JOSÉ GALLIANO
Domingo

Unidos por el espanto

¿Conviene que el PRO y La Libertad Avanza compitan juntos o separados? Depende del distrito. Si en PBA van separados y gana el kirchnerismo, puede ser un dolor de cabeza para el Gobierno.

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Hace dos semanas, el editor general de Seúl, Hernán Iglesias Illa, publicó un artículo donde decía que el PRO y La Libertad Avanza deberían ir separados a las urnas en las elecciones legislativas del año próximo. Entre otros argumentos, Hernán sostiene que, si el objetivo del PRO es consolidar el proceso de reformas, la mejor manera de contribuir es compitiendo con una lista propia y no como parte de una alianza con LLA. También matiza el impacto que podría tener el resultado en la provincia de Buenos Aires si, a causa de la división entre el PRO y LLA, una lista kirchnerista —tal vez encabezada por la propia Cristina Fernández de Kirchner— resulta la más votada. Otro de los argumentos que menciona es que, incluso si el Gobierno llega a las elecciones con la economía creciendo y la inflación en baja, difícilmente el oficialismo superará el 40% de los votos a nivel nacional; es decir, no obtendrá un apoyo similar al conseguido en la segunda vuelta, y hay una porción del electorado dispuesta a votar al PRO.

No pretendo polemizar y contradecir estos argumentos, con algunos de los cuales estoy de acuerdo, sino tal vez agregar algunos matices. Una primera consideración es que el año que viene votaremos con boleta única por primera vez, y no es del todo claro cuál será el impacto de este cambio sobre el comportamiento de los votantes. Las reglas electorales no son en modo alguno neutras. Un segundo factor a tener en cuenta, también vinculado a la regulación electoral, es que es posible que la boleta única no sea la última de las modificaciones. El Gobierno busca eliminar las PASO, para lo cual podría obtener el apoyo del peronismo. Este cambio no es inocuo, ya que agiganta los problemas de coordinación de una oposición que hoy está fragmentada y aún groggy por el cimbronazo que representó para los partidos establecidos el sorpresivo triunfo de Milei. Dicho esto, nunca está de más recordar que no son pocas las ocasiones en las que “la ingeniería electoral termina por comerse al ingeniero”. Ni Roque Saénz Peña promovió la ley que lleva su nombre para que cuatro años más tarde llegara el radicalismo a la presidencia, ni el kirchnerismo creó las PASO para facilitar la formación de Cambiemos.

Hechas estas consideraciones, paso al tema central. Cuando nos preguntamos si el PRO y LLA debieran concurrir juntos o separados a las urnas, lo primero que cabe considerar es si eso resulta conveniente. La respuesta no es lineal, dado que hay una segunda cuestión a tener en cuenta: ¿conveniente para quién? ¿Para la consolidación del proceso de reformas económicas? ¿Para el PRO? ¿Para el Gobierno? La respuesta está lejos de ser unívoca. Si nos enfocamos en la consolidación del proceso de cambio de régimen económico, la respuesta a la cuestión de qué hacer es bastante sencilla: adoptar aquella estrategia electoral que permita sumar la mayor cantidad de bancas posible, provengan estas de LLA, el PRO o de otros partidos o facciones que simpatizan con las reformas. Desde esta perspectiva, tal vez sea conveniente tener distintas estrategias electorales dependiendo del distrito. En provincias chicas, que eligen 2 o 3 bancas de diputados (como es el caso en 15 de los 24 distritos), y en las que la perspectiva sea la de un triunfo arrollador de una fuerza abiertamente partidaria del statu quo (sea el peronismo o una fuerza provincial afín al kirchnerismo), dividir el voto puede hacer que esa fuerza se lleve todos los escaños en juego. A la vez, en un distrito que renueva bancas del Senado y en el que hay chances de que el PRO y LLA se lleven los tres escaños en disputa, poco sentido tiene formar una alianza. Está claro que eso debe decidirse encuestas en mano y que, como decía el mítico Tusam, puede fallar.

En provincia chicas donde se proyecte un triunfo arrollador de la fuerza del status quo, dividir el voto podría permitir que esa fuerza obtenga todos los escaños.

Esta no es la única mirada posible, dado que lo que es bueno para el proceso de cambio de régimen económico no necesariamente es bueno para el PRO o LLA. Los partidos políticos son organizaciones que buscan cargos, según la conocida definición del politólogo noruego Kaare Strøm. Entra en juego entonces lo que los analistas de relaciones internacionales denominan “el problema de las ganancias relativas”, es decir, cómo se distribuyen los frutos de la cooperación; lo que, en este caso, básicamente se refiere a cómo se distribuyen los lugares en las listas. Dados los elevados niveles de aprobación del Gobierno, la perspectiva de una economía creciendo y con baja inflación, y la escasa cantidad de bancas que arriesga LLA, sumado al hecho de que Milei no sólo se ha apropiado de algunas de las banderas del PRO en materia económica, sino que ha ido llevándose cuadros y una parte de su electorado, el Gobierno no tiene muchos incentivos para hacer una oferta generosa al PRO. ¿Para qué compartir cartel pudiendo disfrutar solo de las mieles del éxito?

Por su parte, si la oferta de LLA es mezquina, ¿tiene sentido para el PRO competir en una alianza? Las perspectivas son bien diferentes. Mientras que LLA no renueva bancas de senadores y sólo arriesga unas pocas en la Cámara Baja, el PRO pone en juego 22 de sus 37 escaños en diputados y 2 de los 7 asientos con los que cuenta el bloque en el Senado. Visto así, LLA no tendría muchos incentivos para competir aliado al PRO. Es lógico, entonces, que Milei quiera tener más diputados, y particularmente más diputados leales, que respondan a él y no al liderazgo de un aliado. Ahora bien, incluso haciendo una muy buena elección, el oficialismo no va a tener mayoría en ninguna de las dos cámaras entre 2025 y 2027. A la vez, las alianzas electorales huelen a “casta” y podrían afectar el perfil disruptivo al que tanto jugo le ha sacado el mileísmo.

Por todo esto, pareciera que ninguna de las dos partes tiene mayores incentivos para la cooperación. Sin embargo, cabe tener en cuenta algunas cuestiones: 1) como ya dije, ir juntos es conveniente en aquellos distritos en los que la división del voto a favor de las reformas beneficia a lo que podríamos llamar “el partido del status quo”; 2) la popularidad no es transmisible y, por más que en las encuestas haya mucha gente dispuesta a votar “por el Gobierno” o “por el candidato de Milei”, al final del día mucho depende de quién es ese candidato; 3) a pesar de que votaremos con boleta única, lo cual le quita peso a los aparatos partidarios, el PRO podría llegar a contar con un mayor poder de negociación en aquellas provincias en la que es oficialismo a nivel local.

Todo sobre Buenos Aires

Dejo para el final la cuestión de la provincia de Buenos Aires, la tan mentada “madre de todas las batallas”, sobre la cual he escrito en otras ocasiones. Coincido con Hernán en que hay una obsesión exagerada con la elección intermedia en PBA. El resultado es interpretado por buena parte de los analistas, los periodistas, los inversores —por todo el círculo rojo, bah—, en base a lo que ocurre ahí, a pesar de que el resultado de la elección presidencial siguiente suele no tener mucho que ver con lo que pasa en territorio bonaerense en la elección de medio término. El problema, claramente, es la disociación entre percepción y realidad. Si todos efectivamente creen que lo que define la elección es la provincia de Buenos Aires, actuarán en base a esa percepción. Es decir, el quid de la cuestión sobre si el PRO y la LLA deben o no sellar una alianza electoral es básicamente un problema bonaerense.

En lo personal, creo que el criterio para evaluar el desempeño del oficialismo debiera ser otro: si suma o pierde bancas (al fin y al cabo, se trata de una elección legislativa en la que lo que se pone en juego son escaños) y si es o no es la fuerza más votada a nivel nacional (obviamente, el resultado bonaerense incide mucho sobre esto, dado que representa el 38% del padrón nacional). Pero lo cierto es que, elección intermedia tras elección intermedia, todas las miradas se posan sobre Buenos Aires, “la madre de todas las batallas” en la que es necesario “ganar, aunque más no sea por un solo voto”. Anticipo mi opinión de que ganar por sólo un voto no mueve mucho el amperímetro, salvo que se trata de una elección de senador.

Independientemente de mi opinión sobre el pobre poder predictivo de la elección de medio término, ya sea que miremos el apoyo nacional o el resultado bonaerense (Juntos por el Cambio ganó en 2017 y en 2021 tanto a nivel nacional como en PBA, pero perdió luego en 2019 y 2023), lo cierto es que a los mercados y al sector privado no les resultará indiferente. Y acá está mi principal desacuerdo con el argumento de Hernán.

Perder PBA puede volverse un verdadero dolor de cabeza, y ahí es donde dividir el voto de la “coalición reformista” puede resultarle muy oneroso al Gobierno.

El kirchnerismo se ha convertido gradualmente en una suerte de Partido del Conurbano Bonaerense. Como es sabido, el conurbano representa dos tercios del padrón de la provincia. El voto kirchnerista en elecciones intermedias en Buenos Aires ha oscilado entre un mínimo de 32,2% (2009) y un máximo de 43,9% (2005). En la mayoría de las elecciones de mitad de mandato de este siglo, cabe considerar que el peronismo fue dividido a las urnas (2005, 2009, 2013 y 2017). Pero incluso si sumamos los votos de los candidatos peronistas que compitieron contra el kirchnerismo, observamos que “los peronismos” cada vez cosechan menos votos, caudal que, de todas maneras, no es para nada despreciable.

En 2021, el entonces gobernante Frente de Todos obtuvo un 38,6% de los votos en PBA, apenas por debajo de JxC. ¿A qué voy con todo esto? Existe una demanda de oposición al Gobierno de Javier Milei. La oferta partidaria que mejor satisface esa demanda de oposición es Unión por la Patria, cuyo principal bastión electoral es el conurbano bonaerense, región en la que se define el resultado electoral provincial. Ganar por un voto o incluso ganar por mucho le asegura una mayor cantidad de bancas al Gobierno, pero no le garantiza el resultado de la elección presidencial de 2027. Perder PBA, sin embargo, puede volverse un verdadero dolor de cabeza, y ahí es donde dividir el voto de lo que, en un ejercicio de simplificación extrema, he denominado “coalición reformista” puede resultarle muy oneroso al Gobierno.

Si, tal como sugiere Hernán, el resultado fuera uno en el que el kirchnerismo sea la fuerza más votada debido a la división del voto entre LLA y el PRO, incluso si la suma de estos dos últimos supera a la del kirchnerismo, los mercados van a reaccionar negativamente. ¿Cuán negativamente? Dependerá de la ventaja que pudiera obtener la “lista del status quo” sobre su inmediata competidora. Cuanto mayor sea esa ventaja, mayor será la creencia en la reversión de las políticas implementadas por Milei a partir de 2027. Salvo un escenario de tercios casi perfectos, que no es el que plantea Hernán en su nota ni el que surge actualmente de los sondeos de opinión pública, poco importará a quienes buscan tener certezas sobre el carácter no reversible del rumbo económico para tomar decisiones de inversión que la suma de LLA y el PRO supere al kirchnerismo si este último triunfa cómodamente en la provincia de Buenos Aires.

En la medida en que el círculo rojo siga leyendo la elección intermedia en base al resultado bonaerense, la estrategia electoral excede la aritmética de las bancas, una cuestión que ni el Gobierno ni el PRO deberían ignorar.

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Ignacio Labaqui

Analista político y docente universitario.

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