El miércoles Milei (leader) quiso volver a ser Milei (underdog) y organizó un evento multitudinario en el Luna Park para presentar su nuevo libro. Mientras esperaban que empezase el acto, los periodistas de TN dedicaron largos minutos de aire a debatir su naturaleza: ¿era político? ¿personal? Todos coincidieron en que era un confuso. Como si los hubiese estado escuchando, después de saltar sobre el escenario con su conocido espíritu de pogo exorbitado y furioso al son de La Renga («Panic Show»), el presidente argentino abrió la noche diciendo: “Quise hacer esto porque quería cantar”. Que lo público no te quite lo privado –parece decirse a sí mismo– ni la investidura presidencial te aleje de tu pasión por el rock, la economía y la fe de las masas.
La elección del lugar, a su vez, es una respuesta a otro contrincante de turno, Alejandro Vaccaro, responsable de la organización de la última Feria del Libro, quien, muy educadamente, explicó que, sin los fondos que el Gobierno había decidido retirarles, les era imposible llevar a cabo la presentación de Capitalismo, socialismo y la trampa neoclásica: “Señor presidente, se lo digo con una mano en el corazón: no hay plata“. Abucheado en la Feria de abril como en noviembre pasado en el Teatro Colón, Milei llena el Luna Park, lugar emblemático que le da a su acto un aire de recital, de fiesta, de ring (la figura de los dos boxeadores chocando guantes en neón rojo le da un touch gladiador al afiche): “Che, hay que darle las gracias al de la Fundación Feria del Libro, que con el intento de boicot nos regaló esta fiesta, ¡gracias kirchneristas!”, dice entre aplausos exaltados.
Diseñado hasta el detalle, el acto se inició a modo de concierto en vivo con La Banda Liberal de los hermanos Benegas Lynch en escena (un reaccionario en la batería, un conservador en la guitarra, otro en el bajo, y un anarcocapitalista en el micrófono), pero en pocos minutos el escenario gigantesco, que parecía albergar a un pueblo entero, se volvió angosto, diminuto: un atril en medio de la oscuridad, un escenario distópico en el que brillaban los ojos y las manos de Milei, con lentes puestos, listo para dar una clase magistral de economía que muy pocos (¿menos del 0,1%?) iba a poder (o a querer) seguir.
La masas mileísta se manifestó pidiéndole más rock y menos teorías, pero el presidente Milei, que pudo haber perdido la paciencia, se impuso firme, obligando al público a escucharlo hasta final. “En el fondo, esto es para presentar mi reciente libro”, dice en un momento, sorprendido de que sus seguidores pudiesen olvidar que su literatura importa. Otro momento estelar que protagonizó la multitud libertaria fueron los silbidos contra Carlos Marx, a quien Milei presentó como si estuviera hablando de Horacio Rodríguez Larreta desde una mesa del Tabac: un “siniestro” que de golpe entra a un bar.
El acto de Milei nos regaló dos nuevas polémicas: una sobre el número (¿el Luna Park estaba lleno o al 50%? ¿Cuántos realmente lo siguen?), y otra sobre el sentido de la canción de cierre, «Se viene el estallido», que el presidente bailó, ferviente, como si no estuviera en el poder. Su lugar de enunciación, parece decir, será siempre del que lucha desde abajo y no toca un peso público, por más que Rebord no le crea y haya intentado robarle rating emulando su clásica lluvia de insultos vociferados.
En cuanto a lo de España: ¡qué quilombo, querido Rey! La visita de Milei para la convención de Vox del domingo generó un conflicto diplomático que escaló al punto tal de que el primer ministro Pedro Sánchez retiró de nuestro país a la embajadora María Jesús Alonso Jiménez. Lejos de poner paños fríos, como sí había hecho con Colombia, Milei redobló la apuesta y dice que no piensa pedir disculpas.
Si bien señalar quién empezó es caer en un infantilismo inútil, es cierto que Sánchez y varios de sus funcionarios, además de hacer campaña explícita por Alberto Fernández, dijeron de Milei que es “siniestro y reaccionario”, “atenta contra la democracia” y hasta “ingiere sustancias”. Y la verdad es que lo único que dijo Milei de Sánchez es que su mujer es corrupta, cosa que puede no ser lo más diplomática –sobre todo por la manera en la que lo dijo–, pero que no deja de ser un dato bastante más objetivo que el de “siniestro y reaccionario“, “atenta contra la democracia” o “consume sustancias“, puesto que Begoña Gómez efectivamente está siendo investigada por tráfico de influencias.
Pero más allá de quién empezó o quién insultó más fuerte, lo que sí llama la atención es la reacción exagerada de Sánchez al retirar a la embajadora de Argentina “sine die”, es decir, sin plazo de vuelta. Para poner contexto: el mayor consulado de España en el mundo está en Argentina, acá viven un millón de españoles. Como se preguntó Ramón Pérez-Maura, director de Opinión del periódico El Debate: “Si rompemos relaciones diplomáticas con Argentina, ¿quién va a llevar nuestra representación?” Está claro que retirar un embajador presenta dificultades concretas operativas, no puede ser producto de una rabieta personal.
El economista Juan Ramón Rallo hizo una reflexión interesante: “El gobierno español denuncia que Israel está perpetrando un genocidio en Gaza, pero no retira al embajador español de Israel. Milei insinúa que Begoña Gómez es corrupta y se retira al embajador español de Argentina. Las frivolidades y prioridades de este Gobierno están muy claras”.
En definitiva, lo que se está discutiendo en estos momentos en España es si lo de Milei fue un ataque personal o un ataque al país. Parece bastante claro que fue un ataque personal que Sánchez está contestando, usando como arma al Estado español. ¿Quién es el fascista, entonces?
Otro Sánchez que se fue de boca en Madrid esta semana fue el secretario de Culto argentino, Francisco, que habló en la cumbre Europa Viva 24 y lamentó el declive de la tradición católica española en nuestro país. Se quejó de la ley de divorcio, de la ley de matrimonio igualitario y, por supuesto, de la legalización del aborto. “Los conservadores nos vamos aferrando a lo poco que nos queda”, protestó. De regreso a Buenos Aires, salió por Radio Mitre y defendió el matrimonio tradicional con el argumento de que los hijos de padres separados tienen más ansiedad y sacan peores notas.
¿Hasta dónde quiere Sánchez llevar el reloj para atrás? En Madrid se entristeció porque abandonamos “los valores que en 1492 España le regaló al mundo”. Seguramente no quiere ir tan atrás, pero debería saber que todas esas leyes son posteriores a cambios sociales: la política llegó después que la sociedad al divorcio, al matrimonio igualitario y al aborto, tres prácticas enormemente extendidas que el Estado tardó en reconocer. No es que el Estado ha querido “promoverlas”, como denuncia Sánchez. Más bien al revés: a regañadientes y con demora, apenas atinó a darles un marco legal.
La gran pregunta acá, de todas maneras, lo que generó estupor o pánico en las clases pensantes, es si la agenda de Sánchez es la agenda del Gobierno. Es una pregunta legítima. Por lo pronto, dos funcionarios de rango superior a Sánchez (el vocero Adorni y el ministro del Interior, Guillermo Francos) salieron en estos días a decir que no, que los deseos de Sánchez no son los deseos de Milei. Francos incluso lo puso en términos conceptuales: “Hay que respetar la libertad individual. Cada persona decide qué es y lo que quiere hacer de su vida”, señaló, y agregó que quien no piensa así “no es un liberal”.
Las dudas, sin embargo, persisten, en parte por algo que parece obvio pero se dice poco. En el elenco oficialista conviven dos corrientes, una libertaria y otra conservadora, aliadas tácticamente contra enemigos comunes pero que tienen diferencias sustantivas en su visión de país. Ni Sánchez ni, digamos, Victoria Villarruel buscan un hipercapitalismo abrazados a Elon Musk. Y ni Milei ni, digamos, Santiago Caputo quieren impulsar un régimen nacionalista católico. Por ahora vienen ganando los libertarios, pero es lógico que algunos se pregunten hasta cuándo.
Uno de los tantos chistes que circulaban el año pasado en las redes sociales –y del que muchos se reían (nos reíamos) cuando los militantes mileístas lo repetían como una verdad evidente en esas charlas improbables sobre política en los Spaces nocturnos de Twitter– era que la prédica libertaria había provocado un cambio en la agenda pública.
Pues bien, ahora que lo improbable parece convertirse a cada rato en notas de color costumbrista ya con Milei instalado en la presidencia y muy cómodo en el centro de su aparato comunicacional, los signos de ese cambio de agenda empiezan a proliferar y vemos entonces cómo se derrumban ciertos muros que, hasta hace pocas semanas, permanecían incólumes.
Así, un día lo escuchamos a Alfredo Zaiat admitir como si tal cosa que “los tongos de la UBA los conocemos todos”, para horror de su anfitriona, Julia Mengolini. Otro día nos encontramos con estos cinco minutos de magia, en los que Reynaldo Sietecase invita a reflexionar al progresismo acerca de los errores y el mal gobierno kirchnerista que posibilitaron el triunfo de Milei, mientras Alejandro Bercovich parece preguntarse para sus adentros por qué no le habrá tocado ejercer su oficio hace unos 80 o 90 años, preferentemente en la Unión Soviética del gran Josef.
Y el propio Ernesto Tenembaum que en aquella conversación pareció declararse prescindente, onda “si abro la boca, la embarro”, al día siguiente se destapó con una opinión clara y sin vueltas: no hay barbaridad que haya hecho Milei en estos meses que sea peor que el respaldo explícito de Axel Kicillof al intendente de La Matanza, Fernando Espinoza, procesado por abuso sexual. Ok, Ernesto tuvo que hacer la salvedad del “simbólicamente”, pero bueno.
De ningún modo es éste el lugar apropiado para comentar u opinar sobre causas judiciales de este tipo, pero lo cierto es que, después de años de ignorar denuncias y procesos similares contra figuras destacadas del peronismo y del kirchnerismo (algunos de ellos en curso, como el de José Alperovich), finalmente algo parece estar cambiando en algunos sectores de la militancia progresista. Un doble estándar menos.
Sincero u oportunista, quizás repliegue estratégico hasta más ver, seguramente mucho más tarde de lo conveniente: no importa, se celebra igual.
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