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Bienvenido a una nueva edición de Materia Gris, nuestro newsletter donde les damos voz a los especialistas. Hoy conversamos sobre el bloqueo de la red social X (ex-Twitter) en Brasil con Adriana Amado, doctora en Ciencias Sociales, docente, investigadora y analista de comunicación pública y medios.
¿Por qué el juez Alexandre de Moraes ordenó la suspensión de X?
Más allá de la resolución del juez, lo que tenemos que poner en foco es que este caso se trata de la aplicación de leyes contra la desinformación. Y después de unos cuantos años en que hemos estado analizando el fenómeno, me parece que Brasil es uno de los países que queda sobreestimándolo. La base de la resolución es que Twitter Brasil no se avino a una disposición del juez que pedía el cierre de 200 cuentas que supuestamente eran sospechosas. Pero la desproporcionalidad de aplicación de la ley hace que se suspenda la aplicación que usan 20 millones de personas –que igual es el 10% de Brasil o menos– por 200 cuentas.
¿Cuál es la amenaza real que pueden generar en la discusión pública en la información de Brasil? Doscientas cuentas, por más sospechosas que sean, por más cantidad de seguidores que tengan, que nunca una cuenta llega a la totalidad de sus seguidores. Y eso creo que es el error de diagnóstico y el error conceptual que está atrás de todas estas leyes absurdas que penalizan una desinformación que ni siquiera los cuerpos legales más avanzados, como el de la Unión Europea, se animaron a definir. Y eso muestra que un delito es poco ejecutable o poco perseguible cuando ni siquiera se puede definir de qué se trata.
¿Por qué se vincula a Elon Musk con el intento de golpe de Estado que tuvo lugar en Brasilia en enero de 2023?
Tiene que ver con lo que se viene discutiendo desde 2016 acerca de la desinformación. Para algunos, se supone que las redes sociales son el foco de las conspiraciones, que es como si en el siglo XX se hubiese enjuiciado a las empresas telefónicas porque la gente conspiraba o cometía delitos a través de llamadas telefónicas. Eso impide ver la realidad de los problemas que generalmente tienen que ver con insatisfacciones sociales no canalizadas, con movimientos fanáticos que existían mucho antes de que existieran las redes sociales y que ahora las usan como una herramienta más, como antes han usado otras.
Creo que esta concepción de demonización de las redes sociales por la comisión de delitos de una mínima parte (porque hay más de 20 millones de usuarios en Brasil y el propio juez confirma que lo problemático es un número que no dista del 1%) lo que hace es obturar un espacio de libertad de expresión para mucha gente en pos de una protección que no estaría justificada por quien toma las medidas.
¿Creés que hay un vacío legal con respecto a las redes sociales y la generación de contenido falso?
Definitivamente no hay ningún vacío legal, las redes sociales son un soporte más por donde se cometen los delitos que ya están tipificados. Es decir, si uno comete una conspiración o comete un asesinato, es independiente de los medios por los cuales lo programó y lo ejecutó. No deberíamos correr el eje de que muchas de estas leyes de control de las redes sociales le han servido a gobiernos autoritarios para determinar quiénes pueden hablar, quiénes no pueden hablar, generar miedo y persecución y por lo tanto recortar lo que se puede decir en un espacio público. Las redes sociales no son la razón ni el eje de todo el problema.
¿Cuál es tu posición en la discusión sobre las fake news?
Más que una posición, tengo una investigación hecha acerca de que el fenómeno de la desinformación es un fenómeno absolutamente marginal en los sistemas informativos. La desinformación es minoritaria, se vuelca en pequeñas muestras, en pequeños grupos con números muy limitados de cuentas, que generalmente están asociadas al tema político, que es de por sí la actividad menor en redes sociales. Regular o condicionar el perfil de lo que hacemos en las redes sociales a la actividad de grupos fanáticos o de operadores políticos, porque generalmente las fuentes de información son los mismos actores políticos que después se quejan de ellas, lo que hace es restringir plataformas en donde hoy se desarrolla buena parte de nuestra vida social por lo que hace una minoría.
En momentos críticos como la pandemia, países como Argentina han demostrado que justamente fueron las redes sociales las que permitieron desmentir información oficial o de alguna manera aportar parte de la discusión que permitió la investigación, por ejemplo, de la fiesta de Olivos. Entonces, lejos de que la desinformación sea un problema de las redes sociales, la desinformación ha sido un mecanismo de poder que lo sigue aplicando la política y que lo ha personalizado para terminar persiguiendo y recortando el espacio de la expresión.
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