Cuando Lys Assia, en medio de la canción «Refrain», se dio vuelta y le dijo al director Fernando Paggi que empezara de nuevo porque se había olvidado la letra, no imaginaba que estaba cometiendo el primer blooper de una historia que el año que viene cumplirá 70 años.
Lys fue la primera ganadora de Eurovisión, en mayo de 1956.
No fueron muchos los que la vieron por televisión por la sencilla razón de que no muchos tenían televisor en su casa.
Lo interesante del asunto es que sólo 10 años antes, los que ahora se ponían de acuerdo en un concurso televisivo, se habían matado.
Y por millones.
A sólo 11 años de finalizada la Segunda Guerra Mundial, en donde Bélgica, Luxemburgo y Países Bajos estuvieron bajo dominio de Alemania, que a su vez junto con Italia peleó contra Francia mientras que Suiza permaneció neutral, los siete países decidieron mirar para adelante.
Con canciones.
Por eso el primer Eurovisión se hizo en Suiza, en Lugano.
La idea, una utopía romántica, se pudo concretar porque la Asamblea General de la Unión Europea de Radiodifusión (UER) estaba buscando una propuesta que al mismo tiempo restañara las profundas heridas que había dejado un conflicto con entre 40 y 70 millones de muertos creando una comunidad en torno a un hecho artístico, y a su vez dar impulso a la nueva tecnología: que cada europeo tuviera un televisor en su casa era lo que todos los miembros de la UER querían, cosa que veían lejana pero posible.
Cuando la RAI italiana propuso un concurso de canciones estaba pensando en los festivales de Venecia y especialmente en el invencible de San Remo.
La UER aceptó de inmediato y empezaron los problemas. San Remo era hasta entonces un festival radiofónico. Y a pesar del “visión” de su nombre, Eurovisión tuvo en principio un formato radial con algunas cámaras puestas por ahí.
Fue casi experimental.
El nacimiento de la Red Eurovisión para compartir transmisiones de cadenas nacionales fue un hito que presentó no pocos problemas técnicos.
Por supuesto, al comienzo fue el caos.
Austria y Finlandia no participaron porque no llegaron a tiempo con las canciones (ese primer año cada país podía presentar dos temas); además, cada participante tenía dos jurados pero los de Luxemburgo no llegaron a tiempo y los cambiaron por otros, suizos, lo cual derivó en denuncias de trampa (ganó Suiza) más que nada porque los jurados iban, votaban y no presenciaban el escrutinio.
Gran Bretaña, que no participó, quiso sumarse sí a la transmisión pero por inconvenientes técnicos se perdieron casi la primera hora, lo mismo que Finlandia. Para todos los países hubo cortes y momentos en que se perdía la transmisión.
Pero del caos salió la maravilla y el festival se mantuvo en pie y creciendo desde 1956, sólo frenado —como todo el mundo— por el covid en 2020.
Ya en 1957 se fueron solucionando los problemas técnicos y administrativos y los dos objetivos que se había impuesto la UER se fueron cumpliendo. De ahí en más sólo se permitió una canción por país, pero todavía los jurados se verían metidos en muchos intríngulis de difícil resolución.
Todo estalló en 1969, donde no se llegó a las armas pero la tensión se sintió en el ambiente. Es que hubo un imposible cuádruple empate. España, Reino Unido, Francia y Países Bajos se agarraron de las mechas. ¿Cómo cuádruple empate? El tema se complicaba porque según las reglas del concurso el país del concursante ganador es inmediatamente nombrado anfitrión del próximo concurso. Lo hicieron de la manera más simple: un sorteo que favoreció a Países Bajos.
Fue un momento de crisis que hizo que Noruega, Finlandia, Portugal, Austria y Suecia decidieran no participar en 1970. Estaban convencidos de que todo estaba arreglado para que ganaran siempre los mismos.
A pesar de las rabietas, para todos quedaba bastante claro que era mucho mejor pelear con canciones que con armas. Y quizás no casualmente la canción que elevó a Eurovisión en 1974 a la estatura de evento internacional fue la que tiene nombre ligado a una batalla: «Waterloo».
Fue el gran éxito de Abba y desde el escenario de Brighton en Inglaterra saltaron a la fama mundial.
Ahora bien, chiquitita, dime por qué pasó esto.
Quizás porque por unos pocos años la regla impuesta desde el comienzo, que cada país debía cantar en su idioma original para valorizar las lenguas europeas, había sido levantada.
Es que una cosa es decir: “and I have met my destiny in quite a similar way/ the history book on the shelf/ is always repeating itself/ Waterloo” y otra cosa es decir “och jag har mött mitt öde på ett ganska liknande sätt/ historieboken i hyllan/ upprepar sig alltid/ Waterloo” que me asegura Google Translator que sí, que quiere decir lo mismo.
Los BB de ABBA, Benny Andersson y Björn Ulvaeus, compusieron la canción especialmente para Eurovisión. Se habían quedado con ganas el año anterior, cuando en el Melodifestivalen (el encuentro sueco para elegir el representante del país al festival) perdieron con la canción «Ring Ring». Estaban enfocadísimos en ganar y para eso le pusieron a la canción el nombre de la derrota napoleónica: «Waterloo».
No dejaron detalle por ajustar.
En tiempos de glam rock de David Bowie y Gary Glitter decidieron llevar esa estética a las familias y las AA del grupo, Agnetha y Anni-Frid, se metieron unas botas plateadas que hoy harían morir de envidia a cualquier botinera para hacer, en medio de mohínes aniñados, un pasito simple que sería copiado por décadas por todas las tías del mundo en cuanto cumpleaños, bar mitzvah o casamiento estén invitadas.
La frutilla de la torta la puso el director de la orquesta Sven-Olof Walldoff vestido de Napoleón.
¿Cómo no ganar?
La pobre Gigliola Cinquetti con su canción «Sí» tuvo que conformarse con un digno segundo puesto.
De ahí en más todo fue crecimiento.
La televisión ya estaba impuesta.
La música, también.
El éxito de ABBA cantando en inglés encendió algunas luces rojas: ¿no era que íbamos a revalorizar las lenguas europeas?
Así que se volvió a la norma: sólo se cantan en el idioma oficial del país.
Pero eso conspiraba contra el negocio y Eurovisión es, ahora que aflojaron las tensiones de la Segunda Guerra y no hace falta que la gente compre televisores porque, fundamentalmente, el festival se ve en todo el mundo por internet, un gran negocio.
¿Cómo un encuentro de tantos países va a prohibir que la comunicación sea en una lengua que “sabemos todos”?
Así que se levantó la prohibición y cada cual canta en lo que quiere.
A través del prisma del pop se fueron viendo los cambios del mundo. La globalización con su homogeneización lingüística fue uno, pero hubo más.
El Muro de Berlín también se cayó para el festival, permitiendo la entrada de países como Hungría, Polonia, Rumania, Bosnia y Herzegovina, Croacia, Eslovaquia, Estonia y Lituania. Y hasta Rusia participó, pero finalmente fue separada por su agresión a Ucrania.
Que hayan entrado después de la caída de la Unión Soviética sirvió para que esos países postsoviéticos afirmaran su identidad. Gritaron “¡Queremos ser Europa!” cantando y bailando sin necesidad de que la OTAN instalase ningún misil.
El festival del ’90 en Zagreb, Yugoslavia, preanunció con optimismo rápidamente desmentido que las cosas podrían mejorar.
La canción ganadora de ese año, la italiana «Insieme: 1992» de Toto Cutugno, fue la traducción musical de la creación del Mercado Único Europeo y la futura Unión Europea. Ese optimismo post caída del muro, donde todos éramos ingenuos y buenos y lo que se venía iba a ser mejor, se representó en canciones como la alemana «Frei zu leven» (Vivir libremente) que hablaba de la reunificación del país y la irlandesa “Somewhere in Europe”.
¿Son buenas las canciones de Eurovisión?
Hay de todo. El pop bailable más intrascendente fue ganando espacio con el tiempo, pero algunos destellos de mixtura pop con aires folklóricos balcánicos o rocks inusitados dan el toque de novedad que el festival siempre aporta. Igual, muchas veces son insoportables, pero el despliegue escenotécnico que las rodea bien vale cerrar los oídos.
Lo que es innegable es la presencia LGTB en el festival.
Hay luces, hay colores, hay brillo y hay alegría, ¿cómo no va a haber gays si originalmente la palabra “gay” significaba “alegría”?
Lo que venía siendo un noviazgo con todas las de la ley se convirtió en matrimonio (igualitario, claro) en 1998 cuando Dana International, enfundada en su maravilloso vestido de Gaultier, gana el concurso con la canción «Diva».
Dana, trans israelí cantando en hebreo, se convirtió en un símbolo de los derechos humanos y la inclusión.
Obviamente, Israel no es un país europeo pero Eurovisión no se ciñe solamente a países europeos. Hay otras razones por las cuales un país puede ser participante, por ejemplo las emisoras nacionales que son miembros activos de la EBU (European Broadcasting Union, la alianza de medios públicos de comunicación que dio origen al show). Así participan Chipre, Azerbaiyán, Armenia o Israel. Australia, por ejemplo, participó porque fue invitada. Hace poco se comentó que Chile tenía ganas de ser invitada a participar ya que el concurso es muy popular por aquellos lados.
Volviendo a Dana International, es muchísimo lo que la comunidad gay mundial debe agradecerle a Israel por haber dado ese paso de visibilidad.
Estamos hablando de 1998, a ver si nos entendemos.
Por eso es más incomprensible lo que está pasando en estas dos últimas versiones, después de la masacre que Hamás le propinó a Israel el 7 de octubre del 2023.
Gays, lesbianas, trans y cantantes de género fluido se sumaron el año pasado al escarnio a Eden Golan, la chica de 20 años que presentó su canción en medio del mayor desprecio de gran parte del colectivo LGTB. El equipo de Eden la hizo ensayar con abucheos porque sabían que eso iba a ocurrir. Y ocurrió. Los gays presentes en el show en Malmö se sumaban a la campaña islamista contra el único país de Medio Oriente en donde Eurovisión podría ser realizado.
¿Se habrá pensado el ganador del año pasado, el suizo no binario Nemo, que podría pasearse con su pollera flúo por las calles de Gaza? ¿Qué recibimiento esperará de los simpáticos muchachos que arrastraron a los chicas y chicos que bailaban despreocupados en la fiesta Nova?
El año pasado Käärijä, el finlandés que había salido segundo en el 2023, en un momento de distensión en los ensayos, tuvo un baile simpático con Eden, la chica israelí. Bailaron, como dos jóvenes despreocupados. Alguien grabó el momento y lo subió a redes. El acoso brutal que sufrió Käärijä —hasta ese momento, un simpático cantante querido por todos— por haber tenido la osadía de bailar con una judía fue tal que tuvo que pedir perdón en redes y pedir que bajaran el video.
Por bailar con una judía.
Este año todo empeoró.
La participante israelí de este año es Yuval Raphael, una chica de 24 años que comenzó su carrera como tantos artistas actuales en un programa de concurso televisivo.
Hoy Yuval se enfrenta a 70 ex participantes de Eurovisión que firmaron una carta contra su participación; a amenazas en la alfombra roja; a silbidos y abucheos en los ensayos.
¿Su crimen?
Ser judía.
Pero claro, el 7 de octubre de 2023, Yuval estaba con sus amigos en la fiesta Nova cuando vieron llegar desde parapentes, motos y camiones a los terroristas. Se escondió con decenas de personas en un bunker al costado de una ruta. Los terroristas palestinos dispararon repetidamente sobre el lugar y tiraron bombas que mataron a mucha gente dentro del bunker. Yuval permaneció más de ocho horas aplastada por los cuerpos de los muertos antes de ser rescatada.
Imagínense si el abucheo de algunos LGTB confundidos le van a hacer mella.
Así como Eurovisión de la posguerra mostraba el sentimiento de un continente que necesitaba lamer heridas; el de los ’80 fue el de la apertura de la caída del muro y el festejo de la diversidad; el Eurovisión actual también muestra, a su manera, el contexto en el que se mueve.
El del islamismo manchando Europa, cooptando ingenuos, convirtiendo en cómplices a quienes serán sus obvias víctimas.
Esta tarde, cuando haya una nueva edición de Eurovisión, veremos un puñado de canciones, la mayoría bastante mediocres por lo que se pudo escuchar de las finalistas, y un montón de neonazis tuiteando sin parar.
El festival más gay de la historia a favor de terroristas homofóbicos.
La tendencia suicida occidental en todo su esplendor.
El problema no es Eurovisión.
El problema es Europa.
El mundo que conseguimos, 70 años después.
Y Yuval cantará no porque tenga respuestas sino, simplemente, porque tiene una canción.
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