Es como la fábula del escorpión y la rana. Uno se pregunta a quién se le pudo haber ocurrido que era una buena idea dentro de Intercargo hacer una medida de fuerza y dejar encerrados a los pasajeros adentro de los aviones para protestar en contra de la privatización de la empresa. ¿O creían que la gente se pondría de su lado y el Gobierno (en especial este Gobierno) saldría a decir “oh, sí, tienen razón, no hagan más paros, por favor, les daremos lo que piden? Pero está en su naturaleza y los muchachos hicieron un paro.
El resultado: el ministro de Economía Luis Caputo anunció el despido de 15 trabajadores y, más importante, el Gobierno anunció que desregulará el servicio, que hasta ahora era un monopolio de Intercargo. “Ningún terrorista sindical podrá tomar de rehén nuevamente un pasajero y arruinarles su viaje, sus vacaciones, su viaje laboral o por temas médicos, ni negarse a hacer su trabajo. El terrorismo sindical no tuvo prurito en secuestrar a más de 2000 pasajeros en 10 aviones”, dijo el vocero presidencial Manuel Adorni. Y la ministra de Seguridad Patricia Bullrich instruyó a la Policía de Seguridad Aeroportuaria (PSA) para que reemplace por ahora las tareas de descarga de equipaje de Intercargo. ¿Quién te necesita, Intercargo?
Lo mejor fueron las reacciones de la gente varada en el aeropuerto. Los movileros registrando la bronca de los pasajeros son un clásico de los paros aeronáuticos desde que tenemos memoria, pero ayer hubo algunos con un discurso un poco diferente, más sofisticado.
“Horrible, pésimo, terrible —dijo uno que estaba con su madre de 89 años—. Con esto lo único que logran es que cada vez tengan más ganas de seguir votando a Milei y de darle fuerzas. Es más, si tuviera que decirle algo a Milei, seguí, a Intercargo no sólo privatizala, hace lo que tengas que hacer, y si necesitás que la gente común te firmemos lo que sea, te firmamos un cheque en blanco para que lo hagás, que se termine esto. (…) Con esto nos dan más fuerzas a nosotros para que les pidamos a las autoridades que los echen. Es más, y hasta está mal lo que voy a decir porque lo van a tomar como violento, por favor Milei dales más herramientas a Bullrich y a Petri para que puedan venir acá y hacer cosas interesantes.”
“La resistencia al cambio es importantísima —dijo otro, tomándoselo con soda—. Como decía Foucault, cuando hay poder, hay resistencia, ¿‘tamos? Esto es parte de la resistencia, muchachos. No quieren el cambio, ¿está claro? Todos los que vos entrevistaste están parados. Nos cagan diez, quince tipos. Se va a acabar. (…) Hay como una puteada a Milei por las formas, y lo que no se dan cuenta es que la única manera de cambiar esto es con un loco. Entonces no se fijen más en las formas. Fíjense en las fuerzas. Las fuerzas son las que están cambiando las cosas. (…) Cuando veo resistencia, veo cambio. Veo que lo nuevo va a florecer, no hay manera que no florezca. Eso está buenísimo. Por eso estoy contento. Porque si no hubiera paros seguiríamos en donde estábamos antes donde todos estaban tranquilos y todos morfaban y nos cagaban y nos robaba. Como ahora hay mucho quilombo y hay paro, quiere decir que están preocupados. Bienvenida, al revés, bienvenida la preocupación de estos muchachos”.
¿Se acuerdan de las tomas en las universidades? Nosotros tampoco. Pronto nos olvidaremos de este paro también, pero no de sus consecuencias, que serán las contrarias a las buscadas por los sindicalistas-escorpiones.
Por más disociados que vivamos, a veces las realidades se encuentran: en el caso del rapero Dillom y el tuitero libertario que le sacó una foto y la subió a X llamándolo “pelotudo” sucedió, para desgracia del segundo, dentro del mismo avión. Al parecer, el destino del vuelo no era sólo aterrizar en Rosario, sino también enfrentar al individuo detrás de La Pistarini, una cuenta fan de Milei, con el sujeto de sus desprecios, el artista opositor que lo encaró sin rodeos, de pie frente a su asiento y derecho viejo: “¿Vos sos Pistarini, el que sube fotos mías a Twitter?”
Los pingos se conocen
en la güeya y en la cancha,
los hombres en la desgracia
y en los peligros la fe.
Como caballito de batalla podrá para algunos ser útil, pero como hombre La Pistarini no estuvo a la altura, es más: se cayó y se quebró las dos piernas de tan crecidas las circunstancias. Enfrentado con su sombra —que en las redes se ha dado en llamar “virgo”—, La Pistarini desprestigia el movimiento oficialista con su actitud radicalmente bondadosa, enemiga del conflicto, segundos después de hacerse el guapo picante en X. Mucho peor que ser expuestos como soldados sin capacidad de pelea en un mano a mano, es el espíritu del tuit, una mezcla de denuncia y resentimiento, que hace ostentación de un privilegio mientras lo esconde detrás de una queja: “Lo último que me faltaba coincidir en el vuelo con Dillom”. El cantante, por su parte, publicó la previa, convirtiendo el hate en entretenimiento prime time, la mejor política cambiaria en la actualidad.
Sin dudas, la sociedad apreciará esta escena de la vida virtual cotidiana, ya más cansada de la novedad inmediata, casi violenta, del futuro, más propensa a rechazar con desconfianza el uso de perfiles falsos en redes, y respetar cada vez más a los que toman la palabra dando la cara, con nombre y apellido.
Al final fue más con el poder del escritorio que de los votos, pero de todos modos Cristina Kirchner fue inevitablemente proclamada como la nueva presidenta del Partido Justicialista. Una mera resolución de burocracia interna, si se quiere, pero antes que nada una nueva demostración de que el partido de los hombres fuertes —porongas a los que no los sacan en helicóptero, pesados sindicalistas de gatillo fácil, varones y barones del conurbano bonaerense, impiadosos mandamases de provincias polvorientas— no quiere, no puede o no sabe cómo sacársela de encima.
Y desde luego que ya no hablamos de aquella reina que movía la dama —o al revés, no importa— y ponía a dedo a un presidente. Menos aún de la dueña del 54% del electorado y las cadenas nacionales de la felicidad. Hablamos más bien de una setentona con un caudal de votos y superficie territorial notablemente disminuidos. Una líder política que, pese a algún coqueteo con el guillermomorenismo (¡cuac!) o el tomasrebordismo (¡cuac cuac!), en su postura contra el Gobierno y en su discurso público no parece tener muy en claro cómo dirigirse a la sociedad que existe por fuera de su núcleo duro de votantes del tipo humano Generación Y del triángulo Colegiales-Chacarita-Villa Crespo. Por debajo de ese rango etario, quedan Luki Grimson, Ofelia Fernández y no mucho más. Por los que están debajo de ese nivel de ingresos, que sigan trabajando Axel, los gobernadores y los intendentes. Por este motivo es que sigue retándolos y exigiéndoles lealtad a todos ellos, incluso después del último desastre.
Así y todo, la señora debió sofocar algún conato de rebeldía interna y mucha bronca acumulada, de esa de la que sólo se permiten hablar en off y en los pasillos. En primer lugar del niño Axel, desde luego, al que no le deben faltar fantasías independentistas tras cinco años de cómodo control de las cajas y los votos bonaerenses. Y luego, de un modo más abierto y hasta con la intención de presentar una candidatura alternativa, de don Ricardo Quintela, el nuevo Tigre de los Llanos, en este caso de papel cuasimoneda. Se supone que, en última instancia los refunfuños se aplacan y que en verdad los compañeros se siguen reproduciendo, por más declinante que sea la tasa de natalidad.
En cualquier caso, sería prudente evitar la tentación de interpretar a este panorama ciertamente desolador como un indicio del siempre pronosticado y nunca concretado fin del peronismo. Ni siquiera, atrevimiento más modesto, como una señal de la inminente rebelión del partido de los machos contra la matriarca. Al menos en lo inmediato, con la certeza de que las piezas del estallado Juntos por el Cambio tardarán lo suyo en reconfigurarse, que la sociedad tienda a interpretar una vez más que Cristina es la principal figura de la oposición al Gobierno no significa otra cosa que difícilmente haya Ley Bases, RIGI o ministerio desregulador capaz de desactivar por completo los cables de una bomba de relojería abrochada al riesgo país. Esa que indica que, ante cualquier eventualidad —un resultado no muy claro en las elecciones legislativas, una súbita complicación con la economía, un shock externo—, para 2025 y hacia el infinito, la primera opción electoral al partido del superávit fiscal seguirá siendo el kirchnerismo.
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