A pesar de que el presidente Javier Milei había chicaneado la semana pasada con que no le importaba la Ley Bases, que iba a “lograr todo a pesar de la política”, seguramente festejó cuando el martes a la mañana logró media sanción en Diputados. El oficialismo logró la aprobación general sin tener que pasar artículo por artículo, como había ocurrido en febrero, a cambio de quitar los más urticantes: privatización del Banco Nación, dar otro destino al Fondo de Garantía de Sustentabilidad, las sanciones contra bloqueos sindicales a empresas y limitar las “cuotas solidarias” a los sindicatos. Ley Mucci all over again.
Pero si miramos el vaso medio lleno, las reformas son muchas y en general muy buenas: vuelve el impuesto a las ganancias (que nunca se debería haber ido y no se debería llamar “a las ganancias”), pero baja fuerte el de bienes personales, se autorizó la privatización de Aerolíneas Argentinas, Enarsa, Correo Argentino, Radio y Televisión Argentina y varias empresas más, se flexibilizó la Ley de Contrato de Trabajo, se otorgarán beneficios fiscales para proyectos de inversión (a la vez que se ofrecerá la posibilidad de un blanqueo de capitales con alícuotas muy bajas).
Hasta salió bien de carambola la modificación tributaria a las tabacaleras, que se elevó al 73% para todas, quitando el injusto privilegio que había logrado Tabacalera Sarandí en 2016 cuando consiguió una cautelar en la Justicia para no pagar. Esa movida le había dado tanta ventaja respecto de sus competidoras, que pasó de apenas el 2% del mercado al 25%. La fortuna de su dueño Pablo Otero creció exponencialmente y, como reveló el periodista Hugo Alconada Mon, la unidad antilavado (UIF) alertó a la Justicia federal.
Decimos que salió bien de carambola porque sospechosamente los bloques de La Libertad Avanza y del PRO votaron en contra. De Unión por la Patria no esperábamos nada porque Otero tenía contactos con el kirchnerismo: su abogado es Maximiliano Rusconi, quien fuera también abogado de Cristina Kirchner y de Julio De Vido, y Carlos Castagneto, el administrador de la AFIP en el gobierno de Alberto Fernández, no le cobró lo que la Corte Suprema había ordenado que pagara. Ahora Castagneto es diputado y fue quien lideró la movida para que se rechace el artículo. Le salió mal.
Claro que todo esto es sólo un mientras tanto, porque todavía falta el Senado, donde todo siempre es más complicado. Aunque también a las provincias se las puede amenazar. Eso hizo sutilmente Milei el miércoles cuando dijo que la nación no necesita equilibrio fiscal, que ya lo tiene, en cambio las provincias sí, y que los gobernadores que no acompañan en el Senado se quedan afuera del Pacto de Mayo. Shik shik.
Pero para no perder la costumbre, Milei buscó al enemigo semanal y lo encontró en la Feria del Libro de Buenos Aires, que inauguró la semana pasada con un discurso de Liliana Heker. En la entrevista radial del miércoles, dijo que no iba a presentar ahí su flamante libro Capitalismo, socialismo y la trampa neoclásica, sino en el Luna Park porque “hay un nivel de hostilidad (en la Feria) hacia mi persona y hacia nuestra gente que nos hace sospechar que hay un intento de sabotear la presentación y hacerlo al estilo kirchnerista, de modo violento”.
Enseguida salió el presidente de la Fundación El Libro, Alejandro Vaccaro, a aclarar que no es así. “Queríamos que el presidente viniera”, dijo. Pero de presidencia exigían 5.000 entradas gratis y utilizar la Pista Central de la Rural, que no usó ni Cristina cuando presentó Sinceramente en 2019. “Evaluaron que no les conviene y ahora dicen que no somos gente de bien”, concluyó Vaccaro con ironía.
Sabemos que Milei es un paranoico al que le viene bien el papel de outsider y perseguido, pero no hay más que ir a ver el discurso de Vaccaro en la apertura de la Feria la semana pasada para comprobar que ser paranoico no significa que no te estén persiguiendo:
No registra la memoria de nuestra Feria que el Gobierno nacional haya estado ausente, sin un stand en este evento. La excusa de que la participación del Estado nacional en la Feria implicaba una erogación de 300.000.000 de pesos no es otra cosa que una flagrante mentira. Después de una ardua negociación en la cual accedimos a todos sus requerimientos, el Banco Nación decidió retirar después de muchos años su esponsoreo de la Feria, dejando trascender que la orden vino de arriba. (chiflidos y abucheos) Pero esto no es todo. El presidente de la nación, luego de despreciar nuestra Feria, no se sonroja y pide participar en este espacio, cuya presencia está prevista (sic) para el próximo domingo 12 de mayo en la Pista Central de la Rural. (chiflidos y abucheos más fuertes) Su participación en la Feria, vidriera extraordinaria, implica una serie de erogaciones también extraordinarias que la Fundación El Libro no puede afrontar. Señor presidente, se lo digo con una mano en el corazón: no hay plata. (aplausos) Por lo tanto, todo lo atinente a su seguridad y de la gente que concurra a su evento correrá por su exclusiva cuenta o, lo que es peor, será un gasto extra para el Tesoro nacional.
Convengamos que no parece un recibimiento caluroso el de Vaccaro. Nosotros, si fuéramos Milei, tampoco iríamos a la Feria ni a comer un pancho después de escuchar este discurso.
También queremos señalar cómo este es otro episodio de la saga de Pedro y el lobo. Como no somos rencorosos pero sí memoriosos, recordamos el escrache al entonces ministro de Cultura, Pablo Avelluto, en 2019 por un reclamo seguramente estúpido en comparación con los reclamos actuales. Ahora por lo menos los chicos de Formosa no le financian el hobbie a Vaccaro. Que le pida plata a Random House, como dijo Alejandro Fantino.
En años recientes, a medida que los ciclos kirchneristas se sucedían y el más de lo mismo –pero siempre peor– se intensificaba hasta límites malsanos, se hizo cada vez más común encontrarnos con venezolanos llegados acá por la simultánea sucesión de ciclos chavistas de potencia aún más arrasadora. Y, a propósito de la marcha de la política y de la economía local, no fueron pocas las veces que a estos exiliados les escuchamos decir algo así como “venimos del futuro”.
Desde luego, extrapolar sin más los procesos políticos en sociedades diferentes puede llevar muchas veces a las analogías fáciles y a errores, pero, al igual que a los venezolanos, nosotros tenemos últimamente la sensación de que el viejo chiste de “podemos argentinizar (o peronizar) el mundo” se puede aplicar a ciertos países por los que solemos sentir envidia. Por ejemplo, un ex presidente con no pocas chances de volver a ser elegido en Estados Unidos ha sabido recurrir al concepto de lawfare para explicar “pequeñeces” como desconocer el resultado de una elección e intentar luego un golpe de Estado. Sí, lawfare, como ya-sabemos-quién. Sí, un golpe de Estado allá.
Del mismo modo, desde la llegada del facha (de aspecto, ojo) de Pedro Sánchez a la presidencia de España, hemos perdido la cuenta de la cantidad de veces que, dos Mundiales arriba y 16.000 dólares de PBI per cápita abajo, nos hemos tentado tanto de decirle a un imaginario interlocutor español algo así como “esto acá ya lo vivimos, pa, si querés te cuento cómo sigue”. No era para menos, con el PSOE –al que conocimos tan moderno y promercado con Felipillo– recostado sobre los delirios imposibles de sus socios de la izquierda podemita y similares, de perfume tan kuka-chavista. Es cierto, nosotros no tenemos una monarquía parlamentaria ni mociones de censura ni votos de confianza. Y ellos tienen a Bruselas para marcarles ciertos límites y al Banco Central Europeo para bancar en euros.
Pero hay además otra diferencia crucial entre nuestros países, y es ese pantano político tan difícil de entender que son actualmente las autonomías regionales. Especialmente la catalana, con sus pretensiones independentistas llevadas hasta el abismo institucional; y la vasca, con la presencia recurrente de formaciones políticas que apenas si disimulan su reivindicación del terrorismo de ETA. Y estos han sido, precisamente, los aliados políticos a los que Sánchez ha recurrido in extremis para mantenerse en el poder en el complejo juego de alianzas que exige el sistema parlamentario. Y ese pragmatismo, maquiavelismo, juego de cintura o simple falta de los mínimos escrúpulos que tanto fascina a los amantes de la rosca y la realpolitik de aquí y allá es lo que lleva al sistema político español al borde del ataque de nervios permanente.
Ante semejante panorama y con la posibilidad cierta de que un nuevo escándalo (esta vez relacionado con su esposa, nada menos) pudiera hacer desbarrancar definitivamente a su gobierno, Sánchez decidió jugar a fondo y armar una nueva opereta (o quizás una zarzuela): ofendidísimo, el miércoles 24 anunció que a más tardar el lunes 29 anunciaría finalmente su renuncia para salvar su honor y el de su cónyuge; y el lunes… pues nada, siga siga, todo pelota, a reclamarle al VAR. Cómo le vas a creer al PJ a Sánchez.
Bien jugado, presidente. Mantuvo la centralidad y la iniciativa, mostró cintura y pragmatismo, desvió la atención del verdadero escándalo, aplicó el principio de revelación y la teoría de los juegos (¿?). Mantuvo a todo un país con la respiración contenida por varios días, generó escenas de hondo dramatismo en los propios y más exasperación en los ajenos. Obligó al presidente Lula a expresar su alarmada solidaridad, del mismo modo en que alguna vez (urgido por un tal Alberto Fernández) el brasileño debió calmar a cierto matrimonio que amagó con volverse al sur y revolearle el gobierno a quien correspondiera. Y mientras tanto, que los contreras sigan soñando con otra censura u otras elecciones generales, que quizás este sea un Perro con más vidas que los gatos.
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