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Se ha hablado mucho de Neville Chamberlain en esta última semana. La historia no ha sido generosa con él y por buenas razones. Chamberlain fue aquel primer ministro británico que, junto al presidente francés Édouard Daladier, creyó apaciguar las ambiciones expansionistas de Adolf Hitler al permitirle avanzar sobre los Sudetes checoslovacos en la conocida “Traición de Múnich”, en septiembre de 1938. Como muchos conservadores de su época, Chamberlain veía en el comunismo la mayor amenaza para el orden político y social. Además, todos los políticos británicos y franceses tenían frescas en la memoria la masacre de la Primera Guerra Mundial y ninguno quería repetirla. Chamberlain creyó que podía prevenir otra guerra continental y contener a la Unión Soviética dando a Hitler lo que quería. Se equivocó y pagó por ello con su reputación ante las generaciones posteriores.
¿Podemos decir lo mismo de Donald Trump y su afinidad con Vladimir Putin? No. El presidente estadounidense recuerda más a la versión de Charles Lindbergh novelada por Philip Roth. En su best-seller La conjura contra América (2004), Roth narró una ucronía en la que Lindbergh, vocero del movimiento America First, ganaba las elecciones de 1940 contra Franklin D. Roosevelt y llevaba a Estados Unidos, en nombre de la paz, a una política aislacionista y un entendimiento con Alemania y Japón que condenaban a su país y al resto del mundo a una distopía fascista. Ficciones aparte, Lindbergh fue un personaje histórico conocido por sus posturas racistas, sus ambiguas simpatías por el nazismo y su oposición al intervencionismo americano en la Segunda Guerra Mundial. Resulta difícil no verlo reflejado en Donald Trump y su buena sintonía con el régimen ruso y los partidos de extrema derecha en Europa.
La semana pasada marcó uno de los períodos más turbios en Europa desde la caída de la Cortina de Hierro, coronada con la rocambolesca conferencia del viernes en el Casa Blanca. Donald Trump parece haber abandonado a Ucrania y rehabilitado a Vladimir Putin ante la mirada atónita del mundo entero. El presidente estadounidense ha dado un giro copernicano a la política exterior norteamericana con una batería de mentiras y medias verdades que hacen eco de los mitos de la propaganda de guerra rusa. Todo parece indicar que, bajo el liderazgo de Trump, ya no se podrá confiar en que Estados Unidos apoyará a sus aliados ante las agresiones de sus adversarios. Las negociaciones bilaterales en Riad entre EEUU y Rusia, y las votaciones de esta semana en la Asamblea General de la ONU prueban la sintonía ideológica y política –impensable hace tres meses– entre la Casa Blanca y el Kremlin.

Las falsedades esgrimidas por Trump y su armada Brancaleone no son tan sofisticadas o cultas como las de Putin para justificar la guerra, pero igual de potentes. Hace dos semanas, en la Conferencia de Seguridad en Múnich, el vicepresidente J.D. Vance ridiculizó a Europa, acusándola de ser un conjunto de países decadentes por sus políticas de inmigración, regulaciones a la libertad de expresión y cordones sanitarios contra partidos de extrema derecha. La Unión Europea merece críticas legítimas, pero el tono y el contenido de Vance fueron no los de un representante honesto de un país amigo, sino una página del manual de propaganda rusa.
La apuesta parece ser sobredimensionar la debilidad de Europa para excluirla de la negociación que Trump y Putin han iniciado bilateralmente, en Riad, el 18 de febrero. Un día después, en Miami, Trump demostró lo peor de sí mismo al repetir la narrativa putinista: culpó a Ucrania de haber iniciado la guerra y calificó al presidente Volodymyr Zelensky de dictador por no convocar elecciones y por gobernar su país con menos de un 4% de aprobación.
Desde luego que nada de esto es verdad. Temeroso del giro de Ucrania hacia la Unión Europea, Putin comenzó la guerra en febrero 2014 al anexarse Crimea y el Donbás e invadió el norte de Ucrania, en febrero de 2022, para evitar el acercamiento ucraniano a la OTAN. En palabras del historiador ucraniano Serhii Plokhy, la guerra es un conflicto postergado relacionado con la desintegración de la Unión Soviética, y planeado como una expedición colonial clásica: con un número limitado de tropas, el ejército ruso debía capturar Kiev y colocar un gobierno títere en dos semanas.
¿Cómo pretende Trump que Ucrania garantice elecciones en estado de guerra, con un millón de soldados movilizados y ocho millones de ucranianos en el exilio?
La resistencia ucraniana transformó la expedición colonial en una guerra convencional como no se veía en Europa desde 1945. Aunque el mandato de Zelensky terminó en abril 2024, Ucrania se encuentra en estado de sitio debido a una guerra que no eligió, de modo que resulta imposible organizar elecciones. Los propios opositores ucranianos de Zelensky han reconocido esta realidad. ¿Cómo pretende Trump que Ucrania garantice elecciones en estado de guerra, con un millón de soldados movilizados, ocho millones de ucranianos en el exilio, casi el 20% de su territorio ocupado y los rusos bombardeando sus ciudades día y noche? En cuanto a la aprobación de Zelensky, no obstante su caída en el último año sigue estando firme en torno al 50% de los ucranianos.
La campaña de Trump no se detuvo en deslegitimar a Zelensky, sino también en exagerar la generosidad estadounidense. El Orangeman afirmó que Estados Unidos ha cedido 500.000 millones de dólares a Ucrania desde febrero de 2022 y que ha llegado el momento de la retribución. La verdad es más gris. Estados Unidos ha invertido alrededor de 180.000 millones de dólares en el esfuerzo de guerra. Sin embargo, solamente 100.000 millones fueron a parar al gobierno ucraniano, mientras que el resto fue utilizado en financiar la industria armamentística norteamericana, así como en ayudar a otros países de la región afectados por la guerra.
Aunque la política pro-rusa de Trump no debería sorprendernos, no deja de ser asombroso ver al presidente de Estados Unidos, “líder del mundo libre”, establecer tal nivel de sintonía con Putin. No sólo Estados Unidos y Rusia iniciaron negociaciones bilaterales en Arabia Saudita, sino que, en la ONU, los estadounidenses han votado dos veces junto a los rusos: primero, en la Asamblea, oponiéndose a una resolución europea en la que se condenaban las acciones de Moscú; luego, en el Consejo de Seguridad, votando a favor del fin del conflicto, pero sin ninguna mención a la agresión y ocupación del ejército ruso.
El giro en la política exterior de EEUU no se puede tratar de una cuestión económica. Las sumas de la ayuda a Ucrania son insignificantes para su PBI y Washington tiene poco que ganar en un hipotético restablecimiento de las relaciones comerciales con Moscú. Lo único que tiene Rusia para ofrecer son hidrocarburos, pero Estados Unidos y su aliado Arabia Saudita son, por mucho, los dos mayores productores de petróleo en el mundo. Tampoco parece haber ninguna racionalidad geopolítica seria detrás del abandono de Ucrania, una decisión que contraviene 80 años de alianzas e intereses estratégicos estadounidenses en Europa y que deshace la credibilidad de la Casa Blanca en el mundo.
Los motivos ocultos
Es posible que Trump y su gente elaboren los diagnósticos equivocados o que la escenificación del eje Washington-Moscú sea, en parte, una táctica del empresario Trump para obtener de Zelensky los derechos a la explotación de los recursos naturales ucranianos. El presidente escupe insultos sobre Ucrania y, pocos días después, reparte elogios a Zelensky sin disculparse. Tras días de negociaciones, los negociadores americanos y ucranianos habían llegado a un acuerdo, pero no en los términos originales demandados por Trump, que pretendía el 100% de los beneficios de explotación hasta cubrir la fantasía de los 500 mil millones.
En cambio, el convenio preliminar permitía a las empresas estadounidenses la explotación de minerales raros e hidrocarburos en Ucrania, a condición de que la mitad de sus ganancias sean depositadas en un fondo común administrado conjuntamente entre Washington y Kiev para la reconstrucción ucraniana. Los norteamericanos sostienen que el acuerdo sirve como forma de reembolso por la ayuda militar a Kiev y que proporcionará una motivación extra a apoyar a Ucrania protegiendo sus inversiones.
Sin embargo, el acuerdo es muy vago acerca de las garantías de seguridad, un elemento clave para los ucranianos. Estos saben que Putin tiene poco interés en la paz. En la Conferencia de Múnich, Zelensky reveló que el ejército ruso está entrenando 15 nuevas divisiones (150.000 soldados) en Bielorrusia, que estarían listas para atacar Ucrania, Polonia o los Bálticos en 2026. El análisis coincide con reportes de los servicios de inteligencia alemanes y daneses, que han advertido que Rusia puede lanzar una guerra a gran escala contra Europa hacia 2030 si percibe que la OTAN está militarmente debilitada o políticamente dividida.
Trump no quiere saber nada con la presencia de tropas estadounidenses en Ucrania, un fardo que prefiere echar sobre hombros europeos.
De ahí la insistencia de Zelensky en que sin garantías serias que impliquen un esfuerzo de la OTAN, el acuerdo podría quedar suspendido. Trump no quiere saber nada con la presencia de tropas estadounidenses en Ucrania, un fardo que prefiere echar sobre hombros europeos. Por ahora, dice que Ucrania mantendrá su derecho a “seguir luchando” y que Estados Unidos continuará dando asistencia militar hasta lograr el acuerdo de paz con Rusia, pero no emite palabra sobre los territorios ocupados o las responsabilidades rusas.
El viernes, la relación entre ambos gobiernos parece haberse deteriorado bruscamente durante la conferencia de prensa conjunta en la Casa Blanca. Tanto Trump como Vance humillaron públicamente a Zelensky, acusándolo de ingrato y beligerante. La bronca del dúo presidencial se disparó luego de que Zelensky advirtiese de la inutilidad de negociar la paz con Putin al recordarles que el presidente ruso ha roto todos los acuerdos y armisticios firmados anteriormente.
Es difícil no estar más de acuerdo con Timothy Garton Ash: “En el mundo feliz de Trump y Putin, el poder tiene siempre la razón, y la expansión territorial es un comportamiento natural de las grandes potencias”. Así, Trump arremete contra aliados y países más débiles y lame la mano de Putin, un dictador hostil que, desde 2007, públicamente proclama que quiere terminar con la hegemonía norteamericana y occidental en el mundo.
Las otras razones para el giro trumpista podrían ser el resentimiento y las simpatías ideológicas. Durante su primer mandato, Trump acumuló una significativa animadversión contra el establishment político e intelectual de la Unión Europea, que lo ha ridiculizado y demonizado durante años. Al igual que Putin, Trump no tiene ningún respeto por las instituciones de Bruselas, sino que prefiere el trato bilateral con cada estado.
De hecho, este miércoles, canceló abruptamente una reunión con Kaja Kallas, la jefa de la diplomacia europea, sin demasiadas explicaciones, y acusó a la Unión Europea de existir para “joder a Estados Unidos” con sus impuestos y regulaciones. El presidente debería saber que todos sus predecesores siempre apoyaron el proyecto de integración europea, visto como una garantía para la paz y el mercado común que sólo podían traer beneficios para los Estados Unidos.
Europa: el desafío de la autonomía
Desde la caída de la Cortina de Hierro, en 1989, la defensa europea se había basado en dos premisas: 1) no habrá guerra en Europa pero, si la hay, 2) Estados Unidos vendrá a lucharla por los europeos. Todo esto parece estar caducando en estos momentos. Según Anders Fogh Rasmussen, ex secretario general de la OTAN, Europa debe aceptar que es vulnerable desde el punto de vista existencial y que se encuentra aparentemente sola en un nuevo escenario geopolítico.
De hecho, luego de décadas de atlantismo, algunos líderes parecen estar viviendo un momento gaullista. El presidente francés Emmanuel Macron y el próximo canciller alemán, Friedrich Merz, han sido los más vocales en la urgencia de Europa por construir unas fuerzas armadas respetables que puedan garantizar la supervivencia ucraniana, hacer frente al desafío ruso y terminar con la dependencia americana. Incluso el británico Keir Starmer, jefe de gobierno de un país que no deja de ser el aliado más fiable de los Estados Unidos, se expresó a favor de enviar tropas a Ucrania y colaborar con la defensa del continente. Declaraciones aparte, no está claro hasta dónde los líderes están dispuestos a llegar. Las dudas sobre abandonar el paraguas protector estadounidense son transversales a izquierda y a derecha, como lo demuestran las reticencias del socialista Pedro Sánchez y del conservador Donald Tusk.
Una mayoría de europeos podrá manifestarse por Ucrania, siempre y cuando el rearme no afecte sus niveles de vida y los precios de la energía se mantengan en un umbral razonable. En 2024, la Unión Europea importó unos 22.000 millones de euros en gas y petróleo rusos, mientras que brindó a Ucrania 19.000 millones de euros en asistencia militar. A su vez, la propaganda putinista sobre la invencibilidad de su ejército y el peligro nuclear han hecho más que suficiente para atemorizar o convencer a muchos de que Rusia no puede ser derrotada y que las negociaciones a costa de Ucrania son inevitables.
Una mayoría de europeos podrá manifestarse por Ucrania, siempre y cuando el rearme no afecte sus niveles de vida y los precios de la energía se mantengan en un umbral razonable.
De ahí el magro esfuerzo económico y la resistencia a tocar los 200.000 millones de dólares de activos rusos en bancos europeos. El mayor esfuerzo –relativo al PBI nacional– lo han hecho hasta ahora los bálticos, Finlandia, Polonia y Dinamarca, seguidos por Alemania y Gran Bretaña. Las cifras son más elevadas que las contribuciones norteamericanas, pero aun así no parecen suficientes de acuerdo con la capacidad de las economías europeas. Rusia es una máquina de guerra con un vasto arsenal de armas nucleares, pero también una economía de tamaño medio en declive.
La Unión Europea y el Reino Unido crecen despacio y envejecen rápido, pero su PBI conjunto es 12 veces mayor que el ruso. Todavía son gigantes económicos y comerciales con grandes reservas de talento y conocimiento. La tarea es entonces volver a adquirir y ejercer el poder duro para enfrentarse a adversarios, como Rusia, y hacerse respetar por sus aliados, incluso Estados Unidos. El problema no es tanto la cantidad de personal militar, sino el cambio de mentalidad entre la ciudadanía, la creación de las instituciones adecuadas y la producción de armamento complejo y de infraestructura militar. Todo esto costará una fortuna –entre un 3,5% y 4% del PBI europeo– y llevará probablemente una década, pero no hay muchas alternativas.
La propia experiencia en combate adquirida por el ejército ucraniano hace que la incorporación de Ucrania a las instituciones europeas y su entramado de seguridad no deba demorarse mucho más. Sobre todo, porque Estados Unidos ha sido implacable en negar su incorporación a la OTAN. Como sostiene Phillips O’Brien, una Europa nueva y envalentonada, contando con la expertise militar ucraniana y una estructura de defensa unificada, invirtiendo su dinero en alta tecnología e industrias de defensa también podría impulsar la revitalización del continente y dar al mundo la esperanza de que la democracia no se extinguirá. Frente a las mentiras de Trump y Putin, es necesario recordar una y otra vez que la lucha de Ucrania no es solo por su supervivencia como nación soberana, sino también por la preservación de los valores democráticos en Europa y el mundo.
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