BERNARDO ERLICH
Esto no es normal

Prêt-à-porter 2025

El diseñador Willy Chavarria simula presos de Bukele en París mientras vende calzones "sucios" a 400 dólares. La hipocresía de la moda disfrazada de conciencia social.

El sobre no dejaba lugar a dudas.

Era una citación de inmigración para el 27 de junio, un documento oficial utilizado en procedimientos de deportación o detención. La frase estampada también era contundente: “Open immediately”.

Las dudas comenzaban cuando veías dónde tenías que concurrir: 252 Rue du Faubourg Saint-Honoré, París.

“A pasitos del Arco del Triunfo”, diría, si fuera una publicidad argentina de una mercería de la década del ’70.

Es que allá se ubica la Salle Pleyel, un impresionante teatro Art Déco.

Von Karajan, Horowitz o Barenboim dirigieron en esa sala sus orquestas. Su acústica privilegiada no se achicó ante los recitales más modernos de Miles Davis, The Who o Sting.

Martha Argerich hizo ahí su debut parisino y también Arthur Rubinstein tocó el piano allá.

Sí, como el Apolo en el Harlem neoyorquino o el Colón porteño, la Salle Pleyel es un templo del arte.

¿Qué tenía que ver una sala paquetísima del París de entreguerras con una carta de deportación?

Es que en la Salle Pleyel el diseñador Willy Chavarria presentó el 27 de junio su colección Huron en la Paris Fashion Week, el evento más exclusivo de la alta costura francesa.

Sobre una carísima alfombra roja que bajaba desde el escenario, 35 hombres rapados y tatuados, siempre con las cabezas bajas, con camisetas blancas de 100 dólares y shorts blancos, las manos en la espalda, caminaron hasta el final de la alfombra, se arrodillaron en fila mientras sonaba una versión acústica de «California Dreamin’».

¡Guau!

La imagen era clara: ¡los presos de las cárceles de Bukele!

¡Qué jugado, el Willy!

No se anduvo con vueltas y le largó las verdades a la cara al injusto sistema.

Lo de siempre en el bueno de Willy quien siendo hijo de padre “mexicano/norteamericano” y de madre “irlandesa/estadounidense”, habiendo nacido en Huron (de ahí el nombre de la colección), California en 1967 y con su infancia transcurrida en Fresno, sus estudios en San Francisco y sus trabajos en Nueva York, se presenta como “norteamericano/mexicano” aunque nunca vivió en México.

No, no se presenta como “irlandés/norteamericano”. Se ve que mami no tuvo mucho lugar en la machista cultura mexicana.

Lo de los presos de Bukele no es la primera que se manda el Willy para ponerse del lado de las Milagro Sala del mundo y gritar “¡Somos buenos, nosotros somos buenos!”.

Chavarria fue de los primeros en presentar en sus desfiles sólo modelos de color (negro), lo que la prensa especializada como VogueGQ o Interview Magazine aplaudió amorosamente como una muestra de diversidad.

Sí, al contrario de Benetton que te metía la cartuchera Faber con 24 colores en cada afiche, que Willy usara sólo modelos morochos fue aplaudido como “diversidad”. Parece que “diversidad” quiere decir “todos iguales”.

La crítica de moda tiene razones que la razón desconoce.

En estos mismos términos, consiguió el vivo de Willy que la exposición «In America: A Lexicon of Fashion» del Metropolitan Museum of Art incluyera su colección 2018/2019 que tenía la osadía increíble de mostrar banderas estadounidenses al revés. Goza de la libertad de criticar sin vueltas al país donde nació y creció y se hizo un lugar en el difícil mundo de la moda, defendiendo siempre las raíces de un país en el que jamás se le ocurrió vivir. ¡Un loco, el Willy! Ojo, que según ELLE Canadá esto de las banderitas al revés fue un acto político que cuestiona el patriotismo, mostrando que el lujo, para Willy, es una plataforma para la verdad y la crítica social. ¡Tomá mate!

Con tales destellos creativos es fácil ganarse un lugar en el gran mundo del lujo, como cuando al final de la presentación de su colección Tarantula de enero de este año, realizada en la Catedral Americana de París y como parte también de la Fashion Week francesa, puso a todos sus modelos —y a él mismo— frente al altar de la iglesia rezando mientras se escuchaba el sermón que la obispo Mariann Edgar Budde le había hecho tiempo antes a Trump, pidiendo compasión con inmigrantes y con la comunidad LGTB.

La prensa especializada habló de “prendas que combinaban romance y dureza, con tailoring (sastrería) estructurado, workwear (ropa de trabajo) y colores que evocaban una narrativa visual cargada de significado”.

Esa colección, que puede verse en la página del diseñador, ofrece por ejemplo la camisa “Corcoran de Trabajo” negra, mangas cortas, a 750 dólares o jeans carpinteros a 795 dólares.

Es cierto, yo no le encontré la “narrativa visual cargada de significado” a una camisa negra mangas cortas o a un jean marroncito, pero como no soy crítico especializado, me callo.

Igual, me gustó mucho un pantalón “stockton double knee pant peacoat” que ofrece la colección, pero cuesta 1100 dólares y ni con toda la compasión de la obispo por ser LGTB llego a comprarlo. Me hace falta más compasión para entrar al mundo Chavarria.

Maluma en cambio lo debe tener de canje, así cualquiera. El cantante se mostró en la última gala del Met con un traje “Pachuco” de Chavarria que evocaba la ropa de los inmigrantes latinos de 1930.

Lo que no sabemos es si en tan glamorosa noche Maluma usaba los calzones “Dirty Willy Underwear” que el Willy lanzó el año pasado. Sí, es lo que suena: “ropa interior hecha para parecer sucia y desgastada”. O como dijo el New York Times “calzoncillos que parecen haber sido usados intensamente y tirados en la cesta de ropa sucia”.

Dice “intensamente”, piense el lector lo que quiera.

Ojo, esto también tenía una intención de resiliencia y coso. (Aunque ¿qué hay más resiliente que un calzón viejo, perdón si alguno está desayunando?). Según declaró Willy a Highsnobiety (bueno, si no saben qué es Highsnobiety me lo ponen difícil) su intención con estos calzoncillos que parecen “intensamente” usados fue crear prendas “sensuales y audaces” porque según él “la experiencia de la ropa interior es nuestro momento más íntimo al vestirnos y desvestirnos. Queremos sentirnos sexys para nosotros mismos y para los demás”.

Según se ve en su página, los slips que parecen “intensamente” usados te los deja por 350 dólares (en gris o blanco) y los boxers (quedan sólo en gris, parece) en 400 dólares.

Una pichincha, recordá que no son cualquier calzoncillo, parecen “intensamente” usados tirados en el cesto de ropa sucia. Están hechos a mano en Perú con algodón Pima de alta calidad y terminados en Nueva York. No, cómo hacen para que parezcan “intensamente” usados no lo dicen. Y creo que es mejor.

Willy es un genio vendiéndose a sí mismo como el epítome de la conciencia social; un adalid de todas las causas buenas; un abanderado de los pobres dentro de un mundo de supermillonarios.

El que les dice las verdades a los dueños de todo, mientras les vende calzoncillos que parecen intensamente usados.

Llevar sus prendas es demostrar que uno será millonario pero no cualquier millonario. Uno con conciencia social, faltaba más.

Le molestan a Willy, como declaró a El País: “Marcas que venden chaquetas de denim por 3000 o 4000 dólares para hacer que las personas se sientan más valiosas, eso no es lujo”.

Por eso sus trajes de cachemir o terciopelo confeccionados en Milán sólo cuestan entre 3000 y 5000 dólares y en plataformas como Grailed pueden llegar hasta los 10.000 y un vestido de noche de su colección Primavera-Verano 2026, descrito como “al estilo Balenciaga principesco” por El País, podría alcanzar los 5000 dólares o más en el mercado minorista.

Que quede claro.

Declaración de principios.

Me parece maravilloso que alguien quiera y pueda comprarse un Balenciaga principesco.

Más aún porque seguro que a Balenciaga le hubiese encantado. Estaba totalmente en contra del prêt-à-porter y la vulgarización de su marca; le molestaba vender barato; quería que su trabajo se valorara.

Era un artista y exigía ser tratado como tal.

El patatús que le dio cuando vio que en Estados Unidos sus creaciones eran copiadas sin problema por mercaderes sin alma fue apoteósico. Al menos, eso mostraba la miniserie y me encantó. “Sí, lo que hago lo hago para pocos, no lo puede usar cualquiera” dicen que decía.

Nada de hipocresías.

Nada de suspirar por los pobres, como Chavarria, si estás en una industria que es para millonarios.

Por suerte el pobre Balenciaga no vio lo que hicieron con su marca después de muerto. Cualquier chirusa influencer te muestra que se compró un Balenciaga por dos pesos. ¡Dónde fuimos a parar! Como bien decía don Cristóbal, no cualquiera puede llevar un Balenciaga.

A Chavarria, en cambio, la exclusividad —obvia en ropa de más de 1000 dólares— le molesta. De ahí su colaboración con firmas populares como Adidas para quien acaba de presentar las zapatillas Jabbar Low que sólo cuestan 200 dólares. Más baratas que un llavero de 250 dólares que ofrece en su propia página, en donde por suerte también ofrece una remera a 160 dólares con la inscripción “sólo el pueblo salva al pueblo”, en inglés y en castellano, por lo de la inclusión, o buzos verdes que dicen “lechuga” o rojos que dicen “sandía” para mostrar el trabajo de los inmigrantes mexicanos en California. Y para que quede más claro que es en apoyo a los esforzados trabajadores, los buzos vienen con agujeritos, como si se te hubiera enganchado en un alambre de púa. ¿El precio? 685 dólares.

Supongo que un trabajador ilegal en California, un recolector de lechuga por ejemplo que puede tener un sueldo de 15.000 dólares al año no necesitará comprarse ese buzo para tener los agujeritos. Re fashion, el ilegal. Un primor. Por suerte cada tanto Willy hace casting de gente común para sus catálogos y quizás el cosechero de lechuga enganche un currito.

Al usar a J Balvin o Becky G como imágenes de su marca, Willy sabe que está subiendo el precio de sus prendas artificialmente.

Pero él es bueno.

Por eso declara: “Los colores brillantes no son sólo decorativos, son desafiantes”.

No usa colores brillantes porque son brillantes, lindos, atractivos.

No, no le alcanza.

Necesita que sean desafiantes.

Todo tiene que tener una justificación.

Porque lo primero es estar en contra del sistema. Como si la alta costura nunca hubiese usado colores brillantes. Como si la extravagancia no fuera un valor en sí mismo para la alta costura.

Tiene otra declaración que envidiaría el mismísimo Fidel Pintos (mocoso, vaya a googlear): “No me interesa el lujo como símbolo de privilegio. Me interesa el lujo como símbolo de la autenticidad de la propia personalidad. La exquisita sastrería y la artesanía, usadas para elevar la propia intención: eso es poder. Eso es moda”.

Este palabrerío es habitualmente elogiado por Harper’s Bazaar y todo el mundo de la moda, chocho con tener justicieros sociales entre sus filas de terciopelo y perlas.

Chavarria es, mal que le pese —parece pesarle sólo en las declaraciones— una figura fundamental de una industria elitista que depende del consumo de una minoría adinerada.

Claro, se alivian las culpas haciendo buzos con agujeritos porque en el mundo hay gente que lo pasa mal.

Listo, ¡a vender el buzo con agujeritos! Susanitas organizando vernissages para darle un paquete de polenta a los pobres.

Bueno, tampoco hace falta la polenta, con la performance debería alcanzarles.

No, el lujo no es símbolo de autenticidad de la propia personalidad.

El lujo es privilegio vacío y mientras más privilegiado y vacío mejor.

¡Viva el lujo que es sólo lujo, la moda que es sólo moda!

¿Es vulgaridad como dijo Borges y después le copió el Indio Solari?

Sí.

Más vulgar aún es la hipocresía de defender al lujo pretendiendo que es algo que no es.

“El lujo es compromiso social y coso y soy bueno. Eso es lo que les tiene que quedar claro. Soy bueno. Porque tengo raíces y coso. Soy bueno y el lujo es símbolo de autenticidad”.

Lamento decirte, Willy. Auténtico era Balenciaga que no caía en el populismo prêt-à-porter.

¡A bancársela!, como el gran don Cristóbal Balenciaga que nunca se montó en la ola política del momento para demostrar lo que valía.

Pero volvamos al 27 de junio, cuando Willy, la Rosa Luxemburgo de los diseñadores se floreó con los presos de Bukele.

Lo primero que pensé cuando lo vi fue: “Este hombre hizo una performance pero se olvidó de la moda”. La ropa eran remeritas blancas (eso sí, creada en colaboración con la ACLU, American Civil Liberties Union) que de moda, nada. Es la camiseta que te ponés para dormir y de la que no te querés desprender y unos shorts blancos también.

O sea, ok, una performance para demostrar que Bukele y Trump ¡buuu!

¿Pero… y la moda?

Y ahí entendí que la moda era exactamente eso.

La moda de Chavarria y tantos como él, es ser bueno y decir Bukele y Trump ¡buuu! de la manera más banal posible.

Existen las denuncias por condiciones inhumanas en las cárceles de Bukele y las violaciones —muchas veces evidentes— de los derechos humanos.

Es cierto.

También existe la alegría de los salvadoreños por verse libres del crimen organizado y las pandillas MS-13 y Barrio 18.

Existe el crimen organizado del Tren de Aragua y las denuncias sobre muchos inocentes deportados en las peores condiciones desde Estados Unidos al CECOT, la megaprisión salvadoreña, sin posibilidad de queja ni nadie interesado en aclarar su posición.

Existen los matices y el dolor; el encierro y la esperanza; la tortura y el alivio de salir a caminar en un barrio que estaba tomado por el mal extremo.

Todo eso es demasiado pesado y serio como para ser banalizado por un diseñador, tenga este el peso artístico que tenga.

Hay demasiadas contradicciones para resumirlas en un desfile elitista para los ricos del mundo.

Para algunos es interesante ver cómo desde las pasarelas en donde suelen asistir mujeres súper ricas con burkas que jamás podrán usar nada de lo que hay allá pero que desesperan en el Harrods londinense comprando joyas y zapatos (lo vi y todavía no lo puedo olvidar), para algunos es interesante, decía, que se mande ese recordatorio desde allá. Se alegran de que se produzca “la conversación”. Como si el nivel de la conversación producida sea otro más que “¡Mirá vos!”.

Bukele, que es más vivo que el hambre, aprovechó la paliza que le dejaron servida en bandeja y tuiteó “Estamos listos para enviarlos todos a París tan pronto como obtengamos luz verde del gobierno francés”, junto con un video de una mujer llorando tras un supuesto acoso islamista en París, afirmando: “Este es el resultado de glorificar a criminales en París. Quien perdona al lobo, sacrifica a las ovejas”.

El mensaje de Bukele fue festejado por los seguidores de Chavarria, onda “entró la balubi”.

Como colgarse del buenismo hipócrita y banal es uno de los deportes preferidos de la DW (Deutsche Welle, el servicio de radiodifusión alemana), tardaron nada en tuitear: “¿Por qué Bukele amenazó con llevar presos del CECOT a la Fashion Week de París?”.

Otra vez, el arco libre para que Bukele meta el gol. Al toque respondió en X: “¿Amenazó? Jajaja ‘periodistas'”.

Romantizar presos sin distinguir asesinos de inocentes es una manera de perdonar a los asesinos. Y volver a condenar a sus víctimas.

El aplauso final a Chavarria cuando entregó rosas a sus familiares dejó contento a un público que al mismo tiempo se aplaudía y festejaba poder demostrar su bondad con un peaje tan barato.

El mismo efecto que Cate Blanchett desfilando en la alfombra roja de Cannes con un vestido que recuerda la bandera de Palestina.

Moda.

Todo es moda.

La moda de ponerse del lado del que parece bueno.

Aunque no lo sea.

Así sean terroristas que entren a sangre y fuego en la casa de gente que esté desayunando.

Así sean bandas tatuadas que aterrorizaban barriadas pobres durante años.

No importa.

La banalidad es la que decide.

La moda es la que manda.

Jamás reconocerían, los Chavarria y Blanchett de la vida, que nunca salen de su zona de confort.

Que es cómodo usar posturas ya probadas; ideas predeterminadas y contundentes sobre el bien y el mal; que no desafían a nada cuando se hacen los rebeldes en las alfombras rojas.

Lo que no parecen querer entender los Chavarria y las Blanchett de la vida es que todo es la comodidad de la autocomplacencia porque al final, si es moda, no incomoda.

Nunca.

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Osvaldo Bazán

Periodista y escritor. Su último libro es Seamos libres (Del Zorzal).

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