La irrupción de Javier Milei reconfiguró el escenario político. O eso sostienen algunos analistas. Dicen que la grieta kirchnerismo-antikirchnerismo quedó obsoleta, que ya fue. Quienes todavía le temen a Cristina se quedaron en 2012, aseguran. Ahora las discusiones son otras: ¿Queremos un presidente que insulte a periodistas por X? ¿O un gobierno que celebre el genocidio indígena en una cuenta oficial y tenga ideólogos homofóbicos y reaccionarios?
Mientras estas almas bienintencionadas intentan dejar atrás las viejas antinomias y tienden puentes con antiguos rivales –quizás los mismos que los abuchearon en algún acto–, Cristina emerge de su ostracismo con un timing perfecto, dejándolos en ridículo. Tal vez Milei haya sacudido el tablero, pero eso de que Cristina y el kirchnerismo quedaron atrás, pues no mi ciela.
Como si fuera Michael Myers, el villano inmortal de Halloween, Cristina sigue viva. Ahora apunta a presidir el Partido Justicialista, y todo indica que logrará salirse con la suya. La tan prometida renovación peronista sigue brillando por su ausencia.
Hasta el momento de escribir esto, el gobernador de La Rioja, Ricardo Quintela, aún no se había bajado y mantenía su promesa de competir contra ella, con el apoyo de dirigentes del interior. Sin embargo, ayer, durante el acto por el Día de la Lealtad, Axel Kicillof, quien hasta entonces había guardado silencio, le dio un tibio apoyo a Cristina. ¿Seguirá en carrera Quintela? Hoy se reúne con ella y las listas cierran mañana.
Es cierto también que CFK pretende dejar de ser CFK. Últimamente la hemos escuchado afirmar que no es feminista, que disfrutaba ir a Disney, y en cualquier momento podría decir que la patria es el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo, basado en el principio de no agresión y en defensa del derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad. Como decía Heráclito, nadie vota dos veces a la misma Cristina.
Igual, digamos la verdad. Con o sin Cristina, con renovación o sin ella, nunca tuvimos demasiadas expectativas en el peronismo. Por cierto, cómo la vio Pichichi Scioli: un tiempista.
Para el Día de la Lealtad, muchos esperaban alguna provocación a medida por parte del Gobierno, pero nadie imaginó que la vicepresidente Victoria Villarruel se aparecería con la mismísima Isabelita de la mano, desconcertando por igual a progresistas y a liberales. Si el edificio de Obras Públicas hubiese volado por los aires, el estupor habría sido menor.
No sólo eligió el día de gloria peronista para inaugurar el busto de María Estela Martínez de Perón en la Casa Rosada junto a Claudia Rucci (y agradecerle de paso a “nuestro querido Ricardo Iorio” por la donación), sino que además publicó fotos con la ex mandataria en Madrid, donde se vieron; un as que se guardó bajo la manga mientras nos distraía con su velo de encaje negro pidiéndole al Santo Padre que rezara por ella. Pero la figurita difícil no estaba en el Vaticano sino en España; en las imágenes, las dos mujeres se agarran de la mano, ambas vicepresidentas, ambas argentinas “bien nacidas”, unidas por una experiencia que es a la vez ideológica y de género: la de haber padecido por sus ideas “la soledad”, “la persecución”, “el ostracismo”, “la ingratitud y las ofensas de sus enemigos”. Si algo comparten, es haber sido odiadas con el mismo fervor ciego, es decir, haberse ofrecido al pueblo argentino como un lugar fácil en donde acumular la energía hater que vive en cada compatriota.
“La misma que le chupaba la pija a Videla se fue a tijeretear con la mujer de Perón”, se escucha en un space de X donde astrólogos, tarotistas y alguna que otra bruja de oficio debaten con notable criterio sobre lealtad peronista y actualidad política. Unos comentan el acto que hizo Axel mientras Villarruel quitaba el velo negro sobre el busto de Isabel, y se quejan de que siempre lo sienten al lado de Espinoza, el intentendente cancelado de La Matanza; hasta el ala esotérica del Movimiento comprende que la crisis que tienen pasa por exceso de pasado, porque todos sus cuadros están quemados, porque no quede nadie como Victoria, o como el presidente, con el changüí de equivocarse y perder la virginidad, si hace falta, como hizo este último 17 de octubre la vice con el peronismo.
Victoria Villarruel terminó su discurso abogando por la dignidad en la diferencia y por “el espíritu de pacificación que tanto necesita la República Argentina”: al fin y al cabo, si la movida era justa, precisa y honesta, la influencia de Francisco I tenía que hacerse presente. En contra del revanchismo y a favor de mantener siempre “una conducta moral”, los valores de la vice prefieren el silencio a la traición y el aislamiento a la venganza. Su jugada deja mal parados a todos aquellos que negaron a Isabel como parte de la historia, a los propios que la borraron y a los ajenos que la derrocaron. Al presentarla como “la primera víctima” del golpe de Videla, la vicepresidente aprovecha el trabajo que hizo la izquierda inculcando en la sociedad un discurso feminista que hoy está activo y sobre el cual se apoya el rescate de la viuda de Perón, una mujer vapuleada por todos los sectores de la política.
Hay una pequeña gran mancha oscura en la hegemonía actual de la Scaloneta en el fútbol mundial: la repetición, en cada fecha FIFA, de esas fotos en las que suelen posar sonrientes Messi, De Paul, Scaloni o cualquier otra de esas personas que nos hacen la vida un poco mejor junto a alguien exclusivamente dedicado a que sea un poco peor: el Chiqui Tapia. Foto no significa apoyo total en todos los aspectos, pero desde luego que significa alguna clase de apoyo, y uno para nada menor.
En cualquier caso, el actual presidente de la AFA no es en verdad alguien que esté marcando un quiebre en la historia institucional del fútbol nacional, sino simplemente un dirigente que se encontró con la oportunidad de ejercer el poder a la vieja usanza, aunque con un diferencial de velocidad, intensidad y hasta grosería inédito en sus procedimientos. Lo que a Julio Grondona le tomó décadas de transas, roscas y pactos oscuros, Tapia logró implementarlo en unos pocos años, de modo tal que hoy los torneos del fútbol local son un desquicio de divisiones superpobladas por equipos inviables y espectáculos de una calidad deplorable. Todo lo que quepa en uno de sus puños.
A esto se le llama orwellianamente la “liga de los campeones del mundo”, una gallina de los huevos de oro que sobrevive abierta al medio y sin cabeza. Todos los códigos mafiosos de la Argentina concentrados en una única institución, una que además se muestra envalentonada por el éxito de la Selección y da por descontado que no le corresponde ni siquiera guardar un mínimo de decoro. Caretearla un poco como hacen, por ejemplo, los sindicatos. Corporaciones que se saben desprestigiadas y con el viento en contra, de ahí el tono mucho más asordinado en su pelea por conservar poder y privilegios.
El ritmo y el descaro de Tapia para incrementar su poder seguramente se debe también a que los triunfos de la Selección son un activo de riesgo: hace años que bate un all time high detrás de otro, pero en algún momento llegará la toma de ganancias y nos tocará perder. Podemos fantasear con una hegemonía de décadas al estilo del Brasil de la segunda mitad del siglo XX, incluso en una nueva era post Messi, pero las oscilaciones serán inevitables.
Lo cierto es que ayer jueves asistimos a un nuevo round en este pelea larga por el modelo de fondo del fútbol. Lo esencial de la cuestión burocrática se puede leer acá y no queda claro hasta qué punto serán judicializadas las decisiones tomadas en esta asamblea y cuál será el veredicto de la Cámara de Apelaciones. De todos modos, más allá de lo institucional, en lo deportivo el saldo provisorio es lamentable: la AFA oficializó la eliminación de los dos descensos de este año y un formato de competencia para 2025 que es la suma de todos los horrores. ¿Todos queremos una primera división de 20 equipos compitiendo a dos rondas de todos contra todos más una copa nacional paralela? Pues tendremos 30 equipos compitiendo en una suerte de madeja incomprensible de copas de leche con cinco o seis campeones anuales. Y con menos partidos que nunca para los equipos que no lleguen a los distintos playoffs de esos torneos. La hecatombe total.
El panorama es entonces de una agudización inédita de las contradicciones. Y en el medio de tantos desatinos, puede que haya sin embargo una esperanza. No hay triunfo de la Scaloneta ni chamuyo ideológico (“lo’ clube’ son de lo’ socio’”) que puedan tapar el sol con las manos. Al margen de la cuestión de la forma societaria (asociación civil sin fines de lucro, sociedad anónima deportiva), lo cierto es que todos vemos que hay una minoría de clubes que siguen los manuales de la buena gestión que se imponen en todos lados: están bien administrados, arman planteles competitivos, mejoran sus estadios e infraestructuras e innovan con nuevos servicios, y todo eso sin descuidar sus funciones tradicionales. Y también están los otros, los que están recontra fundidos, los manejados por los amiguitos del Chiqui y los terraplanistas con dificultades para entender la cuestión de los husos horarios.
Será por eso entonces que el Chiqui y su runfla juegan tan al fleje. Porque saben que al Gobierno le pueden pelear políticamente y en los tribunales una batalla cultural algo difusa, pero del otro lado se le empiezan a acumular los enemigos y los neutrales que, cuando entiendan que la ocasión los favorece, podrían volvérsele en contra. Hoy la punta de lanza es Talleres de Córdoba, pero también está Estudiantes de La Plata, con el “británico” Juan Sebastián Verón como presidente. Independiente está muy golpeado, pero se supone que en sintonía con los aires reformistas; quizás sea sólo cuestión de tiempo para que se anime a sacar la cabeza. En Racing se postula para las elecciones de diciembre una fórmula con Diego Milito y Hernán Lacunza, y aunque no faltan las voces que denuncian un apocalipsis liberal y amarillo, sería de esperar que en las urnas se imponga el peso del ídolo.
¿Habrá más? Esta historia continuará.
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