BERNARDO ERLICH
Esto no es normal

Francisco tuvo la despedida que se merecía

La hipocresía de los que lo criticaban cuando era Bergoglio y lo elogiaron cuando fue Papa es la misma que mostró él frente a los problemas del mundo.

Francisco puede descansar en paz.

Su despedida estuvo a la altura de sus principios y valores. Fue la despedida más hipócrita que se recuerde, en consonancia con una de las personalidades más hipócritas del siglo XXI.

O quizás, no lo sabemos, Jorge Bergoglio, además de sus promocionadísimos viajes en la línea A de subte, usó también el ascensor de Severance (para quienes no vieron la serie, subís a ese ascensor y, cuando bajás y entrás a la oficina, no recordás nada de tu vida anterior, de tu “fueri”; pasás a ser un “dentri” con una vida en blanco. La cuestión se revierte cuando volvés al ascensor, dejás tu “dentri” en la oficina y sale tu “fueri” a vivir la vida común, sin que “fueri” o “dentri” sepan nada del otro, aun siendo la misma persona).

Sería la única explicación racional —imaginate—: entró al cónclave siendo el obispo reaccionario Jorge Bergoglio —su fueri, digamos— y salió hecho el Papa del amor por la diversidad y coso —su dentri, digamos.

Tal metamorfosis confundió de plano al kirchnerismo de la época, que criticó al dentri como si fuera el fueri.

Le tiraron con de todo: “El tribunal que investiga la causa sistemática de robos de bebé le hizo lugar al pedido del fiscal Nickinson, donde dijo que Bergoglio tiene cosas que decir”, dijo una justiciera Cynthia García a un atribulado Víctor Hugo Morales, quien recordó que Estela de Cuadra, hija de una de las fundadoras de Abuelas, denunció a Bergoglio como mentiroso, al decir que sólo se enteró del robo de bebé hace 10 años.

La señora de Cuadra mostró una carta dirigida a Bergoglio en plena dictadura, donde constaban los robos de bebés, y contó un encuentro del fueri de Bergoglio a fines de los ’70 con su papá, en donde éste envía al papá de Cuadra a hablar con el salesiano Mario Picchi, que en realidad era un service de los militares. Página/12 también se hace eco del asunto y la nota continúa ahí.

Hoy Estela de Carlotto dice: “Se fue uno de los buenos, no va a haber otro igual”. Y Cynthia prendió todas las velas de la viuda y dijo: “La salud de nuestro Sumo Pontífice ingresó en un proceso inevitable de deterioro a partir del disgusto que para él significó la llegada de un gobierno represivo como el de Milei”.

Víctor Hugo Morales parece que hizo autocrítica y afirmó que los “peores feligreses fueron los argentinos poderosos que lo combatieron y falsearon hechos”. ¿Él, ponele?

Volviendo al momento del anuncio, rápidamente el kirchnerismo entendió que le convenía más apoyar al dentri que pelearse con el fueri y decidió meterse de lleno en el ascensor de Severance.
Todos olvidaron todo.

No se explica de otra manera sino que la persona que el 30 de septiembre del 2013 en una entrevista dijese, refiriéndose a los homosexuales, “¿quién soy yo para juzgar?”, fuese la misma que sólo unos años antes había dicho: “La boda gay es la pretensión destructiva del plan de Dios”.

Así que a la pregunta del dentri “¿quién soy yo para juzgar?” se le podría responder: tu fueri.

De hecho, en su famosa carta a los cuatro monasterios de la ciudad en pleno debate sobre el matrimonio igualitario, mezcló sin dramas los misterios de la fe con los avatares mundanos del día a día. Argentina hervía en 2010 con las discusiones sobre el asunto. Y Bergoglio aprovechó su poder de autoridad eclesiástica para presionar a los legisladores. Eso de a Dios lo que es de Dios y al César lo que es el César nunca fue muy cierto.

Las llamadas fueron constantes.

“No se trata de un mero proyecto legislativo (éste es sólo el instrumento) sino de una ‘movida’ del padre de la mentira que pretende confundir y engañar a los hijos de Dios”, dijo quien ahora es celebrado como el Papa de la apertura y la inclusión.

O todos entraron en el ascensor o todos son una manga de hipócritas del primero al último. No es muy difícil ver cuál es la respuesta más sensata.

Sí, los gestos, las fotos con las trans, pirí pí pí.

Eso fueron sólo gestos.

Lo real fue mandar esa carta para incidir claramente en la realidad de este país y, a pesar de lo que dijeron, que la carta era sólo privada para contarle a las monjitas de clausura lo que estaba pasando (me lo aseguró en la pantalla de TN el inclasificable Gustavo Vera), lo cierto es que se leyó en más de una parroquia en los movidos meses antes de la salida de la ley, ante fieles atónitos y aterrorizados. En ese momento cada gay pasó a ser un enviado del diablo. Gracias, Jorge.

Siendo superbuenísimos, admitamos que Bergoglio cambió de idea.

Ok, es raro, pero admitamos. ¿Por qué no pidió disculpas? ¿Se arrepintió alguna vez de lo que había hecho y dicho en contra de la comunidad LGBT? ¿Por qué no lo dijo?

Es más, él mismo dijo que debería la iglesia dar disculpas: “Creo que la Iglesia no sólo debe disculparse… no sólo deben pedir perdón a esta persona que es homosexual a quien se ha ofendido, sino que tiene que pedir perdón a los pobres, a las mujeres explotadas, a los niños explotados por su mano de obra, tiene que pedir perdón por haber bendecido muchas armas”.

Bueno, dale, empezá vos, acá estamos, a la salida del ascensor esperando las disculpas.

En realidad, no somos muchos los que esperamos; gran parte de la comunidad LGBT también se sumó a los llantos hipócritas porque coso.

Pero, se sabe, los dentri suelen tener problemas. A veces les quedan recuerdos del fueri y ahí te quiero ver.

Debe ser lo que le pasó en enero del 2015.

A las 11.30 de la mañana del 11 de enero del 2015, los hermanos franceses de origen argelino Saïd y Chérif Kouachi entraron en la redacción de la revista Charlie Hebdo en París armados con rifles de asalto Kalashnikov, chalecos antibalas y granadas.

Estaban reofendidos los pibes.

La revista había tenido la osadía de publicar caricaturas de Mahoma.

Por eso, gritaron “Allahu Akbar” y mataron a doce personas, entre ellos el director de la revista, Stéphane Charbonnier, y a los caricaturistas Jean Cabut y Georges Wolinski. También mataron a un policía, Ahmed Merabet, ejecutado en la calle. De paso, hirieron a once personas más.

Ahí empezó la fuga de los simpáticos hermanitos, que fueron encontrados en el noreste de Francia, donde fueron abatidos. Un cómplice de los chicos, Amedy Coulibaly, mató a una policía en Montrouge y tomó rehenes en un supermercado kosher en París, matando a cuatro personas.

Resultado de la ofensa por las caricaturas: 17 muertos y 22 heridos.

La respuesta del Papa no se dejó esperar. Sólo cuatro días después de los asesinatos, de cuerpito gentil, salió y dijo: “No se puede provocar. No se puede insultar la fe de los demás. No se puede hacer burla de la fe. Si mi buen amigo, el doctor Gasbarri, dice una maldición contra mi madre, puede esperar un puñetazo. Es normal”.

Dijo “es normal” y sonrió.

La brutalidad de la afirmación es tal que cualquier análisis es banal. A menos que se tenga la intención profunda de mirar para otro lado.

“Bueno, hicieron una caricatura, que se jodan”.

Y así justificó 17 muertos y 22 heridos.

Por eso suena tan hipócrita toda esa sarta de lloronas que hablan de alguien cercano a la gente. ¿A qué gente? ¿A los que se creen con derecho a matar porque no les gustó una caricatura?

Claro que si el presidente le dijo al Papa lo que le dijo y ahora dice lo que le dice, hay piedra libre para todos. CFK y Milei, La Cámpora y Marra, Víctor Hugo y Estela de Carlotto.

En junio del ’14 el Papa recibe en el Vaticano con alegría a Milagro Sala y su colorida y nutrida comitiva.

Hermoso.

Detenida en 2016 por corrupción, extorsión, asociación ilícita y fraude a la administración pública, la señora Sala recibe un rosario de “Su Santidad”, pero no le alcanza y le escribe manifestándole lo mal que la trataban.

Pobre, dijo el Papa, y le escribió el 5 de mayo del ’17: “Sé que el momento por el que está pasando no es fácil. Me he informado de algunas cosas y comprendo su dolor y su sufrimiento. Quiero asegurarle que la acompaño con mi oración y los deseos de que todo se resuelva bien y pronto”.

Se entiende, la religión es un gran consuelo para quienes sufren y Sala estaba sufriendo.

Lo que no se entiende es por qué no le respondió a Soledad Mendoza, Víctor Mendoza, Ivana Velázquez, María del Carmen González, Rosa Fernández, Rosalía Reyes, Martín Flores y Elsa Moya, del grupo Comité de Víctimas de Milagro Sala, que le envió una carta el 29 de mayo de 2017, en donde expresaban “desconcierto y desánimo” por su apoyo a su verduga.

Le pedían una audiencia para contarle de primera mano el miedo y la angustia que les había causado la Milagro.

¿Respuesta?

Cero.

En diciembre del ’21, la agrupación Jujuy con Esperanza y Paz vuelve a mandar una carta, reiterando audiencia para relatar los “padecimientos” sufridos, describiendo el “terror” causado por Sala y la Tupac Amaru.

¿Respuesta?

Cero.

No es cierto que este Papa rebueno siempre estuvo a favor de las víctimas.

Lo de las víctimas de Sala no fue la primera vez, ni la última.

Tuvo dos reuniones con dictadores cubanos, Fidel Castro y Díaz Canel. A los besos. Sin embargo, las organizaciones de derechos humanos y de familiares de víctimas de la dictadura jamás fueron recibidos, pese a sus insistentes pedidos.

En su enorme narcisismo, Francisco se auto felicitó por la liberación de 553 presos que hizo Cuba en “el espíritu del Jubileo de 2025”, pero nada dijo de que el Movimiento Cristiano Liberación calificó a las liberaciones como un “intercambio” para obtener beneficios económicos de Estados Unidos, más que un gesto humanitario. Mucho menos reconoció que, de todos esos presos, no llegaron a 30 los que efectivamente eran presos políticos.

Ojo, no es que no recibiese a familiares de víctimas de dictaduras. Lo hizo si las dictaduras eran de derecha, como las de Chile o Argentina. A las de izquierda no las contempló. Por eso pudo bendecir alegremente a Maduro y no nombrar ni una sola vez a El Helicoide, el mayor centro de torturas de su continente.

Nada.

Hasta el líder socialista Felipe González acaba de confesar que le pidió expresamente a Francisco que intercediera por los torturados de Venezuela, varias veces. Hasta le envió, dijo, una larga explicación de cómo su intervención podría ayudar a esas víctimas.

¿Respuestas?

Cero.

Putin hizo que Rusia invadiese Ucrania y provocó —y provoca— miles de muertos civiles apuntando directamente a sus ciudades.

¿Cuántas veces el Papa responsabilizó a Putin?

Cero, claro.

Sin embargo, volvió con la idea de pollerita corta que ya había usado en el caso Charlie Hebdo. El 3 de mayo del ’22, en el Corriere della Sera , dijo: “No sé si la OTAN ladrando a las puertas de Rusia provocó la reacción del Kremlin, pero quizás lo facilitó”.

El 4 de abril del ’22, mientras el mundo se enteraba de las atrocidades que el ejército ruso había hecho en Bucha, Jarkiv o Mariúpol, Francisco tuiteó: “Hay que llorar sobre las tumbas. ¿No nos importa la juventud? Me adolora (sic) lo que sucede hoy. No aprendemos. Que el señor tenga piedad de nosotros, de todos nosotros. ¡Todos somos culpables! #Paz #Ucrania”

¿Queda claro?

Mientras se descubrían fosas comunes de civiles ucranianos torturados por el ejército ruso, bajo orden de Putin, el bueno, el samaritano decía que “y, loco, todos tenemos un poco la culpa, viste?”

No, yo no tengo nada que ver, Francisco.

Fue Putin y el Papa, que es una voz escuchada, debía haberlo gritado.

Pero cómo lo iba a hacer si tiempo después, el 25 de agosto del ’23, por videoconferencia en el X Encuentro Nacional de Jóvenes Católicos de Rusia, celebrado en la Basílica de Santa Catalina en San Petersburgo, les dijo a los muchachos rusos que lo escuchaban: “Nunca olvidéis vuestra herencia. Sois los herederos de la gran Rusia: la gran Rusia de los santos, de los gobernantes, de la gran Rusia de Pedro el Grande, de Catalina II, de ese imperio, grande, educado, de tanta cultura y de tanta humanidad. Sois herederos de la gran madre Rusia, por eso, continuad adelante”.

Alabar la herencia de un imperio culto y humanista cuando ese imperio está bombardeando civiles no parece un acto de consuelo para las víctimas.

Que se lo hicieron saber, claro.

Oleh Nikolenko, portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores ucraniano, las calificó de “muy desafortunadas”, sugiriendo que promovían el “imperialismo ruso”; el arzobispo Sviatoslav Shevchuk, líder de la Iglesia Greco-Católica Ucraniana, expresó “gran dolor y preocupación”, temiendo que inspiraran ambiciones neocoloniales, y planeó discutir el tema en un sínodo en Roma.

Polacos, bielorrusos, lituanos le recordaron que ellos vienen luchando contra las arbitrariedades de ese “imperio humanista” hace años.

En cambio, los medios rusos lo felicitaron por reconocer los valores imperiales.

Por supuesto, en la lógica Bergoglio de todo esto, dijo que bueno, que no quiso decir exactamente eso, pero cómo son, che, se agarran de cualquier cosa. Dijo “imperio”, pero no por “imperio” sino que por coso.

La organización terrorista Hamás entró el 7 de octubre a Israel. Mató, torturó, violó a más de mil personas que estaban despertando o desayunando o en una fiesta.

No hay una sola transcripción oficial del Vaticano en donde conste que el Papa haya nombrado a Hamás. Siempre habló —al menos oficialmente para el Vaticano, no en reportes periodísticos o reuniones privadas con rehenes o con palestinos— de “terrorismo” u “organizaciones terroristas”. Que es como decir que el Holocausto fue provocado por un ejército y no nombrar a los nazis.

La excusa, siempre, es la neutralidad para poder servir como canal de comunicación entre partes en conflicto.

El afectuoso saludo de Hamás y la recordación cariñosa de su figura, con motivo de su muerte, deberían acabar con esa excusa para siempre. Y, por otra parte, neutralidad que no sirvió para liberar rehenes, ni para frenar a Maduro o a Putin. Sólo sirvió para quedar bien con todo el mundo y recibir los saludos mortuorios que hoy recibe.

Los torturadores del 7 de octubre le agradecen al Papa los esfuerzos por la paz.

El chiste se cuenta solo.

Pero no es un chiste.

Como no lo fue el niño Jesús envuelto en una kufiya , el pañuelo palestino de la resistencia que el Vaticano expuso esta Navidad. Pocos saben que ese pesebre fue regalado por el Comité Presidencial Superior para Asuntos de las Iglesias en Palestina, integrante de la Organización para la Liberación de Palestina.

Y el gesto no fue un chiste porque, en medio de la ola de desinformación de los militantes propalestina, se está intentando instalar que Jesús fue palestino. Desde el amigo (de Francisco) Maduro hasta los amigos (de Francisco) Hamás insisten con esa sonsera ahistórica.

Por eso, tanto desgarro por la figura de un Papa que sonrió a todos pero benefició a algunos, no puede menos que sonar a hipocresía.

Todos estos periodistas que se enojan tanto (y con razón) con el presidente porque nos trata como nos trata, se olvidan de la carta que el 7 de abril Francisco le mandó a su amigo Gustavo Sylvestre (todavía la pueden ver en el sitio del Gato) en donde le dijo: “Siempre en esas informaciones se encuentran algunos de los pecados en los que suelen caer los periodistas: desinformación, calumnias, difamación, coprofilia. Y según me dicen, a algunos autores les pagan para esto. ¡Triste! Una vocación tan noble como la de comunicar ensuciada de esta manera”.

Ojo, dije que la nota está, pero para encontrarla deberán buscar, porque está escondida entre los avisos de la Cámara de Diputados de la provincia de Buenos Aires, el Banco de Entre Ríos, el Gobierno de Chubut, de las municipalidades de Pilar, Tigre, la Costa y San Martín, o de ARBA.

Había empezado este escrito con lo de Severance, pero me lo olvidé en el camino.

O, pensándolo bien, no hay ningún Severance.

Bergoglio siempre fue esto.

Ni reaccionario, ni progresista.

Oportunista, narcisista, que no vino a salvar al mundo de ninguno de sus males.

Sólo le lavó los pies a algunos presos.

Y la cara a unos cuántos dictadores.

Disculpen, escribir cualquier otra cosa de mi parte hubiera sido hipócrita.

Y ya hay demasiada competencia.

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Osvaldo Bazán

Periodista y escritor. Su último libro es Seamos libres (Del Zorzal).

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