Hace apenas tres meses Pedro Rosemblat no digamos que entrevistó, sino que más bien se pasó una y hora y media haciéndole fiestitas al Chiqui Tapia. Además de la enésima confirmación de que el kirchnerismo es el metro patrón definitivo del error y el ridículo (si un kirchnerista nos dijera que las personas no podemos volar, no quedaría otra que subir a la terraza y probar un carreteo, a ver qué pasa), el encuentro sirvió para que el jerarca de la AFA se explayase a gusto acerca del fútbol, la vida y el universo todo.
Así y todo, Rosemblat se animó a plantearle el reclamo por el formato ridículo de los torneos argentinos. Desde luego, con palabras mucho más suaves y sin aclarar si él compartía ese reclamo. ¿Por qué no tenemos un campeonato de 20 equipos como en la enorme mayoría de las ligas competitivas en el mundo?
Pues bien, el Chiqui será lo que es, pero desde luego que no se sienta “en el sillón de la calle Viamonte” y en su despacho del “predio que la AFA tiene en Ezeiza” por lerdo o ingenuo. Sus respuestas al reclamo de normalidad y competitividad conformaron una clase magistral del sofismo. Entre las razones esgrimidas para justificar sus desatinos, mencionó que los equipos argentinos demuestran su nivel y competitividad con actuaciones destacadas en las copas sudamericanas. Pasando por alto desde luego que todos los campeones de la Copa Libertadores desde 2019 son brasileños, el Chiqui señaló que, por ejemplo, ahí lo teníamos a Central Córdoba de Santiago del Estero (de su cómplice amigo Pablo Toviggino) derrotando como visitante al Flamengo.
Fast forward y Central Córdoba no pudo pasar de la fase de grupos. Flamengo sí lo hizo y además esta semana resultó el ganador de su grupo en el Mundial de Clubes, clasificado a octavos de final al igual que los otros tres equipos brasileños en el torneo. Y los dos representantes argentinos, River y Boca, fueron eliminados con bastante pena y nada de gloria. Ah, pero si Racing le ganó al Botafogo y el Botafogo le ganó al PSG, ¿entonces la Academia está para pelear la Champions League? Bueno, el futbolero argentino promedio aprende como muy tarde a los 7 años que la propiedad transitiva no se verifica en este bello deporte (esa misma propiedad en las matemáticas y la lógica probablemente no la aprenda nunca).
Lo peor de las eliminaciones de los equipos argentinos, en todo caso, no es el flojo nivel de juego ni que hayan desmentido los disparates del Chiqui, sino que nos trajeron fantasmas de lo peor de la historia de nuestro fútbol: triunfos morales, derrotas dignas, “perdimos por detalles”, búsqueda de excusas, victimización (“los poderosos no se bancan que les ganemos”), paranoia. También vimos comportamientos patéticos por parte de jugadores que fueron campeones del mundo en Qatar, similares a los que vemos cada vez más seguido en los partidos de la Selección. Cuando falla el juego, aparecen la prepotencia y las provocaciones. Y quizás lo peor de todo: la insufrible competencia entre hinchadas llevada mucho más allá del ridículo.
En fin, no hay en todo esto nada que pueda sorprender mucho a nadie. Podríamos, en todo caso, recordar esta nota de hace cuatro años que señalaba que los torneos ridículos y la excesiva cantidad de equipos en la máxima categoría del fútbol argentino forman parte de una discusión ya centenaria, siempre con diagnósticos precisos y propuestas de soluciones muy lógicas, pero nunca aplicadas. Sólo queda rogar porque el Chiqui no pretenda demostrar que la emisión monetaria no genera inflación.

La semana pasada dijimos en estas páginas que Trump se iba a tomar dos semanas para ver si entraba a la guerra “cual general Alais”. Tenemos que decir que entramos como caballos, como los propios iraníes. A nuestro favor, podemos decir también que avisamos que el tipo esperaba un milagro: que Irán se rindiera y que eso no iba a pasar. Bueno: no lo esperaba. Boludo no era.
El sábado Estados Unidos lanzó la operación Midnight Hammer, en la que bombardeó las instalaciones nucleares de Fordow y de Natanz y el Centro de Investigación y Tecnología Nuclear de Isfahán con catorce bunker busters, las únicas bombas capaces de destruir lo necesario para acabar con el programa nuclear iraní.
¿Trump había entrado en la guerra, algo que les había prometido a sus votantes no hacer? En realidad, fue un “toco y me voy”, porque apenas terminó la operación, posteó en X: “Todos los aviones están regresando a casa de manera segura. Ahora es el momento para la paz”.
“Paz a través de la fuerza”, proclamó Benjamín Netanyahu , evocando una máxima que se remonta, según cuentan, a los tiempos del emperador Adriano. La ironía es profunda: fue precisamente Adriano quien se propuso erradicar todo vestigio de identidad judía de Jerusalén. Tras aplastar la rebelión de Bar Kojba, prohibió a los judíos el acceso a su propia ciudad, la rebautizó como Aelia Capitolina y erigió un templo a Júpiter sobre las ruinas sagradas del Templo que Tito había arrasado seis décadas atrás. Para completar su obra, borró el nombre de Judea del mapa, reemplazándolo por Syria Palaestina, sin imaginar que este término resurgiría con fuerza dos milenios después, en boca de quienes desconocen por completo su origen y propósito.
Pero basta de clases de historia. Después de unas escaramuzas extra, Trump logró el alto el fuego. El tan mentado “cambio de régimen” con el que algunos se habían ilusionado quedó en stand by. La pregunta, entonces, es hasta dónde quedó dañado el plan nuclear iraní, que era el objetivo primordial del ataque de Israel.
Según el New York Times, que publicó un “informe clasificado preliminar”, sólo se retrasó el programa unos meses. Donald Trump dijo “destrucción total ”. Rafael Grossi, el argentino director general de la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA), que fue quien empezó todo al informar que Irán tenía uranio enriquecido para fabricar la bomba, fue más cauto : “Creo que la palabra ‘destruido’ es excesiva, pero sufrió daños enormes”.
Veremos. Lo que es seguro es que el ayatola va a tener que andar con más cuidado.

Beatriz Sarlo, la más seria de nuestros intelectuales, incapaz en vida de escándalos o pasos en falso, quedó atrapada después de su muerte en un folletín telenovelesco que la llevó, quizás por primera vez, a los programas de chimentos de la televisión abierta.
La noticia la anticipó el lunes La Nación : el encargado de su edificio en Caballito está peleando en la Justicia para heredar el departamento de Sarlo, valiéndose de una nota manuscrita que circuló en estos días y parece auténtica, pero cuya redacción es un poco ambigua. El juez de primera instancia pareció darle la razón al encargado, melodramáticamente bautizado Melanio Meza López, y eso encendió la alerta de un grupo de amigos de Sarlo, quienes tenían planificado vender sus propiedades para financiar una fundación o un centro cultural. Junto con estos amigos está el ex marido de Beatriz, Alberto Sato, que se casó con ella en 1966 y se separó poco después pero nunca se divorció legalmente, por lo cual también reclama derechos sobre la herencia.
El embrollo llamó la atención de los medios y las redes, por sus raros condimentos picarescos pero también por sus componentes de clase: el hombre poco instruido que reclama lo que los académicos de élite, dice, quieren quitarle.
Al mismo tiempo, hay aristas un poco más tristes, como las versiones de que discos y libros de Sarlo y de su última pareja, Rafael Filippelli, habían aparecido en locales de usados en Parque Rivadavia y alrededores. Una sola persona tiene hoy la llave del departamento: Melanio.
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