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En una nota anterior planteaba que nuestra historia ha transitado cuatro grandes trayectorias: liberalismo (1853-1916), nacionalismo (1916-1943), populismo (1943-1983) y democracia (1983-2023). Mi hipótesis sugería que asistimos a un quinto cambio de trayectoria histórica, con enormes y positivas repercusiones para el bienestar de los argentinos, a partir del triunfo de Milei en las elecciones presidenciales. Para complementar esta visión panorámica sobre el futuro del país, resulta necesario adoptar una perspectiva más próxima a la coyuntura, examinar las tensiones de la política actual y sus condiciones objetivas para facilitar una quinta trayectoria histórica, mientras indagamos sobre los riesgos que enfrentará su consolidación.
El primer paso consiste en analizar la situación de las principales fuerzas políticas. El kirchnerismo, forma predominante del camaleónico peronismo durante las últimas dos décadas, atraviesa una profunda crisis. La prisión de su líder ha encontrado una defensa decidida únicamente en las huestes de La Cámpora, mientras gobernadores y sindicatos mantienen una pasividad apenas disimulada. Las graves tensiones entre los grupos de poder en la provincia de Buenos Aires, la pérdida del apoyo de la juventud y de quienes viven sumidos en la pobreza constituyen síntomas nítidos de decadencia que se proyectan sobre el estrepitoso fracaso del último gobierno peronista, cuyos estragos difícilmente serán olvidados por la sociedad.
Por su parte, Juntos por el Cambio, cuya presencia equilibraba el juego político, se desintegró tras una feroz interna entre sus precandidatos presidenciales, el tercer puesto del PRO en las elecciones legislativas porteñas y las oscilaciones de su líder histórico entre apoyar las reformas económicas del Gobierno y constituir una nueva coalición de centro. En definitiva, ninguna de las dos fuerzas políticas que estructuraron la democracia en las últimas dos décadas ofrece hoy una propuesta creíble y confiable para los ciudadanos.
Es sabido que la crisis del peronismo y JxC abrió la oportunidad para que Milei, sintonizando con las demandas ciudadanas tras décadas de frustraciones, canalizara el descontento hasta alcanzar la presidencia en una meteórica carrera política sin precedentes. Vale destacar que, aunque las condiciones objetivas existían, nada habría sido sustancialmente diferente sin la capacidad política de Milei. Marcó la diferencia, independientemente de cómo se evalúe su gestión.
En el centro de la escena
Un año y medio de mandato permite evaluar si aquella capacidad inicial para ganar elecciones se traduce en obra de gobierno. Incluso sus críticos más severos reconocen que ha impulsado reformas profundas —especialmente económicas— impensables años atrás, manteniendo altos niveles de aprobación pese al esfuerzo social requerido. Muchas reformas se lograron con escasísima representación parlamentaria, lo que algunos califican de milagro político. Estos logros posicionan a Milei en el centro de la escena política, tanto por mérito propio como por el descrédito de las fuerzas tradicionales.
El interrogante es cómo evolucionará este panorama. Las elecciones intermedias de octubre se acercan, y analistas y encuestas pronostican una clara victoria oficialista. Aun así, estos mismos observadores calculan que LLA seguirá lejos de obtener los números parlamentarios necesarios para las reformas estructurales que Milei propone y el país requiere urgentemente. Surge entonces la pregunta crucial: ¿qué estrategia contempla el presidente para enfrentar este desafío decisivo para su gobierno y eventual reelección?
La estrategia de la confrontación resultó probablemente la única viable para acumular el capital político necesario para desactivar la bomba de tiempo heredada.
La estrategia confrontativa con políticos, periodistas, artistas, economistas liberales e incluso con Macri y el PRO —quienes respaldan públicamente sus reformas económicas— lleva a muchos analistas a concluir que Milei tiene una personalidad intrínsecamente agresiva, incapaz de modificarse para buscar consensos a partir de 2026. “Milei es así y no cambiará, aunque las circunstancias lo requieran o pierda apoyo popular”, razonan.
Fundamentan esta visión en su explícito afán de librar una batalla cultural contra el progresismo y en la forma implacable con que apartó a quienes cuestionaron sus premisas. Sin embargo, estos críticos saben que el propio Milei ha definido la confrontación como una estrategia deliberada para imponerse al kirchnerismo, fuerza que desconoce los consensos y sólo busca perpetuarse en el poder. Esa estrategia resultó probablemente la única viable para acumular el capital político necesario para desactivar la bomba de tiempo heredada, eliminar el déficit fiscal, reducir la inflación, aprobar leyes fundamentales, iniciar desregulaciones ambiciosas, recuperar el orden público, desarticular el aparato piquetero y restablecer el prestigio internacional. Estos logros devolvieron esperanza a la ciudadanía, palabra clave que sostiene la imagen presidencial.
Los riesgos latentes
En política, un cisne negro puede transformar la aceptación popular de un gobierno. A corto plazo, esto resulta menos probable en el frente interno cuando el gobierno mantiene objetivos claros y resiste los cantos de sirena populistas. Las convicciones de Milei parecen inquebrantables en este aspecto.
Sin embargo, el riesgo se incrementa en el mediano plazo. La historia muestra cómo poderes ejecutivos consolidados enfrentan nuevas fuerzas opositoras. A principios de los ’90, el Grupo de los Ocho —diputados justicialistas disidentes como Chacho Álvarez— se alejó del menemismo, gestando el Frente Grande, luego el Frepaso y finalmente la Alianza con el radicalismo. Esta coalición ganó las legislativas de 1997 y la presidencia en 1999. Nadie lo hubiera previsto tras el triunfo menemista de 1995. Cambiemos surgió inesperadamente y derrotó al kirchnerismo en 2015, triunfó en las intermedias de 2017, pero meses después entró en crisis y facilitó el retorno kirchnerista. El propio ascenso de LLA, sin estructura política, superando a JxC como alternativa al fracaso albertista, confirma lo impredecible de estos procesos.
Actualmente no existen opciones similares frente al poder de Milei, pero podrían aparecer si sectores dispersos se agruparan ante un eventual declive del apoyo popular.
La arena internacional ofrece ejemplos célebres de virajes inesperados. Churchill, héroe nacional por su liderazgo en la Segunda Guerra Mundial, perdió las elecciones británicas de 1945. De Gaulle, igualmente heroico, renunció en 1946, frustrado por no poder influir en la Cuarta República pese a su prestigio.
La drástica reducción inflacionaria constituye un logro formidable, pero la memoria colectiva argentina es notoriamente corta.
Los cisnes negros internacionales plantean desafíos diferentes. El ataque estadounidense a Irán surgió imprevistamente. Aunque la crisis parece atenuarse, resulta prematuro evaluar su impacto local. Nuestra experiencia histórica aconseja enfrentar estas turbulencias con reservas abundantes ante posibles cierres crediticios, fugas de capitales o caídas en los precios de materias primas.
La drástica reducción inflacionaria constituye un logro formidable, pero la memoria colectiva argentina es notoriamente corta. Las encuestas ya muestran que la inflación cedió protagonismo a preocupaciones sobre ingresos insuficientes y desempleo. Sin crecimiento económico generalizado, sostener la esperanza se vuelve arduo. El impacto cotidiano de las exportaciones petroleras, gasíferas y mineras tardará años en materializarse. La esperanza que sustenta al Gobierno y su aprobación mayoritaria podría flaquear eventualmente. Muchos opositores, carentes de propuestas alternativas creíbles, apuestan precisamente al debilitamiento del apoyo social post-octubre.
En este escenario hipotético, ¿bastará la estrategia confrontativa que hasta ahora resultó efectiva en términos prácticos? ¿Qué ocurriría si el Gobierno no lograra aprobar las reformas estructurales con los métodos actuales? ¿Cómo reaccionaría Milei ante un declive del apoyo popular o si la oposición consiguiera aprobar leyes contrarias a su programa?
El dilema interior
Todo depende del presidente. Conservar la capacidad de anticipar problemas potenciales constituye un activo valioso. Sea por la aparición de cisnes negros imprevistos o por la necesidad de consensuar reformas estructurales, Milei se enfrenta a sí mismo. Determinar si la confrontación seguirá siendo efectiva ante cambios en la opinión pública o para lograr acuerdos constituye una reflexión profunda que solo compete al mandatario. Como figura central de la política argentina, de su olfato político depende orientar una quinta trayectoria histórica.
“Milei versus Milei” podría significar integrar al Milei triunfalista que derrotó a la política tradicional y despertó esperanzas, con un Milei capaz de convocar consensos para políticas de Estado perdurables. El Pacto de Mayo representó una iniciativa extraordinaria en esa dirección. Aunque pareció diluirse en el trajín político cotidiano, la convocatoria final al Consejo de Mayo marca el camino indispensable para consolidar esta nueva trayectoria bajo su liderazgo.
Al Milei que arrasó con lo tradicional debería sucederle uno más proclive a forjar consensos y fortalecer instituciones, especialmente el Congreso.
Sería desastroso que la intransigencia excesiva resucitara políticos anacrónicos y fantasmas del pasado. Existen políticos, empresarios, sindicalistas, académicos e intelectuales dispuestos a buscar consensos, aun defendiendo intereses particulares. La estrategia confrontativa fue útil —quizás imprescindible— para superar el pasado de fracasos, pero la exasperación como método permanente inevitablemente se agota en democracia.
Al Milei que arrasó con lo tradicional debería sucederle uno más proclive a forjar consensos y fortalecer instituciones, especialmente el Congreso. Este será su gran desafío desde 2026, aunque el actual desbarajuste opositor sugiera lo contrario. Estas consideraciones pueden parecer prematuras, pero si la misión autoimpuesta de Milei es implementar las reformas postergadas durante décadas, sería riesgoso estimular la aparición de cisnes negros, hoy ocultos pero siempre listos para alzar vuelo.
Parece improbable que Milei sufra el destino de Churchill o De Gaulle, pero tampoco es posible ganar siempre por goleada. La sociedad, como la tribuna futbolística, premia resultados. Excepcionalmente, como ahora, posterga demandas inmediatas para consolidar un equipo capaz de obtener el campeonato. Esto ocurre cuando décadas de frustraciones acumuladas facilitan proyectos de mediano plazo basados en la esperanza.
La pregunta pertinente es: ¿puede ganarse el campeonato sin un equipo integrado por jugadores de diversa procedencia? Este es el desafío de Milei para evitar que las Fuerzas del Cielo queden expuestas a una lucha desigual contra las tentaciones arteras del reino de Hades.
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