Buenos Aires está más cerca de todas las capitales de los países limítrofes que de Ushuaia. Es más, no sólo está más cerca de Montevideo, Santiago de Chile, La Paz, Asunción y hasta Brasilia que de Ushuaia, sino que está incluso más cerca de Lima que de Ushuaia. Antes de que haya quejas, la comparación se hace con Buenos Aires, porque exceptuando dos vuelos semanales desde el aeropuerto de Córdoba, la única manera de llegar por avión a Ushuaia es partiendo de Buenos Aires.
Volar de Buenos Aires a Ushuaia lleva cuatro horas. A Río de Janeiro, tres.
Cuando estás en Ushuaia el norte es Río Gallegos. Nadie en Argentina cree que Río Gallegos sea una ciudad del norte. Bueno, nadie no. Todos los que viven en los 582 kilómetros al sur de Río Gallegos la consideran una ciudad del norte. Es difícil para todos los demás imaginar cómo es vivir en un lugar en donde Río Gallegos es una ciudad del norte.
No se llega por tierra desde Argentina a Ushuaia. Por la ruta 3 se llega hasta el límite con Chile en Monte Aymond, se cruza la frontera y en la Primera Angostura hay que tomar el ferry chileno; una media hora hasta Cerro Sombrero; unos veinte kilómetros por Chile hasta volver a entrar a la Argentina en el Paso San Sebastián.
Viajé por trabajo varias veces a Ushuaia y aunque mi único fanatismo extremo es por el Team Verano, la belleza del lugar me hizo superar cualquier tirria que tenga contra el frío.
Para muchos, como para llegar a Ushuaia hay que cruzar algunos de los últimos picos —bajos— de los Andes como el Paso Garibaldi, la lógica indica que si está del otro lado de los Andes la ciudad es la única ciudad argentina trasandina. Una ciudad chilena de mentirita, digamos. Pero sobre esto hay discusión y parece que la geografía dice que no es así. Igual, muchos ushuaienses me dijeron más con picardía que con precisión, que sí, que Ushuaia es trasandina. También te dicen el primer día en que llegás que no es “Canal de Beagle” sino Canal Beagle. Esto es un mandato, un imperativo local y más vale que lo aprendas. ¿Por qué en todo el país le decimos “Canal de Beagle” a lo que se llama Canal Beagle? Misterio.
Lo que nadie te dice es que el lugar es de los más bellos e increíbles que tiene el país. Ves la montaña entrar en el mar; ves el cielo más limpio que imaginarse pueda; ves centollas vivas en las vidrieras de los restaurantes de la avenida San Martín; ves la hermosa flor de los lupines en increíble paleta de colores crecer salvajes por los baldíos; ves el Monte Olivia desde la Glorieta “Tati Trebuck”, en el Paseo de Las Rosas. Es quedarse ahí y mirar y ya está.
En verano, a las cuatro de la tarde, la hora en que suelen llegar los cruceros, la avenida San Martín se convierte en un interminable recital a cielo abierto. Los músicos salen a las esquinas porque en el breve rato en que los pasajeros de los cruceros andan por la ciudad, dejan sus eurobilletes en los sombreros. Y cualquier pago es poco porque los músicos callejeros ushuaienses son buenos, muy buenos. Y no sólo eso. Son muchos.
No sé qué porcentaje de músicos hay en la ciudad pero me jugaría que es mayor a casi cualquier ciudad de Argentina. Y no sólo son buenos, además, hay de todo. Desde una banda de música country que participó en encuentros de ese estilo en Estados Unidos pasando por excepcionales instrumentistas, folkloristas, músicos clásicos, hasta postadolescentes que quieren morirse tocando ska, buenísimos.
Si andan con un rato libre por Spotify, recomiendo fervorosamente al cantautor Ignacio Boreal, un melodista/letrista ushuaiense como los que ya no quedan en “el continente” que tuvo la posibilidad de que su tema «Cantá» fuera grabado por Sandra Mihanovich porque la cantante con su programa de Radio Nacional llegó hasta allá y lo conoció. Parece que en las largas noches de invierno —con sólo cinco horas de sol por día— los ushuaienses se dedican a la música.
Como buen nacido y criado en la pampa argentina, no considero comida si no me ponés algo de vaca en el plato. Sin embargo, al llegar a Ushuaia, tuve que cambiar mi percepción.
La gastronomía de Ushuaia es todo lo que está bien incluso para quienes arrugamos la nariz cuando pasamos frente a una pescadería. En una ciudad en donde es más fácil encontrar centollas, cordero o merluza negra que lechuga y tomate, no pidas ensaladas. Pasás caminando tranquilo por la ciudad en busca del Canal Beagle (guiño, guiño) y te aparece la vidriera de la parrilla La Estancia con esos corderitos a la estaca ofreciéndose involuntariamente a tu lujuria. O subís hasta Kaupe, la que fuera la casa de Ernesto Vivian, el técnico electricista que un día supo que era chef y con una vista hermosa sobre la ciudad lo escuchás contándote cómo hizo para que eso que los pesqueros japoneses tiraban, la merluza negra, se convirtiera en una exquisitez inusitada. Y si tenés ganas de subir un poco más en el camino al Martial no dejes de entrar en Chez Manu del francés Manú Herbin que un día se enamoró de Ushuaia y abrió su restaurante donde vas a probar lo que la cocina francesa puede hacer con los productos fueguinos como por ejemplo, la salicornia, el espárrago de mar. No creo poder seguir escribiendo sin ir hasta la heladera.
Fui, pero sólo había un yogur descremado. Vuelvo.
No me hagan hablar de la gastronomía de Ushuaia que me pierdo, me estremezco, como frente a la centolla gigante que te atrae desde la fachada de La Cantina Fueguina de Freddy —llena de brasileños sacándose fotos—, la cerveza del Irish Pub, el menú de pasos de Kalma Restaurante con el cachiyuyo, un alga que rompió mis prejuicios. En fin, sé que quedo mal con un montón de lugares que aún no conozco pero ya conoceré, seguramente. Lo que quiero dejar claro es que Ushuaia tiene un nivel gastronómico que poco o nada tiene que envidiarle a Mendoza, punto culminante de la comida en Argentina. Le duela a quien le duela.
Dos de las cosas que te enamoran de Ushuaia están íntimamente ligadas por la historia: la cárcel y el tren del fin del mundo. Es raro decir que uno se puede enamorar de una cárcel, más aún cuando se comprueban las condiciones inhumanas del presidio de Ushuaia. Como Alcatraz en Estados Unidos, o la Robben Island en Sudáfrica, el presidio de Ushuaia fue reconvertido en museo. Y, caso raro en el país, tienen moderno marketing y todo un negocio alrededor con productos atractivos, como una estilización de la ropa de los presos. Con vergüenza admito, sí, me compré una estatuita del Petiso Orejudo.
Ushuaia se fundó para reafirmar la soberanía argentina en 1884 y ya en 1896 llegaron los primeros presos. Pero no había dónde ponerlos, así que fueron ellos mismos quienes debieron construir la cárcel. Madera, piedra y arena eran llevados desde el bosque hasta la ciudad y para eso se creó un xylocarril en 1902. ¿Quién lo movía? Los propios presos que arrastraban los vagones sobre las vías de madera. Pero el sistema era lento y poco seguro. Ya en 1909 se reemplazó por un decauville , un ferrocarril de vías estrechas y así nació “El tren de los presos”, que iba desde el presidio hasta el centro de Ushuaia. Veinticinco kilómetros de belleza helada y muchas veces, para muchos presidiarios, mortal.
Cuando Quique Díaz decidió reabrir el tren en los ’90 sabía que se metía en una difícil. Hubo que rehacer piezas originales, conseguir planos antiguos, convocar ingenieros extranjeros. Hoy funciona en ocho kilómetros con réplica de la original locomotora a vapor Camila. Ese trayecto corto es una de las mejores experiencias que se puede tener en el país.
¡Caramba, esto ya parece una nota paga por Turismo de Ushuaia! Y, para que se enojen unos cuántos ushuaienses, uno de los pocos colectivos que aún no se sintieron ofendidos por algún escrito mío, a partir de ahora es justamente lo contrario.
Llegando por avión o por crucero, lo primero que ves no es una ciudad de ensueño. Lo primero que se ve no es el paraíso que describí más arriba. Lo primero que se ve son las 30 villas miseria que cuelgan de las laderas de las montañas, algunas muy cercanas al glaciar El Martial. Barrios como Obrero, Escondido, El Mirador, sin agua corriente, cloacas, gas o acceso formal a la electricidad convierten a las laderas en un peligro continuo y a la vida de sus más de 5.000 habitantes en una tortura que apenas se diferencia de lo que vivían los presos en el presidio.
En Ushuaia el 40% de la población no tiene acceso a agua corriente y el 50% no tiene acceso a cloacas. Las cifras crecen brutalmente en las villas donde el 92% no tiene acceso formal a agua potable; el 97% carece de red cloacal; el 66% no tiene suministro formal de electricidad y el 99% no está conectado a la red de gas, dependiendo de garrafas o braseros. En pleno invierno tierrafueguense con braseros y garrafas ¿cuánto falta para que explote la chispa de un incendio infernal?
¿Cómo te parece que baja desde las laderas todo lo que debería ir por cloacas?
Las razones de la explosión demográfica no contenida que sufrió Ushuaia tendrán muchas explicaciones y no soy quien para analizarlas. Apenas alguien que fue y vio y preguntó “¿cómo vive toda esa gente ahí?”.
Hoy el 53% de los ushuaienses dependen del trabajo público. Del 47% restante, sin estimaciones oficiales, no llega a 10% quienes trabajan en las empresas de fabricación o montaje de productos electrónicos, ya que la mayoría están en Río Grande.
“Ushuaia es la ciudad del fin del mundo”.
Ese eslogan, solamente, debería servir para cuadruplicar la cantidad de turistas que lleguen a la ciudad. ¿Cómo no vas a tener a millones de personas de todo el mundo que quieran conocer “la ciudad del fin del mundo”? ¿Cuántas “ciudades del fin del mundo” hay? Una sola. Entonces ¿cómo es que no hay lista de espera para venir?
Pero además, ¿quién no leyó a Julio Verne? Bueno yo sí y desde que en la preadolescencia conocí El faro del fin del mundo supe que lo quería conocer. El faro de San Juan de Salvamento, al noreste de la Isla de los Estados, fue construido en 1884 y Julio Verne lo inmortalizó en su novela, publicada póstumamente en 1905, haciéndolo mundialmente conocido. Abandonado por casi un siglo, un navegante francés fanático del libro, André Bronner, decidió que había que volver a levantarlo. Y lo consiguió después de, entre otras locuras, vivir tres meses solo en la inhóspita isla. Hoy no puede ser visitado, pero una réplica del original se ve en el presidio.
¿Por qué digo esto? Porque si tenés el faro del fin del mundo, protagonista de una novela de Julio Verne ¿cómo puede ser que no esté lleno de franceses visitando el lugar? Sí, vienen franceses, pero lo que digo es que daría para una explosión turística con todo el merchandising detrás. ¡Llevate tu farito de recuerdo, tu remera, tu zapatilla! ¡Traé los euros y te doy la linterna!
Como viajero más que como conocedor de los intríngulis políticos y económicos, creo que Ushuaia no explota ni un 20% de todo su potencial turístico.
Leo Di Caprio ganó un Oscar por una película que filmó en Ushuaia. Los fanáticos de las películas suelen ir a los lugares en los que se filmaron.
Julio Verne escribió una novela que transcurre en la zona. Los fanáticos de la literatura suelen ir a los lugares descritos en los libros amados.
Por el presidio pasaron desde uno de los anarquistas más famosos del mundo, Simón Radowitzky —quien no sólo estuvo preso en Ushuaia sino que protagonizó una de las fugas más increíbles de la historia en la ciudad; igual, después lo agarraron ¿adónde iba a ir?— hasta políticos radicales tan conocidos como Honorio Pueyrredón o intelectuales como Ricardo Rojas, pasando por el famoso Petiso Orejudo. Los fanáticos de la historia política argentina suelen recorrer los lugares que la marcaron. Alcatraz lleva más turistas que el Golden Gate en San Francisco.
El tren del fin del mundo es una curiosidad por sus características técnicas. Los fanáticos de los ferrocarriles recorren el mundo buscando cosas así.
La geografía del lugar permite todo tipo de deportes extremos, desde el esquí en Cerro Castor hasta packrafting en el río Olivia. Los fanáticos del deporte suelen buscar desafíos nuevos constantemente.
La gastronomía tiene nivel internacional. Los gordos vamos donde hay comida.
Es cierto, ahí nomás está Punta Arenas en Chile que, con su aeropuerto internacional consigue mayor cantidad de cruceros hacia la Antártida, Eldorado turístico europeo para jubilados con euros. Para ir a Ushuaia hay que pasar necesariamente por Buenos Aires y todo se encarece.
Si los cruceros, esas ciudades gigantes aparcadas al lado de la ciudad se quedan un día más en Ushuaia, sólo un día más, toda la industria turística, desde los catamaranes que recorren islas llenas de cormoranes y pingüinos y lobos marinos y albatros hasta el tren y los viajes en helicópteros y los restaurantes y los músicos, todos podrían vivir mejor.
¿Cómo se consigue? Qué sé yo, no es mi responsabilidad. Yo vengo y cuento lo que vi. No creo que sea fácil, que lo pueda hacer la municipalidad, la provincia o la nación si no trabajan juntos. No creo que lo puedan hacer los privados si el Estado no está presente para ayudar.
Faltará conectividad, infraestructura, inversión, ganas. No sé. Pero sí sé que todo está ahí.
Cuando traten a Ushuaia como el principio y no como el fin del mundo, no harán falta esas empresas que nos obligan a comprar caro lo que el mundo compra barato.
Es la política, estúpido.
Mientras tanto, si podés, ahorrá y andá. No te mueras sin probar centolla.
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