términos de restricciones por parte de la gran mayoría de los argentinos. Muchos de ellos, casi de manera estoica, continúan renovando mes a mes sus esperanzas en una economía que mejore y más de la mitad considera que lo peor ya pasó o se está dejando atrás en este momento.
Si bien la desaceleración de la inflación es evidente —las menciones espontáneas a la inflación como principal problema prácticamente han desaparecido—, ese alivio no se traduce automáticamente en una mejora del poder adquisitivo ni en una recuperación del consumo. El disfrute y el ocio siguen siendo privilegios reservados para unos pocos, mientras que el costo de vida y el miedo al desempleo escalan posiciones en el podio de las preocupaciones cotidianas de los argentinos.
En un año signado por casi una decena de elecciones locales con niveles de participación marcadamente bajos: cómo se traducirá esta meseta emocional en las elecciones de octubre es uno de los principales interrogantes. Hoy casi la mitad de los argentinos manifiesta que va a votar para apoyar al Gobierno y esto sin dudas es una gran noticia para el oficialismo que lo que pone en juego en el Congreso es mucho menos que el resto de las fuerzas políticas. Pero quizá la pregunta más interesante sea la inversa: ¿cómo impactará el resultado de las elecciones nacionales en el humor social? Un virtual triunfo del oficialismo ¿podría quebrar la estabilidad del sentir social? ¿Podría hacer que la expectativa a futuro se transforme en una exigencia de resultados inmediatos, convirtiendo la esperanza en ansiedad?
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