LEO ACHILLI
Domingo

Campeón mundial
del non sequitur

Entre exageraciones apocalípticas y razonamientos falaces, el nuevo libro de Slavoj Žižek acierta en un solo punto: la amenaza de Putin y la fragilidad de Occidente.

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Demasiado tarde para despertar.
Slavoj Žižek
Anagrama Argumentos, 2025.
224 páginas, $27.200.

 

Este último libro de Slavoj Žižek acaso ya no sea el último, porque el más famoso de los filósofos eslovenos es muy prolífico. Acá habla de todo un poco, desde el wokismo hasta el caso Assange, suelta aquí y allá sus lacanismos y leninismos, acumula opiniones y argumentos, pero la tesis central del libro es lisa y llanamente que la humanidad se va al tacho. Aunque el original en inglés es apenas de 2023, esta recolección de artículos sueltos y ensamblados ha quedado un poco vieja, porque los acontecimientos de los que se ocupa han ido siguiendo un curso más rápido que su pluma.

El apocalipsis nos aguarda de tres maneras distintas, según Žižek: una de ellas es que hay una potencia como Rusia con el poder nuclear suficiente como para destruir el mundo y que, esta vez, no va a tener ningún problema en usarlo. Al contrario, la estrategia victoriosa de Putin se basa en que aliados y enemigos tengan bien claro que su mano no vacilará frente al botón rojo. La segunda es el calentamiento global: si los países industriales no empiezan a bajar drásticamente su consumo de energía, el planeta será inviable, aunque en este caso la extinción será más lenta. La tercera es la posible repetición a otra escala de la pandemia del COVID, esta vez protagonizada por un virus más letal y más contagioso (este final también puede ser rápido). 

De los tres peligros, el tercero es el más cuestionable. En 2020, Žižek escribió Pandemia, el covid-19 estremece al mundo, que, como él mismo reconoce, lo dejó en ridículo. Allí aseguraba que la epidemia era el mayor golpe que había recibido el capitalismo mundial en toda su historia. Ahora no se resigna del todo a abandonar una idea tan sensacional y sigue exigiendo que todo el mundo colabore para evitar las pandemias del futuro, aunque nada dice de los errores fácticos y de los proyectos represivos que la política del COVID provocó en los estados nacionales aconsejados por las burocracias internacionales y la industria farmacéutica. Por momentos, Žižek parece estar diciendo que lo único importante no es lo que en verdad ocurrió con el COVID, sino de qué lado se ubica uno, qué propuesta política global respalda.

Como Žižek es de izquierda, adhiere a los primeros y tilda a sus adversarios de negacionistas..

Lo mismo pasa con el peligro del calentamiento global, que es una convicción generalizada de la izquierda en todo el mundo. La derecha, en cambio, ve allí un fantasma basado en datos falsos y los típicos deseos socialistas de limitar la libertad humana para producir y consumir. Como Žižek es de izquierda, adhiere a los primeros y tilda a sus adversarios de negacionistas. En realidad, todo el mundo, a izquierda y a derecha, hace algo parecido, pero no creo que haya una discusión más basada en preconceptos que esta. Me corrijo, en realidad hay muchas, empezando por la del aborto y las supuestas razones científicas para decir cuándo comienza la vida. Pero el lego en cuestiones climáticas (la inmensa mayoría de nosotros) adhiere a la posición de su tribu y, en este tema, es muy difícil mantener el escepticismo del que nos jactamos los que nacimos en la era científica. 

Un enemigo en común

No le encuentro mucha gracia a discutir con Žižek de estos asuntos, sobre los que no aporta más que consignas sin respaldo. Su posición es dogmática, extrema y está muy lejos de la mía. El Tercer Apocalipsis de Žižek, en cambio, sí me da miedo y comparto con él plenamente el apoyo a Ucrania frente a las hordas de Putin, tema al que le dedica una buena parte del libro. A diferencia del COVID, donde su posición quedó desmentida por los acontecimientos (el capitalismo no sufrió ningún colapso) y del calentamiento (que es una discusión que podemos postergar, al menos por un rato), la agresión de Rusia a Ucrania sigue siendo actual, incluso más que nunca con la asunción de Donald Trump. En este punto, Žižek sintoniza bastante bien el futuro inmediato cuando dice: “Si aceptamos los indicios de que el Partido Republicano está más que nunca controlado por Trump, con la fatiga por la guerra de Ucrania se plantea una posibilidad preocupante: ¿y si Trump o De Santis ganan las próximas elecciones presidenciales e imponen un pacto con Rusia, abandonando a los ucranianos del mismo modo que Trump hizo con los kurdos en Siria?”. De Santis no ganó nada más que un reconocimiento por haber actuado sensatamente en la pandemia (aunque Žižek no lo aceptará nunca) y el régimen de Asad cayó antes de que Trump pudiera volver a sostenerlo. Pero Trump es el presidente de Estados Unidos, su pacto con Putin parece un hecho y todo indica que hará lo posible para que Rusia le imponga su voluntad a Ucrania con el aplauso o la resignación de quienes aseguran que el moderno monarca ruso hará volar el mundo si no se hace su voluntad.

Uno disfruta de las páginas en las que Žižek denuncia a los amigos de Putin.

Y acá estamos con Žižek. Aunque nos separemos de él en casi todo lo demás, en esto somos del mismo bando. Nos repugnan las mentiras de la propaganda rusa sobre la invasión, sobre el nazismo de Zelensky y el carácter antidemocrático de su gobierno, nos parece que la agresión rusa a Ucrania es un peligro para Europa y para la humanidad en general y creemos que dejar que el autócrata haga su voluntad será solo el prólogo para próximas agresiones imperiales. Sospechamos como Žižek que Trump tiene objetivos parecidos: dejar que Putin someta a Ucrania, terminar con la OTAN, instalar en EE.UU. un aislacionismo suicida para la democracia en Occidente. Desde esa convicción, uno disfruta de las páginas en las que Žižek denuncia a los amigos de Putin, sobre todo a los que proponen la rendición en nombre de la paz. Aunque sea macabro, no deja de ser divertido que supuestos adversarios irreconciliables como Henry Kissinger (antes de morir) y Noam Chomsky (durante su muerte cerebral) coincidieran en la propuesta de que Ucrania debía rendirse y aceptar las condiciones de Putin. 

Campeón del non sequitur

Está bien juntarse en la manifestación por Ucrania con los que llevan otras banderas. Sin embargo, hay un problema con Žižek. O, mejor dicho, dos problemas. O tal vez, tres problemas.

El más importante es que razona mal, lo cual es una seria limitación para un filósofo. Žižek es el campeón del non sequitur. Me gustaría dar un par de ejemplos al respecto. Uno aparece en las primeras páginas del libro y es un caso muy interesante. Žižek recuerda a dos intelectuales, muy distintos entre sí, que durante la década del ’80 aseguraban que la victoria del régimen soviético en la Guerra Fría era inminente. Uno era Aleksandr Solzhenitsyn, el más famoso de los disidentes, cuyas penurias bajo el comunismo justificaban el miedo. El otro, el filósofo trotskista Cornelius Castoriadis, uno de los fundadores de la mítica revista Socialismo o barbarie, quien demostró que la plusvalía que el comunismo extraía de los trabajadores era ampliamente superior a la de los países capitalistas. Pero Castoriadis también calculó el poderío militar soviético y concluyó que era abrumadoramente superior al de la OTAN. A partir de los datos sobre las armas, basados probablemente en la propaganda, Castoriadis publicó Ante la guerra, un libro cuya planeada segunda parte nunca apareció, porque el coloso soviético se desmoronó antes de concretar su guerra victoriosa. En lugar de aceptar estos errores como tales, Žižek formula un curioso razonamiento:

Es fácil, desde la perspectiva actual, burlarse de los ‘pesimistas’, desde la derecha hasta la izquierda, desde Solzhenitsyn a Castoriadis, que deploraban la ceguera y las transigencias de Occidente democrático, su falta de fuerza y coraje ético-políticos para hacer frente a la amenaza comunista y que predijeron que Occidente ya había perdido la Guerra Fría, que el bloque comunista ya la había ganado, que el colapso de Occidente era inminente.

Un pasaje por demás elocuente, que describe la situación actual pero que, además, permite insinuar que, a la manera de El hombre en el castillo de Philip Dick, Occidente no ganó en verdad la Guerra Fría y lo que está ocurriendo hoy en Rusia es la prueba de ello. Pero, en cambio, a partir de esas premisas Žižek sostiene que “de hecho, fue precisamente la actitud de los pesimistas la que más contribuyó al colapso del comunismo, fue su propia predicción pesimista del futuro, de cómo se desarrollaría inevitablemente la historia, lo que los movilizó para contrarrestarla”, como si el colapso comunista hubiera sido consecuencia de las predicciones erróneas de Solzhenitsyn y Castoriadis. Žižek prosigue con su cadena de razonamientos viciosos diciendo que hoy podría ocurrir lo mismo, es decir, que si él, como los viejos pesimistas, postula que la catástrofe es inminente e inevitable logrará revertirla tanto en el terreno bélico como en el climático y el epidemiológico. La contratapa del libro llama a este pensamiento mágico el “genio deslumbrante” de Žižek cuando, en realidad, su razonamiento es lógica basura. 

Esta manera de razonar con los pies está relacionada con el segundo problema de Žižek: su enamoramiento de Lenin y del eterno retorno a su escena primaria política, el momento en el que el líder de la Revolución de octubre aniquila todo futuro democrático liberal. Hacia el final del libro, Žižek se emociona describiendo el placer de Lenin frente al final de la Asamblea Constituyente Rusa, el último obstáculo democrático para que el Partido Bolchevique se hiciera con todo el poder bajo la máscara de los soviets. Entonces, Žižek recurre una vez más al argumento de que “es fácil burlarse”. En este caso, después de haber glosado la alegría de Lenin frente a la liquidación de la burocracia encarnada en los políticos tradicionales, Žižek escribe:

Es fácil burlarse del pasaje citado, viendo en él solo el primer paso hacia la dictadura estalinista y contraatacar preguntándose si las reuniones y debates en el partido bolchevique no se convirtieron en un par de años en el mundo de las frases edulcoradas, de la persuasiva palabrería hueca, un mundo de rituales vacíos en el que los miembros actuaban como zombis…?

Y sí, no solo es fácil burlarse, sino que la burla tiene fundamento. Lo sorprendente es que Žižek no se haga cargo de su propia crítica y pase a otro tema, como si la burla no viviera al caso. Pero el fetiche de Žižek, la crítica leninista a la democracia liberal, reaparece en la última página.

Comunismo gagá

La conclusión del libro, a la manera de un final hollywoodense, no es ahora que el mundo está condenado como sugiere el título, sino que tiene una salvación: “Lo que llamo provocativamente ‘comunismo de guerra’, movilizaciones que tendrán que violar no solo las reglas habituales del mercado, sino las reglas establecidas de la democracia (aplicar medidas y limitar las libertades sin la aprobación democrática)”. No dice Žižek cuántos fusilados deberá incluir la violación de la democracia ni cuándo comenzará el Gulag, pero queda claro que la solución es volver a 1917 y aplicar la misma receta de la que es fácil burlarse. 

Incluso, en el caso específico de Ucrania, Žižek sostiene que la lucha no debe limitarse a apoyar la resistencia contra Rusia, sino en usar la guerra para facilitar la revolución. “¿Debería Ucrania simplemente ponerse al nivel de la democracia liberal occidental y aceptar ser colonizada económicamente por las grandes corporaciones occidentales? Este momento ofrece la posibilidad de actuar de verdad: no solo repeler la agresión rusa sino utilizarla para poner en marcha una transformación social radical”. 

Frente a conclusiones de esta especie, uno advierte que Ucrania no ha sido abandonada solamente por los repetidores de la propaganda rusa sino por quienes solo aceptan una victoria si conduce al comunismo. Leer a Žižek refuerza la impresión de que Ucrania está definitivamente sola porque los filósofos de moda son la prueba de que no solo es tarde para despertar sino también para razonar. 

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Quintín

Fue fundador de la revista El Amante, director del Bafici y árbitro de fútbol. Publicó La vuelta al cine en 50 días (Paidós, 2019). Vive en San Clemente del Tuyú.

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