En el jardín hay lavandas y salvias guaraníticas de esas violetas que atraen colibríes y mariposas. Es un lindo espectáculo para seguir a distancia, con un mate en la mano, mirando sin ver.
En este verano que hoy, puntuales, están cerrando las aguas de marzo, las vi cada mañana, cada tarde. Vienen, meten su piquito en el fondo de la flor en su danza sexual y reproductiva (de flores) y rápidamente van a otra y a otra y a otra, y en un momento inesperado, “¡fium!, ¡fium!”, como diría Ernesto Arriaga, se van y ya no las ves.
El momento del atardecer es el más espectacular porque, bajo la luz naranja de la hora, mientras los colibríes liban su néctar, allá arriba los estorninos vuelven en bandadas en estrictas formaciones, como si hubiesen sido creados por computación, hacia las palmeras de la plaza del pueblo, la habitación al aire libre donde pasan sus noches.
Pero a un costado de la casa, un costado que no da al jardín, hay un ventanal en donde escribo.
Y esa mañana, estando yo en la PC, pasó algo raro.
Vino un colibrí, entró a la casa y en esa suspensión extraña que tienen en el aire se quedó mirándome.
Yo lo miré.
Él me miró.
Y no se iba.
Dio una vuelta sobre la PC.
Y me puso nervioso.
Siempre es mejor que a tu casa entre un colibrí que un murciélago, al menos le pone algo de color.
Volvió al lugar en que se suspendía.
Me miró y después dio enérgica media vuelta y se fue.
En realidad, no del todo: se quedó a pocos metros en la enredadera de enfrente.
Por supuesto, como estaba como siempre en X, lo posteé: “Estoy trabajando en el pueblo, entró un colibrí por la ventana, se quedó un ratito dando vueltas sobre la compu y se fue”.
Las respuestas no tardaron en llegar.
La mayoría eran “un ser querido fallecido viene a decirte que está bien” o “un ser querido fallecido viene a decirte que estás bien”. También alguno anunció mi muerte y otros hicieron chistes chuscos con Maduro (es X, ¿qué querés?).
¿Así que creemos que los seres fallecidos andan por ahí, disfrazados de pajaritos bellos, y se comunican con nosotros?
¿Por qué no?
También era increíble que Fátima Flores o Yuyito fueran primeras damas argentinas y mirá…
Vamos entonces con las almas “de otro plano” que vienen a decirte que están bien o que estás bien.
Es un consuelo bueno y barato.
No sé si, como dice la canción, “se cree más en los milagros/ a la hora del entierro”. Quizás sea de los pocos momentos en que pensamientos tan perturbadores se abren paso entre las urgencias cotidianas. ¿Cómo pensar en la trascendencia de las almas si está a punto de largarse el diluvio universal y vos dejaste la ropa en el tender?
Pero ahí, en la ceremonia del duelo, todo es más definitivo. Ayer estaba y hoy no está más. No importa que ayer hubiera sido una bolsa de piel, huesos y cosas. Estaba. Y hoy ya no está.
Y entonces uno llora, cuando puede.
Uno llora cuando no tiene que mantener en pie a los que están peor que uno, o que son más débiles que uno. En esos casos se llora a solas y se muestra una fortaleza que no se tiene.
“Los pájaros que irrumpen traen grandes cambios”, me xtuitea mi amigo Guillermo Raffo.
No sé.
Pero los pájaros son cosa seria.
En el Museo Nacional de Historia Natural de los Estados Unidos de la Institución Smithsoniana, en Washington, hay una paloma embalsamada.
Es Cher Ami y su aventura es apasionante.
Primera Guerra Mundial.
Un batallón de la 77° División de Infantería, el “batallón perdido”, estaba formado mayoritariamente por inmigrantes italianos, judíos e irlandeses que hacía poco habían llegado a Nueva York. Por eso, antes de estar perdido, lo conocían como el batallón “Estatua de la Libertad”.
Los dirigía un abogado norteamericano, Charles White Whittlesey, que a la fuerza se había tenido que convertir en militar. Al comienzo eran 554 hombres a su mando. Era la Ofensiva de Meuse-Argonne, la gran ofensiva aliada en el frente occidental que comenzó en septiembre y terminó en el armisticio del 11 de noviembre de 1918. Nada más y nada menos que la campaña más mortífera en la historia del Ejército de Estados Unidos.
En el medio, el 2 de octubre, el bueno de Whittlesey recibió órdenes de avanzar hacia una ruta cruzando el bosque de Argonne.
Querían romper la Línea Hindenburg alemana.
La estrategia contaba con que a la izquierda estaría el ejército francés y a la derecha, una división del ejército norteamericano.
Pero uno y otro se estancaron y el batallón quedó perdido.
Había pasado la línea alemana por dos kilómetros.
Al día siguiente ya estaban rodeados por alemanes.
No tenían comida y, para buscar agua, tenían que arrastrarse bajo fuego hasta un arroyo.
Lo peor estaba por llegar.
A los ataques constantes de los alemanes con su infantería, ametralladoras, granadas y francotiradores se le unió la artillería aliada que, desconociendo su posición, los bombardeó accidentalmente. El famoso “fuego amigo” concretado de la manera menos metafórica posible. Incomunicado y desesperado, Whittlesey decide entonces convocar a Cher Ami ( “Querido Amigo” aunque era hembra, punto para las feministas), una paloma entrenada durante años tanto para llevar mensajes como para esquivar a los halcones entrenados por los alemanes para cazarlas.
El 4 de octubre, cuando la desesperación ya era total, Cher Ami fue liberada por el batallón perdido con una capsulita de aluminio atada a su pata izquierda. El mensaje decía: “We are along the road parallel 276.4. Our own artillery is dropping a barrage directly on us. For heaven’s sake, stop it!” (“Estamos a lo largo del camino paralelo al 276.4. Nuestra propia artillería está lanzando un bombardeo directamente sobre nosotros. ¡Por el amor de Dios, deténganlo!“).
La suerte no parecía estar del lado de Cher Ami (o para ser más exactos con el género, Chère Amie). A poco de partir, un disparo alemán le atravesó el pecho, le arrancó parte de una pata y le dejó un ojo colgando.
En estas condiciones, Cher Ami en 25 minutos hizo los 40 kilómetros que la separaban del cuartel general de la división en Rampont, Francia.
De esta manera, la artillería aliada pudo calibrar mejor su trabajo y se supone que unos 190 hombres salvaron su vida.
Los alemanes exigieron al batallón rendición inmediata en un mensaje firmado por un prisionero estadounidense.
Pero Whittlesey ordenó seguir luchando.
Y esa batalla fue fundamental en el éxito de la ofensiva aliada. La decisión de seguir fue práctica en función del resultado final pero también fue simbólica.
De los 554 hombres iniciales del batallón, como queda dicho la mayoría recientes neoyorquinos del entonces pobre Lower East Side, murieron 197, 154 fueron capturados o desaparecidos y sólo 194 fueron rescatados recién el 8 de octubre por el regimiento 307.
En una entrevista para mi canal de YouTube, PlanetaOB (¡uy, se me escapó el chivo!), el licenciado Fabián Calle dijo esta semana: “Europa se dejó de matar entre sí cuando la colonizó Estados Unidos en 1945”.
Ahora que Trump les dice a los europeos “háganse cargo”, recordar esta anécdota quizás ponga algo de contexto; pero estos antecedentes hacen más incomprensible el giro que Estados Unidos ha tomado ayer, con esos gritos de patrón de estancia que le dieron de a dos a un Zelensky calmo y más estadista que nunca.
De un lado, el Imperio Alemán, el Imperio Austro-Húngaro, el Imperio Otomano y el Reino de Bulgaria.
Del otro, Francia, el Reino Unido, el Imperio Ruso (hasta que la Revolución Bolchevique dijo “¡basta, ya bastante gente tenemos que matar acá para ocuparnos de otros!”), Italia, Serbia, Rumania, Bélgica y, claro, Estados Unidos.
Pero los 16 millones de muertos de esa guerra no fueron una lección interesante para Europa, que poco más de 20 años después vuelve a las andadas con una segunda guerra en la que también Estados Unidos movilizó sus tropas. Al 1.600.000 personas llevadas al combate en la Primera Guerra se le sumaron 4.700.000 en la Segunda, si bien acá el mapa de la guerra se expandió al Pacífico, a Asia y a África.
Volviendo a Cher Ami, fue una de las 600 palomas del Servicio de Palomas de Estados Unidos y había sido donada por criadores británicos.
Después de su misión, los médicos militares le hicieron una pequeña prótesis para su patita perdida y fue enviada a Estados Unidos como héroe de guerra, recibiendo además la Croix de Guerre otorgada por Francia, honor raro para un animal.
Murió el 13 de junio de 1919, tres años antes de que Charles Whittlesey se arrojase al mar en un barco en el Caribe.
A la vuelta de la guerra, recibido como héroe, reabrió su buffet de abogado, pero su vida nunca fue igual. Poco antes, en el entierro de un soldado, llorando le confesó a un amigo: “No puedo soportar más de esto.Todos esos chicos muertos, y yo sigo aquí”, y en una de las cartas que dejó a sus amigos escribió: “He visto demasiado y no hay lugar para mí en este mundo ahora”.
Quizás el colibrí era uno de todos esos millones de muertos en las guerras de antes, en las guerras de ahora.
Quizás era Charly Whittlesey buscando algo de paz.
Quizás era Cher Ami en otro de sus vuelos imposibles.
Quizás era sólo un pájaro buscando néctar donde no lo había.
No sé si quiero que hubiera sido el alma de alguien que quise mucho.
No soportaría la idea de no haberle dicho todo lo que me quedó, antes de que se fueran.
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