BERNARDO ERLICH
Esto no es normal

Una reivindicación de El Ñoño

Ser republicano se volvió sinónimo de ingenuidad exagerada y ridícula. Me hace acordar al loco de mi pueblo, que les disparaba a nazis imaginarios.

Puntual, a las dos de la tarde, se escuchaban los disparos.

Nos agarraba siempre en la segunda hora del colegio santafesino, ahí en el borde del pueblo.

Nadie se asombraba; en medio del silencio de la siesta eran ocho o nueve cañonazos. También había algunas palabras pero nunca, nunca, pudimos saber qué decían.

Sí teníamos claro desde dónde salían los disparos.

Un muro de ladrillos viejos y enmohecidos separaba el patio del colegio del lugar del lanzamiento de los disparos.

Ocho o nueve cañonazos y después, las palabras raras y después, otra vez el silencio de la siesta.

Ya sabíamos.

Era El Ñoño, el loco oficial del pueblo, gritando hacia el cielo, apuntándoles a los nazis.

Eso es lo que siempre se dijo en el pueblo.

Que El Ñoño les apuntaba a los nazis.

Los odiaba, como toda persona de bien.

A veces lo veíamos, pelado, barba rala, con la camisa abierta y descalzo. Erguía su rifle imaginario, se lo apoyaba en el hombro derecho, elevaba el brazo izquierdo, cerraba un ojo y con el otro, se dirigía directo hacia la cabeza de Hitler, o de Himmler o de alguno de esos, que él veía en la copa de los árboles.

Nunca conocimos las razones por las cuales El Ñoño (en Salto Grande nadie existe sin el artículo adelante, te lo dice el Osvaldo) descargaba sus gritos terribles, mientras apuntaba a la copa de los árboles hacia el imaginario ejército nazi que, suponemos, veía escondido entre las ramas más altas o en el tanque de agua del colegio.

Durante años estuve convencido de que “Ñoño” era una palabra exclusivamente saltograndense.

Que nadie más que en mi pueblo sabíamos qué quería decir.

Para mí “ñoño”, era obvio, quería decir “loco que pelea a los gritos contra los nazis, puntualmente, a las dos de la tarde”.

Cierto que estoy hablando para citadinos, tengo que explicar la localía de las palabras. Cada pueblo —pueblo como poblado, no como población— inventa palabras propias que son casi desconocidas unos pocos kilómetros más allá. Por ejemplo, tengo absoluta certeza de que si digo “prucho” ninguno de ustedes sabrá qué quiere decir. Pero si en Salto Grande le digo a alguien “¡No seas prucho!” enseguida entenderá que lo estoy tratando de tacaño sin vueltas.

Es que en el pueblo hace muchos años vivió la persona más tacaña que puedan imaginar. Y se llamaba, o le decían, Prucho. El Prucho. No lo conocí. No hizo falta. Sé muy bien qué es un “Prucho”.

Con este bagaje de conocimientos, fue toda una sorpresa con el tiempo descubrir que el concepto “ñoño” era más que “El Ñoño” auditivamente beligerante que conocí en las tardes del pueblo.

Y todo se complica si uno empieza a buscar qué quiere decir Ñoño.

¿Qué es un “ñoño”?

Queda dicho, yo pensé que era “loco que pelea contra los nazis” durante años.

Pero no.

La Real Academia Española dice que es un adjetivo despectivo: “que muestra delicadeza exagerada y ridícula” y da como ejemplo “la nueva serie de dibujos animados es algo ñoña” o “Es una chica mona, pero muy ñoña”.

Ahora, si uno pone “Ñoño” en el buscador de Google, al menos lo que me pasó, fue que me apareció Febronio Barriga Gordorritúa, el Ñoño del Chavo. Como El Chavo y toda su troupe siempre me resultaron sumamente desagradables (comprobación de que soy ñoño, con mi delicadeza exagerada y ridícula) no recordaba el nombre del gordo nerd siempre sonso del que era bien visto reírse.

Claro que si uno se interna en el diccionario de americanismos de la Real Academia la cosa se complica. Un ñoño es una persona adulta con ademanes o vestimenta infantil (¿algo que decir de mis camisas?); una persona estudiosa e inteligente con poca vida social; una persona tímida que tiene problemas de comunicación (de esta me salvé); referida a persona de edad avanzada y gagá (ejem…); referido a un niño mimado y consentido; una persona aburrida; una persona extremadamente gorda (ejem, ejem…); persona aficionada a coleccionar cómics, discos o cromos de personas o temas de la cultura popular.

Bueno, todo eso y hay muchas definiciones más.

Hace un tiempito, el presidente ha venido usando la palabra “ñoño”.

Y la junta con otra ñoñería, la palabra “republicano”.

Lamento decirles, queridos contertulios, que el adjetivo despectivo está bien puesto.

Pensar en la república en esta Argentina 2025 es, como dice la Real Academia, mostrar una delicadeza exagerada y ridícula.

Querer vivir en una república suena a exagerado y ridículo mientras todo apunta muy lejos de los eucaliptos de nuestro Ñoño original.

¿Qué somos, sino exagerados y ridículos, aquellos que seguimos hablando de república en medio de todo este barro?

¿O no vieron a esos compatriotas —mal que nos pese, vamos a decirlo— que se desgañitan bajo el balcón donde han vuelto las oscuras golondrinas?

Ellos dicen, claramente, que no importa que su madre haya robado, que mirá si eso va a hacer un problema, que bueno, que no es el tema, que la proscripción y coso.

No son Ñoños.

Les importan tres belines la República y eso.

Ahí están todos los actores, actorcitos y actorcetes de nuestra perfumada colonia artística diciendo que ella estuvo a favor de los pobres y eso el poder no lo perdona. No se meten en difíciles meandros judiciales, no les importan las pruebas, las rutas que no se hicieron, los ciudadanos que quedaron sin las obras, las 53 obras viales que ganó el exnadie Lázaro Báez de las que sólo terminó 26 y en una sola se cobró lo pactado. No, no es que no las cobró. Cobró más de lo pactado. Sobreprecios de hasta 387%. Pero no importa, preocuparse por eso es de ñoños.

Los actores, actorcitos y actorcetes dicen que ella estuvo a favor de los pobres y con eso ya está.

Lo dicen convencidos, de eso estoy seguro. No son tan buenos actores. No son ñoños.

Culpan a la Corte Suprema como si fuera la Corte la responsable de los desaguisados que se mandó mamacita tobillada, como si tres tipos hubieran decidido todo. Hay carteles pegados en la ciudad de Buenos Aires con burlas a los tres jueces. No tienen ni idea, ni les importa porque no son ñoños, que este es un proceso que comenzó en 2016 cuando el juez federal Julián Ercolini se encargó inicialmente de la instrucción inicial, por lo cual procesó a CFK y a otros imputados en diciembre del 2016 por los delitos de asociación ilícita y administración fraudulenta, procesamiento que fue confirmado por los jueces de la Sala 1 de la Cámara Federal Jorge Ballestero y Leopoldo Bruglia en septiembre de 2017, que fue ratificado por los jueces de la Cámara de Casación Penal Mariano Borinsky y Gustavo Hornos, lo que abrió la puerta para la sentencia inicial de diciembre de 2022 del Tribunal Oral Federal N°2 que condenó a CFK a seis años de prisión con los jueces Jorge Gorini, Rodrigo Giménez Uriburu y Andrés Basso, condena confirmada por la Sala IV de la Cámara de Casación por Borinsky, Diego Barroetaveña y Hornos (que firmó en disidencia porque abogó por incluir el delito de asociación ilícita que lamentablemente no cuajó). Todo esto pasó antes de que la Corte Suprema dejase firme la condena con los votos de Horacio Rosatti, Carlos Rosenkrantz y Ricardo Lorenzetti. Son como Guille, el hermanito de Mafalda que ante el intenso calor decía “¿Culpa del gobierno, verdad?”.

Pero culpan a la Corte y listo.

No es Ñoño el premio nobeludo que, de cuerpito gentil, salió a decir que los jueces fueron nombrados por decreto.

Porque ¿por qué está presa CFK? Por buena, porque no soportan que la gente la quiera a mamacita y porque no quieren que la gente la vote. Porque —dicen los que no son ñoños— si está libre, gana. Como si no hubiera perdido las elecciones de 2013, 2015, 2017, 2021 y 2023. Como si no hubiera decidido ser candidata ahí donde la miseria y el atraso obligan al voto por un paquete de fideos. El único lugar donde hoy podría ganar. Bueno, ahí y en la asociación de actores y músicos y académicos, esos seres iluminados que jamás serán ñoños porque la tienen re clara. Y para ser ñoño hay que estar confundido, hay que creer que somos todos iguales ante la ley y que el que las hace las paga y que si robaste tenés que ir preso. Para ser ñoño hay que querer vencer a los nazis, así sea apuntándoles con una escopeta imaginaria en la tarde santafesina.

Pero bueno, uno es un ñoño comparado con todos esos flequillos que no creen necesario saber por qué está presa. Uno es un ñoño porque cree todavía, con su delicadeza exagerada y ridícula, que cuando uno vota a un legislador por un partido, ese legislador debería quedarse en ese puesto y no cambiarse a otro ni saltar de partido hasta que termine su período.

Uno es un ñoño porque cree que no debe depender arbitrariamente del Poder Ejecutivo nacional premiar o castigar a las provincias de acuerdo a su acercamiento o no a los deseos del poder central.

Uno es un ñoño porque cree que todos deberíamos ser iguales ante la ley.

Uno es un ñoño porque en su delicadeza exagerada y ridícula, cree que está mal interrumpir la tranquilidad de un barrio bailando con tobillera.

Uno es un ñoño porque cree que las formas son importantes y que incentivar el odio hacia el periodismo está mal, siempre, más aún si lo hace la máxima autoridad del país.

Uno es ñoño porque cree que insultar diciendo “mogólico” es de lo más bajo que puede haber, está mal, es inhumano y cruel.

Uno es ñoño porque preferiría que la conversación pública no fuese escatológica, que no haya diputadas con pajaritos en la cabeza y cloacas en la boca.

Uno es un ñoño, haciéndole “¡Pum, Pum!” a los eucaliptos, cuando la maldad pasa por al lado y a nadie le importa.

Uno es un ñoño creyendo en una república en la que la mayoría de sus conciudadanos no cree.

Aceptémoslo de una vez.

La república no le importa a nadie.

Ah, es horrible decirlo, pero si lo tenemos claro dejaremos de sufrir.

Esto no quiere decir que la república no exista.

Sólo que no está en las prioridades de millones de habitantes de esta tierra.

A ver si caemos en la realidad de una vez: estamos en un país en el que había que sacar una ley para que la ciudadanía no vote chorros.

Porque si no, los vota.

Peor aún.

Estamos en un país que ni siquiera pudo sacar una ley para que la gente no vote chorros.

Lo cual me parece muy bien porque ¿quién tiene el derecho de salvar a Argentina de los argentinos?

Si los argentinos quieren votar chorros, idolatrar tránsfugas o reverenciar fisuras, ¿quiénes somos los ñoños republicanos para impedirlo?

Somos ñoños malcriados que tuvimos una infancia con el vaso de leche y las tablas aprendidas de memoria.

Creemos en cosas como el respeto institucional, las normas democráticas y la convivencia entre distintos.

Somos los cuadros del museo de una realidad que nunca existió.

Lo cual es bastante lógico.

Estamos en un país en el que la realidad no existe.

Estamos en un país que alguna vez pensó que podía llegar a ser república.

Sólo quedamos unos cuantos ñoños.

Y ahora se me hace más claro que nunca que no hay Real Academia que valga. La verdadera acepción de “ñoño” seguirá siendo para mí, aquella de las tardes de Salto Grande: “Ñoño: loco que pelea a los gritos contra los nazis, puntualmente, a las dos de la tarde”.

Pero todo es tan maravilloso, tan inesperado, tan irreal, que no es descabellado pensar que algún día veremos caer nazis desde las ramas más altas de los eucaliptos, heridos de muerte por un rifle imaginado.

Y entonces sí, El Ñoño será reivindicado.

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Osvaldo Bazán

Periodista y escritor. Su último libro es Seamos libres (Del Zorzal).

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