Gracias a Dios es viernes

#52 | El PRO y LLA en la crisis del séptimo mes

Nadie lo quiere a Lijo. El patito en la cabeza de la diputada Lourdes Arrieta.

¿Pareja ensamblada? ¿Matrimonio por conveniencia? ¿Ya no los une ni el amor ni el espanto? Sería arriesgado afirmarlo, pero el observador más despistado podría pensar que se pudrió todo entre el PRO y La Libertad Avanza. ¿Divorcio en puerta? ¿Crisis del séptimo mes? ¿Nadie piensa en los hijos, que son los que sufren? Bueno, no nos apuremos. Y tengamos en cuenta que toda crisis es oportunidad.

La cuestión es que el Gobierno venía pisteando como un campeón con sus últimos éxitos legislativos, las reglamentaciones de la Ley Bases y las desventuras judiciales de Alberto Fernández, cuando esta semana apareció el Congreso y se la hizo dar en la pera. Mal. Fue una paliza.

Primero, la designación de Martín Lousteau como presidente de la Comisión Bicameral a cargo del control de los servicios de inteligencia. En principio, como resultado de un acuerdo entre el kirchnerismo y la UCR. Interpretaciones y teorías conspirativas para todos los gustos, incluyendo contubernios e intercambio de favores entre estos sectores y el propio Gobierno mientras el juez Ariel Lijo –el crédito de Comodoro Py– defendía ante el Senado su postulación a la Corte Suprema (ver más abajo).

Enseguida, el tratamiento en la Cámara de Diputados del DNU que ampliaba los fondos reservados de la SIDE en 100.000 millones de pesos terminó con el previsible rechazo por parte de kirchneristas y radicales, pero a ellos se les sumó también el bloque del PRO, algo que abre un gran signo de interrogación en cuanto a la relación personal entre Mauricio Macri y Javier Milei. Es cierto que Macri ya había hecho públicas sus críticas a lo que él considera un lastre para el Gobierno: el “entorno”, Karina Milei, funcionarios que no funcionan y, muy especialmente, Santiago Caputo, el Mago del Kremlin. Este fantasmagórico asesor estrella sin cargo pero con asiento en la mesa chica del poder, aficionado a los posteos en X desde cuentas de las que no confirma ni desmiente su atribución y, muy especialmente, a reorganizar y controlar el área de inteligencia del Estado –los sótanos de la democracia–, se habría convertido en el objeto de la furia del ex presidente Mauricio. Un conflicto de primera magnitud.

Porque al rechazo del PRO al decreto presidencial, le siguió además un comunicado del partido en un tono muy crítico. Y, como si esto fuera poco, ayer mismo, en la votación en el Senado del proyecto de una nueva fórmula de movilidad jubilatoria, pese a que entre los bloques peronistas y radicales ya contaban con los votos suficientes para una aprobación con dos tercios de los votos (un detalle a tener en cuenta frente a un eventual veto presidencial), los senadores del PRO votaron a contramano de como lo habían  hecho los diputados de este partido y se sumaron al resto de la oposición. El marcador final de 61-8 en el tablero se pareció mucho a una humillación.

Como era de esperar, la patota tuitera de LLA reaccionó con furia: desde una imagen de Mauricio generada con IA en la que aparece caracterizado como un terrorista iraní (en la que se lo ve muy joven y con un cierto aire a ¿David Bowie? ¿Lawrence de Arabia?), hasta las no muy decorosas referencias al Correo Argentino, a Arribas y a Majdalani en el boliche que solía manejar Juan Doe. ¿Esta reacción también fue coordinada por Santiago Caputo en las sombras, cual Jaime Stiuso en sus mejores épocas? Habladurías.

En cualquier caso, desde el propio Gobierno habrían dejado trascender que Macri y Milei tuvieron un nuevo encuentro en Olivos el miércoles a la noche, cuando el DNU de los fondos de la SIDE ya había sido rechazado en Diputados. Es decir que, más allá de los debates parlamentarios y los fuegos artificiales de las declaraciones públicas, el presidente no estaría dispuesto a aislarse por completo. No le conviene, tal como lo muestran los gráficos de confianza del consumidor. Y menos que menos, si consideramos que los propios diputados oficialistas, no por ser pocos, se privan de fajarse entre ellos como si no hubiese un mañana (ver más abajo). Inquietante.

 

 

A pesar de los contratiempos, el Gobierno sigue insistiendo con Ariel Lijo, pero también se le complica. Ya explicó en estas páginas María Eugenia Talerico todas las razones por la que es un pésimo candidato, y el miércoles se presentó en la audiencia pública de la Comisión de Acuerdos del Senado, pero no se logró el dictamen. No hay unanimidad en ningún espacio, ni siquiera en el oficialismo.

El mayor escándalo lo protagonizó el libertario Francisco Paoltroni, que salió de gira por todos lados hablando mal de Lijo. Cabe aclarar que el senador formoseño responde a la vicepresidente Victoria Villarruel y esto parece más otro capítulo en la guerra que mantiene ella con Milei que una cuestión de principios. La cuestión es que este desaire de Paoltroni provocó, como era de esperar, la respuesta en manada de las patotas digitales del Gordo Dan y compañía, que lo llamaron “traidor” y otras cosas peores.

A muchos esto les pareció una prueba más del carácter autoritario de espacio de Milei. Es cierto que se caracterizan por la violencia verbal. De hecho, es su marca de nacimiento. Pero tampoco es tan loco exigirle a un senador tuyo que vote como le pedís. Se hace en las mejores familias. Sin ir más lejos, los radicales sacaron de la comisión al senador Pablo Blanco, que iba a votar en contra, y pusieron en su lugar a Eduardo Vischi, que va a votar a favor. El pobre Blanco se enteró el mismo miércoles con el hecho consumado y cuando le preguntaron qué pasó, dijo: “No sé, pregúntenle al jefe de mi bloque”. El partido centenario sabe más por centenario que por partido.

 

 

No se puede confiar en la diputada Lourdes Arrieta. Ignoramos si será la juventud, la distracción o la ignorancia, pero sus movimientos son erráticos, y le aportan al ambiente político una inquietante cuota de suspicacia: no atiende el teléfono; no sabe quién es Astiz; visita a los presos del pabellón de lesa humanidad en la cárcel penal de Ezeiza pero se enoja cuando se entera, frente al repudio generalizado de la sociedad, de que existió una dictadura (“yo nací en el ’93 y no tengo ni idea de quiénes eran los personajes de esa época, yo la verdad es que vi internos de 80 años”); desaparece y aparece con denuncias en contra de sus compañeros de bloque, irrumpe en llanto después de gritar como una puérpera sin niñera en el Salón Blanco y denuncia (otra vez) a otro diputado de La Libertad Avanza, en este caso por violencia de género.

“Yo no sé qué información les llegó a ustedes, pero lo que yo vi hoy fue un escándalo de una persona desequilibrada mentalmente [micropausa de suspenso], la chica del patito en la cabeza, lo sospechábamos, pero hoy se confirmó”, dice, antes de que la interrumpan, la diputada libertaria Lilia Lemoine. Testigo del escándalo (una reunión de sólo diputados en el Salón Blanco, se ve a los asesores afuera, de pie y nerviosos, escuchando del otro lado de la puerta), a Lemoine no la conmueven los gritos de Arrieta, menos al saber que, después del ataque nervios, la diputada mendocina abandonó el recinto en dirección a la Comisaría de la Mujer, donde denunció al diputado Nicolás Mayoraz, también de LLA, por violencia de género (spoiler: la Justicia desestimó la denuncia por “pueril” e “infantil”).

Lo que habría sacado de quicio a Arrieta fue recibir, además del repudio social por haber tenido un tête-à-tête con Astiz, el reto de sus compañeros, como el diputado Mayoraz, que cuestionó sus declaraciones post Ezeiza. “Fuimos engañados”, dijo al aire, inculpando al presidente de la Cámara, Martín Menem, de haberles metido gato por liebre. Les vendieron “una visita netamente institucional, humanitaria a los internos del penal” pero los llevaron a ver ancianos, algunos sin condena firme, a quienes no les aplica la ley ni se les reconocen las garantías de la Constitución. “Yo vi gerontes”, vuelve a explicar Arrieta en una nota larga sobre su experiencia en la cárcel de Ezeiza.

“Me hicieron una cama”, grita desaforada en el audio que se filtró del Salón Blanco. “Mirame, Martín”, vocifera impotente frente a la luz de gas del bloque. La mandaron a una prueba de mecanismo (jerga militar de izquierda, para compensar), y después no la defendieron cuando salió mal y pidieron su cabeza. “Lourdes, ¿qué cama?”, una voz masculina intenta hacerla entrar en razón, recordarle que ella pudo haber sabido, a sus 31 años, adónde estaba yendo y por qué, pero ella no va a parar hasta encontrar a los culpables de sus propios errores. Del estado de shock que vivió frente a los gerontes, salió expulsándose a sí misma del bloque libertario. Quizá su destino sea bajo las huestes del neokircherismo que se avecina bajo las fauces siniestras de Lousteau, el candidato de Cristina.

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